Es en el infierno donde es importante la solidaridad, no en el paraíso. John Berger. Desde los escombros físicos, sociales, culturales, filosóficos, y políticos resultado del enfrentamiento entre dos fuerzas reaccionarias y derechistas, una proveniente del fundamentalismo islámico, la otra el círculo político de lo que Gore Vidal llamaba la junta Cheney-Bush, el mundo ha […]
Es en el infierno donde es importante la solidaridad, no en el paraíso. John Berger.
Desde los escombros físicos, sociales, culturales, filosóficos, y políticos resultado del enfrentamiento entre dos fuerzas reaccionarias y derechistas, una proveniente del fundamentalismo islámico, la otra el círculo político de lo que Gore Vidal llamaba la junta Cheney-Bush, el mundo ha procedido hacia un tipo de infierno donde el temor es rey y la mentira es reina.
Quince años después del 11 de septiembre de 2001, nadie duda que el mundo es menos seguro que nunca, la infinita guerra contra el terror ha generado mayor caos y sangre a nivel mundial, mientras crece el temor alimentado de manera permanente de que todo es una amenaza y, por lo tanto, la única respuesta es… más guerra, más control, más espionaje masivo.
La próxima semana empezarán a desfilar el gran elenco de enanos en trajes y vestidos de lujo (con sus excepciones) que supuestamente representan a sus pueblos, en la próxima Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, donde abordarán los grandes temas que enfrenta el planeta, incluida la guerra contra el terror, la seguridad, el cambio climático, los refugiados y que ellos mismos han generado o, mínimo, permitido. Sin embargo, no lograrán distraer la atención de algo mucho más visto y comentado: la semana de la moda en Nueva York.
Dentro de este país, ya no hay suficientes adjetivos para describir el juego electoral, sólo se puede decir, una y otra vez: no puede ser.
Que un neofascista esté en la antesala de la Casa Blanca no genera la alarma que uno esperaría en este país autoproclamado faro de la libertad. Que Hillary Clinton, representante por excelencia de la cúpula política y económica del país, sea la única que pueda salvar al país de tal destino no genera gran esperanza.
No son lo mismo, coincide toda una amplia gama de gente inteligente, desde conservadores reales hasta los mejores pensadores de izquierda como Noam Chomsky. Todos aceptan que la amenaza que representa Trump es mucho peor que la otra opción, la cual es continuar con más de lo mismo.
Estamos en el parque de juegos del diablo donde, por ahora, estas son las únicas dos opciones que se ofrecen a este pueblo. Es un juego en una especie de infierno donde los más chuecos y farsantes son los que están ganando, un juego donde ese uno por ciento mientras declara su lealtad a la democracia establece una oligarquía (dixit Jimmy Carter, Bill Moyers, Joseph Stiglitz, entre otros desde hace tiempo). Es un infierno donde los que durante décadas impulsaron las fuerzas antimigrantes, xenofóbicas, antigay, antimujer y con ello crearon un Frankenstein (con un color anaranjado) que ahora está por destruir a sus inventores y donde una representante de los amos del juego se presenta como la única alternativa al monstruo, o sea, la defensora principal del juego infernal.
Si no fuera por los comediantes, los únicos dispuestos a desenmascarar lo que está a la vista frente a cualquier ser humano consciente, estaríamos sin remedio. Pero ahí está un secreto clave: hay millones que se ríen ante las verdades reveladas por estos comediantes. Los sondeos registran que un amplísimo sector del pueblo no está contento con este juego: más de 90 por ciento cree que Trump y Hillary son amenazas para el bienestar del país, según una encuesta reciente del Washington Post. Ambos son percibidos negativamente por amplia mayoría del electorado. O sea, si el sistema electoral de verdad expresara la voluntad del pueblo, ambos serían descartados.
Es posible argumentar que esta coyuntura es en gran medida el legado del 11-S. Bajo los escombros surgió una maldición, sí, pero también lo opuesto. Aunque se intentó aplastar toda disidencia, toda expresión de oposición con ese famoso lema de si no estás con nosotros, estás con los terroristas, vale recordar que brotó una inmensa resistencia y una solidaridad abajo desde ese mismo día del 11-S.
En la Zona Cero se unieron inmigrantes y anglosajones para rescatar a seres humanos, de ahí llegaron familiares de las víctimas que exigieron que la muerte de sus amados no fuera usada por los políticos para matar a otros hijos, hijas, hermanos y hermanas de otras familias del otro lado del mundo. También surgieron esfuerzos para denunciar la violación de derechos y libertades civiles y para repudiar la ola xenófoba junto con uno de los movimientos antiguerra más grandes en la historia del país.
Unos pocos años después, sorprendió a todos el gran movimiento de los más vulnerables, los inmigrantes que salieron por millones a las calles de las principales ciudades de este país, con su grito en múltiples idiomas de que ningún ser humano es ilegal.
El movimiento de Ocupa Wall Street sacudió este país y transformó el dialogo nacional, expresado en: somos el 99 por ciento frente a ese uno por ciento que acusaban de haber secuestrado la democracia. Surgió después un gran movimiento encabezado, también, por jóvenes con el lema: Las Vidas Negras Valen (Black Lives Matter) que prevalece en todo el país. De hecho, en estos últimos días, estrellas deportivas han mostrado su apoyo con acciones como levantar un puño o arrodillarse durante el himno nacional antes de partidos de futbol americano o de futbol soccer; estrellas musicales también han participado de otras maneras.
En estos días, miles de indígenas sioux en Dakota del Norte y sus aliados están adoptando acciones directas para frenar la construcción de un oleoducto; hace unos días se sumaron a la causa activistas de Black Lives Matter, entre otros.
El rescate del país de los escombros del 11-S no son las torres de condominios de lujo que ahora rodean la Zona Cero (en los cuales no podrían haber podido comprar o rentar la mayoría de los que cayeron en las torres en cuyo nombre se construyeron como acto de recuperación), sino a través de todos estos actos esenciales de solidaridad que insisten en reconstruir algo más alto que cualquier rascacielos y más digno y noble que cualquier promesa de un político.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/09/12/opinion/027o1mun