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¿Confrontación ideológica extrema o guerra civil en Estados Unidos?

Fuentes: Rebelión

El 9 de septiembre de 2016, Hillary Clinton, en una campaña para la recaudación de fondos realizada en Nueva York por parte de un poderoso lobby gay, esgrimió el calificativo “basket of deplorables” para referirse de manera peyorativa a la mitad de los partidarios de Donald Trump, considerados por ella como “racistas, sexistas, homofóbicos, xenófobos, islamofóbicos” (https://shre.ink/obcd).

Era el pináculo de la campaña presidencial estadounidense de aquel año y eran ya varios los meses de crispación desde las elecciones internas del Partido Republicano iniciadas en agosto de 2015. Entre ese episodio y frases protagonizados por Clinton y el asesinato en tiempo real de Charlie Kirk –activista conservador, nacionalista cristiano y seguidor de Trump– el pasado 10 de septiembre del año en curso, existen paralelismos dados por la extrema confrontación ideológica que asedia a la unión americana y que amenaza con una escalada de fragmentación social. Esta confrontación ideológica alcanza dimensiones cosmogónicas en el contexto de la pugna entre dos élites plutocráticas que se disputan el poder no solo en los Estados Unidos, sino en el conjunto del sistema mundial (http://bit.ly/3bGyfJ9).

Por un lado, se trata de aquella élite globalista/ultra-liberal/financiera/cinematográfica, representada por las dinastías Clinton-Bush-Obama y vinculada a las estructuras de poder de los mercados bancario/financieros, al Deep State y a su consustancial economía de guerra, así como a la ideología woke y de la “economía verde”. Por otro, una élite plutocrática nacionalista/industrialista/neoconservadora, cuya cara visible es el mismo Trump y el movimiento Make America Great Again (MAGA) y vinculada a la alt rigth neo-aislacionista,a las corporaciones petroleras de la economía fosilizada, a los industriales tradicionales y recientemente a las corporaciones del Sillicon Valley, y a la base social de los sectores populares excluidos con la desbocada financiarización y la desindustrialización. La profundización del fundamentalismo de mercado en los Estados Unidos alcanzó su más acabada expresión con la crisis inmobiliario/financiera de 2007-2009, y con ello se extravió la credibilidad en las instituciones norteamericanas en medio de una epidemia de opiáceos que entre 1999 y el 2019 arrancó la vida por sobredosis a alrededor de medio millón de estadounidenses. A su vez, las expectativas incumplidas de amplios sectores de la población que se alejaron del faro del American Way of Life, se fusionaron con esa pérdida de confianza en las instituciones y la confrontación ideológica atizada por los mass media y por el caos ordenado de las redes sociodigitales.

En torno a los proyectos de ambas élites plutocráticas se aglutinan y debaten los espectros de ambos sectores de la población, alcanzando niveles descontrolados de odio, violencia y ninguneo en una sociedad permisiva con la posesión y portación de armas de fuego. Tras el asesinato de Charlie Kirk, se multiplicaron las amenazas de muerte, las alertas de bomba en edificios públicos, y las agresiones entre líderes y miembros de ambos partidos políticos. Y esa es la tónica de los últimos diez años en la Unión Americana, incluyendo el intento de magnicidio contra Donald Trump en Pensilvania durante las campañas electorales del 2024. Amenazas e intentos de asesinato también recayeron sobre congresistas, gobernadores y jueces a lo largo de los últimos cinco años.  Ante estos y muchos otros eventos signados por la violencia, cabe preguntarse: ¿los Estados Unidos se encuentran a las puertas de una guerra civil que amenace con la disolución de sus instituciones y de su cohesión social? Es evidente la decadencia de la hegemonía y de la sociedad de esta potencia a lo largo de las últimas cuatro décadas.

En la espiral de la carrera tecnológica por conocer quién dominará el capitalismo digital y automatizado de la inteligencia artificial, los Estados Unidos pierden terreno como garantes de la estabilidad hegemónica y como líder incuestionable en las relaciones económicas y políticas internacionales. Al interior de su sociedad, el desgajamiento y la fragmentación se intensifican tras cuatro años de vacío de poder en la Casa Blanca, habitada por una figura sin peso específico como Joe Biden.

Ni las fuerzas armadas se encuentran divididas, ni los generales están enfrentados ni dispuestos a matarse entre ellos. Tampoco existe una división territorial y abiertamente separatista entre los dos sectores sociales que protagonizan la confrontación ideológica. Esos factores por sí mismos ahuyentan la posibilidad de una guerra civil, pese a que el apocalipsis mediático sentencia una división de la sociedad sin precedentes a raíz de la presencia de la generalizada violencia. Existen quienes llaman a un “divorcio nacional” para separar a los estados republicanos de los estados demócratas (https://shre.ink/obxy). Más todavía, los visos de un conflicto armado de baja intensidad se extienden entre la población, aunque ello es una constante en la historia de los Estados Unidos.

Pese a todo esto, no estamos ante la presencia de una guerra civil como la de secesión transcurrida entre 1861 y 1865. La sociedad estadounidense enfrentó confrontaciones ideológicas extremas en los años sesenta y setenta del siglo XX en el marco de las disputas en torno a los derechos civiles y de la Guerra de Vietnam. No menos importante fue la psicosis colectiva en torno a la casería de brujas del maccarthismo en el contexto de la llamada Guerra Fría. Ante ello, la resiliencia social se hizo presente y se restablecieron los mecanismos de cohesión.

Lo inédito en los últimos diez años es la transición demográfica que evidencia el declive de la población caucásica –de allí que el tema migratorio sea un eje gravitacional de la polémica pública–, así como el discurso virulento extendido por las dos alas partidistas –la demócrata y la republicana–, atizado el odio por el complejo mediático y digital. El fondo de todo lo anterior remite a la decadencia y quiebra estructural de la sociedad estadounidense que se expresa en múltiples vertientes, pero que sobre todo hunde sus raíces en dos contradicciones: a) la crisis de identidad dada por el agotamiento del llamado “sueño americano” y sus promesas de ascenso social fincadas en el esfuerzo, el trabajo y el crédito; y b) la incapacidad de las instituciones modernas norteamericanas, vapuleadas durante cuarenta años por el fundamentalismo de mercado, de brindar respuestas para la reconstrucción de ese “sueño americano” en condiciones de los ideales democráticos que trazaron los padres fundadores hace 250 años. El camino a estas múltiples crisis internas lo abrió el reaganomics de los años ochenta, se profundizó con el drenaje de la economía de guerra perpetuada durante estas cuatro décadas, y con las dudas abiertas que despierta el sistema electoral estadounidense desde las elecciones presidenciales del año 2000.

La película Civil War, dirigida por Alex Garland y estrenada en el 2024, es un largometraje distópico que plantea una insurrección comandada por los estados de Texas y California ante el autoritarismo de la Casa Blanca y un Presidente que ejerce un tercer mandato. El filme retrata el avance de las llamadas Fuerzas Occidentales hacia Washington, D. C. En el camino a la capital, los periodistas que protagonizan la película presencian eventos como la justicia por mano propia en una gasolinera cuyos propietarios armados torturan a ladrones; combates entre las milicias secesionistas y grupos armados leales al gobierno, y la ejecución de los rendidos; campos de refugiados acondicionados para los desplazados; civiles masacrados y a punto de sepultarse en una fosa común por las milicias opositoras; entre otros. 

Aunque este escenario es distante en la realidad, toma el pulso sobre el sentir de la población estadounidense imbuida en la cruenta confrontación ideológica y en la escalada de violencia y odio que se reproduce ante el agotamiento de un sistema político que no brinda las suficientes respuestas ni restablece los mecanismos de cohesión social e identidad nacional, y que en última instancia es rehén de esas élites plutocráticas en pugna. La pregunta que resta por hacer es: ¿hasta dónde llegará esta confrontación ideológica y la crisis institucional del hegemón en el contexto de su decadencia geopolítica y el ascenso de una China que se adelanta en la carrera tecnológica? El futuro es incierto para una nación como la norteamericana que se debate en medio del colapso civilizatorio de occidente.        

Isaac Enríquez Pérez: Académico en la Universidad Autónoma de Zacatecas, escritor, y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversaciónsemántica y escenarios prospectivos.  

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.