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Libia, Gadafi, la OTAN y la izquierda

¿Derecha baluarte de la izquierda?

Fuentes: Rebelión

Los acontecimientos en Libia, expresión que cada vez entiendo más cabal que decir «los acontecimientos libios», han deparado una serie de «enseñanzas» en el plano político, pero también comunicacional, simbólico y desencadenado una vez más tensiones dentro de «la izquierda». Un cierto paralelismo con los «acontecimientos en Siria» reactualiza, si cabe, la reflexión sobre el […]


Los acontecimientos en Libia, expresión que cada vez entiendo más cabal que decir «los acontecimientos libios», han deparado una serie de «enseñanzas» en el plano político, pero también comunicacional, simbólico y desencadenado una vez más tensiones dentro de «la izquierda».

Un cierto paralelismo con los «acontecimientos en Siria» reactualiza, si cabe, la reflexión sobre el episodio del destrozo de Libia, lo cual se advierte también en las polémicas que se urden ahora con renovados y comprensibles bríos.

A mi modo de ver, el núcleo de la cuestión pasa por un deslinde que en general no he visto transitar ni ocuparse de él, al menos expresamente, ni a tirios ni a troyanos. Y es el de elucidar la calidad de «los actores» en juego, para el caso, simplificando, Gadafi y la OTAN. Deslinde y evaluación que nos corresponde −sobre todo a quienes nos proclamamos de izquierda, antiimperialistas, defensores de los derechos de los pueblos, antirracistas−.

Cuando pasó lo que pasó en Libia, sobre todo al principio de esos ocho meses que llevó el derrocamiento del unicato de Gadafi y la destrucción de buena parte del país, llegaban sobre todo por internet, aunque también por los medios de incomunicación de masas (en adelante m.i.m.) tradicionales, imágenes en que hombres armados, vestidos de paisano, de modo heterogéneo, con muy diversos armamentos, lo que se suele llamar «irregulares» −que sistemáticamente fueron denominados «rebeldes»− ocupaban las calles y, que a medida que se iban adueñando de la situación festejaban con banderas de la OTAN, de EE.UU., del Reino Unido, con la bandera de la monarquía absoluta libia, un régimen que fuera vasallo de las potencias occidentales, derribado precisamente por Gadafi hace cuatro décadas (con lo cual uno no sabe si la bandera real libia es nostalgia monárquica o rechazo a Gadafi).

Entre los insurgentes o «rebeldes» parece haber habido población auténticamente desconforme con la dictadura de cuatro décadas de Gadafi y/o con todas sus claudicaciones, muchos que sufrieron su nepotismo y su cesarismo; tal habría sido el caso, según conocedores del Magreb, de las brigadas cirenaicas voluntarias. Los documentos gráficos que he visto no me permiten visualizar si todos los que festejan el arrinconamiento y destrucción de la red de poder montada por Gadafi son libios o si hay muchos «enviados» que están en Libia ayudando a «liberar» el país, una política transnational que ha encarado el imperialismo major desde hace por lo menos una década; las fuentes «informativas» han «informado» que tal composición es desde 0% libio a 100% libio…

De todos modos, se trata de una composición particular; basta recordar que las imágenes que provenían de Túnez o de Egipto, apenas meses o semanas antes, nos transmitían contenidos muy diversos: allí veíamos a hombres y mujeres de todas las edades, y niños, participando de las protestas, y cómo llegaron a hacerse paradigmáticas las de la plaza Tahrir en El Cairo.

Muchos defensores de lo acontecido en Libia han replicado ante este divorcio en las imágenes, esta presencia distinta de «rebeldes» en Túnez o Egipto y de «rebeldes» en Libia, que eso es únicamente a causa de la ferocidad del régimen de Gadafi.

No dudo en absoluto de ese rasgo, puesto que un unicato de 42 años puede engendrar, y generalmente engendra, una serie de monstruosidades políticas entre las cuales el ahogo represivo no suele ser el menor.

Gadafi prometió ante la turbulencias iniciales de 2011, tratar como «ratas» a los que desafiaban su autoridad. Lo cual revela un preocupante cesarismo. Y lo que pensaba hacer con quienes lo desafiaban: «No tendremos piedad ni compasión1 Fácil inferir de tales palabras el carácter despótico de «la revolución verde». Al fin y al cabo, la Yamahiriya de Gadafi, no tuvo reparos, por ejemplo, en su época más joven, a principios de los ’70, de establecer una alianza ideológica nada menos que con la «Argentina Potencia» de José López Rega, ya por entonces caracterizada por «la limpieza política»… sangrienta.

Luego de su asociación con los personeros de la asesina Triple A argentina, también tuvo alianza con algunas organizaciones armadas palestinas, que enfrentaban a su vez la mucho mayor violencia creada por el sionismo en su tierra, y también acompañó diversos movimientos antiimperialistas, lo que le significó «odio eterno» del imperialismo mayor que llegó a bombardear su hogar (matando a algunos de sus hijos); luego hizo acuerdos y «pagó» algunas de sus «malos pasos» con el Reino Unido (implicado, al parecer, en dar cobertura a un atentado supercriminal que terminó con la vida de más de doscientos civiles en un avión en Escocia). Gadafi aceptó en los últimos años convertirse en eslabón inicial de la criminal y discriminatoria política migratoria europea que luego de haber regado a sus emigrantes por los cinco continentes se niega a recibir una parte ínfima a modo de retorno y tardío pago…

Sin embargo, nunca parece haber descuidado del todo su idea de «ordenador del mundo», puesto que de acuerdo con los índices de «desarrollo humano» que nos suele endilgar la ONU, Libia se caracterizaba por ser uno de los países africanos con mayor nivel de educación, de seguridad social, de baja mortalidad infantil. Con tasas y niveles decorosos incluso en continentes con mejores tasas medias que la muy maltratada Àfrica. Curioso paralelismo el de la Libia vigente antes de la invasión de la OTAN con el Irak anterior a marzo de 2003, también él un país con los mejores niveles de capas medias entre todos sus vecinos.2

Lo cierto es que en el transcurso de estos ocho trágicos meses libios, no llegamos a ver ni siquiera una imagen de las más que probables matanzas gadafianas. Como bien dice uno de quienes más ha abordado la cuestión, Santiago Alba Rico, citando y replicando la observación de otro analista, Pepe Escobar, quien aclarara que por la prestísima intervención de la OTAN no pudimos saber «si hubiera habido o no una masacre«, «la única manera de averiguarlo era de algún modo permitirla«.3

Algo me inquieta en el pasaje citado: el verbo «permitir». ¿Quiénes podríamos «permitir» [la masacre]? ¿Acaso quienes no acompañaran las medidas invasivas de la OTAN tendrían/mos tanto poder de decisión?

Alba Rico trata de explicar la intervención de la OTAN: «Para entender la intervención de la OTAN hay que inscribirla en el contexto de la región -una región sacudida por un seísmo inesperado- y contemplarla al mismo tiempo como una gran improvisación. Y en este caso hay que tener muy en cuenta dos factores coadyuvantes, sin los cuales la intervención militar de la OTAN habría sido imposible, y dos intereses directamente políticos -no económicos- sin los cuales quizás tampoco habría tenido lugar o no del modo en que finalmente se ha producido. El primero de los factores coadyuvantes es el hecho, en efecto, de que se trataba de una causa justa. No hay que confundir propaganda y mentira. Como escribía Sartre en los años setenta «el poder utiliza la verdad cuando no hay una mentira mejor»; y en este caso, al contrario que en el de Iraq, no había ninguna mentira mejor que la propia verdad: había una «dictadura feroz» que era de veras una dictadura feroz […].»

El análisis de Alba Rico revela la absoluta prescindencia de la consideración acerca de la existencia de poderes diversos, y de diversa naturaleza, de los «actores en juego» a los que me referí al comienzo de esta nota; su análisis se articula sobre un único «actor»

Al árbol se lo mide por sus frutos. Tras la rebelión psico-ética de Túnez, donde un joven desesperado se inmola y se enciende el país, y el dictador y su familia sátrapa, huyen pese a los intentos de Sarkozy (¡y del mismo Gadafi!) de sostenerlo; el país ha quedado medio convulso y puja por constituir organismos más democráticos.

Tras lo acontecido en Túnez, se despierta una oleada de desobediencia civil en Egipto, también inicialmente reprimida, donde los militares finalmente entregan «al rey», pero sabiendo entre ellos que era únicamente un alfil, porque «el rey» es el ejército… pero los egipcios no se la creen, tienen paciencia, insisten…

En Libia, entre presuntas escenas dantescas que estarían dispuestos a llevar a cabo los esbirros del régimen, lo cierto que únicamente pudimos ver −quienes estamos lejos del lugar de los acontecimientos− una serie de atropellos y linchamientos llevados a cabo por los irregulares, a medida que iban ensanchando sus territorios.

Sin embargo, grandes sectores de la izquierda más neta, como algunas agrupaciones trosquistas, centraron toda su prédica «revolucionaria» en el derrocamiento de Gadafi. Sin importarles, al parecer, quiénes lo tumbaban. Pero algo les zumbaba. Nos cuenta Peter O´Grady, trosquista irlandés: «La caída de las fuerzas de Gadafi es una victoria de la Revolución Libia pero la situación aparece oscurecida por el peligro de interferencia de fuerzas occidentales4  ¿En qué quedamos?: ¿hubo una revolución o una interferencia de fuerzas occidentales? Personalmente, me cuesta creer que hubo, o que al menos prosperaron, ambas.

Lo cual no quiere decir, obviamente, que no hayan existido ansias libertarias y justicieras, desde abajo contra el régimen.

Pero quienes festejan luciendo las banderas de EE.UU. y de la OTAN, dándole la bienvenida al sionismo5 (que va tendiendo cada vez más sus redes de dominio por el África), no pueden ser sino restauracionistas libios que vienen por el desquite.

Insultos y maltratos a los subsaharianos… una cruzada kukluxklanesca que denunciaron de inmediato algunos medios alternativos,6 que nos hizo revivir el estilo del sur de EE.UU. de hace un siglo.

Cuando un sionista manifiesto que se presenta como filósofo, Bernard-Henri Lévy, llega a Libia, en pleno proceso de eliminación de la resistencia del régimen de Gadafi, llama la atención el recibimiento. No se trata de recibir a un filósofo, a quien generalmente se lo recibe con alocuciones de cierto voltaje intelectual; se lo recibe con una desordenada serie de disparos al aire con las diversas armas largas de que disponían quienes lo recibían… al mejor estilo que se reserva a un capo di mafia. Hay que inteligir porqué. ¿Pueblo en armas o sicarios profesionales? Formulo la pregunta ante el peculiar «casamiento».

Si hubiesen conquistado palmo a palmo el territorio libio, podíamos estar más seguros de que estuvimos ante un proceso de insurgencia. Con la aviación de la OTAN machacándoles previamente el terreno, esta variopinta tropa que iba por tierra adueñándose del territorio, no parecieron liberadores sino «grupos de tareas» ocupando el terreno despejado por otros. En términos caros a cierta cultura de izquierda, no serían vanguardia sino retaguardia. Puede, sin embargo, que esté todo mezclado…

Desde Siria, hemos escuchado reiteradamente voces de opositores que se niegan a que intervengan «salvadores» tipo OTAN, que aparezcan extranjeros bombardeando, invadiendo (aunque también han aparecido voces sirias de oposición que reclaman una intervención, seguramente a la vista del derrumbe que coronara al régimen de Gadafi…).

Los que reclaman esa prescindencia respecto de una intervención militar occidental no lo hacen porque el gobierno sirio sea particularmente blando o conciliador; se habla ya de miles de muertos. En todo caso, el cálculo debe de pasar por evitar la pérdida de legitimidad que semejante asistencia trae consigo, o la lucidez de ver la destrucción del país que sobreviene con semejantes intervenciones. Pensemos en los «antecedentes»: Irak, Serbia, Afganistán, Palestina, Líbano (y, nos imaginamos, Sudán, dado que los m.i.m., por tratarse sin duda de «negros», nos han ahorrado la sensibilidad ante las atrocidades).

De todos modos, la situación en Siria es más confusa, si cabe, que la libia en su momento. Por ejemplo, dos fuentes tan confiables y respetables como Robert Fisk y Thierry Meyssan no acuerdan en absoluto en sus apreciaciones sobre el origen y el carácter de la violencia en Siria. Y estamos descartando de antemano, lo que nos puedan destilar los periodistas «embedded», los circuitos televisivos oficiales como CNN o Al-Jazira…7

En el episodio libio, no habíamos escuchado tantas voces reclamando contra la intervención europea en la tierra africana, como ahora ante Siria, aunque al principio de las manifestaciones y con las primeras escaramuzas se oyeron, sí, algunas.

La OTAN, obviamente, hizo caso omiso de tales exhortaciones, incluyendo las de la misma Organización para la Unidad Africana, OUA, que reclamó atender el drama que se estaba desarrollando en Libia. La OUA agrupa a todos los estados africanos8 y contaba con la dignidad de no haber aceptado albergar al AFRICOM en el continente.

Pero tal vez por eso mismo, la OTAN procuró anular toda participación de la OUA.9

La OTAN por su parte prometió algo limitado inicialmente; «Espacio de Exclusión Aérea», para impedir, supuestamente, la masacre de los sublevados por aviación o artillería del gobierno libio, pero casi sin transición y casi de inmediato pasó a cumplir todos los pasos que corresponde a una verdadera invasión, al menos aérea.

Contra esto no supe prácticamente de reacción alguna del progresismo europeo, presuntamente antiimperialista, salvo preocupaciones secundarias como las que ejemplificáramos con la posición de un partido de trosquistas irlandeses.

Hubo un alegato de «africanos preocupados», el 27/8/2011, de fuerte contenido crítico a la intervención militar occidental, que fue radicalmente ignorado. Anunciaban, claro, la recolonización de África.

Gilbert Achcar ha establecido una comparación que presenta una serie de dificultades desde tácticas hasta éticas. «Uno debe comparar las bajas que han producido los bombardeos de la OTAN con las víctimas civiles potenciales que se han prevenido al limitar la capacidad de ataque de las fuerzas de Gadafi contra las zonas habitadas y controladas por los rebeldes. No tengo ninguna duda de que, incluso después de todos estos meses de bombardeos de la OTAN, las víctimas civiles ocasionadas por las bombas son aún muchas menos de las que habrían sido si las tropas de Gadafi hubieran ocupado Bengasi […].» 10

En primerísimo lugar, la falta de verificabilidad de las presuntas matanzas gadafianas echa por tierra la comparación, o al menos la inseguriza considerablemente. Es el mismo Achcar quien usa el condicional.

Se trata de un peculiar método de evitar que lleguen a existir males.

«Cualquiera que, desde lejos, cuestione el hecho de que Bengasi hubiera sido totalmente aplastado no tiene decencia, desde mi punto de vista. Decirle a un pueblo sitiado, desde la seguridad de una ciudad occidental, que son unos cobardes -porque a eso equivale cuestionar si se estaban enfrentando a una masacre- es una indecencia, simplemente.» (ibídem).

Achcar critica la comodidad y la cuestiona éticamente. Incursiona así en un escabroso terreno acusando a quienes no acepten la salvación de la OTAN el de ser cínicos y cobardes.

¿Pero no es esto una extorsión sobre hechos que no existen? No se trata ya de repudiar asesinatos, denunciarlos, rodear la embajada de un estado genocida y hasta arrasarla por la indignación, tampoco se trata de resistir ante los asesinatos; se trata de buscar a los salvadores que evitarán los asesinatos. Validando este método, no daríamos abasto para evitar males, puesto que nos consta que nuestro mundo tiene si no malvados, actos malvados, atroces, a carradas.

En todo caso, si de ayuda material se trata, no es lo mismo pedirla que recibirla, ni es lo mismo que la pida quién la necesita a que la pidan terceros, y tampoco es indiferente que se la pida a la OTAN, al Consejo de Seguridad de la ONU, a la OUA o a la Comunidad de Países Nórdicos.

Por último, consideramos que el antecedente de Irak no nos permitiría ser tan optimistas respecto de lo que conllevan estas intervenciones por más adornadas de derechos humanos que se encuentren. Con la intervención extranjera sobreviene una «tierra de nadie», que así la viven los invasores, sin duda. Si bien no hemos tenido presencia oficial de ejércitos de tierra de la OTAN en Libia, no sabemos si los irregulares no la han vivido a su vez como «tierra de nadie».

El destrozo con aviación es descomunal, como lo hemos visto en las incursiones aéreas israelíes en territorios palestinos, por ejemplo. No sabemos de casos en que Gadafi haya empleado la aviación contra sus «compatriotas». Eso se ha afirmado a menudo, pero habría preferido alguna confirmación desde una corresponsalía de confianza o por otro medio. No alcanzaría, empero, que un youtube nos mostrara una veintena de muertos y los atribuyera a Gadafi. O a los «rebeldes», si tal existiera, porque ya sabemos cuánta hay de la llamada, racistamente, «propaganda negra».

Pero en lugar de basarnos en info, hagamos el examen político: ¿Podemos creer que la OTAN va a salvar a pueblo, a gente llana en cuanto tales?, ¿que van a sacar la cara por los pobres o desposeídos en alguna parte?, ¿lo han hecho alguna vez?

Gilbert Achcar remataba otra entrevista que Znet le hiciera en marzo con la «Zona de Exclusión Aérea» inminente, comentando: «La resolución del Consejo de Seguridad no preconiza un cambio de régimen, sino la protección de los civiles

La conciencia crítica y antiimperialista de Achcar, que campea en toda la entrevista, le permite completar: «Todos sabemos que hay detrás de los pretextos de las potencias occidentales y del doble rasero que aplica. Por ejemplo, su supuesta preocupación por los civiles bombardeados desde el aire no pareció aplicarse a la población de Gaza en 2008-2009, cuando centenares de no combatientes murieron bajo el fuego de los aviones israelíes. O el hecho de que EE UU permita que el régimen de Bahrein, donde hay una importante base naval norteamericana, reprima violentamente la revuelta local […].»11

Acertado comentario sobre «el doble estándar»; sin embargo, la afirmación sobre «protección a los civiles» no le merece siquiera irónicas comillas..

Achcar, en la misma nota, advierte entonces que un triunfo de Gadafi «supondría un grave revés que afectaría negativamente a la ola revolucionaria que recorre actualmente Oriente Próximo y el norte de África.»

Otra vez, la advertencia es comprensible y compartible, pero pasa de largo frente a cómo ‘afectaría negativamente a la ola revolucionaria que recorre actualmente el Oriente próximo y el norte de África’ la intervención de la OTAN…

Nos tememos que el poder dominante brutaliza sus procederes: un analista de medios de incomunicación de masas, Jorge Elías (Radio Continental, Buenos Aires, 20/10/2011) trazó un paralelo entre las muertes de Gadafi y Hussein, matados ambos en sus ciudades natales. Pero ignoró la brutalización que va acentuándose, entre un remedo judicial por el cual se lo condenara a muerte a Hussein, y el asesinato «extrajudicial» de Gadafi que debimos presenciar -porque bien filmado estuvo-.

El comentario más que oral onomatopéyico que proclamara la canciller estadounidense con su regocijante «Uau» ha sido un penoso ejemplo de «la banalidad del mal».

Elías olvidó el pequeño detalle, tan caro a juristas, de que con Irak se había declarado una guerra, en rigor una invasión, y en Libia se la había llevado a cabo sin declararla… una ristra ominosa de deterioros comunicacionales, culturales, a que estamos sometidos.

Los m.i.m. nos han escamoteado el daño que los bombardeos de la OTAN han estado provocando en la sociedad libia, por ejemplo bombardeando sistemáticamente infraestructuras, incluyendo el bombardeo por la OTAN del ‘Río del Agua’, vital para la supervivencia de Trípoli».12 El mismo autor nos recuerda que la intervención de la OTAN ha significado: «Destruir los puestos de trabajo en Libia de millón y medio de personas, principalmente inmigrantes que han sido forzados a huir del país, muriendo más de tres mil, unos en el desierto y la mayoría ahogados en el mar. Esta migración ha causado graves problemas en Túnez y Egipto, complicando la difícil recuperación de estos países después de las respectivas rebeliones ciudadanas.» (ibídem)

Echemos una ojeada a ciertas expectativas que se formularon con el afán, a mi modo de ver, de cohonestar la acción contra Gadafi y su régimen.

Alba Rico y Alma Allende13 afirmaban en febrero, apenas a días de iniciadas las insurgencias en Benghazi que: «No hay en los levantamientos populares árabes ni asomo de socialismo, pero tampoco de islamismo ni -lo más importante- de seducción eurocéntrica […].» Nuestros citados hablan en plural y por lo tanto incluyen por lo menos a Túnez y a Egipto. Pero si volvemos a Libia, la proyección no pudo ser más errada: el CNT parece bastante nutrido de islamistas y el culto a Occidente fue el que repasamos (y el culto más ramplón a Occidente; el de las banderitas).

Quede como hipótesis: la presencia religiosa, en estos casos islámica, podría tomarse como índice siquiera tentativo de la incidencia imperial, que va dejando estelas religiosas a su paso marcial, depredador y, eso sí, democratizador.

En la misma nota, nuestros autores aventuran incluso que: «se trata al mismo tiempo de una revuelta económica y de una revolución democrática, nacionalista y anticolonial, lo que abre de pronto, cuarenta años después de su derrota, una inesperada oportunidad para las izquierdas socialistas y panarabistas de la región

Esto, que podría considerarse tan cargado de optimismo, es una perspectiva que nos cuesta ver en el desarrollo ulterior al exterminio del gadafismo en Libia y adquiere una tonalidad feérica cuando en la misma nota se afirma:

«No es la OTAN quien está bombardeando a los libios sino Gadafi«; entiendo que en la fecha de lo escrito no se habían iniciado efectivamente los bombardeos de la OTAN, pero ya se hablaba de ellos. Y se ha discutido mucho si han existido los de Gadafi, realmente.

Entiendo, y a menudo he compartido, la profunda desconfianza que Alba Rico tiene ante las claudicaciones éticas de las llamadas izquierdas, tanto revolucionarias como socialdemócratas, que, aunque de distinta naturaleza, no permiten albergar confianza hacia sus tomas de posición: para poner apenas un ejemplo en cada caso, el haberse tragado todo el sapo de la industria concentracionaria soviética durante décadas del siglo XX en el caso de las primeras o haber concedido y hasta promovido tantas empresas coloniales en el caso de las segundas, no son motivo de alegría ni de dignidad política. Pero Alba Rico, obsesionado tal vez, por tales falencias, descuidó otro flanco, invisibilizando la perspectiva de la mayor opresión que conocemos en el mundo actual, y que tiene origen occidental y para nada socialista: el viejo y tradicional capitalismo cada vez más transnacionalizado, que opera principalmente a través de las expresiones político-militares del eje EE.UU.-Israel. Que él tan bien conoce, y en el caso palestino, para poner un ejemplo que yo a mi vez relativamente conozco, ha sabido verlo con mucha precisión. Y sin embargo…

Por ello, suscribo el juicio, doloroso juicio que transcribo, pese a estar firmado por un seudónimo, Cordura:

«Un ejemplo quizá paradigmático es el de Santiago Alba [Rico] , desde hace mucho un sincero activista antiimperialista. Sus vibrantes textos, escritos con esmero y a menudo con amplia información (incluso directa), así lo revelan. Pero en el caso libio su error, y sobre todo su contumacia a la hora de mantenerlo, ha sido fatal, en razón de su influencia entre la izquierda digna de ese nombre.»14 

Ejemplos de lo que Cordura describe a mi modo de ver abundan:

«Habrá que oponerse a cualquier injerencia occidental, pero no creo, sinceramente, que la OTAN vaya a invadir Libia; lo que sí nos parece es que esta amenaza, apenas apuntada, tiene el efecto de enredar y emborronar el campo antiimperialista».15 Temeraria y optimista afirmación que no parece abonada por la realidad.

Y en la misma nota, refiriéndose a Gadafi: «Es un criminal y además un estorbo

¿Estorbo, para quién o quiénes?

¿Desde dónde la mirada?

¿Qué es lo que mira?

El régimen de Gadafi era despótico, abusivo, inclemente, asesino y sobre todo, poseedor de una enorme estulticia que ya se patentiza con el inmodesto hallazgo de la «Tercera Teoría Universal».16 Sin embargo, también hay que tomar en consideración que ese país ha registrado, justamente durante «el reinado» de Gadafi la tasa de crecimiento demográfico seguramente más alta del mundo (cuadruplicar la población entre 1965 y 2000), lo cual lo han logrado con enorme crecimiento vegetativo y con inmigración, para atender la enorme red de puestos de trabajo creada por el régimen de la Yamahiriya. Esto, reitero, no significa tragarse que estábamos ante el mejor de los mundos posibles como panglossianamente recita El Libro Verde.

Por su parte, la administración geopolítica de la OTAN y particularmente esa nueva «banda de los 4» constituida por las élites de poder de EE.UU., el Reino Unido, Israel y Francia, está asolando la región, provocando los mayores asesinatos colectivos en el Mediterráneo y regiones cercanas en el tiempo que nos ha tocado vivir y desnudó su afán de adueñarse de Libia.

Es decir, apenas enumerando algunos de sus rasgos; es genocida, racista, defensora de privilegios, capitalista a secas, es decir defensora en última instancia del dinero y los privilegios y no de la vida humana en general (a lo sumo, de la vida de los privilegiados).

Ante los disturbios en Libia, iniciados en Benghazi, lo que correspondía no era monotematizarse con el ogro gadafiano sino justipreciar el poderío de muerte de ese régimen y el correspondiente de la OTAN.

No se trataba de defender a Gadafi sino de evaluar cuál es el mayor mal que nos gobierna o puede gobernarnos.

Y soy de los convencidos que ese mal nos permea desde la OTAN y el eje EE.UU.-Israel.

Luis E. Sabini Fernández es periodista, editor, integrante de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofìa y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

1 Citado por Gilbert Achcar, «Tras la resolución de la ONU sobre Libia», Viento Sur, 20/3/2011, traduciendo una entrevista de Znet.

2 Quedaría para atender si las fuerzas del «Hermano Mayor» planetario tienen muy baja tolerancia hacia esos ejemplos de despegue local o bonanza de capas medias desde regímenes poco «amigables».

3 Entrevista a Santiago Alba Rico, de Salvador López Arnal, kaosenlared.net, 22/9/2011. En ella aparece la cita de Escobar.

4 Socialist Worker, n o 334, órgano oficial del Socialist Workers Party, Dublín, 11/9/2011.

5 El sionismo procuró inicialmente, hace siglo y cuarto, ser un movimiento dentro de la comunidad judía para recuperar virtudes que sus sostenedores entendían se habían perdido; la dignidad del trabajo manual, por ejemplo. Al permitirse la invasión lisa y llana de un territorio cuyos pobladores se sentían ultrajados por el despojo a que fueron progresivamente sometidos, el sionismo encarnó un nuevo colonialismo al estilo de los settlers anglos con todos sus atributos: racismo, supremacismo, abuso, desprecio, curiosamente enmascarados, en algún momento, hasta de «socialismo».

6 Véase, p. ej., los comunicados de .

7 Robert Fisk describe un régimen, del BAAZ, dirigido por Bashar Assad, hijo de quien condujo antes con mano de hierro a Siria, Hafez, que no escatima en represión manteniendo mucho de aquel perfil autocrático del padre, en tanto Thierry Meyssan sostiene que los soldados sirios no están ni provistos de balas para que, ante manifestaciones callejeras, el ejército no lastime a la población… RF, «Siria, hacia la guerra civil», Contracorriente, 27/4/2011 y TM, «Mentiras y verdades sobre Siria», RedVoltaire 7/12/2011.

8 Menos el Reino de Marruecos, por cuanto la OUA ha aceptado la lucha emancipatoria saharaui enfrentada a la ocupación territorial marroquí. Marruecos, por su parte, cuenta con excelentes relaciones con los viejos poderes coloniales de la región; España y Francia.

9 Y por la razón del artillero: porque le consta que Gadafi tenía cierto predicamento en el continente africano.

10 Entrevista a Gilbert Achcar, de Tom Mills, New Left Project , 2/9/2011.

11 «Tras la resolución de la ONU sobre Libia», ob. cit.

12 Rafael Álvarez Martín, «Agresión contra Libia», comunicado-e.

13 «¿Qué pasa con Libia?, 24/2/2011, www.rebelion.org.

14 «Muadar el Gadafi, asesinado por los dictadores del mundo», 22/10/2011.

15 «¿Qué pasa con Libia?», ob. cit.

16 Muammar El Gadhafi, El Libro Verde, Tercera Parte, Public Establishment for Publications, Trípoli, Libia, edición impresa en Argentina, 1984.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.