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Corazón de tinieblas

Fuentes: Público

El pasado domingo el Cantabria, un buque español encuadrado en la Operación Sofía contra el tráfico de personas en el Mediterráneo, rescató a 64 supervivientes de una barcaza hundida cerca de la costa de Salerno y, junto a ellos, los cadáveres de 26 mujeres adolescentes. Todas tenían entre 14 y 18 años de edad y […]

El pasado domingo el Cantabria, un buque español encuadrado en la Operación Sofía contra el tráfico de personas en el Mediterráneo, rescató a 64 supervivientes de una barcaza hundida cerca de la costa de Salerno y, junto a ellos, los cadáveres de 26 mujeres adolescentes. Todas tenían entre 14 y 18 años de edad y presentaban señales de haber sido violadas y posteriormente asesinadas. La fiscalía de Salerno ordenó la detención de dos individuos, el libio Al Mabrouc Wisam Harar y el egipcio Mohamed Ali Al Bouzid, supuestamente relacionados con el espantoso crimen.

En circunstancias parecidas, la violación y el asesinato de dos o tres muchachas británicas, italianas o alemanas, cuyos cadáveres acabaran flotando en alta mar, ocuparía portadas y titulares durante días, alarmaría a las autoridades responsables, movilizaría legiones de tertulianos en busca de explicaciones psicológicas y escandalizaría a la opinión pública europea. Sin embargo, como se trata únicamente de 26 adolescentes nigerianas, la tragedia apenas ha obtenido eco en algunos periódicos y una mención de pasada en dos telediarios. La nacionalidad, el color de la piel y, sobre todo, el origen de su peregrinaje contribuyen a mantener su anonimato. Eran invisibles en vida y también lo son en la muerte.

Más de 150.000 refugiados han logrado llegar este año a Europa cruzando el Mediterráneo pero no se sabe cuántos miles y miles se habrán dejado la vida en el intento. Como las jóvenes nigerianas violadas y ahogadas frente a Salerno, ellos tampoco tienen nombre, ni historia, ni pasado. Al igual que los palestinos en Gaza, los uigures en China o los kurdos en cualquier parte, los refugiados de Oriente Medio y del África subsahariana carecen de un relato que sustente su odisea, una narración que resuma sus penurias, relate sus tormentos y los claven para la siempre en la memoria de la humanidad. El diario de Ana Frank cifró el horror del Holocausto nazi, Dee Frank mostró la cara oculta de la conquista del Oeste en Enterrad mi corazón en Wounded Knee y Los cuatro libros de Yan Lianke reveló una masacre de proporciones dantescas en medio de la China maoísta.

Ni Nigeria ni Libia ni Irak cuentan todavía con una épica que, más allá de los informes oficiales y las cifras -más allá incluso de la dramática foto de Alan Kurdi, el niño sirio ahogado en la costa turca- sirva para aquilatar su historia, para dar voz a los muertos y esperanza a los vivos. Probablemente, en el remoto caso de que llegue alguna vez, llegará tarde, demasiado tarde para salvar a esos miles de desgraciados que tiemblan de miedo en las pateras, a las mujeres que acaban como esclavas sexuales y a los hombres vendidos al peso en los mercados libios.

Cuando Joseph Conrad, al retorno de su viaje infernal en el Congo, escribió El corazón de las tinieblas, apenas logró atisbar sobre el papel más que una rendija del genocidio que el rey belga Leopoldo estaba cometiendo en el corazón de África, entre el beneplácito y la indiferencia de las potencias europeas, y que costaría la vida a millones de indígenas. No obstante, sí alcanzó a vislumbrar la depravación moral, la falta de compasión, la ceguera ante el sufrimiento ajeno necesarias para ponerlo en pie. Condensó esa oscuridad esencial de nuestra especie no ya en un relato sino en un título que es un resumen de la condición humana: Heart of Darkness.

Fuente: http://blogs.publico.es/davidtorres/2017/11/10/corazon-de-tinieblas/