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Darfur, peor que nunca

Fuentes: El País

En Jartum Norte hay un edificio reluciente, atiborrado de alfombras y retratos de políticos dándose la mano con sonrisas de oreja a oreja. Es la sede de la Autoridad Transitoria para Darfur, símbolo de la estrenada autonomía de esta castigada región del oeste de Sudán y supuesta demostración de que la paz está en camino. […]

En Jartum Norte hay un edificio reluciente, atiborrado de alfombras y retratos de políticos dándose la mano con sonrisas de oreja a oreja. Es la sede de la Autoridad Transitoria para Darfur, símbolo de la estrenada autonomía de esta castigada región del oeste de Sudán y supuesta demostración de que la paz está en camino. Las buenas noticias se acumulan: Jartum ha aceptado al fin un incremento sustancial de tropas de pacificación en la zona y todos los políticos occidentales se felicitan por ello. Parecería que el sangriento conflicto de Darfur, que desde 2003 ha causado 200.000 muertos y 2,1 millones de desplazados, estuviera bajo control. Pero la realidad es algo más compleja. Tanto, que la situación está en realidad peor que nunca.

La rimbombante Autoridad Transitoria para Darfur limita sus actividades a Jartum y sus dirigentes llevan meses, si no años, sin acercarse por su tierra de origen. De hecho, su presidente, Mini Minawi, ex líder rebelde del Ejército de Liberación de Sudán (SLA, en sus siglas inglesas), vive en una espaciosa finca ajardinada de la capital desde que firmó, en 2005, su pacto con Gobierno sudanés. Y sí, es cierto que Jartum acaba de aceptar un aumento de las tropas internacionales en Darfur. Pero es la tercera vez que lo hace en ocho meses. Hasta ahora, siempre ha quedado todo en papel mojado.

«La gente de Darfur aún desconfía del Gobierno, pero esto cambiará muy pronto, cuando empiecen a llegar las inversiones que nos han prometido», explica, en su amplio despacho de la Autoridad Transitoria para Darfur, Mohamad Sulaiman Adam, mano derecha de Minawi. Él nació en Darfur, pero lleva 20 años en Jartum, habla un buen inglés y es de los convencidos de que la situación mejora: «Ahora los problemas los generan bandidos», concluye.

Sobre el terreno, en cambio, la percepción es muy distinta. Muchas ONG se están marchando porque la seguridad ha empeorado. Ellas mismas son blanco de ataques continuos: las agresiones contra personal humanitario han aumentado el 150% en un año. Desde enero, las milicias han robado casi 50 todoterrenos de ONG y han retenido a 130 cooperantes, a menudo, a punta de pistola. La distribución de la ayuda se ha resentido: cada vez llega menos a los campos de desplazados, que en cambio no paran de crecer. Y dos tercios de los seis millones de habitantes de Darfur dependen de la ayuda humanitaria para subsistir.

«Es un momento muy peligroso; nadie garantiza la seguridad y sólo podemos trabajar donde está claro quién manda», explica Mónica Camacho, de Médicos Sin Fronteras, que sigue sobre el terreno. «Los campos de desplazados se han politizado y son peligrosos porque la violencia crece», remacha, en conversación telefónica.

Para garantizar la seguridad y la protección de civiles en Darfur, una región tan grande como Francia, hay sólo 7.000 soldados de la Unión Africana. Mal equipados, desmoralizados -cobran con tres meses de retraso- y sin permiso para disparar. «La realidad es que se limitan a defender como pueden sus propias bases», explica un mando militar occidental en Jartum. Y concluye: «Darfur es una zona sin ley ni orden, una guerra de todos contra todos».

El conflicto empezó en 2003 y durante un tiempo tuvo al menos contornos definidos. Dos grupos rebeldes -el SLA de Minawi y el Movimiento por la Justicia y Equidad (JEM), islamista- exigían autonomía y dinero para desarrollar Darfur, muy empobrecido. El régimen trató de aplastar la revuelta con el Ejército, pero sobre todo armó hasta los dientes a tribus árabes para que pudieran vengarse sin contemplaciones de atávicos agravios entre tribus. Se trata de los temibles yanyaweed, acusados de las mayores atrocidades, equipados por el Gobierno pero fuera ya de su control.

En 2005 se quiso poner fin a la carnicería y Jartum y el SLA firmaron la paz. Pero la caja de los truenos ya no pudo cerrarse. Ha habido desde entonces tantísimas escisiones que el conflicto se ha vuelto insondable. Los grupos rebeldes ya no son dos, sino 19, y cada día nace uno nuevo, con su aliado externo y su suministrador de armas. «Esto puede aún empeorar porque algunos rebeldes juegan al cuanto peor, mejor para forzar una intervención internacional», explica un embajador occidental que destaca por sus críticas al régimen de Jartum. Para acabar de complicar las cosas, el grupo rebelde más potente es ahora el JEM, con una agenda islamista más incómoda y radical para Occidente que el propio Gobierno de Jartum. Hoy sólo queda una cosa en Darfur que une a casi todos, pese a la infinidad de facciones: nadie ha puesto nunca los pies en la Autoridad Transitoria que con tanta pompa dice representarles en Jartum.

Petróleo, oro y mucha agua

La importancia estratégica de Darfur no ayuda a resolver el conflicto. Más bien ha atraído a todo tipo de actores regionales e internacionales, que a menudo han complicado la solución. La zona alberga importantes yacimientos de oro, uranio y una de las mayores reservas subterráneas de agua de todo el continente.

Además, las expectativas de petróleo son muy apetitosas. En 2005, se descubrieron abundantes cantidades de crudo, que permitirían extraer hasta 500.000 barriles por día, lo que doblaría las reservas sudanesas. Y la zona se encuentra justo en medio de los pozos ya en pleno funcionamiento de Sudán del Sur, explotados sobre todo por China, y los de Chad, controlados por empresas estadounidenses. Si un oleoducto los uniera, a través de Darfur, Puerto Sudán, en el mar Rojo, sería el mejor lugar para sacar el petróleo de toda África.

EE UU se ha convertido en el mayor fiscal contra Jartum y el más contundente defensor de Darfur. No es sólo el Gobierno: la causa une a republicanos y demócratas y la coalición cívica Save Darfur (Salvad Darfur) ha logrado agitar las conciencias de todo el país e involucrar a decenas de famosos.

En el otro polo se sitúa China, hasta ahora el mayor seguro de Jartum, al que ha protegido en el Consejo de Seguridad de la ONU cada vez que alguien ha pedido sanciones contra el Gobierno islamista. Pero el temor a que Darfur «contamine» los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008 ha hecho que China descubra los matices. Los diplomáticos acreditados en Jartum atribuyen a la influencia de Pekín el aval sudanés al aumento de tropas internacionales.

Las iniciativas diplomáticas se multiplican. Mañana empieza en Libia una cumbre internacional para tratar de alcanzar nuevos acuerdos. Ya sólo quedaría que los triunfos políticos y diplomáticos, que se acumulan en los últimos meses, sirvan finalmente para mejorar la situación de los habitantes de Darfur, que cada día se encuentran en condiciones más precarias, encerrados en enormes campos de desplazados.