Cuando un genocidio nos asalta desde los titulares de los diarios y portales, cuando un genocidio sacude la aburrida grilla de un informe semanal en televisión o radio, tendemos a creer que ha sucedido de manera natural, como esas tormentas de montaña o las lluvias de verano, que creemos, nadie espera. Cuando un genocidio sucede, […]
Cuando un genocidio nos asalta desde los titulares de los diarios y portales, cuando un genocidio sacude la aburrida grilla de un informe semanal en televisión o radio, tendemos a creer que ha sucedido de manera natural, como esas tormentas de montaña o las lluvias de verano, que creemos, nadie espera.
Cuando un genocidio sucede, ya la realidad se ha aburrido de anunciarlo, de avisar, de denunciar. Cuándo un genocidio sucede, siempre hubo factores interesados que han hecho sus cálculos y saben de antemano, con exactitud evangélica, en cuanto iban a engrosar sus cuentas por cada libra de muerto.
En octubre de 1996, en la República Democrática del Congo (RDC) se inició una guerra que todavía no se ha resuelto, y que algunos con pantomima mediática la llamaron «Las Guerras Mundiales Africanas I y II», separada apenas por un par de años aunque los muertos se siguieron sumando sin sutilezas de fechas y números.
En ese largo y en definitiva único conflicto que con intermitencias sigue hasta hoy los muertos se calculan entre los 6.5 y 9 millones, la mayor matanza desde la Segunda Guerra Mundial, y pareciera siempre estar al borde de un recrudecimiento más bárbaro y brutal, como si las violaciones masivas como paga a las tropa y disuasión a las poblaciones no comprometidas, la profunda crisis humanitaria y los millones de desplazados y refugiados, no hubiera sido suficiente.
Con el fin de la Guerra Fría, el dictador presidente Joseph Désiré Mobutu, tras 35 años en el poder, pieza clave de Washington, para contener los arrestos de Moscú en el continente africano, perdió el sostén de Occidente y fue jaqueado internacionalmente por acusaciones de violación a los derechos humanos y una corrupción endémica.
La nueva situación permitió que otra antigua figura de la política del Congo, volviera a jugar un rol clave, Laurent Kabila, tras largos años de exilio en España, que apoyado por una coalición que conformó la Alianza de Fuerzas Democráticas, iniciará en 1996 una rebelión contra Mobutu, el dictador de los 6 mil millones de dólares.
Esa guerra civil, en la que finalmente triunfaría Kabila en 1998, no fue más que una sustitución de elites donde se vieron involucrados Ruanda, Burundi, Uganda, Estados Unidos, Francia, Bélgica y el Reino Unido, que chocaron con la alianza panafricana encabezada por el líder libio Muhammad Gadaffi a quien acompañaban Angola, Chad, Namibia y Zimbabue.
El entonces Zaire, actual RDC, era un país demasiado rico, a pesar de su cuarto lugar entre los países más pobres del mundo, sus reservas de coltán que contienen el 80% de las reservas mundiales conocidas, imprescindible para todos los dispositivos electrónicos, como celulares, GPS, PDAs, MP3s, pantallas de plasma, computadoras y de suma importancia para la producción de condensadores electrolíticos de tántalo, que conforman las baterías. Además tiene el yacimiento de cobalto más grande del mundo y riquísimos yacimientos de diamante, oro, estaño, manganeso, plomo y zinc, petróleo, uranio y carbón, además de la presunción, con mucho de certeza, de que en sus extensos lagos (Kivu, Alberto, Eduardo) se encuentren entre los 100 y 300 metros de profundidad ingentes yacimientos gasíferos.
Esta realidad es la que había justificado a lo largo de la tiranía de Mobutu, la estrecha y «desinteresada» amistad de presidentes como el francés Giscard D´Estaing o George Bush, padre.
Por su parte la tensión entre hutus y tutsis, se extendía desde Runda tras el genocidio de 1994, el nuevo gobierno ruandés encabezado por el genocida Paul Kagame, un gran hijo de Francia, tenía particular interés en desmantelar los campos de refugiados tutsis en la actual RDC, donde se reorganizaban fuerzas para recuperar el poder en manos de los hutus.
Con la anuencia de Naciones Unidas, y el resto de los organismos internacionales y sin interés mediático, ¿a quién impórtales un nuevo centenar de negros muertos habiendo tantos? Mientras el coltán, al precio de dos niños muertos por kilo extraído de las minas ilegales, pueda seguir fluyendo a nuestros cada vez más sofisticados teléfonos móviles, se ha permitido la perpetuación de la guerra.
Un mundo Conrad.
Sin duda el espíritu de las tinieblas que tan terrible y maravillosamente narró Joseph Conrad, cuando recién empezaba el saqueo al Congo, en nombre de su agraciada majestad Leopoldo II de Bélgica, que además de haberse convertido en uno de los hombres más ricos de su tiempo, tiene el dudoso honor de ser uno de los mayores genocidas de la historia, con cerca de 15 millones de esclavos muertos al servicio de su serenísima angurria. El oscuro corazón del capitán Kutz continúa asolando al país.
Este estado de situación se perpetúa por la injerencia de las Fuerzas Armadas congoleñas, que actúan según sus intereses, grupos armados vinculados gobiernos extranjeros, como el Movimiento 23 de Marzo, (M23) supuestamente financiado por Ruanda, corrientes separatistas, multinacional de la Comunicación occidentales y asiáticas y el gobierno de obviamente corrupto de Joseph Kabila, quien heredaría el poder de su padre Laurent, asesinado en 2001.
La falta de legitimidad democrática del actual gobierno de Kinshasa, ha derivado en una inestabilidad política en aumento, fundamentalmente por la voluntad del presidente «democráticamente» elegido en 2003, de perpetuarse en el poder.
Las constantes protestas políticas con sus consecuentes represiones, riega casi a diario de sangre las calles de la capital. A esto se le debe sumar los resabios de la guerra, que en diferentes grados se mantienen larvados a la esperar de una señal, para emergen violentos como siempre.
Esta situación se da con más claridad en el oriente del país, donde también se concentran los grandes yacimientos de coltán, los movimientos separatistas alentados tanto por Burundi y Ruanda, quienes se aprovechan de la anarquía existentes en todo el país, pero fundamentalmente en sus fronteras con la RDC. Del provecho de ese desgobierno tampoco estas exentas empresas occidentales quienes han aportado financiación a los grupos armados que operan en la región.
Tanto Estados Unidos como los países miembros de la Unión Europea, se benefician del saqueo que sus empresas practican sin ningún control en esos mismos sectores.
El conflicto en la región de Ituri una verdadera guerra dentro de la guerra congoleña, entre las etnias lendu agricultores y los hema pastores, al nordeste del país, se complica por la gran presencia de grupos armados que venden sus «servicios» a ambas tribus.
Además operan allí el movimiento guerrillero «Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR)» uno de las más importantes organizaciones que combatieron en lo que se conoce como la Segunda Guerra del Congo (1998-2003), compuesta por hutus congoleños y miembros de la guerrilla interahamwe principal actor del genocidio ruandés, que operan a favor del gobierno de Joseph Kabila, a los que utilizaba para la represión ilegal incluso de alentar un genocidio contra los tutsis, congoleños y ruandeses que siguen exiliados.
La fuerza oponente más significativa contra Kabila, la constituye el general Laurent Nkunda, presidente del Congreso Nacional para la Democracia del Pueblo. Nkunda, que responsabiliza a los Cascos Azules de Naciones Unidas de estar al servicio de Kabila, amenaza con tomar el poder, lo que abriría otro frente de guerra a los tantos que tiene la RCD.
En las regiones del Alto y Bajo Uele, en el noreste del RDC, desde hace diez años también opera el Ejército de Resistencia del Señor, (LRA) un grupo fundamentalista cristiano, en armas desde 1987, liderado por el legendario e inhallable Joseph Kony, que desde Uganda se ha expandido tanto a la RCD como a la República Centroafricana (RCA).
A pesar de la gravedad de la situación a nadie parece importarle demasiado que en el segundo país más extenso de África, con una población de 67 millones de habitantes, sumergidos en una miseria infame, por la avaricia de occidente y un elite de traidores, suceda un inesperado genocidio tan repentino como una tormenta en la montaña o una lluvia de verano.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino . Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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