Recomiendo:
0

Desobediencia política

Fuentes: Rebelión

El juez Grande-Marlaska, digno sucesor de Garzón, pretende «Suspender por un período máximo de dos años todas las actividades orgánicas, públicas, privadas e institucionales en todos y cada uno de los ámbitos y organismos públicos, fundaciones, asociaciones, sociedades y organismos similares de Batasuna». Además de no expresarse en correcto castellano (en eso también es un […]

El juez Grande-Marlaska, digno sucesor de Garzón, pretende «Suspender por un período máximo de dos años todas las actividades orgánicas, públicas, privadas e institucionales en todos y cada uno de los ámbitos y organismos públicos, fundaciones, asociaciones, sociedades y organismos similares de Batasuna».

Además de no expresarse en correcto castellano (en eso también es un digno sucesor de Garzón), lo cual debería ser motivo suficiente para recusar a un juez, Grande-Marlaska no sabe lo que dice. No hace falta ser un jurista experto para darse cuenta de que expresiones como «organismos similares de Batasuna», amén de gramaticalmente inadmisibles, son insensatas. Aparte de ser un solecismo impropio de un supuesto letrado, ¿qué es un «organismo similar de Batasuna»? ¿O acaso «Batasuna» es el complemento determinativo de «actividades», un sustantivo situado veintidós palabras y cinco comas más atrás, y no estamos ante un solecismo garrafal sino ante un anacoluto igualmente grave, tanto gramatical como jurídicamente? En el primer caso, y puesto que Batasuna es un partido político, el PSOE, por ejemplo, sería un «organismo similar», mucho más similar que cualquier organización que no sea un partido político. ¿Propone Grande-Marlaska suspender las actividades del PSOE, el PP y los demás partidos? ¿O tal vez por «similares» entiende «políticamente afines»? En este caso, Grande-Marlaska pretendería suspender, entre otras muchas cosas, mi actividad respiratoria, puesto que soy un organismo (un organismo complejo adaptativo, como todos los seres vivos), la respiración es una de mis actividades orgánicas más asiduas y, como marxista, soy políticamente afín a Batasuna.

También pretende Grande-Marlaska «Precintar los locales, sedes, establecimientos o sitios [admirable elocuencia: es como si un entomólogo dijera «los dípteros, moscas, insectos o bichos»] que use Batasuna, con este u otro nombre» (las cursivas son mías). Al parecer, no solo quiere que los marxistas contengamos la respiración durante un par de años, sino que también amenaza con precintar los domicilios de todos los batasunos, así como los de todos los miembros y simpatizantes de la izquierda abertzale (otro nombre de Batasuna, para muchos), pues es de suponer que tienen la subversiva costumbre de «usar» sus propias casas («locales» al fin y al cabo, o cuando menos «sitios»), e incluso las de sus familiares y amigos.

Pero vayamos al quid de la cuestión. Lo que por mediación de Grande-Marlaska pretende la España «naci» (la rancia y espuriamente nacionalista, la de los herederos de Franco y de Isabel la Católica, que son legión), es impedir, no un congreso de Batasuna (eso no les preocuparía demasiado), sino un acto de reafirmación del pueblo vasco y, sobre todo, una posibilidad real de pacificación. (No es casual que, en plena «democracia», la represión en Euskal Herria se recrudeciera brutalmente a raíz de que Herri Batasuna obtuviese más de doscientos mil votos y se convirtiera en la segunda fuerza política vasca: al poder no le preocupa ETA, sino el proyecto político de la izquierda abertzale, temida no porque sea nacionalista sino porque es izquierda de verdad.)

Pero Franco no pudo silenciar a los vascos, y tampoco podrán hacerlo sus herederos: ni los neofascistas incontinentes, ni los socialdemócratas de talante y pandereta, ni los generalitos nostálgicos (por cierto, que nadie insulte a las prostitutas llamándolas madres de militares golpistas). El 21 de enero, miles de personas se reunirán en Barakaldo convocadas, más que por Batasuna o cualquier otra organización, por su dignidad y su coraje de pueblo soberano, por su irrenunciable e impostergable derecho a decidir su propio futuro. Si no es un acto «legal», será un legítimo acto de desobediencia civil, que en este caso (en todos los casos, en realidad) bien merece el nombre de desobediencia política.

Y no será un acto solo vasco. Todos los que creemos en la democracia participativa, en la autodeterminación de las personas y de los pueblos, en el socialismo como única alternativa a la barbarie capitalista y en la paz sin sometimiento, tenemos hoy más que nunca en la izquierda abertzale -como en la revolución cubana– un referente ético y político imprescindible. Todos y todas estaremos, física o moralmente, en Barakaldo el 21-E.