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Del retorno imposible al infierno en Libia

Fuentes: La Vanguardia

Tras escapar de la guerra de Darfur, Sudán, Ahmat Djouma ahora huye de la pobreza en los campos de refugiados del Chad. Su destino: Europa


«Las personas que nos mataron ahora viven en nuestras tierras. ¿Cómo quieren que convivamos con ellos?» (ADAM ISMAIL ABDALLAH, refugiado sudanés en el campo de Djabal, Chad)

Tras dejar atrás la guerra de Darfur, Ahmat Djouma Ahmat ahora huye de la miseria del Chad hacia Europa (Ilustración de Mario Chaparro)

Volver. Emigrar. Arraigar. Tres son las opciones oficiales que tienen los refugiados sudaneses que viven en el Chad. La realidad es otra. Podrían regresar a Darfur (Sudán), de donde huyeron de la guerra hace 14 años, pero todavía hoy la violencia persiste. Podrían ser reubicados a Norteamérica y Europa, pero solo un 1% lo ha conseguido. Podrían quedarse en los campos de refugiados, pero Chad, el tercer país menos desarrollado del mundo, apenas puede alimentar a su población.

Cuando todo falla, huir a Europa por la puerta de atrás es la única escapatoria a un futuro inerte. Esa fue la elección de Ahmat Djouma Ahmat (Arara, Sudán, 1980), aunque con ello se jugara la vida. Hace casi tres años que emprendió el viaje hacia el norte, a través de la vecina y fallida Libia. Su destino sigue inalcanzable.

Es su hermano mayor Mahamat Djouma Ahmat quien cuenta la historia desde el campo de refugiados de Djabal, en el este del Chad, donde ambos llegaron en 2004 tras escapar de los enfrentamientos entre milicias árabes y negras en Arara, localidad de la región sudanesa de Darfur. Llevan más de una década a poco más de cien kilómetros de distancia de su casa. Tan cerca y, a la vez, tan lejos.

A pesar del acuerdo alcanzado el año pasado entre el Gobierno del Chad y del Sudán para permitir el retorno voluntario de sus refugiados, aquellos que lo han intentado, lo ven imposible. «Las personas que nos mataron, que violaron a nuestras mujeres y hermanas y que nos robaron la cosecha y el ganado, ahora viven en nuestras tierras. ¿Cómo quieren que convivamos con ellos?», se pregunta Adam Ismail Abdallah, uno de los miembros de la delegación que ha sido enviada para comprobar si el retorno es seguro. «No lo es», responde.

 

Djabal Mahamat Djouma (Dominique Catton / ©EU ©ECHO – Dominique Catton)

«Allí donde mirabas veías hombres armados a caballo que no pertenecían a la policía. Todo el mundo nos explicó historias de violaciones, robos y asesinatos. La vida allí está como la dejamos», concluye Ismail. Al menos en el Chad están más a salvo, reconoce.

Desde el conflicto de Darfur, el tiempo y la ayuda humanitaria han mejorado los 14 campos que acogen a más de 324.000 sudaneses. En Djabal, por ejemplo, donde viven cerca de 22.000 personas, lo que antaño fueron tiendas ahora son humildes casas de adobe y paja, también hay seis escuelas de primaria, una de secundaria y tres guarderías, y un centro de salud, aunque con la mínima infraestructura y escasos medicamentos. Sin embargo, a pesar del trabajo de las ONGs en la región, como la Agencia del Refugiado de las Naciones Unidas (ACNUR), o la financiación de la Oficina Humanitaria de la Comisión Europea (ECHO), la situación en los campos es desesperante. Un horizonte estéril de oportunidades para sus habitantes.

Antes de partir, Ahmat Djouma trabajaba como profesor por un ‘incentivo’ de doce euros al mes – Chad carece de una ley de asilo que permita trabajar regularmente a los refugiados y cobrar un sueldo equiparable al de la población local. La suma no le daba para mantener a su mujer y cuatro hijos.

 

Ficha de familia de Ahmat (abajo izquierda) con su mujer, Djedide (arriba derecha), y sus cuatro hijos (abajo) (©EU ©ECHO)

La opción de solicitar el asilo a un país occidental tampoco era viable. Solo aquellas familias con necesidades médicas urgentes o extremadamente vulnerables optan a ello. Desde el 2007 menos del 1% de toda la población refugiada en el Chad, formada por sudaneses, centroafricanos y nigerianos (zona del Lago Chad), ha sido reasentada en Estados Unidos, la mayor parte; Canadá o algunos países de Europa (Francia, Suecia, Noruega, Finlandia, Países Bajos o Dinamarca).

Apenas 2.564 personas de más de 411.000 se han beneficiado de la reubicación en la última década, mientras que ACNUR estima que este año57.227 personas deberían ser reasentadas a causa de su delicada situación.

Ahmat, desesperado, optó por buscarse la vida más allá del campo. Tibesti, una especie de Eldorado chadiano situado al extremo norte occidental del país, fue su primer intento. Pagó 200 euros para llegar hasta allí y trabajar en las minas de oro que hay en la región. La explotación, a manos de las poco amigables milicias locales, atrae a algunos de los africanos que hacen la ruta migratoria hacia Europa, conocida como the backway. Al darfurí una enfermedad le frustró el intento y volvió al campo con las manos vacías.

Pero Ahmat no se dio por vencido y en julio de 2015 emprendió otro viaje, esta vez, con Libia como eslabón para alcanzar Europa. Dirección norte, en Kalaït, ciudad chadiana y cruce de caminos en las rutas saharianas de comercio y, ahora, de inmigrantes, alquila un coche junto con otros refugiados para cruzar hacia territorio libio. «En la frontera fue arrestado por una milicia», cuenta su hermano. Y torturado durante un eterno mes, según explica. Palizas a cambio del número de teléfono de un familiar a quien pedir un rescate. Mahamat consiguió prestado de unos amigos los 2.000 dinares libios (unos 1.213 euros) que valía la libertad de su hermano pequeño.

El caso de Ahmat no es el único. La Organización Internacional de Migraciones (OIM) calcula que cerca de un millón de inmigrantes están expuestos a ser extorsionados, violados o vendidos como esclavos en Libia, un estado fallido en manos de milicias y un Gobierno inestable con quien Europa ha sellado un acuerdo para frenar la llegada de migrantes. Hay testimonios de mujeres y niñas que sufrieron abusos sexuales todas las noches o de hombres que eran quemados y golpeados mientras sus familias escuchaban los gritos al otro lado del teléfono.

La misma organización denunció hace cosa de un año la venta de seres humanos en el país por una cifra de 200 a 500 dólares, una práctica que han denunciado numerosas ONG. Mientras la ONU califica de «inhumana» la colaboración entre la Unión Europea y Libia, Amnistía Internacional acusa a la UE de ser cómplices de las atrocidades, que también cometen las autoridades locales en los centros de detención estatales.

Así luce hoy el paseo marítimo de Bengasi, cerca de donde estallaron las protestas en febrero de 2011 contra el gobierno del fallecido líder Muamar el Gadafi (AFP)

 

Así luce hoy el paseo marítimo de Bengasi, cerca de donde estallaron las protestas en febrero de 2011 contra el gobierno del fallecido líder Muamar el Gadafi (AFP)

Una vez libre, Ahmat se fue a Bengasi, ciudad costera que apenas ha curado las heridas tras ser epicentro de la guerra de 2011 donde cayó Muamar el Gadafi. Hoy sigue allí, trabajando en una fábrica y viviendo oculto. Tiene miedo de salir a la calle por si lo vuelven a secuestrar o lo meten en un centro de detención para migrantes.

Su primer objetivo es devolver el dinero del rescate. Después, pagará a los traficantes de personas los 600 euros que cuesta el pasaje para cruzar el Mediterráneo central hacia la costa italiana.

No le frena la muerte, a pesar de que 318 personas perdieron la vida en lo que va de año intentando alcanzar Europa desde Libia. «Algunos de sus conocidos murieron en el mar, otros lo lograron», explica Mahamat. Llegado el día, su hermano lo intentará y él no podrá hacer nada para detenerle.

Llegado el día, su hermano lo intentará y él no podrá hacer nada para detenerle

Fuente: http://www.lavanguardia.com/internacional/20180304/441193813724/del-retorno-imposible-al-infierno-en-libia.html