La crisis que actualmente atraviesa a la República de Sudán, desangrada por el violento conflicto en el estado de Darfur, ha puesto a este país del norte de África en la primera plana de las noticias internacionales durante los últimos meses. Sin embargo, nada de esto es nuevo para los sudaneses. Los propios conflictos en […]
La crisis que actualmente atraviesa a la República de Sudán, desangrada por el violento conflicto en el estado de Darfur, ha puesto a este país del norte de África en la primera plana de las noticias internacionales durante los últimos meses. Sin embargo, nada de esto es nuevo para los sudaneses. Los propios conflictos en Darfur se desataron hace ya tres años, en tanto que este país ha vivido en medio de sangrientas guerras civiles desde su independencia, en 1956, y sólo interrumpidas por un período de 11 años, que va desde 1972 a 1983.
Mientras algunos afirman que Darfur es una continuación de la guerra civil que ha enfrentado durante 50 años al norte con el sur por los recursos naturales del país, y que se había dado por concluido con el histórico tratado de paz firmado en 2004 entre el Gobierno sudanés y los grupos rebeldes, otros hablan de un conflicto de raíces étnico-religiosas, que enfrentaría al norte árabe y musulmán contra el sur africano, cristiano y animista. Por otra parte, habría una tercer versión que estaría hablando de un plan de «limpieza étnica» orquestado por el gobierno de Jartum con el fin de vaciar las tierras del sur del país, ricas en agua y petróleo, y proceder a su explotación.
Ninguna de estas versiones se aleja de la realidad, pero tampoco son, individualmente, la causa de la lucha. Para tratar de entender qué es lo que está pasando en Sudán actualmente habría que conjugar estas tres visiones, pues puede decirse que este es un enfrentamiento multicausal, en el cual intervienen múltiples factores, así como la larga y trágica historia de un pueblo desgarrado por el colonialismo, la guerra y la pobreza. De modo que sí, puede afirmarse que lo que actualmente acontece en la región de Darfur tiene sus raíces en la guerra civil sudanesa; pero, asimismo, esta guerra puede encontrar sus razones en las condiciones históricas en que Sudán nace como un país independiente.
La intención de este trabajo es realizar un breve resumen de la historia de Sudán, a fin de hallar un proceso si bien no uniforme, sí con elementos comunes entre la guerra civil post independencia y los sucesos actuales que aquejan al estado de Darfur. Pero también sería importante resaltar los factores distintivos que intervienen en esta lucha, que ha sido calificada por Naciones Unidas como la mayor crisis humanitaria del siglo XXI.
SUDÁN: UN PAÍS DE COLONIALISMO «REFORZADO»:
La República de Sudán es el país más grande de todo el continente africano, con una superficie de unos dos mil quinientos millones de kilómetros cuadrados y una población cercana a los 39 millones de habitantes (1). Este país está situado en un punto estratégico, pues constituye la bisagra principal entre el mundo árabe y el África negra. Sudán limita con Egipto por el norte; al este se encuentra el Mar Rojo, Eritrea y Etiopía; al sur limita con Kenia, Uganda y la República Democrática del Congo; y, al oeste linda con la República Centroafricana, Chad y Libia. El país consta de tres regiones naturales: al norte, el desierto; en el centro se encuentra el sahel, vasta zona semiárida compuesta de estepas y modestas elevaciones; por último, hacia el sur se abre una región dominada por ciénagas y selvas tropicales, rica en recursos hídricos (principalmente en el sudeste) gracias al paso de los ríos Nilo, Nilo Blanco y Nilo Azul, así como sus afluentes.
Del mismo modo que el resto de los países africanos, Sudán también ha sido víctima de la invasión de potencias extranjeras, que hicieron de estos pueblos colonias al servicio de sus propios intereses, llevándose las riquezas naturales de la región a cambio de un futuro miserable para su gente. Aún así, la particularidad del Sudán consistió en estar sometido a un doble dominio colonial: el de Egipto, su vecino más fuerte, y el de Gran Bretaña, la gran potencia imperialista del siglo XIX.
Sudán ha sido desde siempre influido por su gran vecino, Egipto, ya desde tiempos de las grandes dinastías faraónicas cuando el norte de la actual república sudanesa era el lugar de asiento de los egipcios procedentes de Nubia. Más tarde, la región fue ocupada por una gran variedad de reinos independientes, que en muchos casos establecieron sultanatos tal como fue el caso de la dinastía Keira, de la etnia fur. Históricamente, las diversas tribus que habitaban Sudán convivieron en paz, a excepción de períodos donde las luchas eran originadas por una disputa por los recursos naturales entre tribus nómadas o seminómadas y aquellas que se dedicaban a la agricultura de subsistencia; no obstante su frecuencia, eran de poca importancia pues siempre era factible llegar a un acuerdo para lograr una convivencia sana entre los habitantes del lugar y las poblaciones itinerantes.
A principios de la década de 1820 Egipto, que en esa época era parte del Imperio Otomano, invade Sudán y pone fin a una larga tradición de autonomía regional. La mayor parte del territorio de Nubia se convirtió entonces en una provincia egipcia, conocida como el Sudán egipcio; pero el dominio de Egipto se extendió también hacia el sur. Sin embargo, el sultanato de Darfur, ubicado en la zona oeste del país, logró conservar su independencia hasta bien entrado el dominio británico. Inglaterra ingresa en este territorio hacia mediados del siglo XIX, convirtiéndolo en un punto estratégico para sus intereses económicos y comerciales, pero también políticos, pues la gran potencia se veía amenazada por Francia, que cada vez estaba adquiriendo mayor peso en el continente africano, gracias a sus posesiones coloniales. A partir de 1880, Egipto y Gran Bretaña llegaron a un acuerdo en el cual acordaron compartir el dominio sobre el territorio de Sudán. Sin embargo, las poblaciones autóctonas opusieron una gran resistencia contra la dominación colonial, e incluso una rebelión logró vencer a las tropas egipcias y proclamó la independencia del país en 1885, estableciendo allí un Estado islámico. La flamante nación, no obstante, fue abatida por los ejércitos británicos en 1898 y Sudán volvió a ser la colonia que era.
Sin embargo, el momento de liberarse de Egipto y Gran Bretaña llegaría. Durante la segunda postguerra, la tensión entre las dos potencias había ido en aumento; al mismo tiempo, Sudán se sumó a los movimientos por la independencia que comenzaron a surgir en varios países africanos al promediar el siglo XX. Frente al punto muerto al que habían llegado las negociaciones entre británicos y egipcios para dirimir cuestiones referentes al gobierno, en 1953 se firma un acuerdo que garantizaba la independencia de Sudán tras un período de transición de tres años, denominado «proceso de sudanización», mediante el cual se celebrarían elecciones en el país y los sudaneses irían relevando a todos los extranjeros tanto de los cargos políticos como de los militares.
EL COSTO DE SER INDEPENDIENTES:
Pero la paz y el crecimiento no llegarían de la mano de la independencia. Los conflictos étnico-religiosos comenzarían a pesar en la distribución de la riqueza del país. Si bien más de un 70 por ciento de la población profesa la religión musulmana aún perviven tradiciones religiosas autóctonas y hay un pequeño porcentaje cristiano. Al mismo tiempo, Sudán cuenta con una mayoría de población de origen africano (compuesta por una gran variedad de grupos tribales) que se ubica alrededor del 60 por ciento, en tanto que la población árabe llega a un 40 por ciento del total.
Estos no son datos anecdóticos, ya que estas diferencias de etnias y religiones se verán reflejadas en la distribución geográfica de las poblaciones a lo largo y ancho del país: mientras que los árabes musulmanes predominan en el norte de Sudán, los africanos cristianos y animistas lo hacen en el sur. La región del norte, que no es precisamente la más rica en recursos pero sí el asiento del poder político (que desde la independencia ha sido monopolizado por gobiernos árabes musulmanes), ha marginado permanentemente a las poblaciones del sur y presionado siempre a favor de sus propios intereses. Es en esta diferenciación donde se halla el origen de la guerra civil que, en su primer período, va desde 1955 a 1972. A ello hay que sumarle la constante lucha por acaparar los recursos naturales, la mayoría provenientes del sur del país.
La historia independiente del Sudán no dista mucho de la del resto de los países africanos, e incluso, de la historia de América Latina. Son países en los cuales sus recursos naturales, principalmente los alimenticios, podrían sostener ampliamente a toda su población, pero que debido a los voraces intereses de las grandes potencias hegemónicas mundiales (primero Inglaterra, luego Estados Unidos y ahora también China) aliadas con los gobiernos locales de turno, corruptos e ineficaces, han caído en la miseria, la marginación en todos los ámbitos y, en este caso, en la violencia extrema.
Los gobiernos de Sudán han nacido, en su gran mayoría, de golpes de estado militares que se han afincado en el poder. Una y otra vez, los intentos democráticos se han visto frustrados por la intervención las Fuerzas Militares, y todo esto en medio de una guerra civil que ha enfrentado al norte con el sur; los del norte, en su mayoría árabes musulmanes, son partidarios de la imposición del islamismo en todo el territorio, en tanto que los pueblos del sur defienden la diversidad étnica y religiosa, pero también exigen la redistribución del poder político y de los recursos económicos.
En 1972, el entonces presidente de Sudán, Yaffar al-Numeiry, negoció con los grupos rebeldes un acuerdo de paz para poner fin a los enfrentamientos. El tratado de paz de Addis Abeba (Etiopía) establecía la tan ansiada autonomía del sur. Al mismo tiempo, Numeiry logró promulgar una Constitución en 1973. Parecía que los días de guerra estaban llegando a su fin. Pero hacia fines de esa década y comienzos de la siguiente, la tensión fue cada vez más en aumento. En 1983 se abre el segundo período de estas luchas civiles. El principal detonante, esta vez, fue la imposición de la shaira (ley islámica) en todo el país, que recaía incluso sobre las poblaciones no musulmanas. Al mismo tiempo, la economía se vio sumida en una terrible crisis provocada por una serie de catástrofes naturales, sumadas a la terrible presión ejercida por el Fondo Monetario Internacional (FMI) por una deuda prácticamente impagable. El resultado fue el esperado: nuevos enfrentamientos entre norte y sur, al tiempo que la autonomía sureña ya no sería reconocida por el gobierno de Jartum.
Es en este contexto donde entra en escena el Ejército Popular de Liberación del Sudán (EPLS), un movimiento revolucionario liderado por Jhon Garang, un cristiano del sur perteneciente a la tribu dinka (ganaderos) y ex integrante de las Fuerzas Armadas de Sudán, entrenado en los Estados Unidos. El del EPLS fue un movimiento cuyo primer objetivo era el derrocamiento de Numeiry, y gracias a ello atrajo a todos los opositores del presidente. Finalmente, en abril de 1985, luego de una gran revuelta en la capital del país (Jartum) y de un golpe de Estado, el gobierno de Numeiry fue derrocado y la Constitución por él promulgada, suspendida.
Luego de 18 años sin elecciones democráticas, el pueblo sudanés fue llevado a las urnas (aunque a medias, ya que por los enfrentamientos se hizo imposible votar en 37 distritos meridionales), dándole la victoria a Sadiq al-Mahdí, dirigente del partido Umma. Pero el nuevo gobierno se vio prontamente debilitado a consecuencia de una acuciante carencia de alimentos, a los enfrentamientos con la guerrilla, la deuda externa del país y el faccionalismo existente al interior del propio gobierno de Jartum. La economía quedo totalmente paralizada; la terrible situación derivó en una abierta guerra civil, que fue aprovechada por el general Omar Hasán Ahmad al-Bashir para perpetrar un nuevo golpe de Estado y alzarse con el poder.
EL RÉGIMEN DE OMAR AL-BASHIR:
Un nuevo golpe de Estado había terminado con el régimen democráticamente electo de al-Mahdí, y en su lugar Omar al-Bashir se autoproclamó presidente de Sudán, gobierno que a partir de entonces se definiría como de corte absolutamente islámico.
Entre algunas de las medidas más controversiales del gobierno de al-Bashir se cuenta la reimplantación de la shaira en todo el país (lo cual fue una causa más para los rebeldes en su enfrentamiento con el norte) y la sanción de una Constitución que en 2001 le permitió llamar a elecciones, las primeras desde su golpe de Estado. Sin duda, las mismas no tuvieron nada de democráticas y sólo fueron una simple pantalla para proporcionarle al presidente un nuevo mandato. Así, perpetrándose en el poder desde entonces, y con el apoyo de ciertos sectores políticos de gran fuerza, Omar al-Bashir logró hacer desaparecer cualquier vestigio de libertad que hubiera quedado vivo e implantar el Islam por la fuerza a todos los habitantes. Al mismo tiempo, basó su estrategia de poder en la deportación masiva de la población negra hacia las regiones más desérticas del país, a fin de «liberar» los territorios que sirvieran para posibles negociados. No obstante la dureza que impuso el régimen dictatorial de al-Bashir, una variada alianza de grupos y tribus continuaron su desafío al gobierno en defensa no sólo del derecho a la diversidad religiosa, sino, principalmente, por una más justa redistribución del poder político y de los recursos económicos. Y en esta lucha, el ELPS lideró la oposición contra Jartum.
Sin dudas, y ante un levantamiento rebelde de considerable magnitud como el existente en Sudán (sobre todo en los primeros años del régimen), el gobierno tuvo sus aliados claves. Una de las principales figuras que sostuvo a al-Bashir durante toda la década de 1990 fue el líder religioso Hasán al-Turabi, fundador del Frente Nacional Islámico (FNI), la fuerza política más importante en el país. Conocido como el «Maquiavelo de Sudán», Turabi ha sido el ideólogo del gobierno, mentor de al-Bashir y principal promotor del islamismo extremista en este país. Ha estado detrás del gobierno de Sudán, siendo el principal propulsor de la reimplantación de la shaira en todo el territorio, así como de varias medidas políticas y económicas que han sido aplicadas (2). No obstante, la idílica relación entre Turabi y al-Bashir no sería eterna. Las crecientes tensiones entre ambos líderes terminaron en la salida de Turabi del gobierno en 2001, quien inmediatamente se dio a la tarea de fundar un nuevo partido político, el Congreso Nacional Popular (CNP), heredero del FNI pero, al mismo tiempo, opuesto a éste desde que era monopolizado por al-Bashir y su gente. Pero el presidente sudanés no permaneció inmóvil ante esta afrenta de su antiguo mentor. Acusados de alta traición al gobierno, Turbai y varios intelectuales y militantes del CNP fueron encarcelados por las fuerzas militares; según el presidente, el partido de Turbai estaría prestando apoyo al Movimiento por la Justicia y la Igualdad (MJI), un grupo armado rebelde que había nacido en Darfur a principios de 2003 y que aboga por la autonomía de la región. Sin dudas, el nexo entre Turbai, el CNP y el MJI es real; pero parece claro que al gobierno no le agrada nada este nuevo frente opositor que, para colmo, está liderado por Turbai, quien a pesar de ser un fundamentalista religioso, tiene un gran público que lo sigue.
La situación cada vez se complicaba más para Jartum, ya que debía hacer frente no sólo a la guerrilla rebelde y a los nuevos frentes políticos opositores, como el de Turabi, sino también a Estados Unidos y sus aliados. Y no era para menos. Sudán le había abierto las puertas nada menos que a Osama Bin Laden a principios de los años noventa. Bin Laden financió en Sudán la construcción de varias obras públicas de gran envergadura, y que fueron de gran utilidad para la población. Pero la estadía brindada a este personaje, junto con el alineamiento de Jartum con Irán para salir del aislamiento político, le costó a al-Bashir que la comunidad internacional tildara a su gobierno, y al país en su conjunto, de promotor del terrorismo. Incluso, durante la presidencia de Hill Clinton, Estados Unidos envió un ataque aéreo contra la única fábrica de medicamentos existente en el país. La razón alegada fue que se habían recibido informes de que en ese lugar se estaban fabricando armamentos químicos, y también en represalia por los ataques terroristas a las embajadas norteamericanas de Kenia y Tanzania, en las cuales el gobierno norteamericano suponía a Sudán como implicado.
Todo esto, sumado a la inmensa deuda externa que se había contraído con el FMI y otros organismos internacionales, llevó a Sudán a una crisis económica muy intensa, y a ser blanco de las sanciones internacionales dictadas por la ONU, pero promovidas por Washington. Finalmente, Sudán decidió la expulsión de Bin Laden, a fin de evitar mayores conflictos con los Estados Unidos y sus aliados.
Por otro lado, la comunidad internacional y varios organismos comenzaron a presionar al gobierno sudanés para que pusiera un fin a una guerra que ya llevaba casi medio siglo en el país. Así, se comenzó a trabajar en un acuerdo de paz entre el gobierno de Jartum y los rebeldes del sur, principalmente las fuerzas aglutinadas en el ELPS. Las negociaciones se iniciaron en 2002 en Nairobi, capital de Kenia. En octubre de ese mismo año se pactó un alto el fuego para demostrar la buena voluntad de ambas partes en solucionar el conflicto. El alto el fuego se respetó durante casi todo el año 2003, pero luego hubo un breve período en que la violencia recrudeció. Sin embargo, el 9 de enero de 2004 el vicepresidente de Sudán, Alí Osman Mohamed Taha, y el líder del Ejército Popular de Liberación de Sudán, John Garang, firmaron un acuerdo que daba por concluida la guerra civil iniciada en 1956. Entre otras cuestiones, el acuerdo firmado en Nairobi (Kenia) preveía un período de transición de seis años a partir de julio de 2004, durante el cual las partes implicadas en el conflicto formarían un gobierno de unidad, y donde se establecía la autonomía para el sur del país, lugar donde no regiría la ley islámica, así como la repartición de los beneficios económicos entre norte y sur, generados por la producción de petróleo.
Pero las negociaciones de paz se vieron opacadas por una nueva lucha: la de Darfur. Un conflicto que, si bien está relacionado con la guerra civil, tiene razones muy distintas. Quizá por esta razón, muchos analistas poco informados confunden las causas que originaron la guerra civil (conflicto norte-sur) con las causas de la lucha en Darfur.
DARFUR: LA MAYOR CRISIS HUMANITARIA DEL PLANETA:
Darfur, «la tierra de los fur», es un estado ubicado al oeste de Sudán, y en el que residen unas seis millones de personas. Su extensión es tan grande como Francia, pero es una zona muy árida y pobre, hogar de una treintena de tribus diversas, algunas dedicadas a la agricultura y otras a la ganadería y al pastoreo. En 1994, el gobierno central dividió al estado de Darfur en tres regiones (norte, sur y oeste), que a su vez fueron subdivididas en distritos y consejos locales. Esta medida llevó aparejada la reasignación de tierras a favor de las tribus árabes, minoritarias en esa región, y sin tener debidamente en cuenta las complejas relaciones inter-tribales, con lo cual se generaron ciertas disputas por la obtención de recursos.
Las sequías comenzaron a agravar la situación de los habitantes de Darfur hacia fines de los ochenta y principios de los noventa. Sumadas a la interminable guerra civil entre el norte y el sur del país, estas catástrofes naturales generaron un descenso en las producciones agrícolas (ya de por sí bastante pobres debido a la aridez propia de este tipo de suelos) que desembocan en una crisis de hambre entre las poblaciones, principalmente en aquellas más pobres dedicadas a la producción para la subsistencia. Las condiciones de pobreza siempre fueron una característica de Darfur; desde tiempos inmemoriales existió allí una lucha por los recursos naturales. Pero desde la llegada de Omar al-Bashir al gobierno, esta región se había visto cada vez más marginada del reparto de recursos económicos, y sus habitantes, de origen africano en su mayoría, fueron cada vez más relegados, e incluso trasladados a regiones aún más improductivas, en claro beneficio para las minorías árabes.
En este contexto, en febrero de 2003 se desata un estallido de violencia en Darfur, sostenido por esas poblaciones que se sentían excluidas de toda participación en la distribución tanto de los recursos económicos como del poder político. Las tribus africanas se organizaron para dar pelea al gobierno de Jartum: por un lado, el Ejército de Liberación del Sudán (ELS) y, por otro, el Movimiento por la Justicia y la Igualdad (MJI). Al iniciar la lucha, ambos grupos no pudieron ponerse de acuerdo para coordinar sus acciones; el ELS recibió inicialmente el apoyo del ELPS, en tanto que el MJI tenía ciertas vinculaciones con sectores disidentes del Congreso Nacional Popular de Turabi.
El ELS, nacido en 2001 y liderado por Andel Wahid Mohamed Ahmed Nur, es producto de la cooperación de dos grupos: uno integrado por las tribus fur y massaleit oriundas de la región sur y oeste de Drafur, y otro proveniente del norte de Darfur, compuesto por tribus zaghawa y meidoub; ambos grupos acordaban en la idea de que Jartum había perpetuado la hegemonía de la elite del norte y centro del país a costa de la marginalización de regiones periféricas, como Darfur. Se cree que el ELS está ideológicamente vinculado con el Frente Nacional Islámico de Turabi y militarmente con el EPLS, quienes aparentemente colaborarían con la provisión de armamentos y entrenamiento militar.
De todos modos, tanto el ELS como el MJI tienen objetivos específicamente gubernamentales en sus ataques, sin atacar a la población civil de ninguna región. Sus éxitos militares han sido bastante importantes; han llegado a controlar no sólo regiones del estado de Darfur, sino también de otros estados del centro y sur del país. Frente a la incapacidad de las fuerzas armadas sudanesas de hacer frente a las tropas rebeldes, el gobierno central decidió financiar, como ya antes lo había hecho, milicias parapoliciales a fin de aplastar la guerrilla insurgente.
Estas tropas parapoliciales, en extremo violentas, están compuestas, en su mayoría, por árabes nómades de Darfur y Chad. Su «trabajo» consiste en una sistemática persecución de las poblaciones de Darfur; queman aldeas y pueblos enteros, roban ganados, violan mujeres y, según los informes de Naciones Unidas (UN) y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), estarían implicados en el secuestro y tráfico de personas para el comercio de esclavos. Las declaraciones de las víctimas de estos mercenarios son escalofriantes: «Los janjawid habían rodeado nuestros pueblos, y cuando intentamos volver, dispararon contra nosotros. En los pueblos mataron a todos los hombres que pudieron. En los días siguientes, volvieron en repetidas ocasiones, y cada vez se apoderaban de más cosas, hasta que no quedó nada que valiera la pena quitarnos (3). «Están aterrorizadas…Los hombres no pueden salir de los campamentos (de Darfur) porque los matan. La única manera de que (las familias) puedan obtener algún ingreso es que salgan las mujeres, pero sufren violaciones o agresiones sexuales» (4). El resultado del accionar de estos grupos es de más de 70 mil muertos civiles, casi 2 millones de desplazados (5) (que migran a otras regiones de Sudán o hacia Chad -uno de los diez países más pobres del mundo-) y la amenaza de más muertes, a razón de la carestía de alimentos para los afectados, que se podría agudizar si se producen nuevos desastes naturales, como las sequías.
Los organismos internacionales, tales como Naciones Unidas o el ACNUR, piden respuesta al gobierno de al-Bashir frente a esta «limpieza étnica» que los Janjawid están cometiendo entre las poblaciones negras, no sólo en el estado de Darfur sino también en la frontera con Chad y en los campamentos del ACNUR. Jartum reconoce haber movilizado «milicias de autodefensa» luego de los primeros ataques rebeldes en Darfur, pero niega cualquier tipo de vínculo con las milicias Janjawid. Mientras tanto, los únicos perjudicados son los civiles, sobre todo mujeres y niños. La situación es alarmante. Y el gobierno de Sudán no sólo no está haciendo nada para impedir esta masacre, sino que además es bastante reticente a la presencia de organismos humanitarios internacionales que presten ayuda a los civiles afectados (sobre todo en cuanto a medicamentos y alimentos) y no ha estado dispuesto a la intervención de extranjeros en el conflicto, a excepción de la Unión Africana (UA), que ya había colaborado con el gobierno sudanés en la firma del tratado de paz entre norte y sur.
LA PARTICIPACIÓN INTERNACIONAL: MOTIVACIONES E INTERESES:
En los últimos meses, los acontecimientos de Darfur han tomado notoria relevancia en el ámbito internacional. Por una parte, los organismos de Derechos Humanos han puesto presión a la comunidad internacional para que dirija su atención a la situación de las decenas de miles de afectados por esta terrible crisis humanitaria que se vive en la región; entidades tales como las Naciones Unidas, el ACNUR y Human Rights Watch exigieron al Consejo de Seguridad de la ONU que condene las acciones del gobierno sudanés y solicite el desarme y la disolución de las milicias de Janjawid que están acabando con las poblaciones negras, principalmente en la región occidental de Darfur y en el este de Chad, hasta el punto que se está hablando de genocidio y limpieza étnica.
En un informe publicado por Human Rights Watch en mayo de 2004, se documenta cómo las fuerzas del gobierno local han participado activamente en masacres, ejecuciones sumarias y despoblaciones de amplias extensiones de tierras habitadas por grupos étnicos autóctonos. Así mismo, el informe muestra cómo los Janjawid han asesinado no sólo a estas poblaciones negras, sino también a líderes religiosos musulmanes, incendiando mezquitas y profanando el Corán. «No cabe duda de la culpabilidad del gobierno sudanés por los crímenes contra la humanidad en Darfur -señaló meter Takirambudde, director ejecutivo de la División de África de Human Rights Watch- El Consejo de Seguridad de la ONU no debe ignorar estos hechos brutales»(6).
Por otro lado, Estados Unidos ha venido presionando cada vez más para conseguir el desarme de las milicias árabes y por un compromiso por parte del gobierno sudanés de buscar una solución para la región occidental del país. Pero, ¿qué intenciones puede tener Estados Unidos al intervenir en este conflicto?
Es difícil saberlo realmente; pero lo cierto es que se barajan ya varias hipótesis. Algunos hablan de que hay un sector muy poderoso y cercano a Washington, el de los cristianos evangelistas, que ha presionado a la Administración Bush para que impida que el sur de Sudán (con algún porcentaje de poblaciones cristianas) siga siendo masacrado por las tropas Janjawid y el gobierno de Jartum. Existirían, además, presiones en contra de las persecuciones a las comunidades negras de Sudán, provenientes de los sectores afroamericanos, que componen un 11 por ciento del electorado norteamericano que al gobierno de Bush no le gustaría perder (7).
Al mismo tiempo, Estados Unidos apoyaría la creación de un estado negro no musulmán en el Sur de Sudán. Esta idea estaría en conexión con la estrategia general norteamericana de «democratizar el mundo árabe» como medio de desactivar las raíces del integrismo (8). Pero esta política en apoyo de la independencia del sur chocaría con otros intereses. Por un lado Egipto, uno de los principales aliados de EEUU en la región, se opone a esta independencia ya que le sería mucho más difícil controlar a Sudán como un país dividido que como uno unificado. Por otra parte, la intervención norteamericana tanto en la guerra entre norte-sur como, ahora, en las luchas de Darfur, ha generado que la Liga Árabe apoye incondicionalmente a Jartum en contra de los intereses de Washington; el problema es que Estados Unidos necesita el apoyo y el favor de estos países árabes en su «cruzada» en contra del terrorismo internacional y en la «democratización» que está llevando a cabo tanto en Afganistán como en Irak, y en la crisis que su intervención está generando en ambos países.
Por último, pero no por ello menos importante, están los intereses económicos que esta región despierta en Estados Unidos y en otros varios países, y que están directamente ligados a la explotación de la producción petrolífera. Sudán es rico en petróleo. Ya desde fines de los años ochenta o principio de los noventa, comenzó a explotarse su producción. No obstante, sigue siendo uno de los países más pobres del mundo, y su población aún hoy padece de hambrunas. Quienes se benefician de estos recursos son, en primer lugar, las empresas extranjeras, pero también el gobierno de Jartum. Lo triste es que los ingresos que genera la producción de petróleo son, casi en su totalidad, aplicados a las masacres de las poblaciones del sur, ya que el gobierno sudanés intercambia petróleo por armamentos, principalmente con China.
«La promesa de grandes cantidades de crudo fácil de extraer en Sudán (y por la misma razón, muy barato) ha despertado las ambiciones de las compañías occidentales…» (9). Pero no sólo los países de Occidente tienen sus intereses puestos en Sudán. La petrolera estatal china es la principal explotadora del crudo sudanés. Cuando todas las compañías occidentales fueron presionadas para abandonar Sudán -en ese momento acusado por EEUU de estado terrorista por el asilo prestado a Osama Bin Laden- China no dejó pasar su oportunidad. «China, con una economía que crece a un ritmo cercano al 10 % anual y con índices de importación de crudo que crecieron en un 21 % el año pasado, no se lo pensó dos veces y jugó sus cartas: negoció con el gobierno islamita de Jartum petróleo a cambio de armas e instrucción para luchar contra el sur. El resultado es que su industria petrolera, la estatal China National Petroleum Corporation, es la principal explotadora del crudo sudanés, con presencia en cuatro de los seis mayores yacimientos y con una participación del 40 % en la compañía estatal sudanesa» (10). Pero, según la opinión de diversos analistas, lo importante no es lo que China está sacando actualmente de estos yacimientos (sólo un 10 por ciento del crudo que importa), sino lo que puede llegar a sacar en un futuro, gracias a los nuevos descubrimientos en la región de Darfur.
Frente a esto, Estados Unidos está utilizando todo su poder para evitar que China acapare estas reservas. Cuando se recrudeció la violencia en Darfur, el entonces secretario de Estado, Colin Powell, denunció rápidamente estos hechos como genocidio por parte del gobierno de Jartum hacia las poblaciones negras, y abogó por la intervención de Naciones Unidas en el conflicto. Pero China no iba a permitir tan fácilmente la intervención norteamericana. Como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU tiene poder de veto, y advirtió que «bloqueará cuantas resoluciones impliquen sanciones a la producción petrolera» (11). De hecho, ya ha utilizado este poder de veto en 2005 cuando frenó la ampliación del embargo de armas de los grupos que operan en Darfur, incluidas las fuerzas del gobierno y las tropas parapoliciales de Janjawid. De esta manera, la intervención de la ONU en este conflicto quedó presa de la rivalidad entre Estados Unidos y China por acaparar los recursos petroleros del planeta. Mientras tanto, el pueblo sudanés sigue sufriendo la guerra, el hambre, las pestes y los desplazamientos masivos.
Por otra parte, se hace muy difícil la ayuda humanitaria en la región ya que el gobierno de al-Bashir se resiste a su intervención; sólo ha permitido que algunos observadores de la ONU se establezcan en el lugar del conflicto, pero no acepta que las tropas internacionales tomen cartas en el asunto. Del mismo modo, Jartum no ha hecho nada para impedir los recurrentes ataques de Janjawid en las zonas donde se han asentado los campamentos de ACNUR para los desplazados, que ya de por sí son bastante precarios por la falta de seguridad, alimentos y, principalmente, agua.
«El ACNUR está extremadamente preocupado por los ataques continuos de la milicia Janjawid en el este de Chad y por la posibilidad de que haya más desplazamientos internos de chadianos locales. Esta continua inseguridad también representa una amenaza para 213.000 refugiados sudaneses de Darfur, que se encuentran en una docena de campamentos administrados por ACNUR en esta lejana región situada a lo largo de la frontera con Sudán…Equipos del ACNUR han entrevistado a muchos desplazados en asentamientos temporales. Manifestaron que los ataques (de los que son víctima) son realizados por las milicias Janjawid que vienen de Sudán…Instamos a las autoridades de Chad y Sudán a que refuercen la seguridad en las regiones fronterizas para evitar otros ataques y desplazamientos, y solicitamos un mayor compromiso internacional para hacer frente a la cada vez mayor inestabilidad e inseguridad» (12).
La terrible guerra que se desarrolla en la zona occidental de Sudán no parece encontrar una solución duradera. Mucho tiene que ver en esto la negativa de al-Bashir a la intervención de la ONU, pero también falta compromiso por parte de la comunidad internacional. Países como Estados Unidos y Gran Bretaña podrían hacer un mayor esfuerzo para conseguir la pacificación de la región; no obstante, para ello se verían obligados a renunciar a parte de sus intereses, tal como la participación en la explotación del petróleo sudanés. Otros países como Francia y China directamente descartan la intervención de la comunidad internacional para salvaguardar sus inversiones en la región.
La Unión Europea (UE) ha tenido un papel muy criticable, al menos desde la perspectiva de ciertas declaraciones: algunos sectores han negado que en Darfur se esté produciendo un genocidio, tal como lo denunció Naciones Unidas, sino que en Darfur lo que se está dando es «una matanza sileciosa de amplias proporciones»(13). El analista Carlos Ruiz Miguel afirma que el informe de los expertos de la UE desestima la posibilidad del envío de tropas para proteger a la población civil, y considera más «realista» que sea el propio ejército sudanés (el mismo que viene financiando a las milicias Janjawid) el que asuma la protección de los civiles.
La intervención de la Unión Africana (UA), presidida por Nigeria, ha sido valiosa en la mediación entre Jartum y los grupos rebeldes de Darfur. No obstante sus buenas intenciones para lograr la pacificación, carece del suficiente poder como para obligar a Jartum al desarme, tanto de los rebeldes como de las milicias Janjawid y de sus propias tropas. En este sentido, la ONU, con un poder de presión mucho mayor, ha reaccionado bastante tarde ante la crisis de Darfur, y lo ha hecho a instancias de Estados Unidos. En julio de 2004 se firmó un acuerdo entre la ONU y el gobierno de al-Bashir, mediante el cual Jartum se comprometía a desarmar a las milicias, facilitar el acceso a las organizaciones humanitarias y proporcionar seguridad a las poblaciones negras perseguidas. No obstante, el gobierno sudanés incumplió el pacto. La presión sobre la ONU siguió en aumento, hasta que a fines de ese mismo mes de julio se adoptó la Resolución 1556 del Consejo de Seguridad de la ONU, donde se insta al gobierno de Sudán a cumplir con lo pactado, pues de lo contrario se le impondrían sanciones económicas. Pero gracias al respaldo proporcionado por el gobierno Chino, Jartum no se ha visto en la obligación de tener que cumplir.
«Para muchos Estados vecinos de Sudán -Egipto o Arabia Saudita- y otros distantes -Estados Unidos o Gran Bretaña- los cibajes étnico-religiosos que desgarran al país son, al mismo tiempo, mecanismos privilegiados de intervención en sus asuntos internos. De ahí que el Norte y el Sur no hayan tenido nunca fuerza -política y militar- suficiente para imponerse a su adversario en una guerra civil…» (14). Es decir, si norte y sur aún no han logrado resolver sus diferencias, si la violencia ha sido una constante a lo largo de 50 años de vida independiente, si la religión aún sigue siendo un punto de conflicto al igual que la etnia, si la miseria y el hambre aquejan a la gran mayoría de su población…en fin, si las esperanzas son muy pocas para el pueblo sudanés, todo ello no se debe únicamente al alto grado de corrupción e intolerancia de su clase gobernante. Más bien, es producto de la intencionada y maliciosa indiferencia de la comunidad internacional, guiada por los países hegemónicos que tienen intereses económicos muy importantes en la región, y a los cuales no les conviene la pacificación. Es el viejo dicho de «divide y reinarás».
CONCLUSIONES:
El conflicto en Darfur se desató en febrero de 2003; es decir que han transcurrido más de tres años hasta la actualidad. Pero recién ahora que la situación está incontrolable, que miles y miles de civiles han muerto y que varios millones han tenido que abandonar sus hogares, la prensa internacional le ha dado un lugar en las noticias. La guerra, vende. Si bien el Tercer Mundo, y sobre todo África, ha protagonizado innumerables episodios bélicos a lo largo del siglo XX, la limpieza étnica que se está cometiendo en la región de Darfur trae a la memoria de muchos el genocidio padecido por Ruanda hace más de diez años atrás. Por eso hoy las miradas del mundo se posan sobre Sudán.
La guerra de Darfur está, sin dudas, vinculada a la guerra que Sudán padeció durante años entre el norte y el sur. Los gobiernos pro-árabes han venido marginando a las regiones periféricas del país desde la independencia de 1956; la riqueza del sur se ha explotado desde entonces en beneficio de esa elite dirigente del norte, árabe y musulmana, en detrimento de las poblaciones negras del sur, cada vez más pobre y marginada de las decisiones políticas.
Pero en Drafur también intervienen nuevos elementos: el petróleo. La guerra entre las grandes potencias por la obtención de recursos petrolíferos, y el afán de Jartum en su explotación y exportación, es una de las claves de esta lucha. Y es, al mismo tiempo, una de las razones por las cuales aún no se ha llegado a una pacificación de la región. Hoy, frente al temor planetario de una crisis de desabastecimiento de energía, el petróleo es uno de los recursos más buscados por los países hegemónicos, y es la causa principal de muchos de los conflictos del nuevo siglo. Darfur tiene bajo su suelo nuevas y enormes reservas de oro negro, que obligan al gobierno sudanés, títere de las grandes compañías extranjeras, a vaciar la región para facilitar su explotación. De igual manera, el negocio de las armas es, junto al de la droga, uno de los que más dinero mueven en el mundo; y por esta razón las guerras no son vistas por esta gran industria como conflictos que acaban con miles de vidas humanas, recursos e incluso naciones enteras; no son más que un negocio y, como tal, debe ser constantemente estimulado.
Tanto los organismos internacionales como las organizaciones de Derecho Humanos deben ponerle coto a este conflicto de proporciones desmedidas. Y la opinión pública internacional también debería jugar un papel más relevante en el asunto. Si tanto se han movilizado las poblaciones del mundo en contra de la guerra de Irak o de la guerra entre judíos y palestinos, ¿cómo es que aún no lo han hecho por el pueblo sudanés? ¿Es que acaso ellos sí merecen ser sometidos, exterminados o desplazados? Igualmente, los medios de comunicación del mundo deberían ser más responsables en su tarea de formadores de opinión. Tienen la obligación de informar y concientizar a las personas sobre las atrocidades que se están cometiendo, no sólo en Darfur, sino también en otros lugares del planeta. Y deberían ocuparse menos de las declaraciones provocadoras de Chávez, o estar tejiendo hipótesis sobre si Fidel Castro ha muerto o no, y ver un poco más las realidades de estas comunidades que, si alguien no aboga rápidamente en su favor, serán condenadas a la desaparición.
NOTAS:
1) Estimaciones para el año 2004 indicaban una población de 39.148.162 habitantes; de todos modos, las cifras distan de ser exactas debido a la alta tasa de mortalidad causada por la guerra. Datos extraídos de ENCARTA 2005.
2) SOSA, Rodrigo. «Papeles de cuestiones internacionales», nº 86, Centro de Información para la Paz, Madrid, 2004.
3) Declaraciones del jefe del pueblo de Modaina (Darfur), «Chad/Sudán: Crónica de la situación», en www.es.amnesty.org/paises/sudan/pagina/chadsudan-cronica-de-la-situacion/
4) Denuncia realizada por Louise Arbour, Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, sobre los sucesos de Darfur. «La Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU denuncia violaciones sitemáticas en Darfur», en www.acnur.org/index.php?id-pag=5080
5) Cifras reveladas por Naciones Unidas en octubre de 2004, en GARCIA ENCINA, Carlota, Informe – Darfur: estado de la cuestión, en www.realinstitutoelcano.org/archivos/subsidios/informe%20Darfur-pdf.pdf
6) Informe publicado por Human Rights Watch el 7 de mayo de 2004, en www.hrw.org/spanish/docs/2004/05/07/darfur8551.htm
7) CONNEL, Dan, «Sudán y EEUU. Guerra civil e intereses petrolíferos», en www.nodo50.org/csca/na/na45/na45-sudan.html y en RUIZ MIGUEL, Carlos, «Implicaciones geopolíticas del conflicto de Darfur (ARI)», en www.realinstitutoelcano.org/analisis/575.asp
8) RUIZ MIGUEL, Carlos, op.cit.
9) CICUTTIN, Jorge, «Darfur: hambre, muerte y petróleo», en Revista Veintitrés Internacional, Año 1, Nº 10, Julio/Agosto de 2006
10) BERIAIN, David y VIDEMSEK, Bostjan, «Darfur: petróleo y sangre», en http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/international/newsid_3947000/3947721.stm
11) CICUTTIN, Jorge, op. cit.
12) Datos aportados por el vocero de ACNUR Ron Redmond durante una rueda de prensa del 6 de junio de 2006, en www.acnur.org/index.php?id_pag=5154
13) RUIZ MIGUEL, Carlos. Op. cit.
14) AGULLO, Juan. Sudán: despedazar el infierno, artículo publicado en la pagina www.mundoarabe.org/sudan.htm
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