Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
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En la sede de las Naciones Unidas existen numerosas señales de que se prepara un debate tan caliente como el que tuvo lugar sobre la invasión de Iraq en 2003.
Simultáneamente con las crecientes críticas a la jugada militar del gobierno de Barack Obama en Libia en el Congreso de EE.UU., donde el presidente de la Cámara de Representantes John Boehner solicitó una explicación del presidente Barack Obama sobre las «contradicciones» de su política en Libia, también hay un coro creciente de descontento en la comunidad de la ONU.
Esto refleja agudas divisiones con respecto a la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU del sábado pasado que estableció una zona de exclusión aérea en Libia y fue debilitada desde el principio por varios países cruciales, Rusia, China, Alemania, Brasil e India.
El miércoles, después de las deliberaciones a puerta cerrada del Consejo de Seguridad, un eufórico secretario general de la ONU expresó su optimismo de que «la coalición internacional efectuará una operación exitosa» con respecto a Libia. Desgraciadamente ese punto de vista no lo comparte una gran cantidad de Estados miembros de la ONU, muchos de los cuales, entre ellos los 53 miembros de la Unión Africana así como muchos miembros del Movimiento de los No Alineados (NAM), incluidos Cuba, Venezuela, India y Brasil, han expresado abiertamente su «rechazo de cualquier forma de intervención militar extranjera en Libia».
Por lo tanto, mientras los partidarios occidentales de la «intervención liberal humanitaria» en Libia dominan las ondas, su influencia sobre la opinión colectiva de la comunidad de la ONU disminuye realmente, a la luz del creciente escepticismo por parte de muchas naciones en desarrollo sobre las verdaderas intenciones occidentales tras la Operación Amanecer de la Odisea.
La opinión de que «Se ataca a Libia por su petróleo», para parafrasear un comentario del People’s Daily chino, es mucho más popular entre los delegados del Tercer Mundo, algunos de los cuales han dicho a este autor que la ONU y su prestigio pueden sufrir como resultado de su acción «inadecuada» con respecto a Libia.
«Necesitamos cuanto antes una intervención de la Asamblea General sobre este asunto», dijo un diplomático del NAM el miércoles, y agregó que «el tiempo no está de parte de la ONU», ya que su papel se hará menos popular mientras más dure la intervención extranjera. Esto ya se refleja en la decreciente lista de países alistados en la campaña militar, en comparación con una creciente lista extraoficial pero poderosa de una «coalición de los opuestos» en la ONU.
Un diplomático de Sudáfrica, por otra parte, expresó su esperanza de que ambas paretes consideren el llamado de la Unión Africana por una reunión de mediación en Addis Abeba este viernes entre el gobierno y los rebeldes. «Trípoli ha aceptado la invitación pero todavía no sabemos si participará algún dirigente rebelde», dijo.
Parte del problema tiene que ver con los (bastante amorfos) rebeldes, que han establecido un gobierno provisional, y que en Nueva York han usurpado la autoridad de la misión libia ante las Naciones Unidas. Un delegado de la Unión Africana culpó tanto a los rebeldes como a la coalición dirigida por EE.UU. de impedir la llegada a Libia, durante esta semana, de una delegación de la Unión Africana -formada por representantes de Sudáfrica, el Congo, Mali, Uganda y Mauritania- que trataba de mediar entre las partes en guerra.
El secretario de la ONU tampoco ha expresado hasta ahora ningún respaldo auténtico a los esfuerzos de la UA para prevenir el conflicto en Libia, y en vez de ello apoyó la campaña militar dirigida por EE.UU.
El problema de la declaración de Ban de que «la campaña militar continuará hasta que Libia termine sus hostilidades con los rebeldes» es que mira en una sola dirección y, al ignorar la parte de responsabilidad de los rebeldes por las actuales hostilidades, condona en efecto la violencia que ha tenido lugar por su parte. Esto apunta a una de varias «contradicciones» en la insegura posición de Ban sobre Libia, que incluye su elección de un antiguo ex ministro jordano, Abd al-Ilah al-Khatib, como enviado especial de la ONU para Libia.
«Fue una mala decisión del secretario general por la mala sangre entre [Muamar] Gadafi y el rey jordano que ha apoyado la campaña militar extranjera y ahora suministra apoyo logístico a la coalición, que es una fachada de EE.UU. y la OTAN», dijo un representante del NAM.
Otro motivo para los recelos generalizados en la ONU con respecto a la resolución de la zona de exclusión aérea es que cada vez se considera más como una operación estadounidense lanzada por el presidente de EE.UU., para la que busca autorización de la ONU con el fin de soslayar bloqueos en el Congreso de EE.UU., exacerbando así los problemas de legitimidad que se reflejaron en hirientes críticas a la ONU como peón de las potencias occidentales por parte del líder espiritual de Irán, el Ayatolá Ali Jamenei.
Asimismo, el hecho de que los diplomáticos de EE.UU. en la ONU hayan impuesto exenciones del procesamiento de mercenarios argelinos y etíopes, echó leña al fuego de las crecientes críticas a la iniciativa de la ONU sobre Libia. Como resultado, sólo los mercenarios de Túnez, Chad, Níger, Kenia y Guinea serán objeto de enjuiciamiento por la Corte Penal Internacional que ahora investiga los crímenes del régimen de Gadafi.
Dicho sea a su favor, Ban ha ejercido una cierta presión sobre EE.UU. y sus aliados occidentales para que limiten sus campañas militares, expresando «extrema preocupación» por los sufrimientos de los civiles, instando a los países que imponen la zona de exclusión aérea a que no pongan en peligro vidas de civiles, después de recibir preocupaciones escritas de Ucrania con respecto a la seguridad de sus ciudadanos en Libia.
Sin consideración a la acotación de Ban de que «la operación en Libia no es ilimitada», no se ve en ninguna parte la etapa final, y el conflicto se puede convertir en un prolongado impasse, en cuyo caso es casi seguro que los proponentes de la resolución 1973 pierdan el concurso de popularidad en la comunidad internacional, con consecuencias debilitadoras para el prestigio de la ONU y su secretario general.
Kaveh L Afrasiabi es doctor y autor de «After Khomeini: New Directions in Iran’s Foreign Policy (Westview Press). También es autor de «Reading In Iran Foreign Policy After September 11» (BookSurge Publishing, 23 octubre 2008) y su último libro Looking for rights at Harvard, se encuentra actualmente en venta.
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/
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