«Cuba llega a esta Conferencia a elevar por sí sola la voz de los pueblos de América y, como en otras oportunidades lo recalcaremos, también lo hace en su condición de país subdesarrollado que, al mismo tiempo, construye el socialismo. No es por casualidad que a nuestra representación se le permite emitir su opinión en […]
«Cuba llega a esta Conferencia a elevar por sí sola la voz de los pueblos de América y, como en otras oportunidades lo recalcaremos, también lo hace en su condición de país subdesarrollado que, al mismo tiempo, construye el socialismo. No es por casualidad que a nuestra representación se le permite emitir su opinión en el círculo de los pueblos de Asia y de África. Una aspiración común, la derrota del imperialismo, nos une en nuestra marcha hacia el futuro; un pasado común de lucha contra el enemigo nos ha unido a lo largo del camino.»[2]
Apenas seis años habían transcurrido del triunfo revolucionario en Cuba, sin embargo los enunciados del primer párrafo con que inicia el Che su último discurso oficial en Argel, como representante del Gobierno cubano, sintetizan el salto cualitativo emprendido por la revolución en su decisión de construir el socialismo y la esencia de tesis sustanciales que forman parte del pensamiento y la acción del Che y que obligan, pasado cuarenta y cinco años de esos pronunciamientos, a un examen valorativo acerca de definiciones, muchas de ellas polémicas para su época y su contexto histórico, y otras de singular trascendencia en los tiempos actuales, sobre todo por la persistencia y solidez de los pronósticos.
Cuánto de optimismo, de advertencia, de visión o de utopía se encierran en dos elementos claves que definieron siempre su tránsito por la lucha revolucionaria: la unidad y la marcha hacia un futuro común tamizada por la derrota del imperialismo.
La visión actual para alcanzar una correcta dimensión del profundo contenido de esas tesis, nos conduce a valorar la capacidad que tuvo para penetrar en la esencia de los problemas de su tiempo -sobre todo aquellos de importancia capital para los pueblos subdesarrollados-, al delimitar la posición de a quienes les correspondía comprometerse con acciones solidarias y en la voluntad política para hacerlo, olvidándose de que «no puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud frente a la humanidad»,[3] sin excluir, lógicamente, la actitud que debían asumir los países pobres en aras de alcanzar su verdadera emancipación.
A pesar de los inconvenientes e incomprensiones que encontraba en algunas tendencias y posiciones, cuánto de necesidad y de disyuntiva significaban en la lucha hacia el futuro. Esto último reviste una verdad irrefutable, porque su capacidad analítica le confiere a su teoría un valor inestimable, al concebir la política desde la revolución misma para la obtención del poder político y en el que se evidencia el carácter activo de la política y su interrelación con la ética, la economía y la educación. De igual forma, ello no quiere decir que haya que caer en la repetición banal de sus posiciones, equivocando predicciones generales y praxis políticas coyunturales, con entramados surgidos precisamente por no haberse vislumbrado el sentido real de la unidad y la lucha para con lo más empobrecido del mundo. El advenimiento del neoliberalismo y el verdadero rostro de la globalización no necesitaban de un hechicero para augurar los resortes de los poderes hegemónicos, cuando desde la segunda mitad del siglo XX se vislumbraba el agravamiento de las desigualdades de todo tipo a través de los mecanismos que paulatinamente fueron imponiéndose con espacios socioeconómicos de reparto, en todo el planeta.
Lo importante del accionar del Che es que desde la multiplicidad de su pensamiento se definen, entre sus tesis más significativas, el análisis crítico acerca del papel del imperialismo y sus alianzas políticas, la forma directa y personal que asumió para involucrarse en la estrategia revolucionaria a escala internacional y la comprensión de entender los resortes del imperialismo y la revolución como un par contrapuesto, donde el uno intrínsecamente representa un fenómeno histórico contradictorio y, el otro, a los seres humanos luchando por cambiar el mundo y por eliminar las desigualdades, como zonas que hacen converger -para aquellos y estos tiempos-, a los oprimidos y explotados en lucha frontal contra los poderes omnímodos. Esas tesis y posiciones definidas en el discurso de Argel señalan la urgencia de luchar por alcanzarlas, sobre todo cuando se sabe que fueron el preludio de un camino definitorio, el internacionalismo, primero en el Congo y después en Bolivia, como cierre de un ciclo que en el Che devino perdurable.
Ese esfuerzo previo, se materializó en trasladar a ideas la esencia de una historia común que identifica a los países colonizados de Asia y África en su lucha por la independencia o los que la habían adquirido, pero enfatizando en el riesgo que correrían de convertirse en neocolonias si se repitiera el ciclo de la penetración norteamericana como hicieron en Latinoamérica. Esos enunciados van más allá de una simple caracterización, al centrarlos dentro del conjunto de los países que conformaban las regiones más atrasadas y empobrecidas:
- Identificación de la lucha, no solo en la obtención de la independencia formal, donde su eje preponderante debía enfocarse en contra de la pobreza y el atraso como la verdadera contradicción a solucionar, sino esencialmente en la necesidad de generar espacios escalonados que contribuyeran al debilitamiento del imperialismo hasta vislumbrar la posibilidad del triunfo, con la certeza de que «cada vez que un país se desgaja del árbol imperialista, se está ganando no solamente una batalla , sino contribuyendo a su real debilitamiento, y dando un paso hacia la victoria definitiva».[4]
- La defensa de la obtención de la soberanía nacional en etapas de un camino común como única opción para alcanzar una nueva sociedad más justa y desarrollada. Ese proceso es esencial pero en extremo complejo asumirlo, porque conlleva no solo el paso inicial de la soberanía política sino básicamente la adquisición de la soberanía económica como la gran batalla para eliminar la explotación.
- La unidad entre los países subdesarrollados como una alianza capaz de conducirlos por una verdadera transición socialista, con independencia de los problemas que se advertían en el modelo soviético imperante que frenaban, no solo en lo interno el desarrollo del socialismo sino que en lo externo impedían el tránsito hacia la verdadera abolición de la explotación, al convertirse, con sus políticas pacifistas y el intercambio desigual con los países dependientes, en cómplices de los mecanismos de dominación capitalistas.
- Advertencia, en términos de declive temporal, de las crisis del sistema y la pérdida relativa del dominio imperialista si se disminuye su capacidad de respuesta ante un enfrentamiento a escala universal, como táctica y estrategia de lucha a gran escala. Ha sido y es una constante del sistema ajustarse cíclicamente a determinados cambios por su potencial volumen de poder, sin embargo, la realidad es que esos ciclos abren cada vez más las brechas entre ricos y pobres por su carácter extorsionador, de ahí su importancia para frenar las posibles alianzas de la cadena imperialista y los mecanismos que ejerce para afianzar su poderío universal.
- El proyecto revolucionario definido por el Che, además de sostener la importancia de la lucha y sus posibles dimensiones, centraba su objetivo en la posibilidad de una alternativa socialista como la única válida para alcanzar la emancipación por medio de la unidad de los oprimidos, el desarrollo de una conciencia antiimperialista y una participación global que permita vislumbrar las potencialidades del proyecto.
Como es de suponer, cuarenta y cinco años atrás el discurso no fue del agrado de los sistemas predominantes en el mundo. Muchas voces desde el socialismo lo consideraron una deslealtad al ser emplazados como cómplices de la explotación del poder hegemónico al minimizar el carácter revolucionario de la unión y el establecimiento de relaciones internacionales en pie de igualdad.
Este clamor del Che no obedecía a ideas festinadas alejadas de su real comportamiento, sino que se basaban en el conocimiento y estudio de lo que estaba ocurriendo con el modelo socialista existente y el advenimiento de un futuro desmembramiento, como consecuencia de una catástrofe política y cultural en crisis derivada de la autocracia y de la falsa competencia generada por su empeño en alcanzar una equidad con el sistema capitalista, descuidando el papel central de la formación del hombre y el desarrollo de su conciencia.
El fin del siglo XX trajo un cambio del mundo marcado por una sucesión de acontecimientos que mucho tuvieron que ver con lo acontecido en las décadas de los sesenta y setenta, y aunque no se trata de realizar un inventario de débitos y haberes, sin dudas las advertencias y augurios del Che conservan su sentido de actualidad, no solo por lo que se perdió sino por lo por venir, al eliminarse muchas veces de manera violenta los posibles instrumentos de oposición para enfrentar el poder imperial.
La faz actual del mundo, marcada por el fenómeno de la globalización y el fin de conquistas alcanzadas a partir de las luchas reivindicativas logradas en años y del socialismo como sistema, más allá de sus limitaciones y debilidades, han propiciado un entramado complejo y adverso como consecuencia de conflictos en lo económico y en lo político, con una preeminencia del primero, además del agravamiento de las desigualdades de todo tipo.
La trama urdida por el poder omnímodo del capitalismo actual está determinada por la universalización de un solo mecanismo distributivo y de poder de los mercados financieros que generan desigualdades abismales, operan en contra de una socialización del poder y propician aun más un viraje político antidemocrático, con una ideología intervencionista bajo una aparente desideologización y que tiene su origen «desde que los capitalistas monopolistas se apoderaron del mundo [y] han mantenido en la pobreza a la mayoría de la humanidad repartiéndose las ganancias entre el grupo de países más fuertes».[5]
En términos particulares, los Estados Unidos se convierten en el gendarme mundial al erigirse en el poder hegemónico central, sobre todo después de septiembre de 2001 y su propia guerra contra el terrorismo, que cubre el mundo entero y le da derecho a intervenir con total prepotencia e impunidad donde consideren.
Si se compara lo analizado en años precedentes por el Che, se percibe un mayor y desigual reparto de los recursos naturales, lo que se suma al valor geoestratégico que adquieren determinadas regiones como consecuencia del daño indiscriminado al medio ambiente, amén de los conflictos cada vez más peligrosos, «peligros que no son inventados ni previstos para un lejano futuro por alguna mente superior, son el resultado palpable de realidades que nos azotan»[6]. Se incluye, bajo modalidades más abusivas, la existencia de un comercio internacional cuyo peso fundamental descansa en las multinacionales y el límite extremo impuesto a la división internacional del trabajo, tornándose para los países productores de materias primas su situación más angustiante al evolucionar desfavorablemente los términos de intercambios.[7]
Tales resultados hacen que en el Sur la brecha entre ricos y pobres se agudice y las desventajas se acumulen, provocando, entre otros problemas, un decrecimiento del mercado laboral, con desenfreno del predominio de zonas francas industriales, sobre todo de manufacturas al margen de la ley y con las formas más brutales de explotación. Se suma una deuda externa incontrolable como consecuencia, además, del impacto de sucesivos ajustes monetarios de los Estados Unidos, que han obligado a los países subdesarrollados a absorberla y a pagar los costos económicos y sociales de los colapsos del sistema, con la sucesión de conflictos de baja intensidad dentro del tablero de juego de los poderosos, mediante el empleo de la violencia y la anuencia de la ONU.
Se manifiesta una fuerza bruta, como afirmara el Che, «sin consideraciones ni tapujos de ninguna especie, es su arma extrema».[8] En el caso particular de África, se observa una crisis total, desgarrada por una violencia desmesurada, escasez de inversiones extranjeras, políticas nacionales inadecuadas marcadas por la corrupción, crisis de la deuda externa y aumento de las importaciones, entre otros factores.
Si se mira hacia América Latina, la existencia de tensiones permanentes resulta una constante derivada del agravamiento de las desigualdades y la pobreza, el resurgimiento de la inseguridad, la delincuencia, la pérdida de la solidaridad regional y como respuesta el resurgimiento de las luchas sociales y la recomposición de alternativas que abogan por cambios ineludibles. En contraposición, sobresale la respuesta de los Estados Unidos en la que se aumentan los presupuestos militares hacia la región al invocar una supuesta lucha contra el narcotráfico y el derecho de injerencia con modalidades tan tenebrosas, como el uso del terrorismo de Estado con el empleo de los paramilitares.
Este breve recorrido nos pone frente a disyuntivas que necesariamente habría que asumir, pues de lo contrario se acabaría atrapado por mecanismos atroces como los implementados en épocas precedentes y que condicionaron, en buena medida, lo que sucede en la actualidad. Para ello valdría la pena intentar responder a algunas de las preguntas formuladas por el Che:
¿Es posible que los países dependientes puedan alcanzar una alternativa socialista para su desarrollo? ¿Bajo qué condicionamientos debe plantearse una transición socialista teniendo en cuenta las insuficiencias naturales y regionales como la verdadera opción para eliminar la explotación y la injusticia? ¿El carácter internacionalizado de la economía actual permitiría un desafío anticapitalista? ¿Es posible construir el socialismo bajo nuestra diversidad social y con una fuerte iniciativa popular?
Una vez más desde sus alternativas más directas, pronunciadas hace ya cuarenta y cinco años, el Che nos proporciona la posibilidad de reconstruir el futuro: la necesidad de convencerse de la vialidad del proyecto socialista como expresión de la unidad entre los oprimidos y de la lucha en conjunto por alcanzar el modelo alternativo socialista, conformado sobre la base de la plena emancipación del ser humano y la radicalización de la conciencia popular, sin las cuales no se podría alcanzar.
Por otra parte, convencerse de la certeza del proyecto para poder combatir renovadas normas de dominación que tienen como propósito conceptualizarlas como una era de avance poscapitalista que pone fin a la utopía revolucionaria. Es imprescindible agudizar la capacidad de respuestas y no dejarse seducir por aparenciales soluciones que, al final, tienen como objetivo preservar las bases de la estructura de la dominación capitalista. Ahí está, como señal indeleble, la aparente y absurda solución generada en Honduras después del golpe militar de junio de 2009, cuando muchos apostaban que a estas alturas no podía suceder en América Latina, y sin embargo se ha diluido dentro de una modalidad de dictadura con fuerte protagonismo militar.
Se hace cada vez más necesario ampliar y radicalizar las bases de los movimientos sociales y las fuerzas revolucionarias para no caer en la trampa del reformismo de «nuevo tipo» o la tercera vía, que tan nefastas consecuencias pudieran acarrear a nuestras débiles economías, ni tampoco retomar soluciones obsoletas con mecanismos implantados y sectarios que frenen el poder libertario de un cambio verdaderamente socialista.
Este requerimiento tiene que ser válido para un proyecto revolucionario global que apueste por la plena liberación del hombre en toda su extensión, mediante la construcción de un bloque socialista alternativo que promueva la emancipación individual y anticapitalista y que conduzca, como expresara el Che en Argelia, «a la creación de una sociedad nueva, rica y justa a la vez». [9]
Notas
1. Guevara, Ernesto Che: Discurso pronunciado en Argelia el 24 de febrero de 1965 en el Seminario Afroasiático, Che Guevara presente, Ocean Press, Australia, 2005. 2. Ibídem, p. 356. 3. Ibídem, p. 357. 4. Ibídem, p. 357. 5. Ibídem, p. 356. 6. Ibídem, p. 361. 7. Para ampliar y profundizar en esas ideas expuestas por el Che, consultar los discursos pronunciados en Ginebra en marzo de 1964 y en Naciones Unidas en diciembre de ese mismo año. Aparecen en la edición citada. 8. Ibídem, p. 361. 9. Ibídem, p. 20.
María del Carmen Ariet es Coordinadora Científica, Centro de Estudios Che Guevara