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Entrevista a Flayeh Al Mayali, acusado por el atentado contra agentes del CNI

Denuncia por torturas contra los soldados españoles en Iraq

Fuentes: La Vanguardia

Me golpearon varias veces con los fusiles. Desde entonces me duele muchísimo la mano izquierda. Recibí un trato inhumano y degradante, como si fuera un perro. LOS INTERROGATORIOS: «Había un hombre bajito, gordo y bastante burro que sólo preguntaba tonterías» MENSAJE A LOS ESPAÑOLES: «He pasado casi un año detenido sin culpa y quiero que […]

Me golpearon varias veces con los fusiles. Desde entonces me duele muchísimo la mano izquierda. Recibí un trato inhumano y degradante, como si fuera un perro.
LOS INTERROGATORIOS: «Había un hombre bajito, gordo y bastante burro que sólo preguntaba tonterías»
MENSAJE A LOS ESPAÑOLES: «He pasado casi un año detenido sin culpa y quiero que las familias sepan que soy inocente»

Flayeh Al Mayali fue acusado de colaborador necesario en el atentado contra los agentes del CNI asesinados en Iraq en noviembre del 2003 y ha estado encarcelado durante o­nce meses, hasta el pasado jueves, en que fue liberado sin cargos. Este traductor, que había trabajado para los agentes españoles, asegura que recibió un trato inhumano y degradante por parte de militares españoles durante su interrogatorio en Base España en Diwaniya.

¿Cómo se siente tras haber sido liberado? Estoy muy contento porque ya salí de la cárcel, pero la pesadilla aún no ha concluido. Nunca olvidaré que basaron la acusación en flagrantes mentiras. Es imposible que yo participara en el atentado porque el comandante Alberto Martínez era como un hermano.

¿Qué les diría a los familiares de los siete agentes asesinados? Quiero decirles que soy inocente y nada tuve que ver con el atentado. Sobre todo quiero que lo sepa la familia de Alberto.

¿Qué le diría al Gobierno español? He pasado casi un año detenido sin culpa y he dejado a mi familia en la indigencia. Los servicios de inteligencia españoles me detuvieron y me acusaron sin pruebas. Querían justificar que estaban realizando una investigación en profundidad y me usaron comoc hivo expiatorio. Quiero limpiar mi imagen ante las familias de los fallecidos y ante los españoles, incluidos los responsables del Gobierno y el Estado de un país al que amo.

¿Cuál era su relación con los españoles? Mi familia y yo mismo nos esforzamos en evitar que se produjesen actos de violencia contra los soldados españoles en Diwaniya y Najaf. Ningún soldado español murió en esas dos provincias por actos de terrorismo durante los meses que duró la misión.

¿Quién era su interlocutor en la Brigada Plus Ultra? El capitán Diego López, responsable de seguridad de Base Al Andalus en Najaf. Organicé encuentros con todos los partidos políticos, los jefes tribales más respetados, los religiosos más prominentes, incluso con los responsables de los grupos paramilitares vinculados a los partidos confesionales chiíes. Siempre les insistí en que los españoles habían venido para ayudar en la reconstrucción y que nunca actuarían como ocupantes.

¿Qué relación contractual tenía con el ejército español? Firmé diez contratos por un valor de 300.000 dólares para reconstruir escuelas y centros cívicos, tres de ellos antes de la emboscada. Mi primer interlocutor fue un tal comandante Ucha. Tras el asesinato de Alberto y sus compañeros del CNI firmé otros siete contratos con el capitán Diego López.

¿Cuándo fue detenido? El 22 de marzo del 2004 acudí a Base España en Diwaniya. Allí me esperaban cuatro personas del CNI. Fui interrogado durante tres días. Me hicieron 30 veces la misma pregunta en relación con mi trabajo con Alberto Martínez durante la época de Saddam Hussein. Les repetí una y otra vez que era el encargado de traducir del árabe al español textos aparecidos en los diarios locales según indicaciones del propio Alberto.

¿Cómo fue tratado? Me pusieron una capucha, me ataron las manos a la espalda y me pegaron bofetadas en las mejillas y golpes en la cabeza. Entre ellos había un hombre bajito, gordo y bastante burro que sólo preguntaba tonterías. Así estuve los tres días de interrogatorio.

¿Qué pasó después? El cuarto día me quitaron la capucha y me entregaron a la sección de la policía militar. Me metieron en una habitación muy húmeda y me impidieron dormir. Me llamaban «perro» cuando les pedía que me dejaran ir al servicio.

¿Quién le llevó a la cárcel de Abu Ghraib? Me llevaron el 27 de marzo del 2004 de Diwaniya a Bagdad. Durante el camino los soldados españoles no dejaron de repetir que era un «hijo de puta» y un «maricón». Cuando yo les preguntaba por qué me trataban así, ellos me gritaban: «No abras la boca, cabrón». Me golpearon varias veces con los fusiles. Desde entonces me duele muchísimo la mano izquierda. Recibí un trato inhumano y degradante, como si fuera un perro.

¿Qué pasó en Abu Ghraib? Me metieron en una tienda con otros 20 detenidos, incluidos varios acusados de terrorismo y algunos criminales. En todo momento tuve que esconder mi relación con los soldados españoles. De saberlo, me hubieran acusado de colaboracionista y me hubieran matado allí mismo.

¿Qué ha pensado en la cárcel? Me preguntaba cómo era posible que estuviese encarcelado si era inocente. Ha sido un año de infierno. Hubo momentos en que temí por mi vida. Había días que me desesperaba y me ponía a llorar como un niño.

¿Volvieron a interrogarle sobre el caso? Durante cuatro meses sólo hubo una respuesta a mis peticiones: «Acusado de atentar contra las fuerzas de coalición y sometido a las investigaciones de la inteligencia militar de Estados Unidos».

¿Fue interrogado de nuevo por miembros de los servicios de inteligencia españoles? Nunca. Ninguna autoridad española civil o militar me volvió a interrogar desde mi traslado a Abu Ghraib.

¿Cómo evolucionó su situación? Varios meses después pedí una entrevista con los responsables de la inteligencia militar de Abu Ghraib. Al cabo de unos días, el 24 de septiembre del 2004, los estadounidenses me interrogaron durante media hora. Me preguntaron por las personas que conocía en la embajada española en Bagdad y por mi relación con el atentado contra los miembros del CNI. Les dije que no tenía nada que ver.

¿Cómo fue el trato? Muy correcto y con preguntas lógicas. Un oficial muy amable me ofreció una pepsicola y me dio dos cigarrillos. Me dijo que estaban estudiando mi situación y que probablemente quedaría en libertad. Aunque pasaron otros dos meses sin noticias. De nuevo, apelé al general responsable de la prisión y se comprometió a darme una respuesta lo antes posible.

¿Estuvo siempre en la misma prisión? El 2 de diciembre del 2004 fui trasladado con otros 200 detenidos al centro de detención Camp Bucca, a la salida de la localidad de Um Qasr, a 600 kilómetros de Bagdad. El 12 de enero de este año conseguí hablar con un general estadounidense responsable del campo de prisioneros. Días después me dijeron que mi caso iba a ser examinado por una comisión mixta estadounidense-iraquí con potestad para resolver casos de prisioneros encarcelados durante meses. El 17 de enero me anunciaron que la comisión había decidido liberarme sin cargos.

¿Cuándo fue liberado? El pasado miércoles me trasladaron de Camp Bucca a Abu Ghraib. Fue un viaje de ocho horas y media por carretera. Soldados polacos me entregaron a la policía iraquí, que ordenó mi puesta en libertad inmediata. Me entregaron un papel que recogía el tiempo de reclusión: 24 de marzo del 2004 a 17 de febrero del 2005.

El CNI dijo en noviembre que usted «se habría jactado ante varias personas de su intervención en la muerte de los agentes», y así fue publicado en un diario español. Son mentiras que demuestran la calaña de esa gente. Si hubiese sido así, ¿cómo es posible que continuara trabajando con los españoles meses después de la emboscada y hasta el mismo día de mi detención?

El CNI también dijo que usted «habría manejado grandes sumas de dinero de origen incierto», y también fue publicado. Esa actitud demuestra la pésima investigación que realizaron. Desde la caída de Saddam Hussein trabajé durante varios meses con periodistas de un conocido diario español. Con lo que ahorré y con las ganancias de los primeros contratos con el ejército español me compré un terreno en Bagdad por 15.000 dólares. Con los diez contratos, de los que tengo copias en mi casa, obtuve unos beneficios netos de unos 70.000 dólares. Tras mi detención, el ejército español me dejó a deber 32.000 dólares. Quiero que me paguen esta deuda y que me indemnicen como forma de reparación por el gran daño que nos han hecho a mí y a mi familia.

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El ciudadano iraquí Flayeh Abdul Zarha Anyur Al Mayali, de 50 años, fue detenido el 22 de marzo del 2004 por orden del general Fulgencio Coll, máximo responsable de la brigada Plus Ultra, en la base España de Diwaniya, para ser interrogado por los servicios secretos españoles con el fin de esclarecer su participación en el atentado que costó la vida a siete miembros del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) ocurrido el 29 de noviembre del 2003.

Después de ser interrogado durante cuatro días en el acuartelamiento y a partir de las diligencias practicadas por «el Reino de España», el 27 de marzo fue declarado «cooperador necesario en el atentado», según consta en una diligencia emitida por la asesoría jurídica de la brigada Plus Ultra II, firmada por el capitán auditor Alejo de la Torre de la Calle. Se extendió una orden de arresto incondicional y fue trasladado al centro de detenidos de la coalición en Bagdad (Coalition Holding Facility), donde pasó a disposición del ejército de EE.UU., en la cárcel de Abu Ghraib.

A las 10.45 horas de la mañana de ese mismo día, el prisionero fue entregado al capitán Brian Ellis, del grupo 428 de la Policía Militar de Estados Unidos. En la hoja de entrega, se especificó que el prisionero fue acusado de «asalto y ataque contra las fuerzas de la coalición».

Al Mayali, que realizó estudios en Toledo y comenzó a dar clases en el departamento de español de la Universidad de Bagdad en 1996, había trabajado durante el régimen de Saddam Hussein con el comandante de caballería Alberto Martínez, principal responsable del CNI en Iraq. Era el encargado de realizar un análisis de prensa diario de las principales noticias que luego le mandaba por fax al comandante Martínez, con una experiencia de tres años consecutivos en Iraq y considerado uno de los más experimentados agentes secretos españoles.

Amediados de octubre del 2003, el propio Alberto Martínez, que fue asesinado en la emboscada, le convenció para que se trasladara a la zona de Diwaniya, de donde es natural su familia chií, con gran liderazgo tribal, para hacer de intermediario en labores empresariales y de reconstrucción entre la brigada Plus Ultra y las autoridades locales. Hasta el 13 de mayo del 2004, cincuenta días después de ser detenido en el acuartelamiento español, la familia no conoció el lugar donde se encontraba a pesar de buscarlo por diferentes centros de detención de Bagdad. Los oficiales españoles de la base España en Diwaniya se negaron sistemáticamente a recibirlos.

Amira Meshawar, de 38 años, y Hassen, de 15 años, esposa e hijo mayor de Al Mayali, y otros familiares aseguran que ninguna persona, ni civil ni militar, vinculada a la investigación del asesinato de los agentes les visitó para interrogarles. El día del atentado, los ocho agentes secretos viajaron muy temprano en grupos de cuatro desde Diwaniya yNajaf para encontrarse en Bagdad. A las nueve de la mañana, tomaron juntos su primer café del día en la embajada española. Luego visitaron a los militares que trabajaban en la sede de la Autoridad Provisional de la coalición y en el aeropuerto de la capital.

Comieron, según fuentes de máxima solvencia, en la antigua casa de Alberto Martínez, que estaba vacía por motivos de seguridad desde que un mes y medio antes fue asesinado a la puerta de su domicilio José Antonio Bernal, también miembro del CNI.

Después de la comida, los ocho agentes iniciaron el regreso a sus bases en el sur.A la altura de Latifiya, a 30 kilómetros de Bagdad, fueron interceptados por un poderoso grupo armado y siete de ellos murieron en la brutal emboscada. La ciudad está situada en pleno triángulo de la muerte, tal como se conoce esa zona de población mixta, en la que muy a menudo se producen emboscadas.

Al Mayali decidió regresar aAl Hamsa, su aldea natal, a 30 kilómetros al sur de Diwaniya, después de conocer el asesinato de los agentes. «Llegó llorando. Se encerró en su habitación y no habló con nadie durante tres días. Sólo lo había visto así cuando murió nuestro padre», explicó Ryad Al Mayali, hermano del detenido. La muerte de Alberto Martínez provocó una profunda conmoción en toda la familia. En un par de ocasiones, el comandante del CNI había comido en la casa de visitas que los Al Mayali tienen en la aldea.

El teniente coronel Guillermo Novelles, portavoz de la brigada Plus Ultra en Diwaniya, no quiso contestar a las preguntas de este periodista en abril del 2004 y se limitó a leer una nota oficial muy escueta. Tampoco fue posible hablar con el capitán auditor Alejo de la Torre de la Calle, encargado de firmar la orden de detención, a pesar de las reiteradas peticiones.

En mayo del 2004, José Luis Fernández, director de la oficina de prensa del Ministerio de Defensa, se comprometió después de una larga y fatigosa persecución telefónica a pedir una explicación al CNI sobre la investigación abierta en Iraq.

El CNI envió el 28 de mayo un escueto mensaje asegurando que «varias personas que podían haber participado en la organización de la emboscada fueron detenidas por las tropas militares españolas y entregadas a las fuerzas de la coalición internacional, cumpliendo estrictamente la legislación vigente». La nota acababa con un párrafo muy emborronado: «Se mantiene el seguimiento de cerca del curso de las investigaciones que se esperan que concluyan con el esclarecimiento de los hechos y con la detención (¿?), juicio y condena de los autores».

Roberto López Fernández, director del gabinete del ministro de Defensa, José Bono, recibió en mano una carta con fecha del 14 de mayo enviada por este periodista en la que se le pedía que se interesase por el caso. Pero el jefe de gabinete nunca contestó la misiva a pesar de que se le ponía en guardia ante la posibilidad de que el prisionero «quedase olvidado en Iraq tras la salida de las tropas españolas en una cárcel controlada por el ejército de Estados Unidos o que fuese torturado o víctima de tratos inhumanos y degradantes». Fuentes fidedignas aseguraron que los miembros del CNI enviados para sustituir a los agentes muertos dejaron la embajada española en Iraq dos semanas después de la emboscada y se trasladaron a la sede del Gobierno provisional en la zona acordonada por EE.UU. en Bagdad, desde donde supuestamente continuaron las investigaciones.

Desde la retirada de las tropas españoles de Iraq en mayo del 2004, ningún agente vinculado al CNI ha regresado a Iraq para seguir las investigaciones, y la situación de Al Mayali quedó sepultada en un limbo legal. Le perjudicó que sus principales valedores, el comandante Martínez y el sargento Bernal, estaban muertos. Una fuente con acceso directo al CNI aseguró a este periodista en junio del 2004 que «la investigación no es seria, no hay pruebas contra Al Mayali, que está siendo utilizado como un chivo expiatorio y es, además, víctima de una gran injusticia».

El ejército y con él el Estado español han podido violar la convención de Ginebra, que prohíbe «atentados contra la dignidad personal, especialmente los tratos humillantes y degradantes» contra los prisioneros (artículo 3) y estipula que todo acusado encarcelado «tendrá derecho a hacer valer los medios de prueba necesarios para su defensa y a ser asistido por un defensor calificado de su elección» (artículo 73), además de poder recurrir la orden de internamiento y pedir una revisión de su caso. Fuentes del Ministerio de Defensa explicaron ayer que recabarán información sobre este asunto.