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De impunidades y alguna que otra cuestión pendiente

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¿Quiénes presidían los consejos de guerra que condenaron a muerte a los cinco jóvenes fusilados el 27 de septiembre de 1975? ¿Dónde están ahora? ¿Qué ha sido del sargento de policía apellidado Listón que acabó con la vida de Jesús García Ripalda al disparar contra una manifestación que discurría por el barrio de Gros en […]

¿Quiénes presidían los consejos de guerra que condenaron a muerte a los cinco jóvenes fusilados el 27 de septiembre de 1975? ¿Dónde están ahora? ¿Qué ha sido del sargento de policía apellidado Listón que acabó con la vida de Jesús García Ripalda al disparar contra una manifestación que discurría por el barrio de Gros en Donostia también en el verano de 1975? ¿Alguien tiene información? ¿Quién sabe del paradero de los hombres de paisano que dieron muerte ese mismo año en Sestao a Bittor Pérez Elexpe, un obrero de 23 años? ¿Fueron juzgados en alguna ocasión? ¿Quiénes torturaron en 1975 en la comisaría bilbaína de Indautxu hasta dejarle en coma durante varios meses a un sacerdote vasco produciéndole fractura de cráneo y el desgarro de los intestinos? ¿A qué se dedican? ¿Dónde está el guardia civil Pedro Rodríguez que acabó con la vida de Koldo Arriola en el cuartel de Ondarru en mayo del 75? ¿Fue apartado del cuerpo y sometido a algún tipo de proceso disciplinar interno? ¿Se juzgó alguna vez a los miembros de la Policía Armada que ametrallaron a la ciudadana alemana Alexandra Lecket en un control de carretera situado a las afueras de Donostia ese mismo mes y año? Y hablando de controles, ¿alguna vez se sentaron ante un tribunal los guardia civiles responsables de la muerte, seguimos en 1975, de Kepa Etxandi en Luzaide, Angel Esparza en Legutio, Kepa Tolosa en Beasain o José Ramón Rekarte en Gasteiz? ¿Hubo algún tipo de medida cautelar contra el también miembro de la Guardia Civil que en junio de 1975 tiroteaba a Alfredo San Sebastián a las puertas de una discoteca en Mungia? ¿Será hoy, en fin, un pacífico jubilado libre de toda sospecha?

Son sólo, digámoslo ya, alguna que otra cuestión pendiente circunscrita a 1975. Una larga lista de crímenes y silencios impunes que podríamos situar en cualquier período de esta crónica interesadamente olvidada que abarca el último año de Franco y el inicio de lo que eufemísticamente se dio en llamar «transición democrática». Aquí no hubo informes ni comisiones de trabajo. Nadie quiso recomponer rompecabezas ni esclarecer los hechos. Ni siquiera supimos nunca, como en el cono sur latinoamericano, si se habían borrado deliberadamente los rostros, quemadas las documentaciones o demolido los edificios… Porque el franquismo, hay que recordarlo, ha tenido una continuidad directa y sin traumas para sus principales protagonistas. En muy diversas esferas. Jamás hubo petición de responsabilidades en el ámbito represivo-policial. Pero tampoco en la judicatura, en la Iglesia, en la clase política, en el ejército, en la banca, en el periodismo o en el mundo empresarial. Hoy, treinta años después, muchos de los principales responsables de estos estamentos siguen siendo los mismos de siempre sin que nadie levante una voz de denuncia. No es cuestión de revanchismo. Simplemente de justicia. Y de entender tantas y tantas cosas. Precisamente ahora, en que nuestro pueblo vive un momento de ilusión colectiva ante la posibilidad de superar distintas expresiones dolorosas de un conflicto que nos ha marcado generación a generación. Hablemos de víctimas, sí. De las soledades de los cementerios, sí. Pero de todos los cementerios y de todas las soledades. Cada uno con sus muertos, para que nadie quede relegado. Pero con todos los muertos. Incluidos los centenares de olvidados, silenciados, ninguneados o simplemente borrados del aire por haberse situado «al otro lado del río», donde también se escuchan voces y nos siguen añorando y echándonos de menos. Y desde donde nos llaman y nos reclaman, con ese tono suave y sosegado de los marginados de todas las historias, que se escriba la verdad, que se reabran los libros por las páginas en blanco y se redacten las líneas inconclusas con todos los detalles pendientes. Sólo así podremos mirarnos cara a cara para empezar a conjugar perdones colectivos. Nunca olvidos, pero sí perdones. Y con nosotros nuestros muertos, que por fin comenzarán a sonreír recordando el futuro y dos o tres segundos de ternura.