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Desenvainando la espada

Fuentes: Cubarte

 Para Roma, tan peligroso era un general victorioso como uno derrotado. Los laureles y el botín de una campaña exitosa, tanto como como el resquemor de una derrota humillante a manos de los bárbaros, podían hacer  un enemigo de un, hasta entonces, leal jefe militar, transformándolo en un poderoso forajido capaz de cruzar el Rubicón […]

 Para Roma, tan peligroso era un general victorioso como uno derrotado. Los laureles y el botín de una campaña exitosa, tanto como como el resquemor de una derrota humillante a manos de los bárbaros, podían hacer  un enemigo de un, hasta entonces, leal jefe militar, transformándolo en un poderoso forajido capaz de cruzar el Rubicón con las legiones entregadas a su mando y acabar con las propias instituciones que le habían promovido.

La distancia y la lógica de la propia guerra, los sufrimientos y realidades del frente, las privaciones de las campañas dilatadas, la frecuente indiferencia de los patricios el Senado a la hora de votar refuerzos y recursos para quienes entregaban su vida por la grandeza imperial, eran un permanente caldo de cultivo para exacerbar las diferencias entre los que se sacrifican y los retóricos ruiseñores que desde sus escaños pronunciaban elevados discursos, pero también lucraban con la sangre de sus ejércitos. No solo Julio César osó rebelarse contra las instituciones romanas, abolirlas y decretar la dictadura y el Imperio, también otros lo hicieron, con mayor o menor fortuna, iniciando una tradición y una estirpe de jefes levantiscos y ambiciosos contra los que siempre había que estar en guardia, so pena de amanecer bajo el filo de su espada.

Más cercano a nosotros, en la España imperial y monárquica, es larga la lista de generales vencedores y derrotados que volvieron sus armas contra las instituciones que les otorgaron el mando, rompieron Los juramentos de lealtad y de obediencia debida y protagonizaron golpes de mano, más o menos exitosos. A esa estirpe pertenecen, por derecho propio, Riego, Serrano, Prim y Pratt, Primo de Rivera y el propio Franco. Entre los que acariciaron la idea, conspiraron, y por determinadas razones no se atrevieron a llegar hasta el final, están Valeriano Weyler y Camilo Polavieja, reservas de la reacción ante la debacle del 98: no pasaron de las amenazas y las advertencias «a los políticos».

Precisamente ese «odio a los políticos» es lo que une a generales romanos rebeldes y a generales españoles protagonistas de asonadas y pronunciamientos, incluyendo a los que solo provocaron ruidos amedrentadores de sables en los cuarteles. En la más antigua  grabación magnetofónica de España, un derrotado general Weyler, relevado de su mando en Cuba tras plagar la isla de cadáveres,  sin impedir la invasión mambisa a Occidente, no titubea en rumiar la derrota y achacarla a los mismos que prescindían de sus servicios como genocida profesional, a los que de paso, lanzaba  una velada amenaza:
«Los políticos creen que una guerra se gana repartiendo caramelos-declaraba Weyler  en el mismo muelle del puerto de Cádiz por donde arribó, de regreso a la Península- Y yo les digo: una guerra solo se gana desenvainando la espada»

Todos estos antecedentes históricos vinieron a mi mente cuando escuché la notica del relevo del general Mc Chrystal al frente de las tropas de ocupación imperiales norteamericanas en Afganistán, en medio de agudas e inocultables enfrentamientos con «los políticos de Washington», y muy especialmente con los políticos liberales del gobierno de Barack Obama.

Se sabe que el detonante o la gota que colmó la copa, fueron unas extrañas declaraciones del general a Michael Hasting, un periodista de la revista «Rolling Stone», que en el panorama de la prensa yanqui, no es, precisamente, una revista reaccionaria. Curiosamente, este espartano general que corre 7 millas al día, duerme solo 4 horas y  come una vez por  jornada, concedió esas declaraciones en medio de una cena sostenida en su suite del Hotel Westminster, de París, donde se encontraba para sostener conversaciones con sus aliados de la Otan.

 Desde su titular («Un general en retirada»), y su subtitular («Stanley Mc Chrystal, el general en jefe de las tropas de Obama en Afganistán, ha tomado el control de la guerra, pero nunca ha quitado los ojos del verdadero enemigo: los cobardes de la Casa Blanca») la palabra «provocación» quedaba grabada en la mente de los lectores de «Rolling Stone». Y no era para menos: en momentos de álgida confrontación política entre Obama y sus implacables perseguidores neoconservadores; en un escenario donde no hay treguas ni se hacen prisioneros, donde cualquier tema, desde la nominación de Helena Kagan a la Corte Suprema, hasta la campaña para evitar la obesidad en los niños norteamericanos, es convertido en arma arrojadiza para herir o desprestigiar a la administración demócrata, las acusaciones contra «los políticos» hechas por un laureado general como Mc Chrystal, con una aparentemente impecable hoja de servicios, y al frente de las legiones en Afganistán, adquirieron un inusitado relieve. Precisamente para ello se publicaron, y en un medio de prensa que, a diferencia del «Washington Times», «The Weekly Standart» o Fox News Chanel, no podía ser tachado de enemigo de la administración actual.

Las acusaciones directas y las burlas de Mc Chrystal y su equipo, auto-titulado «American Team», contra el Vicepresidente Biden(«¿ Quién es ese?», llega a preguntar el espartano, con evidente sorna), el general retirado Jim Jones, veterano de la Guerra Fría( «un clown que se ha quedado parqueado en 1985″), los políticos John Kerry y John Mc Cain(» sus visitas acá no son de mucha ayuda»), Hoolbroke, a cargo de la reintegración social de los talibanes(» un animal herido, siempre dando oídos a los rumores de que será despedido») y especialmente contra el general Eikenberry, actual Embajador en Kabul(«resentido por tener que obedecer a su antiguo subordinado, quien, además, no lo apoyó, junto a los aliados de la Otan, cuando quiso erigirse en Virrey afgano…»), son, de por si suficientemente graves para haber sido hechas por militares subordinados, por la ley y la Constitución, a sus jefes civiles, pero son intolerables cuando se refieren a Obama, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de la nación, que dicho sea de paso, se halla librando dos guerras.

«Al reunirse con una docena de altos jefes militares, en el Pentágono, apenas una semana después de ocupar su cargo-declara Mc Chrystal a Hasting, con escandalosa indiscreción y mala fe- Obama lucía incómodo e intimidado. Al entrevistarnos por primera vez a solas en el Despacho Oval, cuatro meses después, el Presidente no lució mejor. La reunión consistió en una charla de diez minutos, una foto… y ya. No sabía nada sobre mi»

 Hasting concluye este pasaje de la extensa entrevista con un acre comentario despectivo: «Allí estaba el tío que le conducía su puta guerra (sic), pero (Obama) no se mostraba muy comprometido con ella: el Jefe probó ser decepcionante».

Buscando cumplir el oscuro cometido asignado, para lo cual no podía eludir muchas críticas que se hacen a Mc Chrystal, desde mucho antes de iniciar su ya concluida jefatura en Afganistán, Hasting no oculta las acusaciones, algunas realmente graves, que penden sobre el espartano que considera a París como «la ciudad más anti-Mc Chrystal del mundo», y que se va a celebrar en una taberna irlandesa, a la vuelta de su hotel, por ser uno de los sitios «menos Gucci de la urbe». Pero un hálito demagógico y  perverso se aprecia en los comentarios de Hasting, un guiño populista hacia una nación espantada con las amenazas provenientes de todo lo foráneo: un descarado intento por vender la imagen contradictoria de un mayor general idealista y patriota, contradictorio, no convencional, rebelde pero sincero; duro pero leal, que ha dedicado su vida a luchar por la grandeza del imperio, como la de  un salvador de la nación sin rumbo, en manos de los «cobardes de la Casa Blanca». Y esas palabras caen sobre la conciencia de las ciudadanos, estrujada por crisis económicas y desastres ecológicos; con la perspectiva de que Irán o Corea del Norte, sus archi-enemigos, de creer en el coro vocinglero neoconservador y pro-sionista, logren disponer de armas atómicas, mientras el país se encuentra enzarzado  en una guerra implacable, en un choque de culturas excluyentes del que dependerá la propia supervivencia de la civilización occidental.

«El prefiere la cerveza Bud Light al vino Bourdeaux-dice uno de sus ayudantes- y la película «Talladega Nights», a Jean Luc Godard-Todos esos hombres de mi equipo-se pone en boca de este arquetipo de monje guerrero-darían la vida por mí. Y yo por ellos».

Solo faltaban unos violines lacrimógenos de fondo y la bandera de la barra y las estrellas flameando al viento. «Que no quede un solo ojo sin llorar- decía frotándose las manos un maquiavélico William Randolph Hearst, revisando las planas de sus periódicos amarillistas que vendían la guerra contra España.
La sonda exploratoria quedaba así lanzada al espacio. Y el Rubicón al alcance de la mano…

La entrevista que Michael Hasting, periodista de la revista «Rolling Stone», realizase al general Stanley Mc Chrystal puede que quede en la historia de la profesión como una de las pocas que ha logrado hacer rodar la cabeza de un jefe militar sobre el terreno cuando buscaba la deificación de un «caudillo salvador de la Patria en peligro».

Lo que la historia conservará en el futuro de este extraño suceso, inédito para las costumbres castrenses norteamericanas, será el intento de «vender» a los ciudadanos la imagen deliberadamente inflada de un «héroe de guerra» que nunca ha dejado de ser un ciudadano promedio y que supuestamente, posee todas las virtudes y valores que se necesitan en tiempos de crisis para proteger a una nación espantada, hoy en manos de políticos débiles.

Hasting presenta a Mc Chrystal como el continuador de una dinastía de guerreros, hijo de un general de dos estrellas que peleó en Corea y Vietnam. Sus 4 hermanos también sirvieron en el ejército. En 1972 entró como cadete en West Point, que se caracterizaba entonces por su mezcla de «testosterona, marginalidad y patriotismo reaccionario». De aquellos lejanos días juveniles, Hasting no solo resalta que Mc Chrystal «jugaba bien al baseball», sino también que escribía cuentos y terminó siendo el editor de la revista literaria de la Academia. De uno de aquellos cuentos, titulado «Brikman´s Note», Hasting cita, sin inocencia alguna, el siguiente pasaje:

«El Presidente sonreía. Del bolsillo derecho de mi sobretodo extraje, lentamente, mi pistola calibre 32. Donde Brikman falló, yo tuve éxito.»

¿Qué significa esta fantasía magnicida puesta en boca del hasta entonces jefe de las tropas desplegadas en Afganistán?¿ Con qué objetivo se publica un desafío a los poderes constituidos en momentos en que la nación está siendo arrastrada a confrontaciones irresponsables y violentas?

Otra de las múltiples facetas del general Mc Chrystal que la revista «Rolling Stone» pone a disposición de sus lectores, es la de un hombre en constante superación, lo cual prueba su férrea voluntad de autoeducación y autocontrol, precisamente dos de los rasgos que han caracterizado a los caudillos militares de todas las épocas. De aquel cadete levantisco que acumuló más de 100 deméritos en su hoja de servicios por beber e insubordinarse, se nos presenta a un espartano que apenas come y duerme por cumplir con su deber, y también a alguien que «estudió en la Harvard,s Kennedy School of Government y en el Council on Foreign Relations». Más o menos, el estadista perfecto.

Otro punto interesante en la narrativa de endiosamiento del «general fugitivo», como le llama Hasting, es su entorno, la descripción de sus colaboradores más cercanos unidos en lo que ellos mismo llaman «Team América». «Incluye asesinos, espías, genios, patriotas, políticos y maníacos- dice Hasting-Todos se caracterizan por su actitud de desdén por la autoridad».¿ Cómo conjugar eso con el hecho de que ese mismo general rebelde y proclive a las insubordinaciones fue el jefe, por 6 años, del Joint Special Operations Command(JSOC), la fuerza élite encargada de llevar a cabo las operaciones más secretas encargadas por el gobierno? En «Rolling Stone» se afirma que «esas fuerzas mataron o capturaron a miles de insurgentes, incluyendo a Al-Zarquawi, el líder de Al- Quaeda en Iraq…Las JSOC son una máquina de matar- afirma el general Mayville, su Jefe de Operaciones- Y Mc Chrystal halló una forma nueva de matar: sistemáticamente mapea las redes terroristas, selecciona a insurgentes específicos y los caza, con la ayuda de sus genios cibernéticos…»

Aún cuando Hasting enumera algunas de las más recurrentes críticas que se formulan contra Mc Chrystal, para brindar un cierto balance al texto, y sobre todo credibilidad, estas están ubicadas de manera tal que no despiertan rechazo en los lectores. Entre ellas, su apoyo a Rumsfeld siendo vocero del Pentágono, y a Bush, cuando aquella declaración torpe de «Misión cumplida». Ni siquiera su deliberado ocultamiento de las verdaderas causas de la muerte del cabo Pat Tillman, caído por «fuego amigo» en el 2004, quien fuese una destacada estrella del rugby, es lo suficientemente fuerte como para borrar la fascinante imagen de un general diferente y creativo, que solo pide apoyo de las autoridades gubernamentales en su lucha por vencer al Talibán.

Mc Chrystal no fue, a fin de cuentas, un general victorioso, sino derrotado. No logró ser promovido como el caudillo que intentaba ser y que convenía a no pocos de sus amigos neoconservadores, a quienes brindaba giras por Afganistán y cuyos consejos pedía constantemente. Pero demostró que, más allá de las leyendas de orden y disciplina en el ejército norteamericano y en lo ideal de las relaciones de sus mandos con los funcionarios civiles del gobierno, lo que fluye, por ahora de manera subterránea, es un torrente de enfrentamientos cada vez más acentuado.

¿Será este el último tanteo de las fuerzas oscuras que se oponen a Obama, o presenciaremos aún el momento trágico en que los que juraron defender a las autoridades y la Constitución de ese país se alcen contra ellos, desenvainando la espada?

Por lo pronto, Stanley Mc Chrystal ya no ostenta el mando de un ejército, pero sigue en las sombras, con su equipo de incondicionales y rodeado por la aureola del genio incomprendido.

¿Y qué pasaría si, de consuno con sus amigos neoconservadores, se lanza a la campaña política, allá por el 2012?

Fuentes:

http://www.cubarte.cult.cu/paginas/actualidad/opinion.detalle.php?id=15300

http://www.cubarte.cult.cu/paginas/actualidad/opinion.detalle.php?id=15384