Durante los últimos tres años, la élite dominante del Partido Demócrata ha usado el Rusiagate como la justificación principal de por qué perdieron la elección de 2016 contra un inepto estafador como Donald Trump y por supuesto, para mantenerse en el poder dentro del partido sin necesidad de rendir cuentas, y obstruyendo por segunda ocasión la candidatura de Bernie Sanders. Paradójicamente, esta operación propagandística de fobia contra Rusia no ha debilitado a Trump.
Trump tiene al enemigo en casa, así que siempre hay que tomar con cautela las filtraciones que provienen de los pasillos de la Casa Blanca. Sin embargo, quizá esta vez valdría reconsiderar la información que le fue filtrada al periodista Gabriel Sherman y que revela en su reportaje para Vanity Fair el 11 de mayo. Los reportes de Sherman no deberían ser tomados a la ligera. Recordemos que se trata del autor del libro The Loudest Voice in the Room (2014), la polémica biografía del entonces todopoderoso presidente del emporio Fox News, Fox Television y 20th Television, Roger Ailes, acusado por varias mujeres de acoso sexual en 2016, lo que finalmente culminó con su renuncia ese mismo año. La historia volvió a ganar prominencia el año pasado al estrenarse en la cadena Showtime la miniserie basada en dicho libro, protagonizada por Russell Crowe, Sienna Miller y Naomi Watts. El libro de Sherman fue el primero en documentar lo que podrían ser los primeros posibles casos de acoso sexual por parte de Roger Ailes en los 1980s.
Sherman
es también uno de los periodistas que durante estos días ha revelado el
influyente papel de Jared Kushner, yerno y uno de los principales
asesores del presidente Trump, respecto a la fallida estrategia del
gobierno estadounidense contra la pandemia del COVID-19, al recomendarle
al presidente que no declarara el estado de emergencia nacional y
adoptara otras medidas necesarias, por miedo a provocar una caída en los
mercados… lo que de todos modos terminó sucediendo.
Como
consecuencia, los estragos de la pandemia en los ámbitos de la salud y
la economía siguen afectando al grueso de la población estadounidense,
que tiene más de 90 mil fallecimientos y más de un millón 200 mil casos
activos. Las mayores afectaciones a la economía se han dado en los
sectores energético, del transporte (en especial, el automotriz y la
aviación), el turístico, restaurantero y el comercio minorista, mientras
que las solicitudes de seguro por desempleo llegaron a más de 36
millones en la segunda semana de mayo, según cifras oficiales.
En
esta ocasión, Sherman reporta algunos posibles cambios en el equipo de
campaña de Trump, en especial el jefe de la campaña, Brad Parscale,
quien fue responsable de su estrategia en medios digitales en 2016. Por
quién sería reemplazado todavía parece ser un tema de disputa con Jared
Kushner nuevamente. La razón por la que se darían estos cambios son los
números en sus propias encuestas internas, así como en las del Comité
Nacional Republicano, en donde Joe Biden va a la delantera en seis de
los llamados estados indecisos, que son claves para ganar la presidencia
en EU. “Los datos internos auguran una derrota avasalladora en
noviembre”, escribe Sherman. Habrá qué ver. Estas encuestas internas
también han sido filtradas y reportadas por otros medios de
comunicación.
Es
cierto que en las encuestas públicas a nivel nacional el expresidente
Joe Biden mantiene desde diciembre una ventaja estable de alrededor de
4.5 puntos sobre Trump, pero hasta ahora no se ha registrado un declive
importante en los índices de aprobación del presidente derivados del
manejo de la pandemia. Respecto de los estados indecisos clave, Trump
tiene un margen de ventaja en Texas (2.5 puntos), en donde se juegan 29
votos electorales. Pero Florida y Pennsylvania se mantienen en este
momento a favor de Biden (una diferencia de 3.3 y 6.5 puntos
respectivamente), en donde se juegan 49 votos en total.
El
temor del Partido Republicano es que si comienza a reflejarse este
declive en la popularidad de Trump en los próximos meses, el efecto
negativo podría arrastrar a otros gobernadores y senadores que también
se juegan sus cargos en noviembre. Recordemos que hay 11 gubernaturas en
juego (incluido el recién anunciado referendo sobre el estatus
territorial de Puerto Rico) y 33 asientos en el Senado, lo cual
cambiaría la correlación de fuerzas en el Congreso. Desde hace mucho se
espera ese momento en el que Trump caiga en desgracia y por fin la élite
del Partido Republicano se desmarque, el problema es que Trump ha
logrado sobrevivir incluso a un escandaloso proceso de destitución… y
el desmarque sigue sin suceder.
El
reporte de Sherman plantea los argumentos que seguiría la campaña de
Trump: culpar de la pandemia a la China ‘comunista’, reabrir lo antes
posible la economía, intentar algún tipo de recuperación y esperar que
no haya un rebrote lo suficientemente grave en los meses previos a las
elecciones. Sin embargo, ahora resulta claro que Trump ha estado
preparando su venganza desde hace tiempo con un as bajo la manga, que
puede usar para desviar la atención ante la actual pandemia-recesión
económica y cohesionar de nuevo a su partido: el Obamagate.
Los medios de comunicación en EE.UU. son algo especial. Si usted ahora busca información sobre el tema, con la muy honrosa excepción de literalmente un puñado de periodistas, en todos los demás medios lo único que va a encontrar es: ‘¿Obamagate? ¿Cuándo? ¿Dónde? No, no es nada más que una de las tantas conspiraciones de Trump’. Así las cosas en el país campeón de la libertad de expresión. Y es cierto que Trump ha ayudado a propagar varias teorías conspiracionistas, pero no parece que este sea el caso.
Lamentablemente, aquí es imposible entrar a detallar los diferentes eventos que conforman la complicada y oscura trama del Rusiagate, la cual ha dominado la narrativa en los medios de comunicación dominantes en torno a la administración de Trump por más de tres años. Pero lo que se confirma con las más recientes revelaciones es que las investigaciones que llevó a cabo en su etapa final la administración de Obama, el FBI de James Comey, la CIA de John Brennan, y demás agencias de inteligencia, encabezadas por James Clapper, entonces director de Inteligencia Nacional, —de las que por supuesto tenía conocimiento el expresidente Joe Biden, por más que haya tratado de engañar a todos en su entrevista para ABC News este 12 de mayo— en realidad, tenían la intención de espiar y minar las acciones del equipo de transición-próximo gobierno de Trump y no tanto indagar sobre la poco fundamentada sospecha de que hubiera habido algún tipo de colusión o coordinación entre la campaña de Trump y Rusia para ganar las elecciones en 2016.
De
especial prominencia ha sido el caso del entonces asesor y
posteriormente consejero de Seguridad Nacional de Trump, el teniente
general retirado Michael Flynn. Richard Grenell fue nombrado director de
Inteligencia Nacional interino en febrero de este año y en política
interna ha tenido el claro mandato de desclasificar cuanto antes todos
los documentos relativos al Rusiagate, entre los que se encuentran
aquellos relacionados al interrogatorio al que fue sometido Flynn por
parte del FBI en diciembre de 2016. Y los más recientes documentos que
han salido a la luz confirman las sospechas: que la administración de
Obama no tenía pruebas contundentes en contra de Flynn y aun así,
decidieron perseguirlo.
Aquí
es donde empieza la contraofensiva de Trump. El 7 de mayo, el
procurador general del Departamento de Justicia, William Barr, retira
los cargos contra Flynn. Obama filtra a los medios una conversación en
donde advierte que con esta administración y este caso en particular “el
imperio de la ley está en riesgo”. El 10 de mayo, Trump suelta la
bomba… con más de 120 tweets ese día con el hashtag #ObamaGate, pues
sabía que días más tarde, el 12 de mayo, Grenell enviaría a dos
senadores republicanos, Ron Johnson y Chuck Grassley, un documento
desclasificado con la lista de los funcionarios de la administración de
Obama que habían pedido informes sobre la investigación que se llevaba a
cabo en contra de Flynn… y en la lista se encuentran los nombres de
Obama y de Biden, entre otros 37 funcionarios de alto rango.
La persecución de Flynn sin “motivo aparente” (¿ordenada por cuál de estos funcionarios?) ya de por sí es grave. Además, no hay que olvidar que en ese entonces, el nombre de Flynn fue filtrado a la prensa, específicamente, al periodista David Ignatius de The Washington Post, el 12 de enero de 2017. Posteriormente, también fue filtrado a este mismo periódico y al The New York Times el contenido de las llamadas de Flynn con el entonces embajador ruso, Sergey Kislyak, como parte de las labores que normalmente realiza cualquier equipo de transición gubernamental. Hay que hacer notar que esto constituye uno de los pocos casos en los que tanto la filtración de la información como su publicación es considerada un delito, penada en el Código federal estadounidense hasta con 10 años de cárcel, justamente por el tipo de información que se publica (comunicaciones interceptadas a gobiernos extranjeros). Esas filtraciones tuvieron que venir necesariamente de alguno de esos personajes en la lista recién publicada y a pesar de conocer las consecuencias, decidieron seguir adelante y mostrarlo ante la opinión pública como uno de los elementos claves de la supuesta colusión de Trump con Rusia.
Como hemos dicho, este no es el único evento dentro del llamado Rusiagate en donde han surgido nuevas revelaciones, pero esperamos que esta breve exposición ayude a entender el contexto de lo sucedido a grandes rasgos durante las últimas semanas. El lector interesado puede revisar el reporte del inspector general del Departamento de Justicia, Michael E. Horowitz, en donde se habla también del espionaje contra el exasesor de política exterior de Trump, Carter Page; las inconsistencias entre los reportes de la firma CrowdStrike sobre el hackeo de la red del Comité Nacional Demócrata y la entrega de los correos electrónicos a Wikileaks; las aseveraciones sin fundamento de Adam Schiff, presidente de la Comisión de Inteligencia de la Cámara de Representantes, y las del llamado “Dossier Steele”, entre otros casos. Recomendamos por supuesto, los análisis de los periodistas Aaron Maté para The Grayzone y Glenn Greenwald para The Intercept.
Durante estos más de tres años, la élite dominante del Partido Demócrata ha usado el Rusiagate como la justificación principal de por qué perdieron la elección de 2016 contra un inepto estafador como Donald Trump y por supuesto, para mantenerse en el poder dentro del partido sin necesidad de rendir cuentas, y obstruyendo por segunda ocasión la candidatura de Bernie Sanders. Paradójicamente, esta operación propagandística (“The Russians are coming!”)no ha debilitado a Trump como estaba planeado, al contrario, lo ha fortalecido y ahora su campaña podrá utilizar el espionaje y persecución en su contra como un argumento más en busca de su reelección.
El
14 de mayo, Trump escribe en Twitter: “Si yo fuera senador o
congresista, la primera persona a la que llamaría a testificar sobre el
mayor crimen y escándalo político en la historia de EU, POR MUCHO, sería
al expresidente Obama. Él lo sabía TODO. Hazlo, @LindseyGrahamSC, solo
hazlo. Basta de tanta amabilidad. ¡Acciones y no palabras!”
Al
contrario del presidente, el senador por Carolina del Sur y presidente
de la Comisión Judicial del Senado, Lindsey Graham, sí entiende el
alcance de estos juegos políticos, en donde solo son aceptables ciertas
‘bajas colaterales’. Solo de esta manera se explica su respuesta entre
líneas: «Entiendo la frustración del presidente Trump, pero tenga
cuidado con lo que desea. Solo tenga cuidado con lo que desea».
¿Hasta
dónde estará dispuesto Trump a llevar esta narrativa del Obamagate?
¿Cómo reaccionará el electorado, los medios y la clase política en ambos
partidos? Hasta el momento en que se escribe este artículo, Graham ya
anunció que está revisando la posibilidad de iniciar una investigación
para llamar a declarar a ciertos testigos involucrados en el caso,
aunque no a Obama. Veremos cuántos cadáveres salen del clóset, porque
esta campaña electoral apenas comienza.
De norte a sur:Primero
fue Luiz Henrique Mandetta, y ahora, el 15 de mayo, en el peor momento
de la pandemia, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, recibe la
renuncia de su segundo ministro de Salud, Nelson Teich. Ni siquiera le
duró un mes. ¿La razón de su renuncia? Bolsonaro lo presionó para
recomendar la hidroxicloroquina (producida en aquel país por un
apasionado militante bolsonarista, Renato Spallicci) en el tratamiento
de todos los pacientes. ¿Y la evidencia científica de que el medicamento
puede provocar efectos secundarios graves? Bien, gracias. Pues días
después, sale Trump a decir que ha estado tomando hidroxicloroquina
diario, desde hace dos semanas. Pero es que en serio, ni aunque hubieran
sido paridos por la misma madre nos podrían haber salido dos
presidentes así de chiflados… Creo que tenemos mucho qué reflexionar
como humanidad en estos días de cuarentena.