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Chomsky, Zinn y Moore coinciden en el uso de la manipulación de los norteamericanos por medio del temor, de que este país está bajo ataque, de la guerra permanente y el papel de los medios masivos para «fabricar el consenso»

Fuentes: La Jornada

Esta elección ha puesto sobre la mesa una pregunta inevitable: ¿el pueblo estadunidense está dispuesto a relegir a un gobierno extremista autoproclamado como elegido por Dios para imponer su voluntad sobre el planeta y que explícitamente se dedica a favorecer exclusivamente los intereses de un muy reducido grupo de ricos contra la abrumadora mayoría, ¿o […]

Esta elección ha puesto sobre la mesa una pregunta inevitable: ¿el pueblo estadunidense está dispuesto a relegir a un gobierno extremista autoproclamado como elegido por Dios para imponer su voluntad sobre el planeta y que explícitamente se dedica a favorecer exclusivamente los intereses de un muy reducido grupo de ricos contra la abrumadora mayoría, ¿o no?

Muchos observadores comentan que jamás en sus vidas han visto un gobierno tan extremista como el de George W. Bush. Han aparecido varios libros recientes que cuentan con gran detalle la corrupción, manipulación y uso del poder por parte de la familia Bush para convertirse en una dinastía política sin par en la historia de este país. Hay varias películas, incluida Fahrenheit 9/11, que documentan las mentiras, los engaños y el cinismo de este gobierno. No hay nadie semiconsciente en este país que no se haya enterado, por los medios, de que no se encontraron las famosas armas de destrucción masiva, que fueron el pretexto para la invasión de Irak en la que han muerto más de mil jóvenes estadunidenses, otros 7 mil han resultado heridos, y ni hablar de las decenas de miles de muertos y heridos iraquíes.

No hay nadie que no se pueda enterar de que la política económica de Bush ha beneficiado a sólo 10 por ciento más rico del país al costo de millones de empleos perdidos o que su reforma de salud fue un engaño que costará mucho más de lo anunciado. No hay nadie que no haya visto las fotos de la prisión iraquí de Abu Ghraib y que la tortura es parte de la política oficial de Estados Unidos, que este país ha violado la Convención de Ginebra. Tampoco nadie puede negar que hubo vínculos íntimos del gobierno de Bush con los casos de corrupción empresarial más escandalosos de la historia estadunidense, empezando con Enron y Worldcom y acabando con Halliburton afectando a cientos de miles de ciudadanos. Nadie puede negar que este gobierno ha pisoteado la carta de derechos de la Constitución, condicionando y poniendo bajo sospecha la libertad de expresión.

¿Cómo explicar el fenómeno?

Estos son sólo algunos hechos, la lista es larga. Con todo esto a la luz pública, ¿cómo se explica que en el terreno electoral, la candidatura de Bush aún goza de un apoyo masivo y que este concurso que culminará en menos de 50 días aún esté técnicamente empatado? ¿Será cierto que un amplio sector del pueblo está enamorado del imperialismo? ¿Será que muchos aquí estarán de acuerdo con sofocar y pervertir los supuestos principios democráticos y derechos humanos que todos aquí aprenden en la escuela como fundamentos de su nación? ¿La ultraderecha ha conquistado a este pueblo?

Noam Chomsky, Howard Zinn, John Berger y Michael Moore, entre otros críticos destacados, han intentado explicar este fenómeno. Todos coinciden en que la manipulación del pueblo por medio del temor, de que este país está bajo ataque, de la guerra permanente y el papel de los medios masivos para «fabricar el consenso». Una nueva película documental abre con una cita de alguien que comenta que tan fácil es hacer que el pueblo siga los deseos de los líderes de una nación: «todo lo que uno tiene que hacer es decirles que están bajo ataque». Momentos después se identifica quien lo dijo: Hermann Goring en los juicios de Nuremburg.

Moore, tanto en Bowling for Columbine como en Fahrenheit 9/11 explora magníficamente el uso del temor para controlar la opinión pública, y Zinn ha escrito mucho sobre que esto no es nada nuevo sino una parte integral de la historia moderna de este país, junto con la imposición de una «amnesia histórica» colectiva, en la que el pueblo estadunidense es manipulado fácilmente cuando el sistema educativo y los medios se encargan de borrar su propia historia.

«La propaganda requiere una red de comunicación para que pueda sistemáticamente sofocar la reflexión con consignas emotivas o utópicas… La propaganda invariablemente sirve a los intereses de largo plazo de alguna elite», escribió recientemente John Berger. En esta coyuntura no cabe duda de que los encargados de la propaganda del gobierno de Bush son maestros de este arte si se les mide por los resultados.

Estos críticos y más -hasta el conservador Pat Buchanan en su nuevo libro- también coinciden en que el Poder Ejecutivo fue tomado por asalto por un grupo extremista de la cúpula política -a veces llamados los neoconservadores- para imponer su agenda de emplear el poder estadunidense para promover los intereses de un sector poderoso del empresariado y una agenda ultraconservadora. Algunos dicen que este grupo en el poder ha «secuestrado» al país.

Berger sintetiza, en un artículo reciente en The Guardian, el diagnóstico de muchos de los críticos pensantes: «una política económica que crea una riqueza colosalmente creciente rodeada por una pobreza desastrosamente creciente necesita -para sobrevivir- una guerra continua con algún enemigo extranjero inventado para mantener su propia orden y seguridad interna. Requiere de guerra incesante».

Los republicanos en su reciente convención nacional en Nueva York abiertamente emplearon esta táctica. Una y otra vez se ofrecieron las imágenes de los atentados del 11 de septiembre de 2001, y se elogió la valiente respuesta del gobierno de Bush. El comandante en jefe ofreció un discurso cuyo eje fue la «guerra contra el terrorismo», salpicada de referencias sobre como los estadunidenses son las fuerzas del bien que se enfrentan contra las del mal en todo el mundo, y cómo este pueblo ha sido escogido por Dios para defender la misión divina de la libertad. Pero su discurso, y el de decenas de oradores más, no fue sorprendente, aunque sí la respuesta de las bases, unos 30 mil fieles reunidos ahí.

Con las venas saltando de sus frentes y gargantas, con miradas de un éxtasis algo demenciales, los delegados y sus familias respondían a cada declaración de guerra, de elogio a los «ideales» patrióticos, de cómo este país es la última y única esperanza mundial, y de su misión heroica con coros ensordecedores de «USA, USA, USA». O sea, esto ya no eran expresiones de aprobación entusiasta de un programa político o propuestas electorales, esto ya entraba en un ámbito puramente emocional e irracional, de un espectáculo entre circo romano y evento religioso masivo.

La «guerra cultural»

Algunos dicen que el debate político nacional y la polarización social ya no giran en torno a propuestas sobre política exterior, salud, educación, economía u otros temas tradicionales, sino que el país está dividido por lo que se llama una «guerra cultural». O sea, son temas como el aborto, el matrimonio, los derechos de la comunidad gay, el derecho de tener armas, y el papel de la religión en la política que determinan el debate. Esto fue un factor clave en las últimas elecciones presidenciales, donde no pocos analistas siguen creyendo que el apoyo en favor del control de armas por parte del candidato demócrata Al Gore fue lo que finalmente le costó la elección. Muchos también señalan que esto fue el contenido de la ofensiva política contra Bill Clinton -no sobre sus propuestas políticas- sino su «carácter» y claro, el famoso caso de Monica Lewinsky que casi le costó la presidencia.

Por lo tanto, los partidarios de Bush simplemente no van a votar por ningún motivo en favor de un demócrata, a pesar de los engaños, mentiras, y sospechas de corrupción en la Casa Blanca actual, ya que no comparten los mismos «valores culturales» de John Kerry. Al igual con los demócratas que jamás podrán votar por un presidente que usa la Biblia como escudo y a Dios como su líder. Por lo tanto, concluyen analistas, esta pugna electoral se determinará por unos cuantos millones que no están convencidos por ninguno de estos dos candidatos, y que no son participantes firmes en esta guerra cultural.

Es fácil entender que un amplio grupo de los más ricos en este país votará por Bush. Su reforma fiscal los ha beneficiado directamente, y la gran mayoría de éstos no están preocupados por las implicaciones nocivas de esta política económica a largo plazo (un déficit presupuestal sin precedente, niveles peligrosos de deuda nacional, corrupción en Wall Street, etcétera) ya que están muy satisfechos con los cientos de miles de dólares que se ahorran por los recortes de sus impuestos; el regalo de Bush.

Pero eso no explica por qué tantos millones de personas de clase media y hasta trabajadores siguen apoyando a Bush y a su guerra eterna. A fin de cuentas la abrumadora mayoría de familias que envían sus hijos a esa guerra son pobres, y millones más están sufriendo los efectos de su política económica aquí en casa.

División del electorado

La realidad objetiva es que la mitad del electorado que históricamente ejerce su derecho al voto está casi igualmente dividida, y que esta elección se trata de quienes apoyan a Bush y quienes se oponen, más que un concurso entre Bush y John Kerry. Pero el resultado en gran medida -consciente o inconscientemente- será un endoso del uso de la fuerza para imponer una agenda imperial o un rechazo de esta opción como expresión -manipulada o no- de este pueblo.

«De que un hombre pueda tomar placer en marchar de cuatro en cuatro a la tonada de una banda es suficiente para hacerme odiarlo. Sólo se le ha dado su gran cerebro por error; una médula espinal desprotegida es lo único que necesitaba. Este punto de plaga de la civilización debería ser abolido tan pronto sea posible. El heroísmo por orden, violencia insensata y toda la tontería detestable que se pasa con el nombre de patriotismo ¡Qué tan apasionadamente lo odio! ¡Qué tan vil y despreciable me parece la guerra! Prefiero que me deshagan en pedazos que tomar parte en un negocio tan abominable. Mi opinión de la raza humana es suficientemente alta para creer que este engaño hubiera desparecido hace mucho tiempo, si la sana razón de los pueblos no hubiese sido sistemáticamente corrompida por los intereses comerciales y políticos actuando a través de las escuelas y la prensa», dijo Albert Einstein en 1931.

Pero todo podría acabar también con otro aforismo de Einstein: «La mayoría de lo estúpido es invencible y garantizado para todos los tiempos. Sin embargo, el terror de su tiranía es aliviada por su falta de consistencia».

Finalmente, Einstein podría tener razón en advertir contra cualquier intento de entender esto de alguna manera sistemática: «Los contrastes y contradicciones que pueden convivir pacíficamente hombro a hombro en un cráneo hacen que todos los sistemas de los optimistas y pesimistas políticos sean ilusorios».