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Cronopiando

Daños colaterales

Fuentes: Rebelión

Y es que los militares están en la calle, pero no desfilando marciales el paso del triunfo bajo los arcos de la gloria, sino tirados en las calles, mendigando el peso del consuelo entre los cartones de la noche. En Estados Unidos, uno de cada cuatro indigentes es un veterano de guerra. Lo confiesa la […]

Y es que los militares están en la calle, pero no desfilando marciales el paso del triunfo bajo los arcos de la gloria, sino tirados en las calles, mendigando el peso del consuelo entre los cartones de la noche.

En Estados Unidos, uno de cada cuatro indigentes es un veterano de guerra. Lo confiesa la organización de beneficencia estadounidense «Alianza nacional para acabar con la indigencia» que, en su estudio, informa que cada noche del pasado año hubo en las calles estadounidenses una media de 195.000 veteranos de guerra sin techo.

Un año más tarde siguen ahí y la cifra se incrementa. A más conflictos, más reservistas, más veteranos, más mendigos en la calle.

De cada cuatro indigentes protegiéndose del frío en portales y callejones de los Estados Unidos, hay uno que ya no es el iluso que miraba la guerra en el televisor y cambiaba los muertos de canal con el mando a distancia, que ya no es el idiota que soñaba ser Batman, o el delincuente que buscaba coartadas, o el acomplejado que necesitaba un uniforme, o el débil que requería un arma de fuego, o el emigrante que aspiraba a convertirse en residente, o el cobarde que quería huir, o el que no pudo sobreponerse al desamor…La calle les ha cambiado todas sus historias por una realidad común a todos. La indigencia también es uniforme. Son decenas de miles de indigentes que han rendido derechos y memorias, y hoy son habituales en las filas que se disputan la asistencia de los centros de beneficencia.

El informe de la organización estadounidense destaca el cada vez mayor número de veteranas de guerra como indigentes, la alta incidencia de los problemas mentales que padecen relacionados con el estrés postraumático y la común adicción al alcohol y a otras drogas.

Haber servido en el ejército imperial puede eximir a un criminal de guerra de responder ante otra justicia que no sea la de sus mandos, pero no garantiza el «american way of life» a los que regresaron vivos de la última guerra preventiva o de la nueva guerra humanitaria.

Según datos oficiales del Departamento de Agricultura, en Estados Unidos hay 35 millones de personas que pasan hambre, tres veces la población de Cuba. En Estados Unidos, de cada tres personas hambrientas una no ha cumplido los diez años. Más de doce millones de niños y niñas pasando hambre en el país que se permite dar lecciones al resto de naciones sobre ética y moral. Entre la población hambrienta, cuyos índices de crecimiento siguen en aumento, crece también el número de veteranos y veteranas de guerra para quienes, de momento, no hay armisticio posible.

Roma no paga traidores, obviamente, tampoco ilusos. Menos aún, ilusos negros o latinos a los que ya se honra, en el peor caso, con una tumba y una medalla. Para acoger a los «buenos» soldados, a esos eficientes profesionales a los que nunca les va a caber la menor duda o el menor escrúpulo, existen compañías privadas dispuestas a hacerse con sus servicios, triplicarles la soldada y transformarlos en mejores mercenarios. A los restantes, a los que consiguieron licenciarse y regresar con vida, les aguarda la indigencia de la calle como trinchera de una guerra interminable en la que ellos también son daños colaterales.