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Como estadounidense soy… cómplice de asesinato

Fuentes: Counterpunch

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

La violencia causada por las armas de fuego ha acaparado gran parte del debate nacional desde la masacre de Newtown, Connecticut, que supuso una nueva sacudida. La cuestión más difícil de resolver es saber que podría hacerse para impedir o prevenir futuras tragedias.

Se suele asumir implícitamente que estos sucesos espantosos son intolerables para la psique nacional; que son tan contrarios a la buena conciencia que se debe hacer, y que se hará algo al respecto.

Pero existe otra posibilidad: que lleguemos a acostumbrarnos a este tipo de cosas. Descartar esta opción es desconocer el estado actual de la psique nacional y de su cultura.

Martin Luther King afirmó que este país era el mayor productor de violencia del mundo, lo cual era cierto entonces y sigue siendo cierto en nuestros días. Hizo estas declaraciones en el contexto de la Guerra del Vietnam, aunque también se refería a la violencia que se manifestaba en las propias calles de Estados Unidos.

Si comparamos el número de víctimas mortales de aquel conflicto, las 58.000 bajas norteamericanas frente a los 2 o 3 millones de víctimas indochinas, obtenemos una proporción de muertes de aproximadamente 35-50 a 1. Esta relación sigue siendo exagerada en la guerra de Iraq, donde se produjeron 4.800 bajas norteamericanas frente a una estimación que oscila entre los 100.000 y el millón de muertos iraquíes, en una proporción que supera el 200 a 1. Algo parecido tenemos en Afganistán. Esta relación de muertos nos hace pensar más en masacres que en batallas.

Podemos hacer una comparación interesante entre la posición de Martin Luther King y la postura actual de la gente sobre la cuestión de la violencia nacional. Cuando el Dr. King adquirió importancia en el ámbito nacional se le empezó a tratar como a un enemigo del Estado. Fue perseguido por el FBI y por su director en persona, J. Edgar Hoover, cuyo evidente desprecio inculto por el reverendo debería haber matado de vergüenza a la institución que presidía.

En la actualidad, el Estado se ha apropiado de la buena reputación de su antiguo enemigo, proclamando fiesta nacional en su honor el Día de Martin Luther King Jr., como si ese prestigio no tuviera nada que ver con su oposición a las políticas del Estado. Se podría afirmar que se honraría mejor su memoria si las personas más próximas a él, su familia y amigos, hubieran rechazado este honor, pues le sentaba mejor el papel de enemigo, y si hoy viviera seguiría siéndolo.

Así que, por un lado tenemos al gobierno de EE.UU. celebrando el «sueño» de Martin Luther King, mientras se exime a sí mismo de facilitar lo necesario para que dicho sueño se haga realidad. Y por otro, una sociedad más sensible a los estallidos de violencia que evita ingenuamente situarlos dentro de un contexto más amplio. Desde el punto de vista del Estado, es bueno que la gente siga soñando.

El sueño de King puede aprovecharse para crear un gran sueño nacional, y la sociedad soñadora actual es el resultado de un programa de adoctrinamiento cuidadosamente preparado, cuyo objetivo es convencer a las masas de que están en el lado «bueno» y que nuestra violencia es siempre necesaria para promover el bien mayor y que, por tanto, puede perdonarse. O, mejor aún, no verse. Es invisible.

Si despertáramos de ese sueño, descubriríamos que el gobierno y las instituciones están cada vez más alejados de la ley, que la sociedad pone el beneficio individual por encima del colectivo, que existe un hipermilitarismo que penetra en toda la cultura y que las fuerzas armadas sirven para implementar los planes de dominación mundial de las élites gobernantes, que nos manchan con sangre a todos.

Si despertáramos del sueño descubriríamos un capitalismo vandálico, depredador y avaro que drena la vida de las ciudades del país mientras construye catedrales cada vez más altas en Wall Street; veríamos a personas importantes cuidando de otras personas importantes mientras las personas comunes se hunden hasta el fondo.

Éste es el sistema estadounidense de hoy en día. Quienes viven de sus migajas y confían en que sus representantes electos mejorarán la situación deberían reconocer que esos mismos representantes son responsables de muchas otras matanzas, miles de ellas, como la de Newton (incluyendo a niños, por supuesto) a las que nos hemos acostumbrado.

Usted y yo no somos responsables por lo ocurrido en Newtown. Es demasiado complejo imaginar la relación entre vivir en una sociedad violenta y militarista y un suceso individual y psicopático como el de Newtown. Lo uno no desencadena necesariamente lo otro.

No obstante, hay algo por lo que sí somos responsables colectivamente. Podemos aceptar mejor las masacres que «nosotros» les provocamos a «ellos», que las que «ellos» nos hacen a «nosotros». Es una respuesta primitiva pero persistente. Sin embargo, en conjunto, todos somos responsables de las acciones de nuestro propio gobierno.

Si los dirigentes que hemos elegido matan, nosotros matamos. Es así de simple porque ellos nos representan. Y la respuesta a por qué algunos siempre criticamos a los estadounidenses en primer lugar, es también muy simple: porque soy estadounidense.

Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/04/16/murder-by-representation/

Se puede contactar con el autor en [email protected]