Traducido para Rebelión por Caty R.
¿Doscientos cincuenta mil? ¿Ciento cincuenta mil? Poco importan las cifras, nadie puede negar la extraordinaria magnitud de la movilización nacional del 6 de agosto por la tarde en Le Bardo. Una logística impresionante, sin duda con misteriosas fuentes de financiación y sospechosas complicidades. Pero solo el resentimiento, la mala fe o una ceguera voluntaria pueden pretender que la concentración de una multitud tan numerosa a escala de Túnez se deba simplemente a la manipulación. De los burgueses de La Marsa a los parados de Menzel Buzaïne, trabajadores de todos los sectores, artistas «posmodernos», personas que vinieron a festejar o estar en la «movida», en resumen un sorprendente abigarramiento social; probablemente dominado por las «clases medias», también es cierto. Desde los izquierdistas de la peor especie, demócratas convencidos, sindicalistas de todo tipo, comunistas, nacionalistas árabes y «hezbfrancistes«, progresistas de corazón, laicos puros y duros y laicos apáticos, nostálgicos del «bourguismo» y «bourguistas» de circunstancias, los adeptos a un poder militar «ilustrado» y los de la democracia autogestionaria, los que no opinan y otros «khobcistes», esta diversidad desordenada es un hecho. No se puede negar como no se pueden negar las múltiples motivaciones de los manifestantes, los eslóganes disonantes y las contradicciones fundamentales que serpentean entre los diferentes intereses sociales que convergieron en la plaza del Bardo.
Sin embargo sería perfectamente idiota o tontamente polémico no reconocer en esa concentración paradójica la expresión totalmente justificada de un descontento o una grave inquietud con respecto al futuro de Túnez, ampliamente compartidos en todos los países y, por diferentes motivos, en todas las categorías sociales. Más allá de de los manifestantes del Bardo, y aunque el poder actual conserva numerosos partidarios a los que no podemos ignorar, hay un amplio sector de la población, quizá mayoritario, que ya no puede más y se reconoce en los eslóganes clamados por los principales tribunos de la oposición.
No sin razón esta revuelta imputa a Ennahda la responsabilidad del continuo deterioro de la situación. Y es cierto que Ennahda, en la medida en que detenta el poder, es ampliamente responsable del rechazo que provoca actualmente. Sin caer en la satanización pueril de los que ven en ese partido una nueva expresión del «fascismo» o un «despotismo» de tinte religioso, está claro que casi en todos los aspectos Ennahda ha llevado a cabo una mala política, a veces contraria a sus intereses de partido. Y añadiría que eso no es sorprendente, incluso si pudiera suponérsele un poco más de habilidad táctica, al menos para consolidad su débil hegemonía expresada en la elección de la Constituyente.
Pero aunque como partido en el poder Ennahda es el principal responsable de la situación actual, Ennahda no tiene todo el poder. Ni el 14 de enero, ni Kasbah I, ni Kasbah II ni la Asamblea Constituyente han desmantelado el aparato de poder de las redes del RCD. Porque aunque actúan principalmente en la sombra y de momento parecen divididos continúan fuertemente presentes en todos los niveles del aparato de Estado, especialmente en el ministerio del Interior, en todos los sectores económicos, en todo tipo de medios de comunicación, en el encuadramiento local de las poblaciones en numerosos partidos y asociaciones, sin olvidar las relaciones de las que muy probablemente disponen en el régimen argelino. El principal obstáculo para la profundización de la Revolución, la contrarrevolución efectiva, está ahí y no en Ennahda. Y la principal responsabilidad de este último es precisamente haber intentado con más o menos éxito ganarse a una franja de las redes del RCD, o al menos «neutralizarlos» progresivamente en vez de combatirlos comprometiéndose en una gran movilización popular para romper su poder.
Recordé más arriba la diversidad de los componentes de la gran manifestación de El Bardo. Omití uno que sin duda desempeñó un papel notable y yo diría incluso dirigente. Me refiero naturalmente a ciertas redes del RCD. No son las «masas espontáneas», ni el Frente Popular, ni el Frente de Salvación Nacional como tal, ni la UGTT los que desempañan el papel principal en la toma de decisiones políticas reales, sino Nidé Tunis , una de las expresiones públicas de las redes del RCD y otros sectores de dichas redes que actúan entre bambalinas. Me podrán replicar que esta es una visión «conspiradora» de la historia. Sin embargo sigo pensando que los grandes movimientos de la historia -y nuestra Revolución es uno- en realidad son productos de «conspiraciones» y que las «maniobras», visibles o secretas, forman parte de la política, aunque ésta solo pueda desembocar apoyándose en conflictos reales que la sirven o que a veces la superan. En este caso, la maniobra de la que hablo -y de la que sospecho que se preparó con el asesinato de Chokri Belaid, o mucho antes- se apoya (y se alimenta) en la realidad del descontento popular y solo podía materializarse con la ayuda, muy involuntaria, de las fuerzas democráticas y de izquierda obsesionadas con la aparente omnipotencia de Ennahda.
Esta es la gran paradoja que se expresa en el movimiento de protesta del que la magnífica concentración del día 6 sin duda señala el apogeo. Por una parte se inscribe en la continuidad de las movilizaciones que condujeron al derrocamiento de Ben Alí antes de imponer la elección de la Asamblea Constituyente y de esta forma refleja la permanencia de la dinámica revolucionaria comprometida desde el 17 de diciembre; pero por otro lado el movimiento se confunde de «enemigo principal» al dividir el espacio político entre pro Ennahda y anti-Ennahda en vez de dividirlo entre los que desean profundizar la Revolución y los que, de una forma u otra, sueñan con un compromiso con una parte del antiguo régimen o son cómplices incluso comprometidos de las redes del RCD.
De esos últimos acontecimientos quizá resulte un fortalecimiento del Frente Popular y del peso de la UGTT en la escena pública. Pero sobre todo resultará una reafirmación del poder del «RCDismo» en el espacio político, civil e institucional y del Ejército como actor potencial, presuntamente neutral, mientras que retendrá tropas o cuadros del ministerio del Interior, no por su papel esencial como pilar del antiguo régimen, sino por su capacidad de garantizar el orden y la seguridad.
Si el potencial revolucionario que se expresó en El Bardo no se rearma, es decir, si el derrotismo sucede a las movilizaciones de los días pasados y si los actuales equipos dirigentes no tienen en cuenta los errores cometidos y no reorientan su política, podremos decir con tristeza que la «revolución del 6 de agosto» supone un serio retroceso con respecto a la Revolución del 14 de enero.
Fuente: http://nawaat.org/portail/2013/08/07/quand-lhistoire-recule-par-le-bon-cote/