En la década de 1960 Robert McNamara, corresponsable de la escalada bélica contra Vietnam -que dejó millones de heridos y muertos y un terrible sufrimiento para un país de campesinos- dijo unas palabras que se volvieron famosas por su cinismo y que reflejan sintéticamente lo que podría denominarse el “imperialismo demográfico”: es mejor matar a un niño en el vientre materno que tener que enfrentarlo después como guerrillero en las selvas y bosques del mundo pobre.
Luego este personaje, tras abandonar la Secretaria de Defensa (sic) de los Estados Unidos, se encaramó en la Presidencia del Banco Mundial en 1968 desde donde, a lo largo de quince años, impulsó el control demográfico del tercer mundo, como condición principal para desembolsar préstamos y créditos a los países pobres. Su política se guiaba por una lógica simple: resulta mucho más útil invertir un dólar en control de la natalidad que diez dólares en cooperación para el desarrollo.
En la misma época se cuestionaron desde diversos ángulos las políticas promovidas por los Estados Unidos de esterilizar a las mujeres de nuestros países. Una de las denuncias más impactantes se presentó en la película Sangre de cóndor, del cineasta boliviano Jorge Sanjinés, en la cual se documentaba la esterilización de mujeres indígenas por parte de los “cuerpos de progreso” (Cuerpos de Paz), quienes se encubrían bajo una desinteresada campaña de “ayuda médica”. La ira de la población afectada cuando conoció lo que se les estaba haciendo a sus mujeres la condujo a rebelarse y atacar a los extranjeros, pero sus dirigentes fueron capturados y luego ejecutados por el gobierno. En el filme se muestra con crudeza el impacto sobre la población pobre de una política imperialista de control demográfico. Esta era una práctica encubierta de sometimiento de las mujeres del sur del mundo, que desde entonces no se ha dejado de realizar por parte de los Estados Unidos.
En el seno de este país las políticas de control demográfico no son novedosas, porque sus clases dominantes, con sus pretensiones de superioridad racial, abominan de los pueblos que consideran inferiores. Y por eso, fueron antecesoras del nazismo en cuanto a las políticas de control de la “pureza racial”, mediante la práctica de la eugenesia, con lo que esterilizaron a miles de migrantes extranjeros en la década de 1920 y a afroestadounidenses e indígenas. Una característica de ese proceder criminal, al que algunos han denominado el “fascismo demográfico”, era que se realizaba sin el consentimiento de las mujeres que eran esterilizadas.
Ese forzoso control demográfico de los pobres ha sido permanente en los Estados Unidos, tanto en su territorio como fuera de sus fronteras. Al respecto, una de las ideólogas del control demográfico y eugenista confesa, Margaret Sanger, decía en 1950: “En los próximos 25 años, el mundo y nuestra civilización va a depender de un anticonceptivo sencillo, barato y seguro que pueda usarse en los suburbios míseros, en las selvas y entre la gente más ignorante. Creo que ahora, inmediatamente, tendría que haber una esterilización nacional para ciertas clases genéticamente deficientes de nuestra población a las que se está alentando a procrear y que morirían si no fuera porque el gobierno las alimenta”. En concordancia con esa recomendación, en las décadas de 1960 y 1970 fueron esterilizadas centenares de mujeres de origen chicano en hospitales de los Ángeles y entre 1997 y 2013 fueron esterilizadas 1.400 mujeres que se encontraban en prisión en California.
Con tales antecedentes, no debe sorprender que en la guerra abierta que el gobierno de Donald Trump libra contra los migrantes se esterilice a mujeres migrantes en los campos de concentración en donde se les ha confinado. En uno de esos campos, en el Condado de Irwin, Estado de Georgia, manejado por una empresa privada, aparte del maltrato, la mala alimentación y las condiciones antihigénicas, se están llevando a cabo histerectomías (extracción de úteros) y otros procedimientos de esterilización. En esa labor, realizada sin contar con el consentimiento de las mujeres, se ha destacado el ginecólogo Mahendra Amin, cuyo consultorio se encuentra cerca a la cárcel para inmigrantes, y al que denominan el “recolector de úteros”.
En la mira están las mujeres de origen latinoamericano, africanas y asiáticas, miles de las cuales se encuentran prisioneras y sometidas a tratos inhumanos. Las operaciones quirúrgicas se facilitan por la indefensión de las mujeres, la mayor parte de las cuales no habla ni entiende inglés, y se encuentran sometidas a un brutal régimen carcelario, en el cual se castiga duramente cualquier asomo de protesta o insubordinación. Además, sobre esas mujeres pende la amenaza de ser deportadas en cualquier momento hacia sus países de origen, o terceros países como México, lo que hace más difícil denunciar las operaciones quirúrgicas a que son sometidas, para impedir que tengan hijos alguna vez o vuelvan a tenerlos.
Esto forma parte del genocidio que soportan la mayor parte de los migrantes que llega al territorio de los Estados Unidos, con lo que se demuestra que el sueño americano es una terrible pesadilla de muerte. En ese coctel de muerte contra los migrantes pobres se recurre a la guerra directa contra los países, con bombardeos y asesinatos masivos, bloqueos económicos y luego cuando la gente migra a los Estados Unidos, allí se separa a las familias, se mete a los niños en jaulas como si fueran animales, y ahora se completa la formula criminal con la esterilización de las mujeres. Así se completa el círculo del genocidio contra los pueblos del sur, encubierto bajo la vieja fórmula de la eugenesia (método biológico para “mejorar la raza”) y el control demográfico de los pobres.
Foto de portada: Doctores protestan al frente de un centro de detención en Pompano Beach, Florida, el primero de mayo para pedir que las autoridades de inmigración liberen a los inmigrantes, les provean atención médica, test de detección de coronavirus y se investiguen las denuncias de histerectomías realizadas contra mujeres inmigrantes. Joe Raedle/Getty Images