Como era de esperar, el asesinato del activista de derecha Charlie Kirk la semana pasada ha desencadenado una oleada de comentarios sobre los crecientes peligros de la violencia política en Estados Unidos, un debate que, en sí mismo, no puede sino avivar aún más la violencia política.
La Administración Trump ha dejado claro que quiere utilizar el asesinato de Kirk como arma, argumentando que refleja algo intrínsecamente violento en lo que denomina ideología «izquierdista».
Eso es precisamente lo contrario de lo que muestran las estadísticas: históricamente, la derecha es mucho más propensa a recurrir a la violencia política que la izquierda.
Incluso los dos hombres que presuntamente intentaron asesinar a Donald Trump el año pasado, antes de las elecciones presidenciales, tenían, en el mejor de los casos, agendas políticas confusas. A ninguno de los dos se le podía describir de forma realista como «izquierdista».
Pero los matices no son precisamente lo que le interesa a esta administración, que se prepara para intensificar otras formas de violencia política contra cualquiera a quien etiquete como «izquierdista»: críticos, opositores al genocidio de Israel en Gaza, la comunidad transgénero, los musulmanes, los inmigrantes no blancos y los solicitantes de asilo.
El lunes el vicepresidente J. D. Vance y un alto asesor de Trump, Stephen Miller, prometieron venganza contra este grupo amorfo al que caracterizan como un «movimiento terrorista interno» de izquierda.
Como presentador del podcast de Kirk en su lugar, Vance dijo que la administración «trabajaría para desmantelar las instituciones que promueven la violencia y el terrorismo en nuestro propio país».
En el mismo podcast, Miller prometió «utilizar todos los recursos que tenemos en el Departamento de Justicia, Seguridad Nacional y en todo el Gobierno para identificar, desarticular, desmantelar y destruir estas redes».
Mientras tanto, el magnate de las redes sociales Elon Musk describió el futuro en términos más gráficamente apocalípticos al reunir a multitudes de nacionalistas blancos liderados por Tommy Robinson y ondeando banderas en Londres durante el fin de semana. Al dirigirse a ellos a través de un enlace de vídeo, les advirtió: «Tanto si elegís la violencia como si no, la violencia os va a llegar. O lucháis o morís».
Respuesta draconiana
Los primeros objetivos de esta «guerra», como la denomina el exasesor de Trump Steve Bannon, ya han sido seleccionados.
Se está buscando y castigando a quienes se niegan a canonizar a Kirk, su nacionalismo blanco cristiano y su intolerancia hacia las mujeres y las minorías.
Matthew Dowd, un destacado analista de derecha, fue despedido de su puesto en MSNBC por señalar lo obvio: que la propia intolerancia manifiesta de Kirk hacia los demás contribuyó al clima político que condujo a su asesinato.
Es evidente que se están preparando medidas más draconianas. La dirección que se está tomando queda patente en una nueva propuesta legislativa para retirar el pasaporte a los ciudadanos estadounidenses por expresar opiniones políticas que no gustan al Gobierno.
Esta semana la fiscal general de Trump, Pam Bondi, prometió hacer una excepción a la Primera Enmienda para los «discursos de odio», lo que sin duda abrirá la puerta a la persecución de cualquier discurso, como las críticas a Kirk, que la administración considere inaceptable.
Y después de que un popular presentador de televisión, Jimmy Kimmel, fuera despedido sumariamente por señalar que se estaba restringiendo la libertad de expresión a raíz del asesinato de Kirk —según se informa, tras la enorme presión ejercida por el responsable de la Comisión Federal de Comunicaciones, nombrado por Trump—, el propio Trump advirtió de que las cadenas podrían ser sancionadas por cubrir la historia «negativamente».
Tras su muerte Kirk está siendo convertido en un santo para la derecha, en gran parte suprimiendo las cosas que realmente dijo, para fomentar el sentimiento de agravio y la ira de la derecha. Su presunto asesino, Tyler Robinson, de 22 años, está siendo convertido de forma similar en una caricatura.
Apenas se conoce la historia de Robinson, aunque lo único claro es que se crio en una familia estrictamente mormona y republicana. En cambio, se está buscando a toda prisa cualquier conexión que pueda pintarlo como una figura odiosa «izquierdista», útil para elaborar una narrativa de venganza para la derecha.
El gobernador republicano de Utah, Spencer Cox, ha sido fundamental en la configuración de la narrativa sobre el asesinato de Kirk hasta ahora.
Fue uno de los que se «preguntó» a dónde llevará el asesinato de Kirk: «La pregunta es: ¿qué tipo de punto de inflexión? Ese capítulo aún está por escribir. ¿Es este el final de un capítulo oscuro de nuestra historia o el comienzo de un capítulo aún más oscuro?».
En realidad, se trata de una no pregunta disfrazada de pregunta. La derecha de MAGA ve la muerte de Kirk como un pistoletazo de salida: legitimará una rápida escalada de más violencia política por parte de la emergente derecha fascista estadounidense, para la que Trump es la figura emblemática.
Proporcionará a la extrema derecha los argumentos para justificar una represión legal y social cada vez mayor de sus oponentes, represión deseada desde el primer momento.
La burbuja de la negación
El asesinato de Kirk es una coartada para que la derecha fascista se diga a sí misma que su propia violencia política no es más que «defensa propia».
Se trata de una fórmula probada y comprobada.
Israel ha estado aplicando esta estrategia hasta la saciedad durante los últimos dos años, alegando que la matanza y mutilación de cientos de miles de civiles palestinos en Gaza es «defensa propia».
Esto solo tiene sentido para los israelíes porque su clase política y mediática ha borrado las décadas anteriores de violencia estatal israelí —apartheid, limpieza étnica y un brutal asedio de 17 años a Gaza— que condujeron directamente al ataque del 7 de octubre de 2023.
Los israelíes vivieron esta semana en esa misma burbuja de negación, mientras las Naciones Unidas concluían de forma inequívoca que Israel está cometiendo genocidio en Gaza.
El movimiento MAGA de Trump se ha dedicado a hacer lo mismo en Estados Unidos, borrando sus propias formas de violencia que precedieron al asesinato de Kirk. Por supuesto, no ha perdido tiempo en borrar de los registros la insurrección de la derecha en enero de 2021 en el Capitolio de Estados Unidos que marcó el final del primer mandato de Trump como presidente.
En el poder desde hace menos de un año, la segunda administración Trump también ha estado socavando retórica y materialmente los cimientos de las garantías constitucionales y legales del país para allanar el camino hacia una represión más severa.
Esto incluye las desapariciones en detención, por parte de los funcionarios de inmigración del ICE, de opositores nacionales que se pronuncian a favor de los derechos de los palestinos. Incluye la deportación de inmigrantes y solicitantes de asilo a terceros países, a menudo desafiando las sentencias judiciales.
Incluye asimismo una medida para poner fin a la ciudadanía por nacimiento para los hijos de inmigrantes indocumentados nacidos en Estados Unidos. E incluye recortes salvajes en la financiación de las universidades para incentivarlas a tomar medidas más duras contra los estudiantes que protestan por el genocidio de Israel en Gaza.
Estas formas de opresión estructural son mucho más peligrosas y violentas políticamente que cualquier cosa que un pistolero pueda lograr con una sola bala.
Narrativa superficial
Quizás sea comprensible que quienes intentan contrarrestar la presión para que se aplique una represión legal y social más severa estén deseosos de encontrar fallos en la narrativa de la administración.
Esta tarea se ve facilitada en gran medida por la forma en que el FBI está armando públicamente su caso.
Robinson supuestamente escribió una nota en la que confesaba el crimen, una nota que el director del FBI, Kash Patel, ha citado, aunque Patel también afirma que la nota fue destruida. No ha explicado cómo se destruyó ni cómo es capaz de citar un documento que ya no existe.
El relato del FBI sobre cómo Robinson preparó y llevó a cabo el asesinato es tan innecesariamente laberíntico que cuesta creer que alguien se comportara así a menos que quisiera ser capturado.
Y, sin embargo, Robinson no solo llevó a cabo un asesinato extraordinariamente preciso desde una distancia de 200 metros, sino que también logró evadir a las fuerzas del orden hasta que, según se informa, su familia lo entregó.
Todo esto huele a una grave incompetencia por parte de un FBI altamente politizado bajo el mando de Patel, o a una narrativa conveniente y fabricada por Patel, deseoso de implicar a «la izquierda» y desencadenar una nueva y más violenta ronda de guerras culturales.
En tales circunstancias, no es de extrañar que algunos observadores, al recordar la serie de asesinatos de líderes políticos identificados con la izquierda en la década de 1960, como el presidente John F. Kennedy, su hermano Robert Kennedy y el líder de los derechos civiles Martin Luther King, no estén dispuestos a creer las narrativas oficiales que se promueven.
Pero hay una cosa en la que la izquierda y la derecha mayoritarias parecen estar de acuerdo. Culpan fácilmente a los «rincones oscuros» de Internet —una cultura deshumanizada de videojuegos y las interacciones anónimas y polarizantes en las redes sociales— que parecen ser especialmente perjudiciales para los jóvenes descontentos y sin rumbo, que a menudo parecen tener una salud mental precaria.
Sin duda es satisfactorio atribuir el deterioro del tejido cívico a la creciente huida de este grupo del mundo real hacia el aislamiento online o los intercambios anónimos. Pero incluso esta forma de entender el aumento de la discordia social y política sirve para pasar por alto verdades más profundas y para dar prioridad a otra narrativa superficial.
Violencia arraigada
Eclipsado por el asesinato de Kirk, ese mismo día se produjo otro tiroteo en una escuela de Denver, Colorado. Un joven de 16 años, conocido por sus opiniones neonazis, hirió de gravedad a dos compañeros con una pistola antes de suicidarse.
Los datos muestran que la violencia con armas de fuego es un fenómeno exclusivo de Estados Unidos, que no se repite en otros países con una cultura de videojuegos similar o incluso mayor, a la que suelen sentirse atraídos estos jóvenes pistoleros solitarios.
De forma muy oportuna, nuestra mirada se dirige hacia estos individuos dañados y no hacia el contexto político más amplio en el que ellos y nosotros vivimos.
Algunos quieren argumentar que las razones de su violencia se encuentran en sus comportamientos individuales. Otros tratan de atribuir la culpa a divisiones partidistas en gran medida sin sentido, divisiones políticas fabricadas para nosotros por un aparato estatal al que sirven por igual los dos principales partidos que controlan el Congreso.
El asesinato de Kirk no es ni el comienzo ni el final de un «capítulo oscuro» de violencia política interna. Es la continuación de una violencia arraigada en el sistema político estadounidense.
Lo más evidente es que la violencia se ha normalizado desde hace tiempo en la política exterior bipartidista de «conmoción y pavor» de Washington.
En los últimos años Estados Unidos ha apoyado materialmente a Arabia Saudí en su bombardeo de Yemen, que dura ya varios años, y ha sumido al país en la Edad Media. Estados Unidos ha denegado la ayuda a Afganistán, que aún se está recuperando de una ocupación militar estadounidense de dos décadas que ha terminado recientemente y que ahora está provocando una hambruna masiva entre los niños del país. Y Estados Unidos ha suministrado las bombas y la cobertura diplomática a Israel para borrar Gaza del mapa y provocar la hambruna de su población.
El impacto de esta violencia implacable y demasiado visible infligida por Washington en gran parte del mundo, y una cobertura mediática que la celebra y santifica con tanta facilidad, no puede ocultarse al público estadounidense que lo observa.
¿De dónde habría sacado Robinson la idea de grabar mensajes de odio similares a memes en sus casquillos de bala? ¿Podría haber sido al ver a la exgobernadora republicana y candidata presidencial estadounidense fallida Nikki Haley garabatear «Acabad con ellos» en los proyectiles de artillería que se utilizarían en el genocidio de Israel en Gaza?
Esta depravada glorificación de la violencia masiva por parte de la clase política estadounidense apenas llama la atención. Y, sin embargo, nuestra atención se centra firmemente en Tyler Robinson, como si su presunto acto de violencia en solitario fuera una especie de momento decisivo que sólo ahora requiere un serio examen de conciencia y, como era de esperar, sólo por parte de los «izquierdistas».
Leña al fuego
Nuestra atención no debería centrarse tanto en los individuos dañados como en los sistemas políticos, sociales y económicos que los dañaron y que les proporcionaron los medios y los motivos para llevar a cabo sus retorcidos planes.
Los videojuegos y las redes sociales no son la causa del problema. Son la leña que se echa al fuego que ya ardía entre una parte de la juventud alienada y nihilista de todo Estados Unidos.
Ese nihilismo —la sensación de que el mundo y sus valores carecen por completo de sentido y que nuestras vidas no tienen propósito— no puede explicarse simplemente por la evasión en el mundo de los videojuegos. Las adicciones son el lugar donde el nihilista busca consuelo, huyendo de una realidad que se ha convertido en una carga demasiado pesada.
El caldo de cultivo de la visión nihilista del mundo de estos pistoleros solitarios es el papel único que Estados Unidos ha asumido en la configuración del mundo durante los últimos 80 años, tanto como centro imperial para la reinvención del colonialismo occidental como principal exportador y ejecutor de las normas de un capitalismo neoliberal turboalimentado.
Como ejemplifica el actual genocidio en Gaza, la política exterior estadounidense no sólo requiere una campaña constante de intimidación racista y violencia hacia el Sur Global, sino que celebra esta violencia como un valor moral y un deber, defendido por la derecha y figuras como Charlie Kirk.
Mientras tanto, en el país, la derecha MAGA ensalza los excesos del capitalismo neoliberal, ignorando los abusos explotadores a los más débiles y marginados, la devastación de la salud del planeta y las amenazas resultantes para el futuro de la especie humana.
Nada de esto constituye un entorno político sensato en el que crecer.
El nacionalismo cristiano de Charlie Kirk partía de la premisa, contra toda evidencia, de que Estados Unidos estaba haciendo la obra de Dios al promover «valores» en el país y en el extranjero que sólo sirven a los intereses estrechos de una clase multimillonaria representada por Donald Trump.
Aunque aún es imposible conocer el razonamiento de Tyler Robinson, parece probable que hubiera perdido ese tipo de fe irreflexiva.
¿Quién puede decir cuál de los dos tenía una visión más oscura de la realidad?
Criado como un cristiano devoto, al igual que Kirk, tal vez Robinson ya no podía creer en la narrativa vendida por el nacionalismo cristiano de Kirk de que la voluntad de Dios, la voluntad de Trump y la voluntad de Israel eran idénticas.
Con toda la artillería
Lo que está mucho más claro es que un sector cada vez mayor de jóvenes descontentos en Estados Unidos está cada vez menos dispuesto a tolerar un sistema de valores bipartidistas que exige guerras permanentes y hambrunas genocidas en el extranjero, su propio empobrecimiento y marginación en el país y un futuro sombrío en el que un capitalismo neoliberal suicida, basado en el crecimiento infinito en un planeta finito, se queda sin soluciones rápidas.
Si esos son los únicos valores que se ofrecen, algunos —como los tiradores escolares y el asesino de Kirk— optan por no tener ningún valor. Eligen irse a pique con todas las armas disparando.
¿Por qué fue Charlie Kirk seleccionado por su asesino? Porque lo más probable es que no fueran muy diferentes.
La huida de Kirk de la realidad hacia un mundo de excepcionalismo estadounidense violento, supuestamente justificado por la Biblia, era tan nihilista como la huida de su asesino hacia el mundo de los memes y los videojuegos.
Ambos estaban atados a un sistema en el que el significado deriva principalmente de la capacidad de infligir violencia a los demás. Kirk a través de las estructuras de poder opresivas existentes; su asesino a través del cañón de un arma.
Kirk ejercía su influencia a través de Internet, avivando el resentimiento y la ira online. El nihilismo y la alienación de su asesino se alimentaban de pantallas en las que un mundo oscuro y sin valor de los videojuegos se fusionaba con un mundo oscuro y real en el que matar de hambre a los bebés se ha convertido en algo normal.
Por supuesto, ese tipo de paralelismo no es algo que la derecha MAGA pueda tolerar. Porque no acusa a una «izquierda» imaginaria, sino a la propia visión de la derecha de unos Estados Unidos en los que impera la ley del más fuerte, en los que se han eliminado los modelos de solidaridad y los valores compartidos. Unos Estados Unidos en los que sólo cuenta la fuerza.
Se culpará a «la izquierda» del asesinato de Kirk, sea cual sea la verdad. Porque la lógica del sistema político estadounidense, basada en la violencia estructural hacia otros dentro y fuera del país, mucho anterior a la llegada de Trump a la Casa Blanca, excluye necesariamente un verdadero examen de conciencia.
El imperio estadounidense, que se está quedando rápidamente sin fuerza y legitimidad, necesita chivos expiatorios. Durante décadas, estos han sido suministrados en campos extranjeros, donde Estados Unidos ha optado por exportar su violencia en una supuesta guerra contra «terroristas».
Ahora, una superpotencia estadounidense en declive necesita racionalizar sus fracasos —sus crímenes monstruosos y evidentes en el extranjero y el colapso económico en el país— en términos similares, como una guerra contra los terroristas nacionales.
El verdadero terrorismo lo inflige una clase política bipartidista estadounidense que sólo se preocupa por su propio enriquecimiento y está dispuesta a utilizar cualquier tipo de violencia que sea necesaria para proteger su posición y su riqueza.
No nos equivoquemos, eso significa mucha más violencia política, precisamente por parte de aquellos que dicen ponerle fin.
Jonathan Cook es autor de tres libros sobre el conflicto palestino-israelí. Ha ganado el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Vivió en Nazaret durante veinte años, de donde regresó en 2021 al Reino Unido. Sitio web y blog: www.jonathan-cook.net.
Texto en inglés: Middle East Eye, traducido por Sinfo Fernández.