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¿De verdad ha enloquecido la derecha?

Fuentes: Sin Permiso

Parece de pronto que el conservadurismo se hubiera vuelto más delirante que nunca. El público de los debates republicanos vitorea las ejecuciones y abuchea a un soldado en servicio activo por ser gay. Los políticos juran lealtad a Rush Limbaugh, un lunático tragapíldoras [influyente presentador radiofónico ultra adicto a los calmantes] que ofrecía recientemente un […]

Parece de pronto que el conservadurismo se hubiera vuelto más delirante que nunca.

El público de los debates republicanos vitorea las ejecuciones y abuchea a un soldado en servicio activo por ser gay. Los políticos juran lealtad a Rush Limbaugh, un lunático tragapíldoras [influyente presentador radiofónico ultra adicto a los calmantes] que ofrecía recientemente un trato a las «feminazis»: «Si vamos a pagar sus anticonceptivos, queremos que subáis los videos a la red para que podemos verlos todos». Miles de «Oath Keepers» [«Fieles al Juramento «] – Policía y Militares Contra el Nuevo Orden Mundial – se juramentan para desobedecer las órdenes ilegales que con seguridad se impartirán una vez instituya Barack Obama la ley marcial. Un candidato presidencial republicano de importancia habla de servidumbre por contrato… y otro propone convertir a los escolares en porteros. Sólo un 12% de los republicanos de Mississippi cree que Obama sea cristiano. Los republicanos de Arizona impulsan una ley que permite a los patronos despedir a sus empleadas por recurrir al control de natalidad.

Y así suma y sigue, metiéndose en cualquier estrambótico delirio político que aparezca en las ondas hoy mismo.

Pero, ¿dan más miedo hoy los derechistas que en el pasado? Desde luego parecen más extraños y feroces. Argüiría, sin embargo, que llevan así de locos mucho tiempo. En los últimos sesenta años, más o menos, veo bastante más continuidades en lo que cree del mundo el 20 o 30% de norteamericanos que se escora a la derecha. Las locuras que creían y querían quedaban obscurecidas por su falta de poder, pero siempre estaban ahí…si sabías dónde había que mirar. Lo que ha cambiado es que los conservadores chalados constituyen ahora la corriente principal republicana, la fuerza dominante del GOP [Grand Old Party, su denominación tradicional].

Estoy en una posición única para poder juzgarlo. Obsesionado por los años sesenta desde la niñez, desperdicié mis años de adolescencia merodeando por un destartalado almacén de cinco pisos de libros usados que conseguía, hasta octubre pasado, ir un paso por delante de la inspección de edificios de Milwaukee, estado de Wisconsin. Allí conseguía libros de una década que enloqueció: textos de los Panteras Negras en los que se condenaba a «AmeriKKKa», o de la Nueva Izquierda, que proclamaba que «el futuro de nuestra lucha es el futuro de la delincuencia en las calles», y de derechistas como el predicador David Noebel, que denunciaba la «subversión comunista de la música» mediante la cual el espionaje ruso aplicaba técnicas pavlovianas para que se pudriera la mente de la juventud norteamericana gracias a sus agentes a sueldo: los Beatles. La gente que pensaba como los Panteras Negras y la Nueva Izquierda demostró, por supuesto, ser flor de un día. Gente como Noebel, empero, han probado que son una constante en la historia norteamericana. De hecho, el mismo Noebel continúa con nosotros. En la década de 1970, se convirtió en fuente preferida de James Dobson, psicólogo radiofónico de la Derecha Cristiana de enorme popularidad todavía y mandamás de los republicanos. Muy recientemente, la reputación de Noebel se disparó gracias a su admirador Glenn Beck en Fox News [importante comentarista televisivo de esta cadena ultraconservadora], y ahora es uno de los favoritos del Tea Party.

Tras quince años de estudiar profesionalmente la derecha norteamericana – sobre todo en sus comunicaciones de unos con otros, en sus propios memoranda y medios de comunicación desde la década de 1950, todavía tengo yo que encontrar un cambio verdaderamente novedoso, una innovación real en el «pensamiento» de la derecha. ¿Presentadores de radio que apuntan con el dedo a multimillonarios liberales como George Soros, que utilizan sus ingentes fortunas – adquiridas gracias a la empresa privada consagrada por la Constitución – con la intención de «socializar» los Estados Unidos? 1954: Hete aquí a un presentador de radio, Pat Manion, que apunta con el dedo a «fortunas gigantescas, construidas gracias a la empresa privada consagrada por la Constitución…que se utilizan para ‘socializar’ los Estados Unidos». ¿El candidato presidencial Newt Gingrich, «harto de jueces elitistas» que en su arrogancia imponen sus «puntos de vista radicalmente antinorteamericanos» – incluyendo a los jueces del Tribunal Supremo cuyos dictámenes se ha juramentado desafiar? 1958: Nine Men Against America: The Supreme Court and its Attack on American Liberties, [Nueve hombres contra Norteamérica: el Tribunal Supremo y su ataque a las libertades norteamericanas], de Rosalie M. Gordon, todavía a la venta en sovereignstates.org .

Sólo han cambiado los nombres de los ogros…aunque a veces ni siquiera ha cambiado eso. El ultimo proyecto del Dr. Noebel consiste en reeditar un volumen que al parecer encuentra novedosamente pertinente: You Can Trust the Communists: To be Communists, [Puedes confiar en que los comunistas sean comunistas] del Dr. Fred Schwarz. Schwarz, un medico australiano que murió hace tres años, tuvo su momento de gloria a principios de los 60, cuando llenaba auditorios municipales predicando su evangelio preferido: que el Kremlin dominaba a sus súbditos aplicando «técnicas de ganadería animal», y albergaba «planes para hacer ondear una bandera de URSS en cada una de las ciudades norteamericanas para 1973». La nueva versión, puesta al día por Noebel – viene con vivísimos elogios de agradecidas reseñas en Amazon.com como éstos: «Igual de importante que hace cincuenta años»; y esto: «Debería ser lectura obligada para cualquier norteamericano», y «Este libro me hizo conservador» – se titula You Can Still Trust the Communists: To be Communists, Socialists, Statists, and Progressives Too. [Puedes confiar en que los comunistas sean comunistas, socialistas, estatistas y también progresistas]

¿Por qué tiene importancia todo esto? Pues porque la noción de que el conservadurismo ha dado un nuevo giro, más chiflado, tiene adeptos cuyas distorsiones desbaratan nuestra capacidad de comprenderlo y contenerlo. En una reseña reciente de The Reactionary Mind: Conservatism from Edmund Burke to Sarah Palin, [La mente reaccionaria: el conservadurismo, de Edmund Burke a Sarah Palin], el rompedor libro de Corey Robin, publicado en la New York Review of Books, que traza las continuidades del pensamiento derechista hasta el siglo XVII, el distinguido teórico politico Mark Lilla dictaminaba que «la mayor parte de la reciente turbulencia de la política norteamericana es resultado de los cambios en la estructura de clanes de la derecha con el declive de conservadores apegados a la realidad como William F. Buckley». Así pues, ¿qué hizo un «conservador apegado a la realidad» como Buckley con Fred Schwarz? Pues, lector, le escribió la nota publicitaria para la portada del libro, alabando al buen doctor por «instruir a la gente sobre aquello que sus líderes tan claramente ignoran». Lo mismo hizo, de hecho, Ronald Reagan, que en 1990 alabó la «incansable dedicación» del charlatan «a intentar garantizar la protección de la libertad y los derechos humanos». Y he aquí lo que dice el difunto Jack Kemp, peso pesado del GOP, que escribió elogiosamente alabando las memorias de 1996 de Schwarz (Reagan aparece retratado con Schwarz en la solapa): «Cuánto aprecio el hecho de que tanto como cualquier otro, incluyendo al presidente Reagan, el presidente Bush, y el Papa Juan Pablo… [el Dr. Schwarz] haya tenido la oportunidad de educar literalmente a miles de jóvenes, hombres y mujeres, de todo el mundo en la lucha por la democracia y la libertad y la lucha contra la tiranía del comunismo». Los «conservadores del establishment«, Reagan y Kemp, y el «chiflado», el Dr. Fred Schwarz, nunca estuvieron tan separados, al fin y al cabo.

Se oye hablar mucho de Ronald Reagan por parte de la multitud que se refiere a los conservadores-están-más-locos-que-nunca: le alaban como hombre de compromiso y apuntan, correctamente, que subió los impuestos siete de sus ocho años como presidente, en llamativa contraposición con los republicanos de hoy, que se niegan por completo a subirlos. He aquí la cosa, tal como escribí entre los hosannas que se le dedicaron a su muerte en 2004, durante el espantoso reinado de Bush: «Constituye una peculiaridad de la cultura norteamericana que cada generación de no conservadores contemple a los derechistas de su propia generación como los que dan miedo, y luego prefiera recordar a los derechistas de la última generación como adorables. En 1964, los observadores, horrorizados por Barry Goldwater, suspiraban por el sensato Robert Taft, el dirigente conservador de los 50. Cuando Reagan era presidente, los liberales hablaban con indulgencia del bueno y viejo Goldwater».

Y así seguimos: a Reagan se le juzga hoy uno de esos conservadores apegados a la realidad cuya desaparición hoy lamentamos. Falso. Hondamente configurado por la extrema derecha más locuela, a Reagan le encantaba en momentos anteriores de su Carrera citar su evangelio: que de acuerdo con los proyectos comunistas «para 1970 el mundo será o todo esclavo o todo libre»; que, tal como dijo en una entrevista de 1975 – rehabilitando una cita supuestamente de Vladimir Lenin, pero, de hecho, elaborada por el fundador de la John Birch Society [asociación de extrema derecha norteamericana de principios de la Guerra Fría] – una vez que Lenin y sus camaradas hubieran organizado a las «hordas de Asia», conquistarían después América Latina, «los Estados Unidos, postrer bastión del capitalismo, cae[rían] en sus manos abiertas como fruta madura». Pero también él era un buen político, y como tal aprendió a evitar decir cosas que le perjudicaban políticamente. La razón por la que no combatió de modo efectivo las subidas de impuestos fue que, con un Congreso demócrata, no tenía capacidad para ello. Cada vez que tenía en efecto que poner su firma a una subida, dejaba perfectamente claras sus preferencias, culpando a los malvados liberales por forzarle a ello y añadiendo que esta era la razón por la que había que derrotar al liberalismo…para no tener que volver a firmar una.

Esto estaba «apegado a la realidad». Pero también lo está, políticamente al menos, el obstruccionismo de los conservadores no apegados a la realidad: si bloquean todas las subidas de impuestos es porque pueden. Y ha funcionado, ¿no? Si así sucede es porque a medida que se ha incrementado el poder conservador desde los años 60, una parte cada vez mayor de lo que los conservadores creen en realidad – y siempre han creído realmente -ha venido a configurar la sociedad norteamericana y sus instituciones.

Esa dinámica se ha visto siempre acompañada de otra: a medida que el extremismo conservador encubierto – véase: la mujeres que recurren al control de natalidad son unas zorras, deberían privatizarse todos los bienes públicos – encuentra el modo de deslizarse en los debates de alto nivel de las cámaras del Congreso, en las decisiones de una judicatura federal crecientemente inclinada a la derecha, en las campañas presidenciales y las secciones principales de los periódicos más importantes de las metrópolis, los entendidos más relevantes declaran que el conservadurismo está en retirada. Cuando Barry Goldwater perdió las elecciones presidenciales abrumadoramente, Tom Wicker, columnista del New York Times, proclamó que «con trágica inevitabilidad» el conservadurismo se había «fracturado como un panel de vidrio». Sin embargo, de algún modo, los conservadores lograron sobrevivir y prosperar, eligiendo a Ronald Reagan durante dos mandatos como gobernador de California, a partir de 1966. Después de que el sucesor escogido por Reagan perdiera la nominación en 1974, Joseph Kraft, del Washington Post, dictaminó que «la desbandada del reaganismo en este estado anuncia lo que parece ser una posibilidad nacional, la posibilidad de cerrar el paréntesis de la era de la política del contragolpe, que tan contundente ha resultado desde que Ronald Reagan dejara de hacer películas para la tele en 1966». En vena similar, en su libro sobre la generación de activistas que estaban detrás de la Revolución Republicana de 1994 de Newt Gingrich, Nina Easton mantenía que la insistencia por parte de dirigentes como Ralph Reed, fundador de la Christian Coalition, de que el liberalismo era «una pendiente resbaladiza que llevaba al socialismo y comunismo» destruiría «el apoyo público que necesitaba para lograr su visión de un movimiento de masas».

No lo destruyó. Y sin embargo, como un reloj, el profeta de hoy del desastre conservador, el periodista Jonathan Chait , concluye que el conservadurismo se hace trizas como un panel de vidrio ahora que, enfrentado a la bomba de tiempo demográfica de un electorado cada vez más joven y moreno que hace, según dice, completamente inevitable el triunfo del liberalismo ilustrado, su extremismo latente está saliendo por fin a la superficie , abriendo «nuevas tierras en el reino de la temeridad», tal como él lo expresa.

He aquí el problema: para este modo de pensar, el triunfo del liberalismo ilustrado es siempre inevitable. Ahora es la demografía la que constituye una fuerza inexorable (desmonto ese argumento en «Why Democrats Have a Problem with Young Voters» [Por qué los demócratas tienen un problema con los votantes jóvenes], Rolling Stones, 28 de febrero de 2012); en la década de los 60, fue la certidumbre de que los norteamericanos nunca abandonarían las ventajas que para ellos tenía el gran gobierno. Y con todo, de algún modo, a lo largo del hilván corriente de la preferencia política norteamericana entre demócratas y republicanos, el conservadurismo continúa prosperando. Se debe a que el poder engendra poder: se puede dar por hecho con que los demócratas encontrarán un compromiso con el delirio conservador, y puede darse por hecho que los medios de información lo normalizarán. Y eso se debe a que siempre habrá millones de norteamericanos a los que aterra el progreso social y verse desposeídos de cualquier ligera ganancia de seguridad psicológica que hayan podido mantener en un mundo aterrador. Y debido a que siempre habrá poderosos agentes económicos a los que compensa explotar ese temor, incertidumbre y duda (y compensa, compensa).

El conservadurismo no está aumentando su locura, y tampoco está desapareciendo. Está, simplemente, haciéndose más poderoso. Se trata de un hecho que un liberal apegado a la realidad no tiene más que aceptar, y a partir de ahí, reunir fuerzas para la lucha.

Rick Perlstein es autor de Before the Storm: Barry Goldwater and the Unmaking of the American Consensus y [Antes de la tormenta: Barry Goldwater y la destrucción del consenso norteamericano] y Nixonland: The Rise of a President and the Fracturing of America. [Tierra de Nixon: el ascenso de un presidente y la fractura de Norteamérica] Escribe una columna semanal para RollingStone.com.

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4828