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De Trump a Biden: ¿nueva era?

Fuentes: Rebelión

La política doméstica e internacional de Estados Unidos no depende de un individuo, sino de un sistema imperialista-capitalista.

En el marco de la “democracia indirecta“ de corte oligárquico que priva en el régimen político norteamericano, los medios de comunicación privados anunciaron el 7 de noviembre que el ganador de las elecciones presidenciales fue el expresidente demócrata Joe Biden frente al doblemente derrotado Donald Trump, tanto en el voto popular como en el Colegio Electoral, el cual le otorgó a Biden 306 votos (51.4%) de los 270 necesarios requeridos para obtener la presidencia imperial, frente a los 232 que obtuvo Trump (46.9%). La diferencia absoluta en el voto ciudadano fue de 7,059,741 a favor de Biden que lo convirtió de hecho en el 46o. presidente de ese país.

El 20 de enero de 2021 tomará posesión del gobierno el presidente electo en medio de protestas y escándalos por parte de la derecha y ultraderecha norteamericana y de acusaciones infundadas de fraude por parte del mandatario saliente.

Hay quienes creen que con Biden las cosas van a cambiar tanto a nivel doméstico como internacional y muchos se preguntan si habrá una nueva era post-Trump. Sin embargo, es preciso insistir, una vez más, que la política doméstica e internacional de Estados Unidos no depende de un individuo, aun siendo el presidente, sino de un sistema imperialista-capitalista cuyos parámetros, coordenadas y geoestrategias sobrederminan el acontecer del mismo mandatario y de la burocracia política que él comanda. Es por esto por lo que ciertamente puede haber variaciones, por ejemplo, en materia de salud, de política migratoria o salarial; o en relación con Irán, por ejemplo, en materia de negociación nuclear unilateralmente rota por Trump; o en otros puntos calientes como Cuba y Venezuela. Sin embargo, es iluso pensar que pudiera registrarse un cambio radical de un gobierno esencialmente imperialista, neocolonial, que depende del complejo tecnológico-industrial militar para su sobrevivencia en un mundo multilateral, policéntrico y en crisis civilizatoria.

El nuevo presidente debe ser nombrado oficialmente el 6 de enero de 2021 de acuerdo con la constitución, en medio de amenazas de Trump, que exige que se revoquen las elecciones en el estado de Georgia y de 11 senadores republicanos que insisten en impugnar la elección asegurando que hubo “fraude” electoral, además de exigir la realización de una auditoría. De cualquier modo, va a resultar completamente ilusoria la consigna de Biden de “unir a todos los estadunidenses” en un contexto de lucha de clases, de xenofobia y racismo estructural exacerbados y de la mayor crisis sanitaria de que se tenga memoria que ya acumula en ese país más de 21 millones de casos, 8 millones 238 mil activos y 360 mil decesos sin que el gobierno actúe en consecuencia de manera efectiva para detener y contrarrestar el coronavirus.

Biden supo explotar la torpeza de Trump que administró su país como si fuera un gran hotel, y su negacionismo a combatir el coronavirus que ha asolado a su población en medio de un sistema sanitario privado, precario, que deja mucho que desear en un país que se precia de ser la “primera potencia del orbe”.

En la era post-Trump, el cambio más radical pudiera darse, por ejemplo, en un retorno de Estados Unidos a la Organización Mundial de la Salud (OMS) o en el restablecimiento de las negociaciones nucleares con Irán y, menor medida, muy poco, en eventual acercamiento al “diálogo” con Venezuela que ha reclamado insistentemente el presidente Maduro. Pero difícilmente se podrá morigerar la doctrina Monroe siendo un eje estratégico de la política imperialista de Estados Unidos en América Latina y el Caribe para contener a las potencias en ascenso, a la par que evitar el surgimiento de nuevos gobiernos y países que asuman el camino o “modelo” “indeseable” de Cuba y Venezuela.

Estados Unidos requiere urgentemente frenar el inminente deterioro de su hegemonía en el plano internacional; enfrentar el ascenso de potencias competitivas como Rusia y China; conquistar nuevas regiones y países para proveerse de materias primas estratégicas, como el litio y las tierras raras; revitalizar su alicaída industria nacional; enfrentar las pugnas por las tecnologías y las redes sustentadas en las plataformas digitales 5G que constituyen el eje de la cuarta revolución industrial en ciernes llamada 4.0.

Todas estas tareas difícilmente las podrá cumplir Estados Unidos si mantiene su política unilateralista, su arrogancia convertida en mito, su ultra-proteccionismo y el empeño en negarse a reconocer la existencia de la realidad de un mundo multipolar, multidimensional en constante metamorfosis que reclama cambios sustanciales en materia económica, ambiental, social, cultural y, sobre todo, reconocer los amplios movimientos populares cuasi-insurreccionales que han emergido antes de —y en— la pandemia en Chile, Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú, Haití y en otras latitudes de Europa, Asia y el Medio Oriente, sin que sean tildados de terroristas para atacarlos y, finalmente, derrotarlos.

Esta es una posibilidad extremadamente remota en virtud de la posición en que actualmente se encuentra Estados Unidos en el tablero global viviendo una profunda crisis económica interna que ha arrojado a la calle a millones de trabajadores desempleados; que ha incrementado la pobreza y la miseria en varias ciudades como Nueva York y Los Ángeles; que ha endurecido sus políticas migratorias al grado de convertirlas en auténticos gulags y en campos de concentración de corte hitleriano, donde encarcelan a niños y niñas previamente separadas de sus padres sin que los llamados organismos internacionales de derechos humanos, las variopintas ONGs, la ONU y la OEA (controlados, por cierto, por Estados Unidos) levanten la voz siquiera para denunciar estas gravísimas atrocidades y verdaderos crímenes de lesa humanidad perpetrados por Donald Trump y sus secuaces desde la fortaleza panóptica de la Casa Blanca.

Podemos decir, en suma, que no hay nueva era con el recambio Trump por Biden; solo un matiz de estilo, como el ocurrido en la transición entre George W. Bush y Obama. Las líneas gruesas de la política imperialista se mantienen y se pragmatizan en función de los acontecimientos nacionales, regionales y mundiales.

La hoja de ruta trazada por Biden es, en esencia, la misma que la trazada por Trump, pero, quizás, un poco más matizada debido al perfil “más suave” del presidente electo.