Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Los estadounidenses deben oponerse a las políticas de Trump en Corea del Norte y Yemen que responden a prioridades imperiales.
Mientras la guerra verbal entre los gobiernos de Donald Trump y Kim Jong-un ha degenerado en una espiral de insultos pueriles y amenazas militares cada vez mayores, el mundo tiembla ante sus posibles consecuencias. Según supuestas informaciones del Pentágono, un ataque con armas convencionales de Corea del Norte causaría 20.000 bajas diarias a Corea del Sur. Una guerra nuclear, podría suponer millones de muertos.
Mientras tanto, en Yemen, Estados Unidos colabora militarmente con lo que las organizaciones de ayuda humanitaria consideran crímenes contra la humanidad. Las fuerzas armadas estadounidenses suministran combustible y asisten en la localización de objetivos a los bombarderos saudíes, que ya han causado la muerte de miles de civiles . Además, la intervención comandada por Arabia Saudí en la guerra civil de Yemen ha bloqueado la entrada de alimentos al país, llevando a más de siete millones de personas al borde de la muerte por inanición.
«Los saudíes intentan deliberadamente crear una situación de hambruna en Yemen para obligar a los yemeníes a sentarse a la mesa de negociaciones [y] el gobierno de Estados Unidos participa en esta estrategia», ha declarado el senador Chris Murphy.
En estos momentos, y como resultado de la destrucción, Yemen está sufriendo la peor epidemia de cólera del mundo, que ya ha afectado a más de 500.000 personas y ha causado más de 2.000 muertes. Según estimaciones de la ONU, en Yemen muere un niño cada 10 minutos a causa de enfermedades prevenibles.
Si nuestro gobierno amenaza con aniquilar naciones enteras o participa en despiadados castigos colectivos en lugares remotos, al menos deberíamos entender por qué sucede esto. Estos crímenes son ilegales (incluso las amenazas de Trump contra Corea del Norte están prohibidas por la Carta de Naciones Unidas) y nada podría justificarlos. No obstante, nuestros dirigentes y analistas políticos inundan los medios de comunicación de masas con razonamientos que a menudo logran el apoyo tácito de muchas personas que no deberían suscribir el engaño.
La idea de que la capacidad nuclear de Corea del Norte es una amenaza para Estados Unidos, sobre todo porque Kim estaría lo suficientemente loco para atacarnos, fue desmentida en un reciente reportaje del New York Times:
«Lo temible no es que Kim pueda lanzar un ataque preventivo sobre la Costa Oeste; esa sería una opción suicida y si algo ha demostrado el líder de treinta y tres años durante los cinco años que lleva en el cargo es que busca la supervivencia por encima de todo. Pero el hecho de que Corea del Norte cuente con el potencial para contraatacar debería determinar cualquier decisión que Trump y sus sucesores hagan sobre la defensa de sus aliados en la región».
Es decir: si Corea del Norte tomara represalias contra un ataque de Estados Unidos, Washington perdería poder en Asia. Parece que cuando rascamos bajo la superficie de los argumentos de «seguridad nacional» que justifican una política exterior terriblemente peligrosa o violenta, lo que encontramos suele ser el poder, más que la seguridad o el bienestar de los estadounidenses. De otro modo, la negociación de soluciones pacíficas debería ser la prioridad.
Pero en junio, sin ir más lejos, la Administración Trump rechazó una oferta de Corea del Norte y China para negociar un acuerdo por el que aquella suspendería sus ensayos con misiles y nucleares a cambio de que Estados Unidos suspendiera sus «maniobras militares a gran escala» en la península de Corea.
Esas mismas prioridades imperiales que impiden una solución negociada con Corea del Norte parecen ser la principal razón por la que Estados Unidos participa en la guerra y las atrocidades de Yemen. En este caso, forman parte de la alianza estratégica de Washington con la dictadura saudí, que recientemente ha sido objeto de un aumento de críticas por su apoyo a grupos terroristas como el ISIS.
Afortunadamente, algunos miembros del Congreso están dispuestos a retirar su respaldo a la participación inconstitucional y no autorizada en la guerra dirigida por Arabia Saudí contra Yemen.
Durante casi tres años, y respondiendo a la solicitud de la dictadura saudí, el Ejecutivo ha desplegado al ejército de Estados Unidos contra los hutíes, un grupo rebelde yemení, sin relación alguna con al-Qaeda o el ISIS -grupos incluidos por EE.UU. en la Autorización de Uso de la Fuerza Militar de 2001- y opuestos a estas organizaciones. Un grupo de abogados que representa a ambos partidos [demócrata y republicano] ha puesto sobre la mesa el primer debate público que se produce sobre este tema en nuestro país y que obligará a votar sobre la continuidad de estas hostilidades no autorizadas introduciendo una «resolución privilegiada», lo que significa que se discutirá en el Congreso por encima de las objeciones de la dirección de los partidos, para obligar al presidente Trump a retirar las fuerzas estadounidenses de esta guerra saudí que está llevando el hambre a la región.
Pero es necesario ejercer más presión desde abajo. Las decenas de millones de estadounidenses que entienden la diferencia entre «seguridad nacional» e imperio deben manifestarse de forma más activa para que el Congreso refrene a la Administración Trump.
Recientemente, Bernie Sanders señaló que «Arabia Saudí no es nuestro aliado» y propuso un acercamiento más imparcial al conflicto entre Irán y Arabia Saudí. También se mostró contrario al objetivo de «hegemonía global benigna» en política exterior, que atribuyó a «alguien de Washington» y calificó de desastre el «marco organizativo de la guerra global contra el terror».
Esto es una buena señal que indica que el movimiento que llevó a Sanders a ganar el 46 por ciento del voto demócrata por la presidencia tiene potencial para proponer una política exterior más independiente. El apoyo masivo a los atletas que están «hincando la rodilla» cuando suena el himno nacional en los eventos deportivos es otra iniciativa a la que debemos dar la bienvenida y que no habría sido posible hace apenas unos años. Los atletas protestan contra el racismo y la brutalidad policial pero a la vez se niegan -ellos y sus millones de seguidores- a ser intimidados por el «patriotismo pagado» y falso promovido por Trump. También esto tiene facilita desarrollar un pensamiento independiente y unos muy necesarios debates sobre la política exterior de Estados Unidos.
Trump ha contribuido a este despertar masivo de conciencia encarnando en su propia persona y vomitando al exterior muchos de los odiosos errores que deben rectificarse. No es necesario que se lo agradezcamos -él ha hecho del mundo un lugar más peligroso- pero debemos aprovechar la oportunidad que nos brinda.
Mark Weisbrot es codirector del Centre for Economic and Policy Research, en Washington DC, y presidente de Just Foreign Policy.
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