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Los abusos a menores en los internados franquistas

De la tortura a la explotación laboral

Fuentes: La Marea

«Es el Estado el que debería estar ofreciendo reparación, no los periodistas», sostienen Montserrat Armengou y Ricard Belis, autores de ‘Los internados del miedo’, una investigación que amplía el documental homónimo emitido en TV3.

No se puede decir que los periodistas Montserrat Armengou y Ricard Belis comenzaran la larga investigación que dio lugar a Los internados del miedo (Now Books) por casualidad. Al menos, no del todo. Llevan muchos años documentando historias sobre la memoria de la dictadura. Por eso, cuando una de las víctimas de estos centros de internamiento para niños y niñas de familias desestructuradas acudió a ellos para contar su historia, se cumplía una triste constante en nuestro país: como el Estado no se ocupa del reconocimiento, amparo y reparación de las personas que sufrieron abusos durante el franquismo, son los periodistas quienes acaban siendo la válvula de escape. Este libro es una suerte de making of del documental homónimo que emitió la cadena catalana autonómica TV3 en 2015.

¿De dónde surgió la idea de hacer una investigación como ésta?

MONTSERRAT: Ricard y yo hace décadas ya que estamos con temas de memoria histórica y de investigación de los crímenes del franquismo. Supongo que esto ha hecho que personas que han sufrido algún tipo de vejación por parte de la dictadura, piensan que es un sitio al cual pueden acudir. En esta ocasión Cándido Canales, una persona que un día nos llamó explicando una historia que primero nos pareció muy rara. Que había tenido que pasar por varios tratamientos y que ahora estaba aprendiendo a bailar para sacar a su hija el día de la boda. Y decías: bueno, ¿y esto a qué viene? Hasta que nos reveló que ese hecho para él era como subir al Himalaya, porque después de su paso por los internados, ha querido pasar como invisible. Y ese enfrentarse a toda la gente era para él afrontar una exposición pública que para él era muy dura. Comenzó a explicarnos lo que había vivido en el colegio San Fernando y a partir de ahí, tiramos del hilo. En la investigación nos fuimos dando cuenta de que los abusos que se cometieron en los internados era muy amplios. No sólo eran abusos sexuales, malos tratos físicos y psíquicos, sino también explotación laboral, prácticas médicas muy dudosas… Esos malos tratos no pasaron en todos los centros, pero pasaron en muchos, en toda España y durante un periodo de tiempo muy amplio, desde los años 40 hasta bien entrada la democracia, en los 80.

Lo que determina que estos abusos fueran sistémicos, ¿fue más una orden del régimen o resultado de la impunidad?

RICARD: Bueno, durante nuestra investigación no hemos encontrado ningún documento que diga que hay una directriz del tipo «Se va a maltratar a los hijos de madres solteras o de los rojos». Hemos entrevistado a más de 200 personas, aunque en el libro salen una quincena de historias. Te das cuenta de que se han producido un gran número de maltratos en diferentes sitios, que gente que no se conoce entre sí te cuenta las mismas historias. Castigos muy elaborados que son iguales en Madrid que en Barcelona: hacer comer los vómitos, coger a un niño por las orejas y elevarlo y pegarle con las dos manos. Te das cuenta de que era una cosa generalizada. La mayoría de curas, monjas y cuidadores no practicaba malos tratos, pero sí que su silencio permitía que eso ocurriera con demasiada frecuencia.

M: Por acción o por omisión. Eran niños muy vulnerables los que iban a parar a estos centros: niños de familias con muchas necesidades, pobres, con familias desestructuradas… Muchos de ellos eran ya de entrada víctimas del franquismo, porque la pobreza en la que había quedado España después de la guerra, la situación de desestructuración de muchas familias cuando el padre ha sido fusilado o está en la cárcel, propicia muchas situaciones de pobreza donde estos niños pasan toda su vida internados. No hay contacto con la familia, se les revisan las cartas, etc.

Aunque no haya directrices del régimen en estos abusos, ¿se les puede considerar víctimas del franquismo de pleno derecho? ¿Se está luchando por ese reconocimiento?

M: Unos sí se consideran víctimas del franquismo y otros no. Lo que todos tienen claro es el periodo en el que sucedió, aunque hay casos de abusos durante la democracia todavía. Si nosotros les consideramos víctimas del franquismo es porque el Estado era el responsable último de estos niños, tenía su tutela. Otra cosa es que luego el Estado delegara esto en instituciones religiosas. Pero la responsabilidad final era suya.

¿Eran todo centros religiosos?

R: No. Todos dependían del Estado, pero éste externalizaba, por usar un concepto actual, a órdenes religiosas a esos niños. Por ejemplo los llamados centros de auxilio social.

¿Y ahí también había abusos?

M: Sí, muy parecidos. De hecho reflejamos en el libro un testimonio que sucede en uno de estos centros. Algunos de los casos de extrañas operaciones médicas se dan en centros de auxilio social. Puedes encontrar centros del Estado o religiosos donde no sucedió nada, y todo fue correcto según los cánones de la época, de la dureza propia de un internado.

R: Estaba permitida cierta violencia, o más bien era normal. La letra con sangre entra. Pero lo que explicamos en esta investigación no es el cachete o incluso la paliza que un padre podía dar a su hijo en un momento determinado, sino que recogemos historias de auténticas torturas, castigos rebuscados, crueles, una humillación permanente. En muchos casos a los niños, hoy hombres y mujeres, lo que más les ha quedado es el sentimiento de humillación. El dolor físico pasa y se cura. Muchas veces esos castigos se infligían delante del resto de los niños para su escarnio.

M: O implicaban a niños para que insultaran y humillaran, por ejemplo al niño que se había meado y al que le hacían desfilar con la sábana mojada.

R: En la presentación que hicimos en Madrid, que fue muy emocionante, uno de los protagonistas del libro, a raíz de explicar su testimonio, se ha ido recuperando. Nunca había hablado. Allí en la presentación explicó otra historia de este tipo que nunca había contado y que le ha venido a la cabeza a lo largo del tiempo. A él de niño se le escapaba el pipí por la noche. Entonces, había una ceremonia toda la mañana, en la que pasaba el cura con el bastón en la mano o con cinturones entrelazados para dar al que tenía la sábana mojada. Además, se acordó de que había otra ceremonia que se llamaba «la mesa alemana», en la que hacían que cuatro niños cogieran, estirado sobre una mesa, a otro niño atado, para que el cura pegara a placer. Implicaban a los niños. El sentimiento de humillación permanece, más que el dolor de los golpes.

¿Es difícil para ellos enfrentarse a la memoria?

R: Una de las causas del trauma es el silencio casi forzado al que les ha sometido el Estado español. No ha habido ningún foro donde ellos pudieran ir a denunciar lo que les había pasado. Al contrario, se han encontrado un muro de silencio, un Estado que nunca ha reconocido los crímenes del franquismo y que por tanto sigue siendo una humillación. Por eso investigaciones como ésta son válvulas de escape donde pueden sacarlo. Es nada, un pequeño grano de arena, un inicio de reparación. Es el Estado el que debería estar ofreciendo reparación, no los periodistas. Está incumpliendo claramente sus deberes.

M: Algunos internados están también hoy en la querella argentina contra los crímenes del franquismo, porque no han encontrado ni por el Estado ni por la vía judicial la manera de que les hagan caso.

¿Han sufrido a lo largo de la investigación algún tipo de presión?

M: No, la verdad es que no. Nos hemos encontrado con algunas puertas cerradas. De los buenos y de los malos, para entendernos, porque hay gente a la que tenemos que agradecer la valentía y la honestidad de estos testimonios. Por parte de estamentos, con la Iglesia católica intentamos una serie de entrevistas con los más altos niveles y fuimos bajando. También tengo que decir que la vicaría de Barcelona, que es la que lleva aquí el tribunal eclesiástico, no solamente nos recibió sino que hizo un acto de reparación, porque dos de las víctimas continuaban siendo creyentes. Para ellos fue muy reconfortante que un representante de la iglesia les recibiera y reconociera que esos hechos pasaron y el daño que se les había causado. Si estas pequeñas cosas pueden hacer este bien, ¿qué no podría hacer la acción del Estado en la línea de lo que está exigiendo la ONU?

¿Han tenido problemas a la hora de emitir el documental en otras partes de España?

R: Bueno, directamente no se ha emitido (ríe), pero tampoco podemos saber muy bien por qué. Primero, documentales de este tipo en prime time en España, no hay espacio. Aparte de TV3 no hay ninguna cadena… Es muy raro que documentales producidos en TV3 acaben viéndose en otras partes del Estado, pasa muy pocas veces. No sé si porque hay testimonios en catalán, no todos. El documental que hicimos de Los niños perdidos del franquismo, en 2002, se emitió con un brutal éxito aquí en Cataluña y tuvo una circulación muy grande a nivel mundial. Se dio la circunstancia de que se emitió en la cadena pública francesa antes que en el resto de España. El mismo diario Le Monde se preguntaba cómo podía ser.

M: Hoy en día no hay un señor con un lápiz rojo, la censura es mucho más sibilina. Con lo que quieren y no quieren las cadenas es lo mismo. ¿Te puedo decir que haya alguna cadena que haya dicho que no quieren este documental? No, pero está claro que muchas cadenas públicas autonómicas sabemos en manos de quién están y que no les interesan estos temas. Luego, legítimamente, otras cadenas que están trabajando el tema, como La Sexta, lo abordan de otra manera. Cada uno tiene su estilo. Pero claramente en las cadenas comerciales y públicas no hay interés en los temas del franquismo. Hemos atendido mil veces más a canales internacionales que de aquí.

En el libro se recogen también los trabajos precarios de internos para empresas como El Corte Inglés. ¿En qué consistían?

M: En muchos centros se fomentaba el trabajo de los niños en un principio con una buena intención, la de enseñarles un oficio, como tejer, imprimir, etc. Además se buscaba una salida comercial a eso porque ayudaba al mantenimiento de la propia institución. Hasta ahí nada que decir. ¿Qué ocurre? Que las empresas que solicitaban los servicios de estos lugares podían tener sospechas, por lo barato que era todo, de que muy bien pagado no estaba. Es un poco como lo que nos encontramos hoy en día cuando vamos a comprar la ropa en Zara y decimos «uy, qué barata que es», y luego sabemos en qué condiciones y qué sueldo se está pagando en todo el mundo. Pero es cierto que las empresas, como El Corte Inglés, Galerías Preciados, Pinaud, Iberia… pagaban. Piensa que El Corte Inglés, igual que hoy, tenía contratos para ropa del ejército, para la seguridad social… Entonces ellos hacían sus encargos: tantas toallas, tantas sábanas, y los contrataban a estos lugares, evidentemente porque les salía mucho más a cuenta que si lo hubieran encargado a un taller civil. Ahí ya podían haber sospechado. Pero también es verdad que se añadía la pátina de que encima hacían una obra de caridad. Otra cosa muy distinta es lo que hacía luego cada centro religioso. Unos pagaban regular, otros mal, otros nada.

Las órdenes religiosas lo administraban todo.

M: Claro, yo soy El Corte Inglés, te encargo toallas y yo soy las Hermanas del no se qué, y o bien pago a las niñas, o no, o les pago peor. Lo que sí hemos comprobado es que en muchos centros no se pagó jamás nada y aún menos se cotizaba a la seguridad social.

Te quitas del medio sindicato y cualquier tipo de derechos laborales.

R: No tenían ningún contrato esas niñas.

M: Tenemos casos como el de Isabel Perales, que entra a un centro de estos sin leer y escribir, con 14 años, y sale con 20 sin leer y escribir. Eso sí, con las manos destrozadas de lavar sábanas, manteles de los restaurantes de Bilbao…

Eran menores de edad.

M: Lo eran todas, porque la mayoría de edad en aquellos años para las mujeres estaba en 25, y para los chicos sobre los 21. Siempre hablamos de menores de edad. Estos centros estaban pensados precisamente para los niños y adolescentes.

R: El trabajo esclavo se daba también en chicos, pero en una forma distinta. Por ejemplo, el caso de los que se enviaban o se vendían para cuidar ganado en las montañas de León. En el colegio de San Fernando era una práctica habitual. Los niños de madres solteras o sin padres, que no tenían referencia potente familiar fuera, se vendían a propietarios de la provincia de León, y se tenían a los niños meses en los montes cuidando a las vacas. A cambio de nada.

Sólo techo y comida.

R: Sí, bueno, el techo de una barraca y le subían comida cada cuatro días. Por ejemplo también se dio aquí en Cataluña el caso de niños de los hogares Mundet que los mandaban a los hoteles de botones, en la Costa Brava, sin remuneración.

¿Esas empresas han rendido cuentas de alguna manera? ¿Les ha hecho caso El Corte Inglés a la hora de intentar hablar con ellos?

M: No, no nos ha hecho mucho caso. Hemos pedido investigar y dicen que no tienen archivos. A ver, muy contentos no tienen que estar, y más cuando confrontas testimonios tan duros de niñas que se pasan el día cosiendo, cosiendo y cosiendo y no ven ni un duro ni cotizan a la seguridad social. A pesar de eso, insisto: la responsabilidad última era del centro. ¿Que ellos podían sospechar más o menos? Si lo encargaban en estos sitios era porque les salía más a cuenta que en un taller normal y corriente. Pero la responsabilidad era del centro.

Fuente: http://www.lamarea.com/2016/06/16/los-abusos-menores-los-internados-la-tortura-la-explotacion-laboral/