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Breve acercamiento a qué está pasando estos días en Kenia

Desastre en la montaña luminosa

Fuentes: Rebelión

Kenia. Más de 30 personas han sido quemadas vivas en una iglesia de Kenia. Las informaciones hablan de 300 muertos en las calles y 75.000 desplazados. Uno de los países más estables de toda África parece haber implosionado y se sumerge en la guerra civil. Amnistia Internacional denuncia que muchas de ellas han muerto ‘por […]

Kenia. Más de 30 personas han sido quemadas vivas en una iglesia de Kenia. Las informaciones hablan de 300 muertos en las calles y 75.000 desplazados. Uno de los países más estables de toda África parece haber implosionado y se sumerge en la guerra civil. Amnistia Internacional denuncia que muchas de ellas han muerto ‘por balas de la policía, durante las protestas por el presunto fraude en las elecciones generales’.

 

29.000 turistas británicos se han visto atrapados en el polvorín keniata de estos días. Esto revela que, después de la agricultura, el turismo es la segunda fuerza motora de una economía centrada en la plantación para exportación (café, té) hacia la Unión Europea y el sector servicios.

 

Kenia se encuentra ubicado en el este de África. Sus fronteras delimitan con países tan desestabilizados, miserables y azotados por las guerras como Etiopía, Somalia, Sudán, Tanzania y Uganda. Sin embargo, hasta hoy, su seguridad, sus bellas playas y el recuerdo romántico de la novela ‘Memorias de África’ atraían al turismo occidental.

Como toda historia del Tercer Mundo, su desarrollo natural está condicionado por la ingerencia extranjera. Los habitantes originales de Kenia son los pueblos nilóticos y bantús, que migraron a la región durante el primer milenio de nuestra era y forman actualmente las tres cuartas partes de su población. Al igual que en toda África, los grupos étnicos originales de las antiguas tribus se reparten en porcentajes dentro de los estados creados por la administración colonial. Así Kenia está formada por las etnias kĩkũyũ (22%), luhya (14%), luo (13%), kalenjin (15%), kamba (11%), kisii (6%) y meru (6%), junto a otros grupos africanos y no africanos (asiáticos, europeos y árabes) que conforman el 13% restante. El grupo más numeroso, los kĩkũyũ, comprenden una población de más de 5 millones de personas. El todavía presidente de Kenia, Mwai Kǐbakǐ, pertenece a esta etnia.

 

 

 

Los Kikuyu

Originales de las tierras del interior, entre la zona del Monte Kenia y el Valle del Gran Rift en el oeste, los kĩkũyũ eran cazadores-recolectores y pastores que mantenían buenas relaciones con sus vecinos. Esta tribu de economía primitiva, quasi neolítica, se vio fuertemente afectada por el descubrimiento británico del lago Victoria y la expropiación de sus tierras por parte de la Compañía Británica de Africa Oriental en 1888 para construir el ferrocarril que uniera el lago con la costa. Los kĩkũyũ, por tanto, han sido históricamente uno de los grupos étnico más insatisfechos con la metrópoli y más activo en la lucha por la independencia de Kenia. En los años 1920 formaron la Kikuyu Central Association (Asociación Central Kikuyu), organización política que buscaba la independencia de Kenia. y en la que militó el que después sería primer presidente en 1963, Jomo Kenyatta. También la mayor parte de la guerrilla Mau Mau (organización guerrillera de insurgentes keniatas que luchó contra el Imperio Británico durante el periodo 19521960) eran kĩkũyũ, incluido su líder Dedan Kǐmathi.

 

Los kalenjin

Los siguientes pueblos en importancia, los kalenjin, también fueron afectados por la ocupación británica. Junto a los Luo, los terceros, trataron de ser enfrentados por los colonizadores para facilitar el control de la colonia. Estas tensiones no fraguaron durante la lucha por la independencia, pero sí a partir de la misma, en 1963. Los kalenjin, a diferencia de los primeros, son agricultores. Cultivan mijo, maíz, té, sorgo, patatas, lentejas, alubias, calabaza, tabaco y plátanos Para estos cultivadores la anexión de sus tierras en las altas llanuras fértiles por los colonos británicos fue devastadora. Kenyatta, que no era de su etnia, no consiguió entender ni solucionar sus problemas, y su reforma agraria fue tibia y no exenta de polémicas. Con el visto bueno de la metrópoli, y su fuerza militar, mantuvo la estructura colonial en Kenia (funcionarios incluidos) y creó un partido único, el KANU (Unión Nacional Africana de Kenia), que aseguró el dominio de los kĩkũyũ persiguiendo a los disidentes de otras etnias y de partidos de izquierdas de forma autoritaria. Por eso a su muerte en 1978, los Kalenjin auparon a Daniel Arap Moi, del mismo partido, un gobernante autoritario y corrupto, pero que sí era kalenjin, y que se dedicó a mejorar tanto la situación económica como la representación política de esta etnia postergada; aunque al costo de establecer un estado de partido único donde la tortura y el encarcelamiento sin juicio eran monedas corrientes.

Con un gobernante kalenjin, y unidos a los Masai, se introdujo la Majimboism (un sistema federal basado en la etnicidad) que otorgaba la propiedad de las tierras sólo a los habitantes originales de cada zona, con lo que los Kalenjin y Masai obtuvieron derechos políticos y económicos sobre las ricas tierras del Valle del Rift, uno de los lugares con mayor biodiversidad de toda África, desplazando a los kikuyu. Estas disposiciones discriminatorias del gobierno de Moi están en el origen de los enfrentamientos étnicos con los otros pueblos, que se han sentido menospreciados y abandonados.

 

Kibaki

En 2002, sin embargo, el triunfo electoral de la coalición opositora encabezada por Kibaki desalojó pacíficamente a Moi y a su partido del poder y las tornas cambiaron: muchas propiedades retornaron a manos kikuyu y una política de creación de infraestructuras se vio como claramente beneficiosa sólo para los distritos de la etnia mayoritaria. Esto ha alimentado el odio entre etnias y ha vuelto a poner sobre la mesa la cuestión tribal. Además Kibaki incumplió sus promesas: mantuvo la estructura orgánica y autoritaria del estado y ha hecho poco por levantar una economía donde el 60% de la población vive con un dólar al día.

Así llegamos al reciente 27 de diciembre de 2007, cuando se celebraron en Kenia elecciones presidenciales y parlamentarias. Las protestas estallaron tras el anuncio oficial, realizado el 30 de diciembre, de que el presidente, Mwai Kibaki, había ganado las elecciones frente al candidato de la oposición, Raila Odinga. El partido de este último, el Movimiento Democrático Naranja, ganó una gran mayoría de los escaños al Parlamento frente al KANU de Mwai Kibaki y otros partidos. El gobierno prohibió una manifestación del Movimiento Democrático Naranja prevista en Nairobi para el 31 de diciembre y ahí saltó la violencia con los resultados conocidos.

 

Mwai Kibaki juró rápidamente su cargo como nuevo presidente el 30 de diciembre. Los observadores internacionales han puesto en duda la credibilidad del recuento de los votos para la presidencia. Con la tensión política en aumento, según denuncia Amnistia Internacional, el gobierno prohibió las transmisiones en directo en los medios de comunicación de Kenia sobre los resultados electorales. El Consejo de Medios de Comunicación keniano ha criticado esta prohibición por considerarla una violación de la libertad de los medios de comunicación. Reporteros sin Fronteras ha recordado que el ‘apagón informativo’ aumenta los rumores y la desinformación en unas calles dominadas por el miedo.

Odinga

 

Odinga no es ningún paladín de la democracia. Este candidato perteneciente a la etnia Luo, la tercera del país y que, a diferencia de las otras mayoritarias, nunca ha paladeado el poder presidencial (sí vicepresidencias con Jaranogi Odinga, padre de Raila) se pasea en caros vehículos Hammer mientras jura y perjura que aparcará el tribalismo y repartirá equitativamente los recursos, fuente de los problemas keniatos. Sin embargo, ya fue ministro del corrupto e ineficaz Arap Moi, luego se alió con Kibaki y ahora ha decidido echarle un pulso directamente

 

Estados Unidos, viejo aliado de los gobiernos corruptos y autoritarios kenianos, guardián de la tranquilidad ‘cristiana’ keniata, que le permite mantenerlo como estado tapón y desagüe de refugiados frente a los revoltosos países infestados por el mal del ‘islamismo’, primero felicitó al presidente ‘ganador’, Kibaki, por boca del portavoz del departamento de estado, Robert McInturff, para luego desdecirse y hablar de ‘irregularidades en los resultados de los comicios.’ La antigua metrópoli, por su parte, trata de mediar entre el presidente y el opositor Odinga a través del primer ministro Gordon Brown, mientras sólo se preocupa por su gran número de ciudadanos en la zona.

 

El 3 de enero, Odinga ha convocado una manifestación en un emblemático parque de Nairobi, a la que se espera que acuda un millón de personas, en claro desafío a la prohibición gubernamental.