Hay algunas palabras que «desaparecen» o nunca existieron en las cronologías de la prensa internacional que registran la invasión a Libia. Verbigracia, la palabra invasión, usualmente sustituida por el eufemismo «intervención humanitaria». Otras tantas son: masacre, mujeres muertas, niños muertos, escuelas destruidas, hospitales destruidos, que por lo general se refieren con el infeliz término de […]
Hay algunas palabras que «desaparecen» o nunca existieron en las cronologías de la prensa internacional que registran la invasión a Libia. Verbigracia, la palabra invasión, usualmente sustituida por el eufemismo «intervención humanitaria».
Otras tantas son: masacre, mujeres muertas, niños muertos, escuelas destruidas, hospitales destruidos, que por lo general se refieren con el infeliz término de «accidentes». Cuando la prensa internacional titula con los «accidentes en la intervención de la Otan», está ocultando un hecho simple: la Organización del Tratado del Atlántico Norte asesina civiles, amparada en una resolución de Naciones Unidas que pretendía «defender» a los civiles.
Pero en estas cronologías «desaparecen» más cosas; por ejemplo, las fechas. Hay una frecuentemente «pasada por alto» entre las marchas y contramarchas de la guerra. Se trata del 25 de marzo de 2011, día en el que la Unión Africana -bloque regional integrado por 51 países, todos los africanos menos Marruecos- propuso al mundo una hoja de ruta para negociar una salida pacífica a la guerra en Libia.
De este documento se «tendrán noticias» en las cronologías de guerra dos semanas después, cuando se registren apuntes como: «10 de abril: Gaddafi acepta una hoja de ruta para resolver el conflicto, presentada por la Unión Africana»; y un día después: «11 de abril: Los rebeldes libios rechazan el alto el fuego propuesto por la Unión Africana».
¿De qué se trataba esta hoja de ruta propuesta cinco meses atrás y ratificada por el bloque regional el pasado primero de julio, durante la cumbre celebrada en Malabo? El camino africano tiene cinco puntos: alto al fuego; diálogo entre el gobierno de Muammar Gaddafi y los grupos pro coloniales; velar por la protección de los civiles; establecer corredores humanitarios para libios e inmigrantes; e instaurar un periodo de transición que conduzca a elecciones democráticas.
Gadaffi dijo sí, pero agregó que no abandonaría a su nación; los grupos armados, financiados por la Unión Europea y los Estados Unidos, dijeron que no y reiteraron su apoyo a los bombardeos de la alianza imperial, que hasta hoy han matado a más de 3.000 personas.
Durante la cumbre de Malabo, el presidente surafricano, Jacob Zuma, acotó que la resolución de las Naciones Unidas para la creación de una zona de exclusión aérea no era lo mismo que «autorizar una campaña para un cambio de régimen o un asesinato político».
Sin embargo, hace un par de días, el representante del Consejo Nacional de Transición anunció que un empresario desconocido pagaría más de un millón de euros por la cabeza del líder de la Revolución Verde.
A la propuesta del cese de hostilidades, la respuesta fue «la toma de Trípoli» de este último fin de semana, es decir, la masacre de más de 1.600 personas en menos de 12 horas.
Pero los días sábado 20 y domingo 21 de agosto no han sido registrados en las cronologías internacionales por la cifra fatal; más bien, se ha anotado una «buena nueva» en tiempos de déficit fiscal y caída de bolsas: la petrolera de Brega y la refinería de Zauiya están en manos de los «rebeldes», o sea, en poder de aquellos que permitieron que la «comunidad internacional» bombardeara su país y se disponen ahora a entregárselo a sus tutores.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.