Recomiendo:
0

El gran discurso de Harold Pinter y cómo la CIA puede haber silenciado a Paul Robeson

Cómo la CIA pagó por los artículos de Judy Miller

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

La era Bush ha venido acompañada por una robusta simpleza en el negocio de la administración de las noticias: compran a los periodistas que publican noticias favorables y, a los que le son hostiles, si piensan que se pueden salir con la suya, los matan a tiros o con bombas.

Como en muchas otras cosas en la era Bush, lo nuevo es el descaro con el que se implementan estas estrategias. Respecto a estas últimas en sí, no hay nada fundamentalmente nuevo, ni en el soborno por la cobertura, ni en los asesinatos, como lo sugiere el asesinato en 1948 del reportero de CBS George Polk. Polk, al que encontraron flotando en la Bahía de Salónica después de recibir un tiro en la cabeza: se había convertido en un serio inconveniente para una preocupación primordial de las operaciones clandestinas de EE.UU. de la época: el ataque contra los comunistas en Grecia.

Hoy tenemos la saga cómica del Pentágono que va a buscar un subcontratista basado en Washington, el Grupo Lincoln, para que escriba y traduzca para la distribución a los medios noticiosos iraquíes historias reconfortantes sobre los éxitos de los militares de EE.UU. en Irak. Apuesto a que el público iraquí que lee los periódicos se siente sorprendido al terminar por conocer por fin la verdad.

Llegan más o menos al mismo tiempo noticias del plan de Bush, planteado a Tony Blair en abril de 2004, de bombardear la central de Al Jazeera en Qatar. Blair argumentó contra el plan no, parece, por razones morales sino porque el ataque podría provocar ataques de represalia.

Hubo un ataque anterior contra Al Jazeera en 2001 en la oficina del canal en Kabul. En noviembre de 2002, la Fuerza Aérea de EE.UU. volvió a atacar el objetivo y esta vez logró hacerlo volar. Los militares de EE.UU. afirmaron que no sabían que el objetivo era una oficina de Al Jazeera, sólo un «sitio terrorista».

En abril un caza bombardero de EE.UU. atacó y mató a Tariq Ayub, reportero de Al Jazeera sobre el techo de la oficina del canal en Bagdad. La cadena árabe había tratado de prevenir algún ataque «accidental» dando al Pentágono la ubicación exacta de su local en Bagdad. Ese mismo día, las fuerzas de EE.UU. en Irak mataron a otros dos periodistas, de Reuters y de una cadena de televisión española, y bombardeó una oficina de la televisión de Abu Dhabi.

Respecto al asunto de la colocación paga de historias en la prensa iraquí ha habido algunos resoplidos en EE.UU. entre las clases formadoras de opinión sobre los peligros de «envenenar el pozo» y la extrema importancia de inculcar respeto en la mente iraquí por las gloriosas tradiciones del periodismo desprejuiciado, insobornable, como se practica en la Patria Usamericana. Christopher Hitchens, apacible cuando de trata de torturas, bombardeos indiscriminados y atrocidades similares, aulló que los instigadores usamericanos de esta estrategia de «todas-las-noticias-que-conviene-comprar» debían ser despedidos.

En realidad, es un signo alentador respecto a la inventiva de esos editores iraquíes que se las arreglaron para que les pagaran por imprimir la publicidad del Pentágono. Aquí, en la Patria, los editores se enorgullecen cuando realizan el mismo servicio, sin remuneración.

¿Le pasó disimuladamente dinero la Casa Blanca a Judy Miller para que exagerara las armas de destrucción masiva de Sadam? Estoy seguro que no y que el único dinero que recibió Miller fue su sueldo normal del Times.

Pero eso no significa que Nosotros Los Contribuyentes no hayamos terminado por pagar la cuenta por la propaganda de Miller. Ya la pagábamos, puesto que las historias de Miller provenían en su mayoría de los tránsfugas que ponía a su disposición el grupo de Ahmad Chalabi, el Congreso Nacional Iraquí, que en la primavera de 2004 todavía seguía recibiendo 350.000 dólares al mes de la CIA, pagos realizados en parte para que el CNI produjera «información» desde el interior de Irak.

Tampoco significa que cuando se dedicaba a verter sus contrasentidos en las columnas de noticias del New York Times, Judy Miller (o sus editores) no hayan sabido que los tránsfugas del CNI estaban vinculados a la CIA por un sendero remunerado. El mismo sendero fue descrito en considerable detalle en «Out of the Ashes», escrito por mis hermanos Andrew y Patrick Cockburn, publicado en 1999.

En ese excelente libro, estudiado de cerca (y frecuentemente saqueado sin atribución de origen) por periodistas que informaban sobre Irak, los autores describieron como el grupo de Chalabi fue financiado por la CIA con inmensas sumas de dinero – 23 millones de dólares sólo en el primer año – invertidos en una campaña de propaganda contra Sadam, subcontratada por la Agencia, a John Rendon, un empresario de Washington con buenas conexiones en la CIA.

Casi desde su fundación en 1947, la CIA ha tenido a periodistas en su nómina, un hecho reconocido en tonos grandilocuentes por la Agencia en un anuncio en 1976 cuando G.H.W. Bush reemplazó a William Colby, que dice que «Con efecto inmediato, la CIA no entrará en ninguna relación pagada o contractual con ningún corresponsal de noticias a tiempo entero o parcial, acreditado por ningún periódico, servicio de noticias, periódico, radio o cadena o estación de televisión.»

Aunque este anuncio también subrayó en el texto que la CIA continuaría «apreciando» la cooperación voluntaria, sin pago, de periodistas, no hay motivos para creer que la Agencia haya realmente dejado de realizar sobornos al Cuarto Poder.

Sus prácticas a este respecto antes de 1976 han sido documentadas hasta cierto punto. En 1977, Carl Bernstein encaró el tema en Rolling Stone, concluyendo que más de 400 periodistas habían mantenido alguna especie de alianza con la Agencia entre 1956 y 1972.

En 1997 el hijo de un conocido alto funcionario de la CIA en años pasados dijo enfática, pero extraoficialmente, a un colaborador de CounterPunch, que «desde luego el poderoso y malevolente columnista Joseph Alsop «se encontraba en la nómina».

La manipulación de la prensa ha sido siempre una preocupación primordial de la CIA, así como del Pentágono. En su Historia Secreta de la CIA, publicada en 2001, Joe Trento describió cómo en 1948, el hombre de la CIA, Frank Wisner, fue nombrado director de la Oficina de Proyectos Especiales, rápidamente rebautizada Oficina de Coordinación Política (OPC). Se convirtió en la rama de espionaje y contrainteligencia de la CIA y la primera en la lista de sus funciones oficiales fue la «propaganda».

Más adelante, ese mismo año, Wisner estableció una operación con el nombre de código «Sinsonte», para influenciar a la prensa usamericana del interior. Reclutó a Philip Graham del Washington Post para que activara el proyecto dentro de la industria.

Trento escribe que:

«Uno de los periodistas más importantes bajo el control de la Operación Sinsonte fue Joseph Alsop, cuyos artículos aparecieron en más de 300 periódicos diferentes.» Otros periodistas dispuestos a promover los puntos de la CIA incluían a Stewart Alsop (New York Herald Tribune), Ben Bradlee (Newsweek), James Reston (New York Times), Charles Douglas Jackson (Time Magazine), Walter Pincus (Washington Post), William C. Baggs (Miami News), Herb Gold (Miami News) y Charles Bartlett (Chattanooga Times).

En 1953 la Operación Sinsonte había llegado a tener una importante influencia en más de 25 periódicos y agencias noticiosas, incluyendo a New York Times, Time, CBS, Time. Las operaciones de Wisner eran financiados mediante el desvío de fondos destinados al Plan Marshall. Parte de este dinero fue utilizado para sobornar a periodistas y editores.»

En su libro «Mockingbird: The Subversion Of The Free Press By The CIA», Alex Constantine escribe que en los años cincuenta: «unos 3.000 empleados asalariados y contratistas de la CIA estuvieron en su momento involucrados en esfuerzos de propaganda.»

El presidente del Comité de Servicios Armados del Senado, John Warner, dijo recientemente, a propósito de las historias publicadas por la prensa iraquí para el Grupo Lincoln, que no estaba claro si se habían violado prácticas periodísticas aceptadas por tradición. Warner puede quedarse tranquilo. El Pentágono, y el Grupo Lincoln, trabajaron como parte de una rica tradición, y su único error fue que los descubrieran.

El gran discurso de Harold Pinter y cómo la CIA puede haber silenciado a Paul Robeson

Harold Pinter no es de ninguna manera el primer enemigo elocuente del Imperio Usamericano que haya recibido el Premio Nobel de Literatura. En 1967, por ejemplo, cuando en todo el mundo aumentaba el asco por el baño de sangre perpetrado por EE.UU. en Vietnam, el comité eligió al escritor guatemalteco, Miguel Ángel Asturias, cuya obra se destaca por sus brutales descripciones de la destrucción de la democracia patrocinada por EE.UU. en Guatemala en 1954, por instigación de la United Fruit Company. (Al preguntársele su reacción ante la elección de Asturias, el alto mando de la United Fruit dijo rígidamente que jamás había oído hablar de Asturias y que no tenían comentario que hacer.)

No puedo encontrar el texto del discurso de aceptación de Asturias, pero me imagino que no rivalizaba en intensidad y furia con las descripciones hechas por Pinter de los estragos causados por el Imperio Usamericano desde 1945. Fue como si las obras de Noam Chomsky hubieran sido concentradas en un abrasador relámpago retórico. Ingresará en los libros de historia, junto con las denuncias imperecederas del imperio de los discursos que Tucídides puso en las bocas de los melianos, y Tácito en boca de Calgaco.

Estos son algunos de los párrafos más despiadados de Pinter (el discurso en su integridad apareció en Rebelión el 10 de diciembre de este año (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=23971)

Pero lo que yo pretendo mostrar es que los crímenes de los EE.UU. en la misma época sólo han sido registrados de forma superficial, no digamos ya documentados, o admitidos, o reconocidos siquiera cómo crímenes. Creo que esto debe ser solucionado y que la verdad sobre este asunto tiene mucho que ver con la situación en la que se encuentra el mundo actualmente. Aunque limitadas, hasta cierto punto, por la existencia de la Unión Soviética, las acciones de Estados Unidos a lo ancho y largo del mundo dejaron claro que habían decidido que tenían carta blanca para hacer lo que quisieran.

La invasión directa de un estado soberano nunca ha sido el método favorito de Estados Unidos. En la mayoría de los casos, han preferido lo que ellos han descrito como «conflicto de baja intensidad». Conflicto de baja intensidad significa que miles de personas mueren pero más lentamente que si lanzases una bomba sobre ellos de una sola vez. Significa que infectas el corazón del país, que estableces un tumor maligno y observas el desarrollo de la gangrena. Cuando el pueblo ha sido sometido – o molido a palos, lo que viene a ser lo mismo – y tus propios amigos, los militares y las grandes corporaciones, se sientan confortablemente en el poder, tú te pones frente a la cámara y dices que la democracia ha prevalecido. Esto fue lo normal en la política exterior de Estados Unidos durante los años de los que estoy hablando.

Estados Unidos apoyó y en algunos casos crearon todas las dictaduras militares de derechas en el mundo tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Me refiero a Indonesia, Grecia, Uruguay, Brasil, Paraguay, Haití, Turquía, Filipinas, Guatemala, El Salvador, y, por supuesto, Chile. El horror que Estados Unidos infligió a Chile en 1973 no podrá ser nunca purgado ni olvidado.

Cientos de miles de muertes tuvieron lugar en todos estos países. ¿Tuvieron lugar? ¿Son todas esas muertes atribuibles a la política exterior estadounidense? La respuesta es sí, tuvieron lugar y son atribuibles a la política exterior estadounidense. Pero ustedes no lo sabrían.

Esto nunca ocurrió. Nunca ocurrió nada. Ni siquiera mientras ocurría estaba ocurriendo. No importaba. No era de interés. Los crímenes de Estados Unidos han sido sistemáticos, constantes, inmorales, despiadados, pero muy pocas personas han hablado de ellos. Esto es algo que hay que reconocerle a Estados Unidos. Ha ejercido su poder a través del mundo sin apenas dejarse llevar por las emociones mientras pretendía ser una fuerza al servicio del bien universal. Ha sido un brillante ejercicio de hipnosis, incluso ingenioso, y ha tenido un gran éxito.

Os digo que Estados Unidos son sin duda el mayor espectáculo ambulante. Pueden ser brutales, indiferentes, desdeñosos y bárbaros, pero también son muy inteligentes. Como vendedores no tienen rival, y la mercancía que mejor venden es el amor propio. Es un gran éxito. Escuchen a todos los presidentes de Estados Unidos en la televisión usando las palabras, «el pueblo americano», como en la frase, «Le digo al pueblo estadounidense que es la hora de rezar y defender los derechos del pueblo americano y le pido al pueblo americano que confíen en su presidente en la acción que va a tomar en beneficio del pueblo americano».

Es una estratagema brillante. El lenguaje se usa hoy en día para mantener controlado al pensamiento. Las palabras «el pueblo americano» producen un cojín de tranquilidad verdaderamente sensual. No necesitas pensar. Simplemente échate sobre el cojín. El cojín puede estar sofocando tu inteligencia y tu capacidad crítica pero es muy cómodo. Esto no funciona, por supuesto, para los 40 millones de personas que viven bajo la línea de pobreza y los dos millones de hombres y mujeres prisioneras en los vastos «gulags» de las cárceles, que se extienden a lo largo de todo Estados Unidos.

Estados Unidos ya no se preocupa por los conflictos de baja intensidad. No ve ningún interés en ser reticente o disimulado. Pone sus cartas sobre la mesa sin miedo ni favor. Sencillamente le importan un bledo las Naciones Unidas, la legalidad internacional o el desacuerdo crítico, que juzga impotente e irrelevante. Tiene su propio perrito faldero acurrucado detrás de ellos, la patética y supina Gran Bretaña.

Pinter registró su discurso sentado en una silla de ruedas. Acaba de derrotar un ataque de cáncer al esófago y sufría de nuevos dolores en sus piernas. Michael Billlington, el crítico teatral de The Guardian, hizo un buen informe sobre el discurso de Pinter.

Pinter hizo uso de una variedad de tácticas: la pausa cargada, el tirón de las gafas, la mirada penetrante a la cámara. Michael Kustov, que co-produjo la sesión, me dice que después de un momento dejó de darle instrucciones a Pinter. Simplemente permitió que utilizara su instinto de actor para saber cómo reforzar una línea o aumentar el suspenso.

Aunque el contenido del discurso fue altamente político, especialmente en su disección clínica de la política exterior de EE.UU. en la posguerra, se basó en el sentido teatral de Pinter, en particular su capacidad de utilizar la ironía, la retórica y el humor, para subrayar lo que deseaba expresar. Fue el discurso de un hombre que sabe lo que quiere decir, pero que también se da cuenta de que el mensaje es más efectivo si el fervor rabínico es combinado con la elegancia oratoria. En un cierto momento, por ejemplo, Pinter argumentó que: «Estados Unidos apoyó y en algunos casos crearon todas las dictaduras militares de derechas en el mundo tras el final de la Segunda Guerra Mundial.

Después procedió a recitar de un tirón ejemplos. Pero el elemento decisivo vino cuando Pintor, con ironía deliberadamente inexpresiva dijo: «Esto nunca ocurrió. Nunca ocurrió nada. Ni siquiera mientras ocurría estaba ocurriendo. No importaba. No era de interés.» En unas pocas frases incisivas, Pinter definió la indiferencia intencional de los medios ante acontecimientos documentados públicamente. También mostró cómo el lenguaje es devaluado por el llamado constante de los presidentes de EE.UU. al «pueblo americano». Fue un argumento reforzado mediante un ejemplo devastador. Al repetir Pinter el mantra adormecedor, probó lo que quería decir de que «Las palabras ‘el pueblo americano’ aseguran un voluptuoso cojín reconfortante.» Así Pinter utilizó con brillantez un mecanismo retórico para demoler la retórica política.

Lo que más me gustó fue el humor negro del discurso. En un momento, Pinter se ofreció como escritor de discursos para el presidente Bush, una oferta que es poco probable que sea rápidamente aceptada, a la luz de su discurso. Y Pinter procedió a ofrecernos una parodia de la técnica antitética de Bush en la que los buenos y los malos son contrastados violentamente: «Mi Dios es bueno, el Dios de Bin Laden es malo. El suyo es un Dios malo. El Dios de Sadam era malo, pero no tenía ninguno. Era un salvaje. Nosotros no somos salvajes.» La cara de póker de Pinter al decir esto, sólo reforzaba su poder satírico.

Un columnista predijo, antes del evento, que nos esperaba un discurso rimbombante de Pinter. Pero no lo fue, en el sentido de una declaración bombástica. Fue un hombre que presenta un ataque contra la política exterior usamericana, y la suscripción a la misma por Gran Bretaña, con una cólera controlada y una ironía letal. Y, paradójicamente, nos recordó por qué Pinter es un dramaturgo tan formidable. Utilizó cada arma en la técnica teatral para reforzar su mensaje. Y, al final, fue como si el propio Pinter hubiera sido físicamente vuelto a cargar por el deber moral de expresar sus sentimientos más íntimos.

Señalé, después de leer el texto de Pinter, que es una señal de la debilidad del Imperio Usamericano que sus agentes no hayan logrado liquidar su nominación o que, – después de haber fracasado – no lo hayan asesinado antes de que pudiera grabar sus observaciones. Una hipérbole, pero sólo hasta cierto punto.

Consideremos el probable envenenamiento por la CIA, en un momento político tenso, de Paul Robeson, el actor, cantante y político radical negro. Como Jeffrey St Clair y yo escribimos hace algunos años en nuestro libro «Serpents in the Garden», en el verano de 1961 Robeson quería visitar La Habana, Cuba, para encontrar a Fidel Castro y a Che Guevara. El viaje nunca tuvo lugar porque Robeson se enfermó en Moscú, donde había ido a dar varias conferencias y conciertos. En su época, informaron que Robeson había sufrido un ataque al corazón. Pero en realidad Robeson se había cortado las muñecas en un intento de suicidio después de sufrir alucinaciones y una fuerte depresión. Los síntomas aparecieron después de una fiesta sorpresa que le dieron en su hotel en Moscú.

El hijo de Robeson, Paul Robeson, Jr., investigó la enfermedad de su padre durante más de 30 años. Cree que agentes de espionaje de EE.UU. suministraron a su padre un alucinógeno sintético llamado BZ en la fiesta en Moscú. La fiesta fue patrocinada por disidentes antisoviéticos financiados por la CIA.

Robeson Jr. visitó a su padre en el hospital el día después del intento de suicidio. Robeson dijo a su hijo que sintió una paranoia extrema y que pensó que las paredes de la habitación se movían. Dijo que se había encerrado en su dormitorio y que cayó en un poderoso sentido de vacío y depresión antes de tratar de suicidarse.

Robeson abandonó Moscú hacia Londres, donde lo admitieron en el Hospital Priory. Allí lo pusieron en manos de psiquíatras, que lo obligaron a sufrir 54 tratamientos de electrochoques. En esa época, los electrochoques, junto con drogas psico-activas, constituían una técnica preferida en la modificación de conductas por la CIA. Resultó que los doctores que trataron a Robeson en Londres y, después, en Nueva York, eran contratistas de la CIA. La oportunidad del viaje de Robeson a Cuba fue ciertamente un factor crucial. Tres semanas después de la fiesta de Moscú, la CIA lanzó su desastrosa invasión de Cuba en la Bahía de Cochinos. Es imposible subestimar la amenaza de Robeson, tal como era percibido por el gobierno de EE.UU., como el radical negro más famoso del mundo. Durante los años cincuenta Robeson gozaba de atención y estima en todo el mundo. Fue el Nelson Mandela y el Mohammed Ali de su época. Hablaba más de veinte idiomas, incluyendo ruso, chino, y varios idiomas africanos. Robeson tenía una relación estrecha con Nehru, Jomo Kenyatta, y otros líderes del Tercer Mundo. Su abrazo con Castro en La Habana habría debilitado seriamente los esfuerzos de EE.UU. por derrocar al nuevo gobierno cubano.

Otra preocupación urgente del gobierno de EE.UU. en esa época era la intención anunciada por Robeson de volver a EE.UU. y asumir un papel dirigente en el emergente movimiento de los derechos cívicos. Igual que la familia de Martin Luther King, Robeson había estado bajo vigilancia oficial durante décadas. Ya en 1935, el espionaje británico había estado considerando las actividades de Robeson. En 1943, la Oficina de Servicios Estratégicos, el predecesor en la Segunda Guerra Mundial de la CIA, abrió un archivo sobre su persona. En 1947, Robeson fue casi muerto en un choque de automóviles. Más tarde resultó que la rueda izquierda del coche había sido manipulada. En los años cincuenta, Robeson fue objeto de las audiencias anticomunistas del senador Joseph McCarthy. La campaña saboteó efectivamente su carrera de actuación y canto en EE.UU.

Robeson nunca se recuperó del drogado y de los tratamientos subsiguientes por doctores y psiquíatras vinculados a la CIA. Murió en 1977.

——-

Nota: Una versión anterior de la primera parte apareció en la edición impresa de The Nation, producida el miércoles pasado.

http://www.counterpunch.org/cockburn12102005.html