«El que las hace las paga» reza el refrán. Pero no siempre, se podría agregar. Sólo algunos pagan; en general, los más pobres y desvalidos. ¿Quiénes llenan las cárceles en todas partes del mundo? Con total seguridad, los ricos no. Si hay poderosos que delinquen, su misma condición de tales, si bien nos los exime […]
«El que las hace las paga» reza el refrán. Pero no siempre, se podría agregar. Sólo algunos pagan; en general, los más pobres y desvalidos. ¿Quiénes llenan las cárceles en todas partes del mundo? Con total seguridad, los ricos no. Si hay poderosos que delinquen, su misma condición de tales, si bien nos los exime del cumplimiento de las leyes, al menos les facilita las cosas para escapar a las penalizaciones. No es ninguna novedad que a las prisiones va a parar gente pobre, de los sectores siempre más excluidos, sin ningún tipo de recursos.
¿Quién le pone límites a los poderosos cuando son ellos mismos los que establecen los límites? «La ley» decía con agudeza Trasímaco de Calcedonia en la antigüedad griega «es lo que conviene al más fuerte». Si algo define al poder es, justamente, su impunidad. ¿Pero nos quedaremos inmóviles viendo esto así eternamente?
Hoy día Estados Unidos es la potencia absoluta entre todas las naciones. Su desarrollo la ha llevado a un lugar de privilegio e impunidad único en toda la historia. Su poderío económico se resguarda, finalmente, en su monumental fuerza militar. Acaparando casi el 50 % de todos los gastos bélicos del planeta, no tiene rival a la vista. Por tanto, su arrogancia no tiene límites. El proyecto geoestratégico que parte de su clase dirigente viene impulsando desde la caída de su rival, la Unión Soviética, se pretende dueño absoluto del mundo, de sus recursos, de todo aquello que le convenga para su propio interés. Y es en función de ese interés, precisamente, que en el mundo unipolar que se dio a partir del desmoronamiento del campo socialista hacia los 90 del pasado siglo le ha llevado a cometer los más infames actos agresivos de forma impune. Washington y su proyecto planetario son hoy la más siniestra empresa de dominación que se haya conocido. Una vez más la pregunta entonces: ¿nos quedaremos inmóviles viendo esto así eternamente?
Alguien tiene que pagar por todos los desmanes que el proyecto imperial de la clase dirigente estadounidense está cometiendo. Es sabido que el presidente de Estados Unidos -como pasa en general en todos los países del ámbito capitalista- no es el poder final; los factores de poder económico son los que ponen las condiciones, los que manejan tras el trono. El aparato de gobierno es un gerente; con gran poder, sin dudas, pero gerente al fin. Pero de todos modos, esa es la cabeza visible. ¿Es George W. Bush, acaso, la causa de tanta violencia y altanería de la gran potencia? Seguramente no, pero él es quien encarna ese proyecto. Por tanto, es contra él contra quien podemos dirigir -al menos en principio- la protesta. ¿No es posible actuar legalmente contra él? ¿No podemos nosotros, todos nosotros, como ciudadanos del mundo, accionar contra su política genocida?
Pruebas a favor de una demanda contra su accionar hay muchas. Sólo por mencionar alguna, ahí está la guerra de Irak. Inmoral ataque basado en mentiras que ocasionó la muerte de alrededor de 700.000 civiles y que tenía como único objetivo robar los recursos del país invadido. Por robar un reloj o una bicicleta hay quienes purgan años de cárcel. ¿Es correcto que quede impune un asesino y ladrón como Bush, presidente gracias a una artimaña fraudulenta? ¿No representa él la más criminal política guerrera que se conozca? ¿Qué podemos hacer al respecto? Y hablamos del caso de Irak sólo por poner un ejemplo. La lista sería enorme.
Este «diablo», como lo llamara el presidente venezolano Hugo Chávez en Naciones Unidas, es apenas la cabeza visible de un entramado de poder fabuloso. Hoy por hoy se ve bastante difícil -no digamos imposible, pero sí muy difícil- deshacer esas redes. El imperio, más allá de su poderío todavía incuestionado, lentamente comenzó su declive. Como todos los imperios, alguna vez también caerá. Pero eso no debe contentarnos. Hasta que caiga definitivamente seguirá golpeando duro, robando, matando.
La guerra contra el imperialismo estadounidense -fase superior del capitalismo- hace ya décadas que está declarada. De momento, sin ningún lugar a dudas, viene ganando Washington. Pero la guerra es larga. La situación de Irak, el debilitamiento de su economía, la aparición de otros polos de poder en la escena política mundial, el auge de movimientos populares en América Latina, la revolución bolivariana en Venezuela que se alza como una fuente de esperanza, todos esos son frentes que se le van abriendo.
Sabiendo que las acciones legales en el plano de las relaciones internacionales son siempre dudosas, sabiendo que la legalidad es un asunto político que se dirime a través del ejercicio de poderes -tenía razón Trasímaco, sin dudas-, de todos modos, y como un frente de batalla más, ¿por qué no intentar también una acción legal desde nuestro lugar de ciudadanos del mundo?
Con toda la modestia del caso, y dejándolo simplemente como una propuesta a considerar, ¿no podríamos -con el apoyo de este medio, entre otros- promover una amplia campaña para pedir la destitución del presidente de los Estados Unidos de América, George Bush, por una larga serie de delitos? ¿No podríamos juntar una enorme cantidad de firmas a lo largo y ancho de todo el planeta y presentarlas ante Naciones Unidas pidiendo acciones legales contra este delincuente?
Quizá sea una idea insostenible; quizá no serviría absolutamente de nada. O quizá pudiera ser un granito de arena más en esta larga lucha contra el imperio más poderoso de la historia, uno más junto a tantas batallas diarias que se vienen dando, desde la resistencia iraquí hasta los movimientos indígenas latinoamericanos, desde Cuba que se sigue manteniendo dignamente libre hasta cualquier forma de protesta en alguna parte del globo. El capitalismo depredador no cambiaría porque se removiese al presidente del país más poderoso, obviamente. Pero sería un escalón más que pudiéramos avanzar en esta larga lucha por un mundo más justo. Alguien tiene que empezar a pagar por tanta injusticia.
Simplemente me permito dejar la propuesta.