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De las rebeliones árabes al indefendible Gadafi

Fuentes: Rebelión

Como muy pocas veces en la historia, estamos en presencia de un proceso de rebeliones sociales en el mundo árabe (Magreb y el norte de África), compuesto por trabajadores, estudiantes, mujeres, jóvenes desempleados y sectores profesionales de la clase media. Cada cual con sus organizaciones barriales, sindicales, culturales, políticas o gremiales. Esta es la base […]

Como muy pocas veces en la historia, estamos en presencia de un proceso de rebeliones sociales en el mundo árabe (Magreb y el norte de África), compuesto por trabajadores, estudiantes, mujeres, jóvenes desempleados y sectores profesionales de la clase media. Cada cual con sus organizaciones barriales, sindicales, culturales, políticas o gremiales. Esta es la base social de la rebelión.

Es una expresión política sorprendente del carácter estructural de la crisis del capitalismo global y su necesidad de que la paguen los de abajo de este mundo. Eso explica la unidad profunda, esencial, entre las causas de las rebeliones de Túnez, Egipto, Libia, Barein, Marruecos, Sudán, Irak, y las de los trabajadores y estudiantes de Grecia, Irlanda, Francia, Inglaterra, España, Portugal, Hungría, Polonia y en menor medida Alemania, con las de empledos y obreros de Wisconsin, Ohio y Columbus, en Estados Unidos. Son expresiones nacionales de un único proceso revolucionario internacional.

Esta unidad adquirió formas conscientes: «El levantamiento popular de Madison sucede inmediatamente después de los de Medio Oriente. Un estudiante universitario veterano de la guerra de Irak, llevaba un cartel que decía «Fui a Irak y ¿volví a mi casa en Egipto?». Otro decía, «Walker: el Mubarak del Medio Oeste». Del mismo modo, en Madison circuló una foto de un joven en una manifestación en El Cairo con un cartel que decía «Egipto apoya a los trabajadores de Wisconsin: el mismo mundo, el mismo dolor», dice una periodista de izquierda estadounidense.

De algo similar solo existe memoria, según las regiones del mundo, en las revoluciones de 1848, 1917-1919, 1945-1948, 1958-1960, 1968-1973, 1979-1983 y 2001 a 2004. Con una diferencia. Cuenta con la participación de decenas de miles de explotados de Estados Unidos.

Lo único lamentable de este maravilloso proceso es que esta rebelión no tiene a su favor una asociación internacional de revolucionarios que le asegure una perspectiva anticapitalista basada en los organismos del poder popular. Eso abre el riesgo de que la potencia sea canalizada hacia resoluciones institucionales bajo control de otros sectores de la burguesía árabe, asociada a la UE y EEUU.

Como es inevitable en todo comienzo, no excluye a grupos de empresarios o rentistas afectados por algunas de las causas, económicas o políticas, que condujeron a la rebelión. Pero no nos engañemos: Estas rebeliones las definen los trabajadores y oprimidos con sus acciones y demandas. El aprendizaje de la vanguardia en Egipto y Túnez, demuestran que la revolución no se quiere detener en lo que quisieran los empresarios y la ONU.

Es una rebelión de carácter regional, porque regionales y globales son los problemas que enfrenta. Planes de austeridad, recortes de derechos sociales, sindicales y profesionales, nuevas expresiones de miseria, pactos de sus gobiernos con el FMI, el BM, la UE, EEUU y de formas directas con transnacionales como ENI, COMOCO, Exxon y otras, que han ocupado segmentos enteros de las economías de cada uno de estos países.

A falta de consenso, los gobiernos del Magreb y el norte de África acuden desde hace varios años a la represión y la persecución de la resistencia. Esto fue facilitado por el carácter de esos Estados: autoritarios, autárquicos, monárquicos, o directamente dictatoriales. La rebelión explota tarde porque la gente no tenía las libertades políticas necesarias, como en muchos de nuestros países. Hasta que dijeron basta.

Estas políticas se vienen aplicando en formas desiguales desde mediados de los años 90, según el país y el gobierno. El 21 de noviembre pasado, una voz del imperialismo despejó cualquier duda, a quien la tenga, sobre la justeza social de estas rebeliones. «El Director Gerente del FMI, el español Rodrigo de Rato, pidió integración económica de los países del Magreb». El objetivo es crear «Una mayor integración, un mercado de más de 75 millones de consumidores mejoraría la eficiencia económica, atraería más inversiones extranjeras y brindaría oportunidades comerciales dentro de la región beneficiosas para todos». Ya concimos este lenguaje en el Mercosur y la Comunidad Andina. Sus resultados fueron los mismos: más explotación y miseria y sus consecuentes rebeliones sociales. Así fue como llegamos a la nueva realidad de América latina.

Eso no habría sido posible sin los tratados y pactos políticos-económicos firmados por Libia, Sudán, Marruecos, Argelia, Sudán y Egipto con la Unión Europea, Rusia, China y Estados Unidos desde 1992. Varios de esos Estados se convirtieron en socios estratégicos de empresas imperialistas europeas.

Como ocurrió en el resto de estos países norafricanos, la rica Libia tampoco se salvó de sus efectos desastrosos: Sigue importando el 75% de los alimentos, un consumo controlado por transnacionales europeas, el desempleo es del 30% al año 2011 y el analfabetismo creció hasta el 18%; uno de cada tres habitantes sobrevive en la pobreza crítica. Estos son apenas unos de los derivados de la presencia creciente del capital transnacional en la economía libia y de una disribución regresiva del ingreso petrolero en la economía y la población.

Como también era inevitable, el imperialismo intenta aprovechar las rebeliones a su favor porque está mejor preparado y más organizado. Hillary Clinton saluda al ex ministro de Justicia de Gadafi, Abdel Jalil, y EEUU promete ayuda al Consejo Nacional de Benghazi, donde se organiza la oposición al régimen.

Con su amoralidad de siempre, trata con prudencia los regímenes de Mubarak y Ben Alí, sus agentes directos, procurando transiciones en «orden» y en lo posible bajo su control. Pero demoniza y amenaza al régimen de Libia. La OTAN anuncia una intervención militar preventiva, la que denunciamos desde ahora y llamamos a combatirla con todas las fuerzas, si ocurre. Felizmente, el propio Consejo Nacional en Benghazi avisó a la OTAN de que no se atreva a pisar tierra Libia. «Los libios deben protegese a sí mismos y ser ellos quienes liberen al país», advirtió Gouga, un vocero del Consejo. Esto habla de que el imperialismo no tiene comida servida en Libia, aún dentro de sus candidatos a socios institucionales. El nacionalismo árabe tradicional parece estar presente en la memoria libia. Pero el peso de la movilización revolucionaria es decisivo para imponer estos límites hacia adentro y hacia afuera.

El trato diferenciado para Muamar Al Gadafi responde a la misma lógica imperial. Ejerce venganza contra Libia, como lo hará con Argelia, porque estos regímenes fueron independientes del imperialismo hasta determinado tiempo. En el caso libio desde 1969 hasta finales de la década de los 80, aunque Gadafi de vez en cuando lanza declaraciones incendiarias, como ahora, acusando a EEUU y a Al-Quaida de la rebelión.

Libia despeja la vieja ilusión de que el imperialismo perdonará a quien se arrodille ante él. A Gadafi no lo perdonan, ni siquiera en honor a los 13 pactos de adaptación firmados en 1995, 1999, 2002, 2004, 2006; el último es del 19 de junio de 2010. Tampoco su sociedad con el Egipto de Mubarak y las declaraciones del año 2004 a favor de «un Estado binacional de Palestina con Israel», llamado «Isratina», en su sagrado Libro Verde.

Al calor de esos pactos su gobierno decidió comenzar a adaptarse y mantener conductas pragmáticas, ambiguas y arriesgadas para la nación libia. Se hizo cada vez más dependiente del imperialismo europeo hasta 1999, y pactó con EEUU desde ese año. Una, expresión de ello fue la declaración de Gadafi, al año siguiente: «Clinton es un hombre de bien». En respuesta, «el gobierno estadounidense sacó en 2006 a Libia de la lista de países que apoyan el terrorismo», envió capitales petroleros y reabrió la embajada en 2008.

En septiembre de 2002, en su discurso con ocasión del trigésimo tercer aniversario de la Revolución, Gadafi notificó al mundo que su país renunciaba al «comportamiento revolucionario» y a las actuaciones de «Estado rebelde», y que en adelante iba a desenvolverse con arreglo al derecho internacional. «Tenemos que aceptar la legalidad internacional pese a estar falseada e impuesta por Estados Unidos; de lo contrario, nos van a aplastar»

Desde 1999, todos los gobiernos imperialistas europeos decidieron ofrendarle un trato honorable, lo recibieron, lo adularon, lo manosearon, lo condecoraron y firmaron pactos de todo tipo: de extradicción de «terroristas», de doble tributación con Inglaterra, de concesiones petroleras, de venta de armas, de control de la emigración africana, etc. El premio fue que el 11 de octubre de ese mismo año la UE levantó el embargo de armas a Libia. España, Italia, Inglaterra y Alemania son los principales vendedores de armamento de guerra a Libia. 150 empresas petroleras británicas se instalaron en Libia desde 2004. La mayoría de la infraestructura Libia ha sido construida por empresas internacionales de Francia, Italia, EEUU. Eso, que sería entendible al comienzo de un proceso de independencia, es absolutamente incomprensible a los 42 años. La pregunta se impone por su propio peso: ¿Qué es la economía libia después de cuatro década de acumulación de montañas de capital petrolero? ¿Dónde quedó el nacionalismo inicial?

Otro costo de alto calibre político, caro a 7 años de historia palestina, es el cambio de la relación con el Estado genocida de Israel. Desde el año 2004, el gobierno libio negocia discretamente con Tel Aviv, a través del llamado Diálogo Euromediterráneo de Bruselas, a partir de la «Cumbre de Sirte», una pequeña ciudad de Libia.

La regresión de Libia y Gadafi es más grave si recordamos un hecho. Desde el año 2003, el mismo año que EEUU invadía Irak, el Estado Libio se hizo socio estratégico de empresas y Estados imperialistas de la Unión Europea. Gadafi creó el fondo de inversión Libian Investmen Autority, y con 65.000 millones de dólares participa del 1% del capital de la gigantesca petrolera imperialista ENI, del 3% del grupo económico Pearsons, editor del diario imperialista Financial Times. Es el principal accionista de Unicredit, el banco más grande de Italia. Esto se repite con empresas de Alemania y Francia. Esto es tan conocido como el sol de todos los días. Ninguna adulación es gratuita en lo que la burguesía entiende por política .

Esto es parte del costo. El resto lo estamos viendo en forma de guerra civil.

Un problema llamado Gadafi

Sin duda el caso libio se hace más complejo porque se trata de un regimen y un líder que resistieron al imperialismo. Libia se hizo Estado-nación independiente con Gadafi desde 1969. Eso explica el trato diferenciado que le da el imperialismo. Cualqueir análisis o política sobre Libia debe partir de esa historia, reconociendo el valor de Gadafi en su resistencia al imperialismo. Pero si nos quedamos ahí comenzamos a mentirnos a nosotros mismos. Porque las cosas cambian, para bien o para mal, pero cambian. Y Gadafi ya no es Gadafi.

Lo esencial en Libia es la rebelión contra él, tan legítima como las del resto del norte de África, aunque al frente no haya todavía una dirección política revolucionaria.

La complejidad nace de que Gadafi se ha convertido en indefendible. Antes era contradictorio, ambivalente, desde hace años es otra cosa. Su brutal represión y sus respuestas políticas reaccionarias a las protestas han sido más despiadadas que las del propio Mubarak o Ben Alí. Su régimen es autárquico y nepótico, con él en el centro como si fuera el jefe de una dinastía. Gadafi y su desgastado movimiento panarabista y «socialista», la Jamahiriya, perdieron todo progresisimo, porque se enfrenta a las masas rebeladas como lo hicieron sus socios reaccionarios del Magreb.

Al revés de la cuestión egipcia o tunecina, donde Mubarak y Ben Alí eran agentes directos del imperialismo, con Gadafi hay que conocer y reconocer el cambio con respecto a lo que era. A partir de reconocer ese cambio, nada debe impedir asumir una actitud política distinta.

Gadafi se volverá defendible, solo temporalmente, en el caso de que la OTAN lo ataque, como advierte el The Washington Post este domingo 27. Y será a condición de que él llame al pueblo libio, comenzado por el Consejo Nacional de Benghazi, a tomar las armas para defender la nación libia. Eso no es fácil. Están en una guerra civil. Pero es una obligación hacerlo en caso de que la OTAN se atreva. Lo que es improbable en el actual balance fuerzas. Primero, porque la OTAN tiene dificultades políticas internas para hacerlo. No creo que los sindicatos que están luchando se queden quietos. Segundo porque Trípoli compra armas desde 2003. El año pasado, 2010, Libia pagó a la UE-España, 7.875.975 euros por aeronaves y equipos de formación de imagen, y 6,9 millones de euros más para otras categorías. Tercero, porque las masas libiia rechazarían cualquier presencia militar imperialista.

Es un fatal error político silenciar lo que hace su régimen despótico, asociado al imperialismo europeo, por el solo hecho de que la OTAN amenace o la ONU lo suspenda de la Comisión de Derechos Humanos.

Una posición correcta sobre Libia debe comenzar por reconocer la rebelión social como justa. Denunciar su represión, o no defenderla. Advertir y denunciar las pretensiones del imperialismo, las militares y las otras: controlar al Consejo Nacional de Benghazi. Por último, una posición correcta sobre la revolución Libia debe tener como objetivo superar el actual estado de cosas con un gobierno sostenido en el poder armado de los pobladores de Benghazi, Tobruk, Al Baida, Ajdabiya y los barrios del oeste de Trípoli. Allí han surgido comités de ciudadanos, muchos armados, que garantizan la seguridad, la repartición de víveres, el orden del tránsito, el control de la delincuencia y la salud. Basta verlos actuando en las imágenes de Telesur sobre esas ciudades rebeldes, para entender que ahí yace el núcleo para resolver la crisis libia hacia el lado correcto. Superando lo que existe hoy como réginen nepótico, e impidiendo otro régimen asociado al imperialismo, de la mano del Consejo Nacional de Benghazi.

Podemos defender la nación libia, incluso con Gadafi, si los atacan. Pero lo que hace Gadafi desde 1992 no es defendible. El resultado es la actual rebelión.

NOTA: Las fuentes informativas y las citas usadas en este escrito son independientes de las agencias de la burguesía internacional, parte de ellas son del mundo árabe:   Thawra.com. AFROL News. ARABAWI.com. DemocracyNow. Periodismohumano.com. www.plataformasahara.com. Rebelión.com. CADTM (Comité Abolición Deuda del Tercer Mundo, www.cadtm.org). Le Monde Diplomatic. Página 12. Aporrea.org y RT.com en español.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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