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Cuando un 15M el marco político dio un salto de gigante

Fuentes: Público

Toda revolución es antes una gran conversación y toda gran conversación ha escogido antes, con paciencia de gramático, un nuevo vocabulario. Ese nuevo vocabulario está escrito en el diccionario de las protestas y su alfabeto se construye negando la conveniencia de lo existente.

El 15M fue una gran conversación que habló con las palabras creadas a lo largo de una década. Son palabras como espadas forjadas durante el No a la guerra de Irak, en las manifestaciones universitarias contra el Plan Bolonia, en las huelgas y en los primeros de mayo, en las protestas contra la precariedad laboral que afectaba duramente a los jóvenes, en las reclamaciones contra las sanciones por intercambiar contenidos en la web, que aprendió de las protestas en el mundo árabe, en Grecia, en Portugal. Y que se comunicó a través de las redes sociales trasladando a la política esa horizontalidad, fragmentación, participación y flujos de las redes.

El 15M fue una gran conversación, antesala de un gran cambio que iba a despedir a los grandes acuerdos construidos en España después de la muerte de Franco, que bebía de todos los descontentos que se fueron acumulando y que se expresó con las nuevas herramientas tecnológicas del siglo. Ese descontento tuvo como principal protagonista a las grandes ciudades, pero empoderó a la gente en los pueblos para construir su 15M. Era un clamor repartido que corría con la velocidad de internet.

Un acumulado de rabia con maneras de cambio de época

El 15M fue el precipitado que convirtió la cantidad en calidad, el sobrepaso de un umbral, la gota que desbordó el vaso. España es un país de motines. Pueblo católico, irreverente pero obediente, cuando la desobediencia se le sale, estalla sin límites y desborda los marcos existentes. El 15 M nació de una manifestación que era «otra» manifestación más, convocada por Democracia real ya y apoyada, entre otros, por Juventud sin futuro. Una manifestación que, sin embargo, venía más cargada porque en el ambiente algo decía que la sordera del gobierno y de las instituciones era ofensivo.

Demasiada corrupción, demasiada austeridad, demasiada distancia entre las promesas y los hechos. Pero nada había escrito que ese día iba a ser diferente. Pero lo fue porque alguna gente decidió quedarse a acampar en la Puerta del Sol. Y lo fue porque al Ministro Rubalcaba, del PSOE, le pareció una buena idea mandar a los antidisturbios a disolver a esos jóvenes que protestaban pacíficamente porque no tenían trabajo ni casa ni futuro. Y lo fue porque la gente tenía teléfonos móviles y a través de los mensajes de los móviles se comunicó que la Policía estaba pegando a unos manifestantes acampados que no estaban haciendo nada que fuera contra la Constitución o contra el sentido común. Muy al contrario. En agosto de 2011, el PSOE y el PP cambiaban por primera vez de manera sustancial la Constitución, y al tiempo que se disparaban los desahucios, que había noticias sobre niños que se desmayaban con hambre en colegios ruinosos, que uno de cada dos jóvenes estaba en el paro y que las pensiones se estrangulaban, se daba prioridad al pago de la deuda a la enriquecida Alemania por delante del gasto social.

Con violencia no podía haber gente en las plazas: la apuesta por la tolerancia

El 15M fue posible porque ETA ya no mataba. Y ETA ya no mataba porque la sociedad española ya no aguantaba más violencia. Aún menos después de los atentados islamistas radicales del 11 de marzo de 2004. ETA ya no mataba ni el Partido Popular ni los medios de comunicación podían decir que el 15M era ETA. Podían decirlo y de hecho lo dijeron, pero no era creíble. Y como ETA no mataba, el movimiento también era pacífico, como la sociedad que le había dicho a ETA que no quería más violencia, y como ETA ya no mataba el 15M no podía ser demonizado ni desmantelado por la fuerza. Y entonces creció y creció.

El gobierno de Rodríguez Zapatero sufrió un durísimo ataque de la derecha confesional por el matrimonio homosexual. Sin embargo, el gobierno de coalición ha aprobado la ley de eutanasia, mucho más agresiva contra los principios católicos, sin oposición alguna. Es verdad que el confinamiento y la pandemia han dificultado las protestas, pero había algo más de fondo: la sociedad española no acepta el sufrimiento innecesario e impedir la eutanasia era dolor innecesario. El mensaje radical de fraternidad del 15M está detrás de este cambio.

No afirmar que el rey está desnudo, sino preguntar por qué no está vestido

El 15 M venía con preguntas, no con respuestas. Por eso activó el pensamiento y politizó a la sociedad española. Una vez politizada, construyó su propio relato. No era verdad que el pueblo hubiera vivido por encima de sus posibilidades. El Jefe de la patronal, Díaz Ferrán, dijo durante la crisis que la gente tenía que trabajar más y ganar menos. Terminó en la cárcel, porque mientras estaba diciendo esto estaba robando. La gente construyó su propio relato y dijo: no es una crisis, es una estafa. Y la gente dijo: con mean y dicen que llueve. Y la gente dijo: no somos mercancías en manos de banqueros y políticos corruptos. El pueblo se politizó, construyó un relato y todo lo existente se vio cuestionado. El Roto publicó una viñeta en esos días, con una Puerta del Sol llena de cabecitas de colores. El texto decía: «los jóvenes salieron a la calle y súbitamente todos los partidos envejecieron». El Ministro que mandó a los antidisturbios, Pérez Rubalcaba, dijo que el 15 M era la expresión de la «fatiga de materiales» del sistema del 78. Pero antes de decirlo mandó a los antidisturbios.

Por aquel entonces había entre 6 y 8 millones de españoles que no se identificaban con ningún partido. Podemos sacaría en 2015 cinco millones doscientos mil votos. Dolores de Cospedal, la Vicepresidenta del PP en el Gobierno, dijo a los jóvenes acampados en la Puerta del Sol que por qué no montaban un partido si querían hacer política y dejaban de hacer el vago en la calle. Tardaron tres años pero les hicieron caso. Uno de los máximos reclamos del 15M, más democracia, se convertía en un partido que llamaba «casta» a la vieja política y que llegaba cargado de promesas de regeneración. Iba a cambiar mucho, pero menos de lo que se había imaginado, pero todavía no lo sabían.

No bastaba que el Parlamento se pareciera más a España para poder cambiar las cosas. No bastaba entrar en el gobierno para cambiar las inercias de un país que las élites habían construido desde el siglo XIX como monárquico, centralista, católico, bipartidista y clientelar.

Cuando las claves del éxito son también las claves del fracaso

El 15M triunfó porque no tenía memoria, y entonces no había bandos del pasado ni herencias que dividieran ni rojos ni azules, triunfó porque no tenía estructura, y cada día todo empezaba de nuevo y nadie se sentía atrapado en ninguna burocracia y todo se solventaba hablando y como era el primer movimiento en red lo configuraban nodos, no centros, y todo era horizontal y todo estaba al mismo nivel; triunfó porque no tenía programa, y en sus demandas cabían todas las demandas insatisfechas que estaban pendientes en España, y triunfó porque no tenía liderazgo y entonces nadie se sentía en manos de portavoces que hablaban por uno, como pasa en los partidos políticos, y la gente se sentía bien porque no había jefes ni representantes ni nadie que orientara tu vida y te la orientabas tú hablando con gente que era como tú.

El 15 M era un movimiento atravesado por la generosidad. Como en la Comuna de París, había rabia frente al poder pero no intención de hacerle daño físico a los culpables de tanta iniquidad. Como en la comuna de París, todo el mundo daba más de lo que acostumbraba a dar. Comida, mucha comida, compañía, clases, debates, libros, colchas, tiempo, tiempo y más tiempo. Nadie bajaba línea y menos los partidos, y la gente se hacía su propio diagnóstico y coincidía con el de gente que no conocía de nada y todos tenían la sensación de que aprendían juntos y juntas.

Las tareas concretas nacidas de una necesidad pesan más que las ideologías cuando se está manos a la obra. Es más fácil que te expliques a ti mismo cómo encaja tu ideología en esa tarea en la que estáis ayudando que cuando todo queda en el marco teórico. La mera presencia en las plazas en esos primeros momentos era una suerte de certeza de estar haciendo algo correcto.

La gente se puso a militar, pero no en los partidos políticos

El 15M estaba enfadado con los partidos políticos. «PSOE y PP la misma mierda es». Y de forma más amable, «Entre capullos y gaviotas nos toman por idiotas». Nació una línea de confrontación entre lo nuevo y lo viejo, que después se complementaría con los de arriba y los de abajo. «Que no, que no, que no nos representan». «Lo llaman democracia y no lo es».

El 15M marcó un nuevo rumbo en la política. Toda acción genera una reacción. Para saber qué vino para quedarse hay que esperar la contrarrevolución, que pretende regresar a posiciones conservadoras, y entonces el movimiento volverá a levantar la voz y veremos si formarán parte del nuevo consenso político la feminización de la política, las primarias en los partidos, la rendición de cuentas, la mayor sensibilidad frente a la corrupción, la aprobación y cumplimiento de códigos éticos en los partidos, la sensibilidad medioambiental, la limitación de los mandatos, la reducción de los sueldos de los políticos, la reclamación de mayores dosis de transparencia o las exigencias de que los sistemas electorales cumplan el principio «un hombre/una mujer, un voto». El gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos ha aprobado el fin del voto rogado, que llevó a que en las últimas elecciones el voto del exterior apenas lo realizara uno de cada diez. España expulsó a los jóvenes porque aquí no encontraban trabajo y como regalo añadido se les pusieron enormes dificultades para poder votar. Porque no iban a votar a los partidos que eran responsables de haber tenido que salir fuera de España para trabajar. El fin del voto rogado es un buen ejemplo de lo que ha logrado el 15M.

El 15M cayó hacia la izquierda porque el sistema es de derechas

Las sociedades occidentales se han automatizado. Funcionan sobre la base de los mecanismos del mercado y de las instituciones. No parece que haga falta gobierno ni gente interactuando. Las cosas pasan. Pero no es verdad. Porque siempre hay gente trabajando. Lo hemos visto en la pandemia. Esa ignorancia del funcionamiento de la sociedad tiene riesgos. La leche no viene del tetrabrik ni la basura desaparece por arte de magia. Las sociedades capitalistas, aún más en esa fase del capitalismo financiero, han logrado que la riqueza y el dinero cada una vayan por su cuenta, y por eso pueden pagar a un futbolista 500 millones de euros por trabajar y a otro dos euros la hora.

En el capitalismo de los servicios, tanto ganas tanto vales y la utopía es convertir en mercancía todo lo que quieres que se convierta en un derecho. Como un vientre de alquiler o sexo que en tu país está prohibido. En el 15M había frustración de clases medias a las que se les había interrumpido el ascensor social, jóvenes sobradamente preparados que vivían peor que sus padres, gente que ya no veía en la democracia aquello por lo que habían luchado sus padres sino un fraude. Pero el 15M fue capturado por un imaginario de los de abajo que señaló correctamente al responsable de este desastre, a banqueros y multinacionales y fondos buitre, y criticó las desigualdades en vez de echar la culpa a los inmigrantes o a la política.

El 15M frenó el regreso de la extrema derecha, aunque entre sus filas había gente de extrema derecha, que, en cualquier caso, sabía que su falta de empatía no tenía espacio en las plazas. El 15M, como era un movimiento destituyente, unió a todos los que tenían asuntos pendientes con el sistema. Y juntó a gente que, con un análisis más pormenorizado, nunca se hubieran juntado. Estaban ahí porque querían regenerar el país. Después de echar a Rajoy, al Rey, a Rubalcaba y a Cayo Lara, se terminaron los encuentros. Y por un lado fueron los que votarían a Podemos y por otro los que votarían a Ciudadanos.

Con el tiempo, el eje «derecha-izquierda» regresó, desplazando al de «arriba-abajo». Pero el recambio generacional se impuso y aunque se quedaron las peanas cambiaron las estatuas: cambiaron los líderes políticos, cambió el Rey, cambiaron los CEOS de las empresas, las direcciones de los bancos. Cambiaron muy poco las direcciones reales de los medios de comunicación tradicionales (salvo El País, después de muchas idas y venidas), aunque cambiaron los comunicadores y los representantes de la cultura (aunque fuera porque «los de siempre» fueron cumpliendo el ciclo biológico.

Podemos se convirtió en Unidas Podemos y no se libró de repetir el papel de los liderazgos fuertes; Ciudadanos desapareció y dejó paso al partido de extrema derecha VOX. La COVID-19 volvió a cobrar un contenido de clase. Los presupuestos del 15M han pasado a un segundo nivel. Pero ahí están, pugnando por abrirse paso. Los cambios siempre se toman su tiempo.

La única autoayuda que funciona es la autoayuda colectiva, es decir, la política

El neoliberalismo había dicho que no había alternativa y Francis Fukuyama escribió uno de los libros más influyentes en el cambio de siglo, El fin de la historia, que es uno de los libros con la tesis más idiota y, al tiempo, con mayor capacidad de configurar la nueva realidad.

El 15M dijo: «Me gustas democracia, pero estás como ausente». Quería más democracia, algo que contrasta con las nuevas generaciones jóvenes. Una parte han construido una nueva identidad a través del feminismo, con los 8M más multitudinarios de la historia de España (y de muchos otros países). Otro sector numeroso, donde también están las mujeres, ha salido a la calle a defender el medioambiente y la lucha contra el calentamiento global. En algunos lugares, como Catalunya, el movimiento independentista ha ocupado una buena parte del imaginario. Sin embargo, una sensación generalizada entre muchos jóvenes es que no han vivido ningún movimiento social catártico –con enemigos claros y definidos, salvo los violadores y los agresores sexuales-: ni la oposición a la guerra, ni grandes movilizaciones estudiantiles, ni huelgas generales y que expresan, a día de hoy, la acción colectiva en macrobotellones. Una suerte de paréntesis de la conciencia que está captando mejor la extrema derecha, con su discurso nihilista, egoísta, de odio y de identidad nacional, y deja en los márgenes las propuestas solidarias de la izquierda. Y afecta a todas las edades. Por un lado los «yayoflautas» y las reivindicaciones de los pensionistas; por otro, el votante de la derecha y la extrema derecha guiado por el miedo construido por los medios de comunicación a la izquierda. Es un paréntesis. Pero, de momento, es, como han demostrado las elecciones en Madrid, expresión máxima del autoritarismo libertario. Trumpismo cañí del barrio Salamanca.

¿Qué democracia? ¿Y para qué?

La democracia parlamentaria siempre ha desconfíad de la ciudadanía. Primero no les dejó votar; cuando pudieron votar, no dejó que se presentara cualquiera; cuando podía presentarse cualquiera, luego puso todo su empeño en engañar a los votantes para que votaran a gente del sistema. Al final, termina presentando a insiders que parecen outsiders, a gente de dentro que habla en contra del sistema.

El 15M dejó de comprar ese juego y quiso que la política les supiera a democracia. No sabían cómo se hacía, pero el primer paso era reclamarlo. Si no te molesta la gangrena no buscas curarla. Y no bastaba que la democracia fuera simplemente un acuerdo institucional frío y tecnocrático para gestionar la vida social. Si el entramado institucional no funcionaba había que hacerse cargo de la democracia; si los resultado de la democracia eran malos, había que dialogar para que fueran mejores. Participar era la clave. Participar los que solo lo habían hecho antes votando.

El pueblo se convocaba y se sentía imbuido del poder constituyente. La democracia debía tener la épica que la legitima, la potencia de cambiar las cosas, la certeza de que en la gente ordinaria hay capacidades extraordinarias. Algo muy alejado del «esto es lo que hay» que respondía la política a una ciudadanía despedida, precarizada, desahuciada, desatendida, postergada, ignorada, embrutecida y entretenida.

Aunque este sueño constituyente es más real en la cabeza que en la práctica. No dejamos de tener intereses privados, ideas diferentes y porque los que tienen privilegios no te lo van a poner tan fácil. El primer programa de Podemos en 2014 a las elecciones europeas se hizo de forma colaborativa. Era sencillo porque el presupuesto europeo parecía infinito. A partir de ahí, todas las promesas de cambio venían con su capítulo de gastos y de ingresos. Es más exigente proponer que expresar la ira. Es más sencillo odiar a la casta que gestionar intereses que chocan entre ellos. Es más frío negociar la parte de verdad de los otros que reclamar tus intereses individuales. Toda la política actual, siempre, desemboca en alguna forma de representación, en protocolos probados y aprendidos, en algún consenso acerca de cuándo el debate se termina y se toman decisiones. Y la épica se rebaja.

Aún veo lo que hicisteis aquella primavera: sembrar, fertilizar

La dimisión de Pablo Iglesias en mayo de 2021 tras la victoria de la derecha en las elecciones a la Comunidad de Madrid invitaban a una lectura de fin de ciclo. Trucos de prestidigitación de los medios y de intelectuales con cierta soberbia que quieren hacer ver que tienen claves que los demás ignoran. Los ciclos no se terminan con los actores políticos ni responden a plazos arbitrarios de cien días, diez años o un siglo. Los plazos no son sino ahormamientos del tiempo que nos damos para no asumir nuestra impotencia.

Al revés, la salida del líder de Podemos ¿no es una característica muy del 15M? Quizá por la astucia de la razón hegeliana, que hace que las cosas pasen por ser hijas de su época y no de la voluntad de nadie. Pero lo cierto es que la salida de Iglesias dejaba paso a unos comportamientos más cercanos a la lógica del 15M.

La emergencia de Podemos en un clima bipartidista y un oligopolio mediático urgió lo que se llamó «maquinaria de guerra electoral», que se parecía demasiado a la vieja política o, al menos, era una versión refrescada del comportamiento tradicional de los partidos, cargada de liderazgo, testosterona, astucia ajedrecística, verticalidad y presencia mediática (que tuvo un momento de gloria porque entendieron en el grupo Mediaset que atender a Podemos perjudicaba al conjunto de la izquierda y porque, de manera clara, aquellos jóvenes brillantes subían las audiencias).

La ausencia de Pablo Iglesias deja paso a un liderazgo femenino y plural (marcado por Ione Belarra, Yolanda Díaz, Irene Montero, Ada Colau y tantas otras), coral y menos caudillista, más horizontal y menos imitador del centralismo democrático, más deliberativo, mas joven y, al tiempo, con más diálogo con las generaciones mayores, menos marcado por la capitalidad madrileña, menos patriarcal y más sensibilizado con la inmigración (el 15M bebió mucho de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca), y con la preocupación medioambiental que es común a las nuevas generaciones.

A los estudiantes universitarios les han empezado a aburrir soberanamente las clases, aburridos son los partidos políticos y aburridos los periódicos. Pero no todo puede ser divertido. El péndulo de la desafección puede conducir al miedo, a la frustración y al populismo de extrema derecha. Es verdad que esa opción tiene las patas cortas, pero es muy dañina.

La vacuna que supuso el 15M sigue vigente, pero necesita actualizar esa gran conversación que es la antesala de los cambios. La generalización de las primarias en los partidos, el rejuvenecimiento de casi todas las esferas sociales, el surgimiento de Podemos, un gobierno del que forma parte una fuerza a la izquierda del PSOE, los ayuntamientos del cambio, las reivindicaciones soberanistas o independentistas, el movimiento feminista, la mayor aceptación de una renta básica universal, la puesta en marcha de un Ingreso Mínimo Vital, la regulación de los precios de los alquileres, la subida del salario mínimo (que tanto recuerda al ¿Estudias o precarias? del 15M), el fin del voto rogado, la ley de eutanasia, las prevenciones frente a la banca, la enorme sensibilidad ante la corrupción, la sospecha ante las empresas de medios de comunicación, la recuperación del diálogo intergeneracional («nietos en paro, abuelos trabajando»), la enorme sospecha ante cualquier autoritarismo en cualquier ámbito de la vida social están ligados al 15M.

¿Quién lidera el movimiento feminista? ¿Quién lidera los movimientos de pensionistas? ¿Quién lidera las protestas ecologistas? Los referentes del 15M venían de la autoritas, Stephen Hassel, José Luis Sampedro, José Saramago. Esa gente que no se muere nunca.

¿De qué lado caerá el próximo descontento?

El 15M no tenía prisa. «Vamos despacio porque vamos muy lejos». Tenía una inteligencia profunda de que estaba en marcha un cambio de época. Un ciclo no es un número «mágico» –como decíamos, 100 días, diez años o el centenario no son sino excusas para el análisis-. Un ciclo es un momento donde cambian los actores, las estructuras, las conciencias? El ciclo del 15M no se ha cerrado porque la conciencia ha cambiado y sigue teniendo efectos. ¿O hubiera sido posible la Ley de Eutanasia si no hubiera cambiado España?

Los que dicen que el 15M está muerto es probable que nunca les gustara el movimiento porque no lo podían dirigir. ¿Estaría el Emérito en Emiratos Árabes sin el 15M? ¿Estaría Unidas Podemos en el Gobierno de España? La subversión del 15M sigue horadando como un viejo tipo los cimientos podridos del régimen del 78. ¿Por qué Rato y Bárcenas están en la cárcel? ¿Por qué el fin del voto rogado? El 15M molesta a los que querían dirigirlo y los que lo dan por muerto, o no estuvieron allí o no lo entienden o lo desprecian porque no sirve a sus fines.

Si el 15M fue un debate entre los de arriba y los de abajo, que permitió la idea de «transversalidad», la resurrección del PSOE con un Pedro Sánchez -que hizo un discurso podemita-, más la emergencia de la extrema derecha, trajo consigo de nuevo el debate «derecha-izquierda».

Los medios volvieron a hablar de «izquierda y derecha» porque ese debate es mucho más eficaz para el statu quo. La recuperación de ese eje regresó igualmente la idea de la «crispación», de que todos los políticos son iguales, de manera que el eje «lo nuevo y lo viejo» desaparece, los enemigos de los ciudadanos dejan de ser los millonarios y las culpas de la crisis se difuminan. Con el añadido problemático de que la derecha asume ahora el discurso antisistema. Aunque sea momentáneamente.

La revolución en Rusia de 1905 tuvo que esperar hasta 1917 para operar el gran cambio. Entre medias, la vida sigue con sus vaivenes y planes inesperados. Y sin derrotas, no hay cambios verdaderos porque entonces no se pueden escoger los caminos adecuados.

La covid-19 va a suponer el penúltimo enfrentamiento entre el modelo neoliberal, que querrá cobrar el precio de las crisis sobre las espaldas de la gente, o la superación democrática de los cuellos de botella de un país en donde aún pesa el franquismo sociológico. Con una Europa todavía hablando el lenguaje de la austeridad –apenas ha empezado a regresar a una idea más social- es probable que regrese el descontento. Y ese descontento va a necesitar la memoria del 15M para que la acción colectiva no la capitalicen esas nuevas formas de fascismo del siglo XXI (llámese trumpismo o de cualquier otra manera) , para que caigan del lado correcto de la historia: el que despliega la autoconciencia y la fraternidad. El que nos ha traído hasta aquí.

No es lo mismo sentirse cuidado en las plazas desde la fraternidad, que sentirte cuidado en una identidad excluyente y violenta que necesita odiar para tranquilizar. La fraternidad es la unión de los de abajo contra los privilegios de los de arriba. Y a la acción de los de abajo le responde la reacción de los de arriba. Los procesos de cambio son péndulos que oscilan en las nuevas oportunidades que abren la irrupción, hasta que se estabilicen. Por eso, el mandato del 15M: ocupar las calles y plazas, sigue siendo un imperativo democrático.

Con la ventaja de que el marco se ha desplazado hacia posiciones más luminosas. Más allá de los manotazos desesperados que dé el neoliberalismo moribundo. Por eso la reacción, esto es, los privilegiados, están tan rabiosos. Manotazos moribundos, unos correctos, como la rectificación en los EEUU de Biden, otros terribles como la violencia terrible en Colombia y otros patéticos, como la victoria de Ayuso en Madrid.

La indignación que viene seguirá impugnando a una política parlamentaria anquilosada que no es capaz de resolver los problemas ni responder a los retos, que seguirá impugnando a un sistema económico que precariza la vida y sus cuidados. Es eso de lo que hablaba el 15 M cuando decía: «No somos antisistema, el sistema es antinosotros», cuando advertía que podía enfadarse recordándole al poder que «si no nos dejas soñar, no te dejaremos dormir», cuando recordaba que no estaban dispuestos a ser «mercancías en manos de banqueros».

Fuente: https://blogs.publico.es/juan-carlos-monedero/2021/05/15/cuando-un-15m-el-marco-politico-dio-un-salto-de-gigante/