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Democracia, derechos humanos y terrorismo

Fuentes: Al Ahed.news

Tal como si fueran «Los tres jinetes del Apocalipsis», estos temas son utilizados y manipulados por el Gobierno de Estados Unidos como armas acusatorias para tratar de desestabilizar y crear problemas en países que tienen una política independiente y no se doblegan a sus intereses. Sin embargo, la organización o el sistema político implantado en […]

Tal como si fueran «Los tres jinetes del Apocalipsis», estos temas son utilizados y manipulados por el Gobierno de Estados Unidos como armas acusatorias para tratar de desestabilizar y crear problemas en países que tienen una política independiente y no se doblegan a sus intereses.

Sin embargo, la organización o el sistema político implantado en ese país, basado fundamentalmente en el bipartidismo, está muy lejos de poder ser considerado como la Democracia, el jinete número uno. La mayor parte de sus dirigentes, incluido el presidente de la república, salen como propuestas de sus propias élites, en cuya aprobación no participan las masas, que se ven obligadas a votar por aquellos escogidos de un selecto grupo, por lo general representantes de grandes intereses económicos y ellos mismos poseedores de importantes fortunas.

Las elecciones para presidente son indirectas, y lo normal es que solo acudan a votar una minoría de los ciudadanos que tienen derecho a ello, pudiendo darse el caso, y de hecho se da, de que un presidente llegue al cargo con solo un respaldo minoritario de la población. Si democracia significa «el poder del pueblo», entonces, esto no lo es.

Pero al margen de estas definiciones, cada país debe tener el derecho de organizar su funcionamiento y estructura política según sus características e intereses, su propia historia y su cultura. Nadie está autorizado para imponerle a otro el modelo que considere apropiado y todavía menos aquel cuyo sistema tiene tantas carencias.

Por otro lado, el Gobierno de los Estados Unidos se toma el derecho, que nadie le ha otorgado, de enjuiciar de acuerdo a su conveniencia los sistemas políticos de otros estados y utiliza esto, apoyándose en el poder de sus grandes medios de información y organizando sus campañas difamatorias, como parte de sus planes de cambio de régimen. Sin embargo, aunque aún mantienen un poder de influencia considerable, cada vez se ven más desprestigiados debido a que los pueblos toman conciencia de la doble moral que aplican según sea un aliado, u otro que consideren que no lo es.

Su poder de influencia en América Latina ha sufrido un evidente retroceso. La Escuela de las Américas, academia militar establecida en la antigua Zona del Canal de Panamá, debió ser trasladada en 1984 a Fort Benning, en Georgia. Allí preparan a militares latinoamericanos, en técnicas de tortura y golpes de estado. Esta es la clase de Democracia que ellos aplican cuando las cosas no marchan según sus intereses.

Eso fue lo que hicieron en Chile para derrocar a Salvador Allende, presidente elegido democráticamente, e imponer la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet. Esa misma técnica de cambio de régimen la han tratado de aplicar, sin resultados, contra los Gobiernos de Correa en Ecuador y Evo Morales, en Bolivia. No obstante lo lograron en Honduras y Paraguay.

En Venezuela, donde la oligarquía vende patria que compraba el papel sanitario en Miami, había entregado los recursos del país a las empresas yanquis, mientras el 80% de la población vivía en la pobreza, ha sido blanco preferido de su agresiva política golpista, a pesar de que su Gobierno ha celebrado innumerables elecciones con observadores extranjeros certificándolas. Pero difícilmente el pueblo bolivariano, sintiéndose dueño de su destino, se deje arrebatar el poder. En otras partes del mundo han tratado de promover cambios de gobiernos con las revoluciones de colores y en los países árabes se montaron sobre las llamadas «primaveras», que nada tenían de tal cosa.

En Cuba, conocemos bien la democracia yanqui, así como conocemos que desde principios del siglo XIX, ambicionan apoderarse del país. Nuestras discrepancias no son solo ideológicas, se trata de un problema histórico de independencia nacional y hay conciencia, hasta en los niños, que con eso no se puede jugar. Después de más de medio siglo de intentar destruir nuestro sistema por vía violenta, ahora han reconocido su fracaso e intentan probar por otra vía.

Los Derechos Humanos, el jinete número dos, lo proclaman como si ellos fueran los creadores de este concepto, y también enjuician a otros países por su cumplimiento o no. Claro que con un doble rasero. Con enorme hipocresía no se enjuician ellos mismos por el abuso policial y discriminatorio que ya resulta escandaloso, y que solo en el último mes causó la muerte de varios jóvenes negros. El maltrato y la tortura de los presos es cosa común.

Exhiben como si estuvieran por encima del bien y del mal, el campo de concentración en que han convertido la base naval de Guantánamo, territorio cubano ilegalmente ocupado, donde encarcelan a un grupo de prisioneros sin ningún derecho legal. Allí hay secciones secretas en las que no se conoce a quienes mantienen. Máximos dirigentes de ese país como el presidente George W. Bush y Richard Cheney, defendieron la aplicación de técnicas de tortura a estos prisioneros. El presidente Obama, aunque ha prometido cerrar tan infame instalación, no lo ha hecho.

Pero también han instalado cárceles secretas en otros países y han utilizado vuelos especiales para conducir en secreto a prisioneros de Iraq, Afganistán y otros países del Medio Oriente, con la complicidad de socios europeos. Es conocida la aplicación de la técnica del waterboarding, la cual produce la sensación de ahogamiento a la persona torturada.

De forma consciente, tratan de confundir y hacer ver que cuando se refieren a «derechos humanos», se trata de derechos políticos y civiles. Acusando a quienes les convenga, de falta de libertad para reunirse, organizarse, escribir y publicar, etc., ya que por esta vía intervienen en los asuntos internos de otros países con el objetivo de desestabilizarlos y propiciar un cambio de régimen. A esta labor dedican multimillonarios presupuestos.

El Terrorismo, al cual el presidente George W. Bush, dijo haber declarado la guerra después del ataque a las Torres Gemelas en New York y al edificio del Pentágono en Washington, el 11 de septiembre del 2001, fue creado por ellos, para hacer la guerra por esta vía a las tropas soviéticas que habían ocupado Afganistán. De allí surgieron los talibanes y Al Qaeda, padres del actual Ejército Islámico. Ellos, junto a sus socios de la OTAN, y las petromonarquías del Golfo, han dado entrenamiento, recursos financieros y armamento, para reunir un ejército de extremistas y asesinos, que haga la guerra a Siria, Iraq, Irán y Líbano, promoviendo a la vez enfrentamientos sectarios que benefician sus planes de dividir y debilitar la región, para facilitar sus planes de dominación.

Utilizan igualmente la categoría de «terroristas», para clasificar a países que no se doblegan y que realmente sufren las consecuencias de su política. A Cuba la mantienen en este listado sin fundamento alguno, mientras brindan protección a connotados criminales como Luis Posada Carriles, autor confeso de hacer explotar un avión comercial de Cubana de Aviación, donde murieron sus 73 pasajeros, así como organizador de una cadena de bombas que explotaron en hoteles y restaurantes de La Habana, en las cuales murió un turista italiano. Muchos como él se pasean por las calles de Miami a pesar de estar sujetos a demandas judiciales por varios gobiernos latinoamericanos.

¿Con qué moral dicen combatir el terrorismo los Estados Unidos?

El doble rasero que practican en estos temas: democracia, derechos humanos y terrorismo, los muestra como una potencia inmoral e injusta, e indefectiblemente los conduce a perder influencia y reducir su poder a nivel internacional.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.