Las primeras apariciones de Ben Laden en los medios de comunicación, hace ya bastantes años, lo significaban como un combatiente de la libertad enfrentado al imperialismo soviético en Afganistán. En aquel entonces, el Ben que se convertiría en Bin, a sueldo de la CIA, era parte distinguida todavía de la muy ilustre familia Laden, íntima […]
Las primeras apariciones de Ben Laden en los medios de comunicación, hace ya bastantes años, lo significaban como un combatiente de la libertad enfrentado al imperialismo soviético en Afganistán. En aquel entonces, el Ben que se convertiría en Bin, a sueldo de la CIA, era parte distinguida todavía de la muy ilustre familia Laden, íntima de los Bush y con notables y millonarios negocios en Estados Unidos.
Pero el Bin, que entonces era Ben, tras la retirada de los soviéticos de Afganistán, enfiló sus enojos hacia quienes lo armaran, celebrando el derrumbe de las Torres Gemelas y amenazando con nuevas represalias. Poco antes había muerto en extraño accidente aéreo ocurrido en Estados Unidos un hermano suyo y socio del presidente G.Walter B, y es sabido que con el espacio aéreo estadounidense cerrado, inmediatamente ocurriera el ataque del 11 de septiembre, un avión cargado de los Laden abandonó Estados Unidos rumbo a Arabia Saudí, país del que procedían la casi totalidad de los implicados en los atentados.
Con la invasión estadounidense a Afganistán, la presencia de Ben Laden, ya convertido en Bin, se hizo tan habitual en los medios de comunicación como las crónicas bursátiles.
Todos las mañanas, el Bin que fuera Ben recorría en caravana de camellos el desierto afgano junto a sus esposas e hijos, eludiendo los bombardeos, antes de refugiarse en Kandahar, de donde el Bin que fuera Ben lograba escapar disfrazado de mulá, en una guerra que no era guerra y en la que murieron más periodistas que marines. Para la noche, ya el Ben transformado en Bin buscaba protección en las montañas de Tora Bora para reaparecer horas más tarde en Pakistán y terminar el día, el Bin que fuera Ben, entrando en una fábrica de explosivos de Sudán que no era fábrica.
Dentro de un mismo informativo, el Bin-Ben era descubierto orando en una mezquita de Somalia y, al mismo tiempo, vendiendo heroína al por mayor en un mercado de Kabul.
Y entre sus fugaces y permanentes incursiones aquí y allá, el Ben-Bin, localizado en todas las ciudades y sin que apareciera en ninguna, todavía tenía tiempo para grabar algunos videoclips cargados de amenazas en las montañas filipinas y en el desierto marroquí.
Sólo en Cuba y en Iraq, por alguna inexplicable falla de los servicios de fabulación, no se reportó la presencia del famoso fugitivo, lo que no fue obstáculo para que fuera Irak, precisamente, la siguiente nación invadida so pretexto de unas armas que nunca aparecieron, y de una complicidad que jamás se demostró.
Acaso porque tanto el Ben como el Bin ya estaban muertos, de asistir todos los días a sus proféticas y televisadas amenazas pasó al más absoluto ostracismo durante años hasta que, curiosamente, tres días antes de que fueran a las urnas los estadounidenses, el Bin y el Ben reaparecieron profiriendo más y nuevas amenazas para convencer a los indecisos votantes de la necesidad de que G.Walter B se reeligiera sin necesidad de fraude electoral alguno.
Desde entonces, ni el Bin ni el Ben han vuelto a dejarse ver.
Hace millones de años, una explosión cósmica conocida como el Big Bang dio inicio a eso que hoy llamamos vida. Otra explosión, no precisamente cósmica, y conocida como el Bin-Ben activó las alarmas, y se teme, si no se le pone remedio cuanto antes, una tercera y definitiva explosión, la del Bush-Bush (padre e hijo) que nos termine por devolver a la nada de la que salimos.
Claro que todavía estamos a tiempo de desactivar, a como de lugar, los Bin-Bush y los Bush-Ben.