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Túnez

Comentarios sobre la revolución con motivo de las elecciones (II)

Fuentes: indigenes-republique.fr

Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Cólera y desconcierto

Así, el establecimiento del gobierno dirigido por Béji Caïd Essebsi y la instauración de la Alta Instancia correspondió a un endurecimiento de las fuerzas de seguridad y de la represión de las movilizaciones. La principal oportunidad para ello la proporcionó el desencadenamiento, en unas condiciones oscuras, de una de las crisis más importantes que ha conocido el país desde la violencia que siguió a la caída de Ben Ali. Tras la decisión de la Alta Instancia de excluir del proceso constituyente a los antiguos responsables del RCD se organizaron manifestaciones de miembros de este partido. Como después de la caída de Ben Ali, se tiene noticia de la evasión simultánea de cientos de presos comunes de varios centros de detención. Es el momento que elige el ex ministro del Interior, Farhat Rajhi [1], para conceder una entrevista, que se difunde inmediatamente en la red, en la que acusa a un hombre de negocios, conocido por su implicación subterránea en los asuntos políticos, de mover los hilos del gobierno a beneficio de los sahelianos [2]. También le preocupa ver al Estado mayor del ejército prepararse para tomar el poder en caso de que los resultados de las elecciones para la Constituyente den una mayoría a los islamistas. Mientras que las autoridades denuncian firmemente las declaraciones del ex ministro, muchas ciudades tunecinas son escenario de manifestaciones que exigen más transparencia e incluso directamente la salida del gobierno Caïd Essebsi. Son reprimidas con una brutalidad extrema. ¿Qué ocurre exactamente? No podría decirlo. Sin embargo, me parece que marcan un momento crucial en la situación.

Desde entonces, en varias ciudades del país se desencadena de manera recurrente una violencia que a menudo es sospechosa. Se multiplican escenas de saqueos, de incendios voluntarios y de destrucción de bienes públicos mientras que los movimientos de protesta degeneran bruscamente sin que se pueda determinar qué parte de espontaneidad y qué parte de provocación son el origen de esta violencia. Este tipo de altercados, que los medios de comunicación atribuyen a veces a conflictos «tribales», ya no han dejado de alterar las diferentes ciudades del país. Ya estén suscitados más o menos por ciertas esferas de poder en el marco de una estrategia destinada a crear inseguridad en el seno de la población o ya sean simplemente la consecuencia de la descomposición de los dispositivos de dirección y de control del Estado, o que a esto se le pueda añadir la cólera e impaciencia de una población desatendida, sin embargo esta violencia ha contribuido a inhibir las movilizaciones y a sembrar el desconcierto entre muchos tunecinos. Estos siguen estando inquietos y desanimados al constatar que si bien las controversias políticas estaban vivas en los platós de televisión, seguía siendo igual de difícil llegar a fin de mes. La dinámica revolucionaria sale muy debilitada de ahí. Continúan aquí y allá las movilizaciones, las huelgas en las empresas, pero parece que se ha detenido el impulso revolucionario de las primeras semanas. La relación de fuerzas se degrada en detrimento de las clases subalternas que asisten, con mucha frecuencia distantes, a la preparación de unas elecciones cuyos retos les parecen muy lejos de sus preocupaciones reales, mientras que los partido políticos se pierden en una polémica que para la gran mayoría de los tunecinos no tiene razón de ser, la relación entre la política y lo religioso.

El desconcierto que caracterizó a las clases populares en el curso de los últimos meses se manifestó de manera particularmente clara durante las elecciones. Así, a pesar de la enormidad de los medios desplegados, la campaña organizada para incitar a los 7 millones y medio de electores a inscribirse en las listas electorales no suscitó el entusiasmo esperado. Lejos de ello. Los tunecinos, sobre todo en los barrios y en las regiones más desheredadas, no se apresuraron a regularizar su situación hasta el punto de que al final del plazo establecido por la Instancia Superior Independiente para las Elecciones (ISIE), la autoridad encargada de las elecciones, decidió que los no inscritos podrían votar simplemente presentando su carné de identidad. El escrutinio también estuvo marcado por esta relativa indiferencia. En efecto, la tasa de participación se eleva a menos del 52%. Es una cifra que para unas elecciones que coronan un proceso revolucionario expresa cuando menos una cierta indiferencia ante una competición política cuyos retos a menudo han parecido indescifrables a ojos de muchos tunecinos.

En efecto, si hay un punto sobre el que no se han equivocado los sondeos preelectorales es sobre la la indecisión manifestada por muchos, al menos una tercera parte del cuerpo electoral, la propia víspera del escrutinio. Es cierto que las condiciones en las que se desarrollaron las elecciones no podían sino añadir más desconcierto respecto a una revolución de la que las clases populares percibían que se les escapaba a beneficio de las clases medias y de sus elites. Así, por los 217 escaños de la Asamblea competían más de 1500 listas que representaban a más de 10.000 candidatos pertenecientes más de la mitad de ellos a decenas de partidos diferentes, la mayoría de los cuales sólo tenían unos meses de existencia y el resto pertenecían a un montón de listas independientes. En cada circunscripción se disputaban los sufragios de los electores varias decenas de listas, a veces casi una centena, que desarrollaban unos programas y consignas a menudo muy cercanos. Durante la campaña electoral los tunecinos se han visto desbordados de octavillas y de invitaciones a participar en reuniones públicas. Se les ha acribillado con discursos monótonos y sin sorpresas, bastante similares, difundidos cuatro horas al día por las cadenas de televisión y las emisoras de radio (tantos anuncios electorales como listas que competían).

La mala sorpresa: Hechmi Hamdi

No es posible proponer un análisis detallado de los sufragios emitidos mientras los resultados que se han hecho públicos conciernan sólo a las circunscripciones. A esta escala se observa en primer lugar que contrariamente a sus rivales Ennahdha obtiene un resultado importante aunque desigual en todas las regiones del país y probablemente en el seno de todas las clases de la población. Al margen del gran sur desértico donde consigue más del 50% de los sufragios, sus mejores resultados los obtiene, como los demás partidos, en la mitad este del país. También obtiene buenos resultados en la región de Gafsa (sudoeste). En otras palabras, en general la audiencia de Ennahdha es más fuerte en las circunscripciones en las que el tejido urbano, administrativo, industrial y comercial es más denso. A falta de cifras más precisas ya es posible avanzar que las clases medias y los trabajadores asalariados han votado masivamente por Ennahdha.

En efecto, aunque desestructurado por la represión durante muchos años Ennahdha conservó la fuerte audiencia que había logrado conquistar a lo largo de la década de 1980, al contrario de los demás partidos más reducidos de la oposición. Muy rápidamente después de la huida de Ben Ali logró hacer abstracción de las divergencias entre sus dirigentes principales y reconstruir una organización que ha invadido el conjunto de los espacios sociales, sobre todo en las ciudades pequeñas y en los barrios populares donde rápidamente pareció una autoridad alternativa o cuando menos una fuerza con la que todo el mundo debía transigir ya que reconfiguró muchas redes de poder local en torno a ella. Esta legitimidad adquirida a través del control del «terreno» se vio reforzada muy probablemente por una hábil estrategia de oposición al poder establecido. Al tiempo que desarrollaba unos canales de negociación masivos, Ennahdha se mantuvo siempre al margen de los gobiernos que se sucedieron desde el 14 de enero; igualmente, sin tratar por ello de desarrollar la dinámica revolucionaria se situó al lado de las movilizaciones más importantes como Kasbah I y Kasbah II. Además, si a semejanza de los demás partidos movilizó en el curso de esta campaña electoral los argumentos de la democracia, de la justicia social y de la lucha contra la corrupción, es el único que puso la identidad islámica en el centro de su enfoque. Figuró no como el partido de una interpretación particular del islam, vinculado a un proyecto político específico, sino simplemente como el partido del islam. Inscribiendo el laicismo en el centro del debate político o convirtiendo a Ennahdha en el partido que había que derrotar, las corrientes «modernistas» contribuyeron así a poner a Ennahdha en el centro del juego político y a convertir el respeto al islam en el único reto identificable en medio de la gran confusión que marcó esta campaña. Los partidos democráticos y de izquierda que se negaron a participar en la polémica emprendida por los «modernistas» se vieron obligados a posicionarse de un modo u otro en relación a esta controversia.

Ahora bien, el islam constituye la referencia más familiar y más próxima de la cotidianidad cultural de los tunecinos. Y esta referencia es tanto más fuerte cuanto que el diagnóstico espontáneo del autoritarismo y de las prácticas del sistema de Ben Ali movilizó unas categorías morales, incluso sobre las cuestiones sociales y económicas (corrupción, favoristismo etc.). Lo que los tunecinos reprochan al régimen de Ben Ali es su inmoralidad. Al contrario, debido a la dimensión principalmente moral que le asocia a menudo su lectura popular, puede parecer que el islam contiene unas respuestas a los problemas de la sociedad. Más que la muy confusa retórica política de los principales rivales de Ennahdha, la referencia al islam converge con la necesidad de reconocimiento y de dignidad expresada con fuerza desde el inicio de la revolución. No se trata de decir que las cuestiones sociales y políticas no participaron en el contenido concreto de las protestas que llevaron a la expulsión del dictador, sino que los dispositivos de gobernabilidad instaurados por el régimen de Ben Ali integraban, como uno de sus principios, la descomposición de las formas de solidaridad y de reconocimiento intersubjetivas e institucionales, lo que engendró una infravaloración de sí mismo individual y colectiva, de la que en el sentido inverso ha sido testimonio el arrebato de orgullo que se expresó en todos los medios sociales desde el anuncio de la partida de Ben Ali.

Efectivamente, para muchos tunecinos esta dignidad recuperada se asocia a la modernidad europea a la que se supone que la caída del dictador abre por fin el camino. Para otras personas que son más numerosas y a veces las mismas no se puede comprender la dignidad sin la revalorización de una manera de estar en el mundo constitutiva de su identidad, de una cultura de la que tanto el islam como la lengua árabe son inseparables, un islam del que sólo Ennahdha, entre los principales partidos que compiten para la Constituyente, se presenta como ardiente defensor. Ante esta exigencia de dignidad cuyas disposiciones religiosas podrían chocar con las formas laicas del «vivir juntos» y de la política a las que aspiran los eurotunecinos, estos últimos no tendrían otra cosa que oponer que algunas fórmulas muy inaudibles: 1) El islam es muy importante, pero es más importante todavía dejarlo de lado, 2) El islam de Ennahdha no es ni el «bueno» ni el «verdadero» islam.

En realidad, el resultado global que permitió al movimiento Ennahdha ganar estas elecciones quizá es menos significativo que los resultados más débiles que obtuvo [3], es decir, tanto para él como para los demás partidos importantes, en las regiones semi-rurales y poco industrializadas del centro oeste del país, en estas ciudades, abandonadas por todos los gobiernos desde la Independencia, cuya revuelta en diciembre anunció el final del régimen de Ben Ali. En Sidi Bouzid, por citar solo esta ciudad, Ennahdha obtiene uno de sus resultados más débiles. En cambio, muchas listas pequeñas obtienen ahí unos resultados no desdeñable que les permiten obtener parlamentarios. Más inesperado todavía, ganan en la circunscripción los candidatos de la «Petición Popular» (El Aridha). En otras ciudades del centro oeste El Aridha también obtiene buenos resultados. También en otros lugares (sobre todo en Cap Bon) sus resultados están lejos de ser desdeñables. En total estas listas, surgidas de la nada, obtienen 26 escaños lo que las sitúa en tercera posición en el seno de la Asamblea Constituyente.

Antes de proseguir, evidentemente hay que decir algunas palabras de estas listas constituida por un personaje muy turbio, Hechmi Hamdi. Miembro de Ennahdha, en 1999 se había visto obligado a refugiarse en Londres donde funda una cadena de televisión (Al Mustaqila) que en un momento dado permitió expresarse con toda libertad a muchos oponentes. Aunque abandonó Ennahdha desde 1992 estuvo implicado en unas negociaciones discretas entre en su antiguo partido y el poder tunecino antes de defender a capa y espada la dictadura y transformar su cadena en un órgano de propaganda al servicio de la pareja presidencial. Después de la revolución y convertido en riquísimo hombre de negocios, se presentó como el sucesor natural de Ben Ali de Cartago, fundó el «Partido Conservador Progresista», del que pocas personas habían oído hablar hasta entonces, y estableció las listas electorales conocidas bajo el nombre de El Aridha. Siempre desde Londres, hizo campaña en su propia cadena de televisión y prometió sobre todo atención médica gratuita a toda la población y 200 dinares (100 euros) de subsidio mensual a todos los parados (lo que, a decir verdad, no era más estúpido que las grandes promesas abstractas enunciadas con énfasis por los principales candidatos). Al haber provocado unos violentos altercados en la región de Sidi Bouzid, la Instancia Superior Independiente para las Elecciones había invalidado 6 de las listas de Hechmi Hamdi, con el apoyo de toda la clase política (los recursos presentados ante el tribunal administrativo anularon la mayoría de sus decisiones). Sus detractores denuncian el carácter demagógico de su campaña y, sobre todo, la implicación de las redes benalistas con las que el ex militante de Ennahdha estaría íntimamente relacionado. La acusación es plausible. También se acusa a sus partidarios de haber ido puerta a puerta distribuyendo dinero o prometiendo a cada uno una retribución sustancial en caso de victoria de El Aridha en las elecciones. Es posible. Aún así, esto apenas explica por qué tantos tunecinos confiaron en Hechmi Hamdi ni por qué en las mismas ciudades que se habían levantado contra Ben Ali y sus redes estas últimas habrían logrado obtener un apoyo tan amplio con ocasión de las elecciones.

En ausencia de datos exhaustivos sobre los resultados electorales, también resulta difícil ser afirmativo en relación a esto. En mi opinión, el avance inesperado de las listas de Hechmi Hamdi traduce la decepción y el desconcierto ambientes debidos a las batallas perdidas por el movimiento popular entre el mes de febrero y el mes de mayo. Desde ese punto de vista apenas sorprende que el apoyo a El Aridha se haya expresado sobre todo en Sidi Bouzid. Las regiones en las que El Aridha ha logrado el máximo de votos son precisamente aquellas en las que fue más decidido el compromiso a favor de la revolución, aquellas en las que las necesidades y las expectativas eran mayores, aquellas que no han visto llegar ninguna medida a su favor y que han constatado una vez más que las elites urbanas de las zonas de la coste este monopolizan la política y, sin la menor duda, en su propio beneficio. En estas condiciones muchas de las personas que no renunciaron a votar privilegiaron sin duda sus intereses materiales más inmediatos o confiaron en los notables locales y en las redes clientelistas tradicionales. En otras palabras, me parece que el voto a El Aridha se debe explicar en gran medida por el reflujo de la revolución y por la degradación de las relaciones de fuerzas políticas en detrimento de las capas sociales más desfavorecidas.

Notas:

[1] Nombrado ministro del Interior en el segundo gobierno formado por Mohamed Ghannouchi, este magistrado suscitó en seguida un fenómeno de rechazo en el seno de su ministerio. Fue sustituido el 28 de marzo por Habib Essid, jefe de gabinete de varios ministros bajo Ben Ali.

[2] Desde la independencia los tunecinos ordinarios del Sahel, y más precisamente de la región de Sousse-Monastir en la que nació Bourguiba, fueron privilegiados por el régimen. Farhat Rajhi los acusa de «no querer dejar el poder».

[3] Salvo la reserva de que, siendo las prácticas políticas lo que son, no puedo excluir que antes de las elecciones se haya podido llegar a unos acuerdos discretos de reparto de unos territorios entre Ennahdha, preocupada de no encontrarse sola en el poder, y otras fuerzas menos populares. Es evidente que estos acuerdos sesgan el análisis de los resultados.

Fuente: http://www.indigenes-republique.fr/article.php3?id_article=1510