Traducción para Rebelión de Loles Oliván
La división de Sudán en dos Estados es un precedente peligroso. El mundo árabe tiene que extraer de ello las lecciones correctas si quiere evitar la ruptura de otros Estados árabes en enclaves étnicos y sectarios.
El nacimiento de Sudán del Sur supone ante todo un testimonio del fracaso del orden oficial árabe, del pan-arabismo, y especialmente de los proyectos políticos islamistas, para proporcionar derechos civiles e igualdad a las minorías étnicas y religiosas en el mundo árabe.
El júbilo extendido entre la gente de Sudán del Sur en su independencia del norte, predominantemente árabe y musulmán, da fe de los acumulados años de represión y alienación de un pueblo que en su mayoría nació en el mundo árabe posterior a la independencia.
Por supuesto, el gobierno británico plantó las semillas de las divisiones étnicas y religiosas en Sudán y en otras partes del mundo árabe. La intervención de Occidente e Israel ha jugado un papel crucial en el fomento de las tendencias secesionistas del sur de Sudán, y aún se beneficiarán más de la división del país.
Avi Dichter, ex ministro israelí de Seguridad interior, dijo una vez: «Hemos tenido que debilitar Sudán y privarle de la iniciativa de construir un Estado fuerte y unido. Ello es un requisito para reforzar y fortalecer la seguridad nacional de Israel. Hemos creado e intensificado la crisis de Darfur para evitar que Sudán desarrolle sus capacidades».
Pero el mundo árabe no puede limitarse a explicar la secesión como un producto de la conspiración occidental-israelí.
Fracasos árabes
En todo caso, fue el régimen represivo de Sudán junto con un incompetente y corrupto orden oficial árabe, lo que condujo a la gente legítimamente descontenta del sur de Sudán a los brazos de Occidente, e incluso a los de Israel buscando la independencia de un mundo árabe fracasado.
Los intelectuales del mundo árabe no deben consolarse a sí mismos señalando -aunque tengan razón al hacerlo- la hipocresía y el doble rasero occidental por apoyar, abrazar y reconocer al nuevo Estado del sur de Sudán mientras bloquea eficazmente la emergencia de un Estado palestino independiente.
Los árabes deben mirar sus serios errores y su fracaso moral haciendo frente al hecho de que los sudaneses del sur son un pueblo oprimido cuyas quejas se dirigieron contra el dominio árabe y no contra la dominación occidental. Es cierto que la gente de Sudán del Sur llegará a verse atrapada por los ávidos gobiernos occidentales, interesados en sus ricos recursos naturales, pero eso no cambia la realidad de que la gente del nuevo Estado celebrase el final de lo que percibía como opresión por parte de una élite árabe y musulmana.
Que los líderes del nuevo Estado resulten menos represivos y menos corruptos que el gobierno de Jartum -y hay indicios de que pueden decepcionar a su gente en ambos casos- es irrelevante en este momento teniendo en cuenta lo que la secesión dice sobre el mundo árabe.
Los levantamientos árabes ya han expuesto la absoluta corrupción política y financiera de los dirigentes árabes y la ausencia de libertades y de justicia. El orden árabe no sólo no ha fracasado ante las minorías y sus componentes no-árabes sino para las masas árabes también.
Sin embargo, incluso el mundo árabe que emerge tras la primavera árabe todavía tiene que demostrar que puede crear sociedades que acepten la diversidad, promuevan la inclusión y acaben con el sectarismo y la discriminación étnica y racial.
El orden político árabe contra el que la gente se está revelando en la actualidad ha fomentado las divisiones religiosas en parte como un requisito previo para la supervivencia y la continuidad de dirigentes árabes autoritarios y tiranos.
Poder frágil
La falta de voluntad de los líderes árabes para adoptar una cultura riquísima y diversa en Sudán que conecta al mundo árabe con África pone de relieve la urgencia de replantear no sólo los sistemas políticos árabes, como la primavera árabe ha hecho, sino también el fracaso de las ideologías políticas predominantes y de los partidos políticos para abordar adecuadamente los derechos de los grupos étnicos y religiosos.
El movimiento nacionalista panárabe ha demostrado ser menos capaz de lidiar con las minorías étnicas y nacionalidades que con las minorías religiosas. El panarabismo en tanto que ideología no aprobó el sectarismo y nunca se adscribió a ninguna escuela musulmana de pensamiento. Aunque enraizado e influido por la cultura predominantemente musulmana, era de orientación laica y no hacía diferencias entre las religiones existentes en el mundo árabe. De hecho, algunos de sus más prominentes fundadores y pensadores eran cristianos árabes, sobre todo de Siria, Líbano, Iraq, Palestina y Egipto.
Pero mientras que el panarabismo fue inicialmente un movimiento anti-colonial, algunas de sus ramas -en especial los partidos árabes baasistas que gobernaron Siria e Iraq- demostraron y practicaron destructoras políticas chovinistas y acciones contrarias a otros grupos étnicos y nacionalidades. El caso de los kurdos en Siria e Iraq da testimonio de diferentes grados de políticas exclusivistas, supremacistas y racistas por parte de ambos partidos baasistas.
Por ello, la influencia de nacionalismo pan-árabe en la cultura política no siempre ha sido positiva. Por el contrario, ha creado en realidad actitudes racistas y chauvinistas que han obstruido la condena y la crítica serias a la forma en que el gobierno nacional sudanés del norte trataba a la gente del Sur.
La intervención extranjera en el sur ha movilizado, por el contrario, los sentimientos nacionalistas en el mundo árabe en contra de lo que la gente considera como una conspiración para dividir Sudán. Por lo tanto, la oposición política en el mundo árabe ha permanecido extrañamente silenciosa respecto a las atrocidades y la discriminación practicadas por el gobierno sudanés contra su propio pueblo.
Sistemas islamistas
Sin embargo, el régimen posterior a la independencia de Sudán nunca se convirtió en parte del proyecto pan-árabe porque estuvo eminentemente bajo la influencia, e incluso bajo la dirección, del fuerte movimiento islamista allí presente.
En consecuencia, Sudán ha sido un completo fracaso para el movimiento islamista en el mundo árabe, porque fue el único régimen en la historia en el que un movimiento islamista se asoció con el régimen o lo dominó. Es cierto que el movimiento islamista en el mundo árabe no es monolítico y difiere de país a país; existen muchos movimientos islamistas y no sólo uno. Sin embargo, el fracaso de Sudán debe poner en entredicho a pensadores y dirigentes islamistas para que revisen la experiencia de fracaso de un movimiento islamista que llegó al poder y, de hecho, participó en la dirección de un país.
También es cierto que el caso de Sudán no representa un modelo de gobierno islamista por el que muchos islamistas podrían abogar, y muchos sostienen que contradecía la tolerancia sobre la que un sistema islamista debe fundarse. Pero es un caso en el que un movimiento islamista tuvo la oportunidad de crear un modelo islamista de inclusión y de paz, y fracasó estrepitosamente.
La imposición del código islámico y de la sharia, pero sobre todo la forma en que se aplicaron, alienaron sin duda a los componentes no-musulmanes de la sociedad sudanesa -y fue criticado por los sectores más liberales de Sudán.
Por lo tanto, se convirtió en otro caso de abuso por parte de los líderes de la religión islámica para mantener el control sobre el país y su gente.
El modelo islamista que Sudán estableció también excluyó a otras ideologías y tendencias políticas. En 1971, el difunto presidente sudanés Gaafar Nimeiry, el primero en imponer un código islámico, llevó a cabo una sangrienta represión, detención y ejecución de miembros del Partido comunista, entonces con gran influencia.
Debe señalarse que el incidente no fue único ni estuvo limitado a un régimen que decía estar aplicando un código islámico. El partido Baas en Iraq llevó a cabo una campaña similar a finales de 1970 contra los comunistas iraquíes, e incluso contra los baasistas que estaban en desacuerdo con los líderes del partido.
De ahí que al final, y a pesar de la supuesta identidad política de los gobernantes, ya sean auto-declarados pan-arabistas o islamistas, la falta de libertades políticas, el abuso de los derechos humanos, y la concentración del poder y la riqueza en manos de una pequeña élite, son algunas de las principales causas del fracaso del orden político árabe -y de la insurrección en curso en su contra.
En Sudán, en particular, estas dolencias han conducido finalmente a su quiebra. El sistema político en Sudán, al igual que los sistemas de otros países árabes, se ha desarrollado a partir de tres golpes militares en los últimos 55 años de independencia.
Era natural que el sistema no pudiera hacer frente a la diversidad del país. Esto le dio una oportunidad de oro a la injerencia extranjera y, con el tiempo, a la división.
Es legítimo que la gente del nuevo Estado de Sudán del Sur celebre su independencia, pero también es clave que, cuando los levantamientos árabes están exigiendo libertad y justicia, recordemos que no podemos establecer un mejor orden árabe sin aceptar la diversidad y el pluralismo, en lugar de estrechas ideologías nacionalistas o religiosas que sólo han servido como herramientas para los dictadores.
Fuente: http://english.aljazeera.net/