El miércoles pasado se demostró que los debates no favorecen al estilo doctoral de Barack Obama, quien dio la impresión de estar metido en una camisa de fuerza. En cambio para Mitt Romney es el terreno ideal, más acostumbrado a convencer con verdades a medias sobre lo redituable que puede ser el comprar una fábrica […]
El miércoles pasado se demostró que los debates no favorecen al estilo doctoral de Barack Obama, quien dio la impresión de estar metido en una camisa de fuerza. En cambio para Mitt Romney es el terreno ideal, más acostumbrado a convencer con verdades a medias sobre lo redituable que puede ser el comprar una fábrica de chocolates o de pastas dentales, despidiendo a la mitad de sus trabajadores. En los intercambios entre uno y otro, Obama parecía incrédulo de que su interlocutor no entendiera la diferencia entre gobernar un país y dirigir una empresa. Tal vez Romney sí la tenga, pero lo que es seguro es que aprendió la lección de lo sucedido a Al Gore y a John Kerry cuando en se vieron las caras con George W. Bush, y éste, conocedor del electorado, respondió a los argumentos profesorales de aquellos con simplismo, vacuidad y falsedades.
En este debate se observaron las diferencias entre uno y otro. A su estilo, Romney aclaró que para él el país es una gran empresa en la que los negocios deben funcionar bien para que la sociedad funcione, sin importar diferencias sociales ni a quienes hay que sacrificar para ello. El gobierno sólo debe intervenir cuando se trata de garantizar la buena marcha de las empresas; lo demás es secundario. Obama hizo esfuerzos aclarar a Romney, y a los millones de personas que siguieron el debate, que el gobierno es necesario para el desarrollo armónico de la sociedad y no sólo de unos cuantos. Esa es la función primordial, la importancia y la necesidad de su intervención.
Romney insistió en disminuir por parejo en 20 por ciento los impuestos para todos los causantes, reducir el déficit aplicando draconianos recortes al gasto, particularmente social, excluyendo el destinado al ejército, y derogar la ley de salud promovida por Obama. En tanto, Obama, en la necesidad de gravar con un impuesto mayor a quienes ganan más de 250 mil dólares al año, en redistribuir partidas presupuestales sin afectar el gasto social y apuntalar la reforma de salud. Son sólo algunos temas de este primer debate, todos ellos ya bien conocidos por quien haya leído o escuchado sus discursos de campaña. Es de esperarse que en los próximos debates atiendan temas como la migración y los derechos de la mujer y de las minorías.
En esta ocasión ambos coincidieron en que el empleo es su principal preocupación y cada uno se refirió a la forma en que piensa superar ese problema. Es curioso que ambos repitieron una y otra vez la necesidad de procurar el bienestar de la clase media pero olvidaron que hay 45 millones de estadounidenses que viven en la pobreza. Desde la perspectiva electoral tiene sentido, pues más de 60 por ciento de votantes pertenecen a la clase media y su participación es la más constante en las urnas. Pero desde el punto de vista humano eso deja mucho qué desear.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2012/10/08/opinion/012o1pol