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Eritrea

De qué huyen los chicos secuestrados en el barco Diciotti

Fuentes: El Salto

Sueños y pesadillas de una generación atrapada entre un servicio militar obligatorio de treinta años, trabajos forzados y la diáspora. Atrapados en el barco Diciotti al llegar a Europa, y en una maraña de responsabilidades políticas coloniales, internacionales e internas en Eritrea.

 

Foto: Alicja Ignatowska

Cualquier desacato de las reglas, cualquier forma mínima de disidencia es reprimida con castigos corporales Las nuevas generaciones eritreas están atrapadas entre las necesidades de una existencia pacífica, los deseos de acceder a un mundo occidental de éxito y consumo, y un presente político congelado en la ideología revolucionaria que condujo a la liberación de Eritrea en 1991.

Un Estado nacional creado artificialmente por el colonialismo italiano en 1890 y anexionado al Estado Federal Etíope en 1950. El Frente Popular de Liberación que condujo a la independencia en 1991 se transformó en partido de gobierno en 1994, tras treinta años de lucha. Los sueños de libertad se hicieron añicos durante la guerra contra Etiopía (1998-2000), iniciada por una cuestión territorial y que finalizó cuando la ONU desplegó sus cascos azules en la frontera entre ambos países. Una situación de no-guerra-no-paz en la que el conflicto puede explotar de nuevo en cualquier momento. Es por ese motivo, o quizás con ese pretexto, que el gobierno actual no desmoviliza al ejército y, más aún, ha creado un servicio militar obligatorio para todos los hombres de entre 18 y 50 años y para todas las mujeres de entre 18 y 40.

Entre 2001 y 2004, mientras se lanzaba una campaña militar dirigida a transmitir a los jóvenes (la generación conocida como warsay, literalmente, «mi herencia») los valores de la anterior generación de guerrilleros, el país sufrió un decidido viraje autoritario. En pocos años, una serie de arrestos de personalidades políticas no en línea con la posición de Issaias Afewerki marcó el inicio de una nueva fase política. En 2006, el patriarca de la iglesia ortodoxa fue arrestado por haber reivindicado su supremacía en cuestiones teológicas, y las minorías religiosas empezaron a ser políticamente marginadas.

No obstante, son las generaciones jóvenes las que sufren las consecuencias a gran escala: desde el final de la guerra, están obligados a realizar el servicio militar, que no consiste solo en un adiestramiento militar, sino también en la construcción de infraestructuras, en una suerte de trabajos forzados por una paga de poco más de 25 dólares al mes. Cualquier desacato de las reglas, cualquier forma mínima de disidencia es reprimida con castigos corporales -torturas que llevan nombres italianos y que conforman un continuum de violencia, una memoria implícita del drama del colonialismo- y con la reclusión en las tristemente famosas cárceles subterráneas situadas en las zonas desérticas del país, uno de los lugares más calientes del planeta.

Las actividades de este servicio militar obligatorio se desarrollan en lugares lejanos del lugar de nacimiento, con la consiguiente separación de los jóvenes y sus familias: resulta muy difícil obtener permisos para volver a casa y cualquiera que se encuentre en un territorio sin autorización (una condición llamada koblilom) es inmediatamente conducido a la cárcel o de nuevo al lugar donde estaba llevando a cabo su servicio militar.

Desde las fases finales de la guerra con Etiopía hasta hoy, los eritreos registrados como refugiados en otros países son más de 400.000, a los que se les añaden todos aquellos que están viajando y que no están registrados en ningún lugar, así como todos los que han muerto durante el viaje. Las familias que antes quedaban disgregadas como consecuencia del servicio militar lo son aún más hoy por la migración. El miedo es el sentimiento más común entre la población eritrea, tanto en el país como en la diáspora: se informa fácilmente de las opiniones antigubernamentales, gracias a un sistema de denuncias que a menudo destruye grupos familiares, y que no se limita absolutamente al territorio nacional, existiendo espías gubernamentales presentes en todos los lugares de la diáspora, en un intento extremo del partido por controlar la disidencia.

No obstante, ése no era el sueño de la lucha por la independencia de Eritrea. El Frente Popular de Liberación, de ideológico maoísta, enmarcó fuertemente su lucha en una perspectiva anti-imperialista y anti-colonialista, y consiguió enraizarse en las masas, especialmente en las zonas rurales. Cuando se consiguió la independencia, formalizada a través de un referéndum en 1993, el partido ya había interrumpido las relaciones con el FMI, la Banca Mundial y muchas ONGs. La idea era evitar aquellas relaciones que habían sometido al yugo occidental a otros países de África que habían alcanzado la independencia, a través del mecanismo de la deuda y de la imposición de ajustes estructurales. Las reformas agrarias, así como las políticas destinadas a la creación de una paridad de género (divorcio, prohibición de las mutilaciones genitales femeninas, etc.), proyectadas en los protogobiernos de las áreas liberadas antes de la independencia, empezaron a configurar un modelo muy interesante. Algunos recordarán el personaje del guerrillero eritreo en la película Sud, de Gabriele Salvatores, que cuenta la batalla por la independencia de su pueblo en un colegio electoral ocupado de la Italia meridional.

El sueño de aquella generación se ha transformado en la pesadilla de las actuales, entre otras cosas, por la atracción hacia un modelo de vida de cuya ambigüedad y violencia se dan cuenta solo una vez en la diáspora. El hecho de que la responsabilidad de esa situación vaya mucho más allá de las clases dirigentes eritreas, resultando imprescindible analizar el aislamiento internacional, las relaciones geopolíticas de los países del Cuerno de África (Etiopía está en la primera línea de la americanísima Guerra Mundial al Terrorismo) y una serie de contingencias históricas, no disminuye el sufrimiento de quienes se ven obligados a huir y a emprender viajes peligrosos y muy costosos.

Post-scriptum: Del drama social y humanitario que aflige al país del Cuerno de África son también responsables los intereses económicos y militares italianos. Un ejemplo es el caso de Piergianni Prosperini, ex-representante de la Liga Norte y de Alianza Nacional, y consejero de la región de Lombardía, que en abril de 2015 fue condenado a 4 años de cárcel por tráfico ilegal de armas hacia Eritrea.

Publicado originalmente en Dinamo Press: Eritrea: da cosa fuggono i ragazzi sequestrati sulla Diciotti.

Traducido para El Salto por Pedro Castrillo.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/migracion/eritrea-secuestrados-barco-diciotti