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Entrevista a Gilbert Achcar, profesor de estudios sobre desarrollo y relaciones internacionales en la School of Oriental and African Studies, University of London

Después de Gadafi

Fuentes: Viento Sur

En esta entrevista, David Wearing, de New Left Project (NLP), formula algunas preguntas sobre las críticas de que ha sido objeto en los últimos meses la posición de Gilbert Achcar en relación con la intervención de la OTAN en Libia y acerca de la nueva situación en este país. -David Wearing: Tal como yo la […]

En esta entrevista, David Wearing, de New Left Project (NLP), formula algunas preguntas sobre las críticas de que ha sido objeto en los últimos meses la posición de Gilbert Achcar en relación con la intervención de la OTAN en Libia y acerca de la nueva situación en este país.

-David Wearing: Tal como yo la entiendo, tu posición es que mientras debemos oponernos al intento de la OTAN de secuestrar la revolución libia para sus propios fines, esta oposición no debía manifestarse en la fase inicial de la acción militar, que probablemente salvó a Bengasi de graves atrocidades a manos de las fuerzas gadafistas. Después, habría que dar preferencia a la entrega de armas a los rebeldes en vez de la continuación de la intervención de la OTAN con el propósito de cambiar el régimen (a la que hay que oponerse por motivos antiimperialistas). En primer lugar, ¿es esta una descripción correcta de tu posición, y si no lo es, podrías aclararnos en qué consiste? En segundo lugar, ¿es realista apoyar una acción militar limitada de la OTAN, o no oponerse a ella, porque habría protegido a la población de Bengasi, pero estar en contra de la ulterior implicación de la OTAN, dado que era muy probable que esta última fuera la consecuencia lógica de la primera? ¿Acaso no era desde el principio muy poco probable que la intervención de la OTAN se circunscribiera a la defensa de Bengasi?

Gilbert Achcar: Son dos preguntas en una y contestaré a ambas al mismo tiempo. Permíteme, sin embargo, empezar con un comentario sobre el debate provocado en torno a mi posición en círculos de la izquierda radical en Europa y América. (Delimito la región porque en el mundo de lengua árabe, al que pertenezco, no ha habido nada ni remotamente similar, pese a que mi posición se expuso tanto en árabe, si no más, como en las lenguas europeas.)

Como destacaron muchos militantes razonables de la izquierda radical, la cuestión libia era, y sigue siendo, un asunto complicado en el que los antiimperialistas se ven confrontados con una situación sin precedentes en la que la OTAN afirma que interviene en nombre de un verdadero levantamiento popular democrático. Para aquellos cuyo antiimperialismo viene acompañado de una fascinación por los «caudillos», la cuestión estaba clara desde el principio: Gadafi es un «gran líder revolucionario» y los insurgentes libios son el equivalente de la «contra» nicaragüense. Ante estos argumentos es sumamente difícil mantener un debate fructífero. Sin embargo, en lo que respecta a la izquierda antiestalinista, era de esperar o deseable que hubiera un debate con un grado de sofisticación acorde con la complejidad de la cuestión. Salvo algunas excepciones, por desgracia, este no ha sido el caso, ni mucho menos. Para que quede claro, la postura que manifesté era en sí misma extraordinariamente compleja, fiel reflejo de la complejidad de la situación. Pero esto no puede ser una explicación suficiente, ni mucho menos una excusa, de que los que me criticaron fueran incapaces de exponer correctamente mi punto de vista, bien al amparo de una tergiversación deliberada -es el caso de aquellos que confunden el argumento con la caricatura-, bien a raíz de una lectura incorrecta bajo el influjo de la primera. De este modo pude experimentar en propia carne lo que quiso decir Francis Bacon con el famoso dicho de «calumnia, que algo queda». Por mucho que yo en ningún momento «apoyara» la intervención de la OTAN, varios detractores convirtieron de inmediato mi postura en un «apoyo a la zona de exclusión aérea de la OTAN», que a su vez se tradujo, por supuesto, en un «apoyo a la intervención de la OTAN» e incluso en un «apoyo al imperialismo» para los más acelerados, sin que presentaran en ningún momento alguna cita relevante. Y a pesar de mi constante refutación de esta caricatura en sucesivas declaraciones, la última de ellas en una reciente entrevista publicada en NLP, algunos militantes de izquierda siguen «resumiendo» hoy en día mi posición calificándola de «apoyo a la intervención de la OTAN».

Ahora bien, mi experiencia personal es secundaria. Estos ataques no me impresionan para nada, de lo contrario no habría manifestado públicamente mi postura. En más de 40 años de lucha política en la izquierda, he sido objeto de calumnias en repetidas ocasiones, pero nunca me he dejado intimidar. Si uno no tiene el valor de defender lo que considera correcto, es mejor que abandone la política revolucionaria. Todo lo que yo he tenido que soportar es pecata minuta en comparación con lo que tuvieron que sufrir los antiestalinistas en el apogeo del estalinismo. Dicho esto, si mantuve la posición que había manifestado, fue ante todo porque la consideré correcta, desde luego, y esta convicción se ha reforzado todavía más a la vista de lo que ha sucedido después. Pero también la mantuve con miras a impulsar el debate político en el seno de la izquierda radical, más allá de las reacciones viscerales del todo o nada. Siempre he considerado que mi deber, como el de todos los que han militado en la izquierda radical en condiciones similares a las mías, es contribuir a la elaboración por parte de la izquierda de la posición más eficaz en la lucha contra el imperialismo y el capitalismo. Por desgracia, algunos militantes de la izquierda radical son incapaces de entablar un debate digno sin lanzar invectivas. De este modo perpetúan una tradición detestable, enraizada en un estilo de polémica que el culto a Lenin contribuyó en gran medida a propagar y que el estalinismo llevó hasta el paroxismo. Por fortuna, el debate sobre Libia también me ha confirmado que hay importantes sectores de la izquierda radical, sean corrientes enteras o individuos, que no solo son verdaderos demócratas radicales, sino también personas que comparten mi idea de la izquierda: una izquierda para la que la emancipación del ser humano de la opresión es el valor supremo, mientras que todo lo demás, incluido el antiimperialismo, el anticapitalismo y el socialismo, no es más que una consecuencia de este principio primordial.

Pido disculpas por este preámbulo y paso a contestar a tus dos preguntas:

En primer lugar, el resumen que has hecho de mi postura -«mientras debemos oponernos al intento de la OTAN de secuestrar la revolución libia para sus propios fines, esta oposición no debía manifestarse en la fase inicial de la acción militar»- de hecho no es correcto. Para mí está fuera de toda duda que debíamos oponernos desde el comienzo hasta el final al «intento de la OTAN de secuestrar la revolución libia para sus propios fines». Lo que dije es simplemente -si puedo utilizar este término para calificar una posición que parece tan difícil de entender- que, al tiempo que no debíamos hacernos ilusiones sobre el propósito real de la OTAN, no había que oponerse a la fase inicial de su acción militar en Libia, es decir, la destrucción de las tropas de Gadafi concentradas en los aledaños de Bengasi y de su fuerza aérea y principales baterías de misiles, sino mantener una actitud vigilante a fin de denunciar toda acción de la OTAN que fuera más allá de estos objetivos.

Ahora permíteme que aclare esta cuestión de «no oposición». Me desconcierta ver que a tantas personas les resulte tan difícil distinguir entre «apoyar» y «no oponerse», a pesar de que supuestamente entienden la diferencia entre «votar a favor» y «abstenerse». Para que quede claro, traduciré la diferencia en términos de acciones organizadas de la forma más pedagógica posible. Apoyar la imposición inicial por parte de la OTAN de la zona de exclusión aérea implica manifestarse a favor de ella. Oponerse implica manifestarse en contra. No oponerse en la fase inicial implica abstenerse de manifestarse en contra, o a favor de que se detenga, en los primeros días, advirtiendo al mismo tiempo contra su continuación a fin de prepararse para la siguiente fase, cuando oponerse, es decir, manifestarse en contra, deviene posible y necesario.

La explicación de todo esto es que si te opones a la zona de exclusión aérea desde el primer día, estás rechazando una petición efectuada por los propios insurgentes y por tanto te comportas como si la suerte de la población de Bengasi te pareciera totalmente secundaria con respecto a tu sacrosanto antiimperialismo. En vez de esto, lo que habría que haber hecho, como hicieron más o menos las principales fuerzas antiimperialistas árabes, era decir a los insurgentes libios: «Lamentamos mucho que os hayáis visto obligados a solicitar ayuda de Naciones Unidas, es decir, de Occidente, pero entendemos que no teníais otra alternativa a este último recurso debido a la brutalidad criminal del régimen de Gadafi, que es plenamente responsable. Sin embargo, os advertimos de que no debéis haceros ninguna ilusión con respecto a la intención de la OTAN de secuestrar vuestra revolución. Tan pronto como se haya eliminado la amenaza que pesa sobre Bengasi y la fuerza aérea de Gadafi esté destruida, nos movilizaremos para que la OTAN ponga fin a su intervención directa y en su lugar os suministre las armas que necesitáis, ya que pensamos que sois vosotros los que debéis liberar vuestro país con vuestra lucha.» Como dije en mi primera entrevista en que comenté el debate del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CSNU) que autorizó la zona de exclusión aérea, «podemos entender las abstenciones; algunos de los cinco países que se han abstenido en la votación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas querían expresar su desconfianza y/o incomodidad ante la falta de una supervisión adecuada, pero sin asumir la responsabilidad de permitir una masacre inminente». En efecto, China tenía muchos más intereses en Libia que los que tenía en Serbia, y aun así, junto con Rusia, amenazó con vetar la guerra de Kosovo en 1999, que la OTAN desencadenó entonces violando el derecho internacional. Estos dos países amenazaron de nuevo con vetar en 2003 la invasión de Iraq (un país donde tenían importantes intereses), obligando a la coalición Bush-Blair a violar el Derecho internacional de forma todavía más flagrante. ¿Entonces, por qué no vetaron la resolución sobre la zona de exclusión aérea en Libia? A mí me parece claro que no lo hicieron porque no querían cargar a escala internacional con la culpa de lo que era muy probable que iba a ocurrir: una masacre a gran escala, perpetrada por un déspota demente. Por eso se abstuvieron, pero nunca dejaron de denunciar la campaña de la OTAN por violar la misma resolución que ellos se habían abstenido de votar.

Ahora, una vez superada la primera fase, es decir, una vez eliminada la amenaza que pendía sobre Bengasi y destruida la fuerza aérea de Gadafi, entonces sí se tornó posible y necesario oponerse a la continuación de los bombardeos, que claramente se excedían de la misión oficial de protección inicial, siempre que se vinculara esta exigencia a la de armar a los insurgentes. Si la izquierda hubiera actuado de este modo, a mi juicio su efecto en la opinión pública habría sido significativamente más fuerte de lo que ha sido en realidad, ya que hemos asistido a la campaña antiguerra más débil e impopular de los últimos años. En segundo lugar, preguntas si era «realista apoyar una acción militar limitada de la OTAN, o no oponerse a ella, porque habría protegido a la población de Bengasi, pero oponerse a la ulterior implicación de la OTAN debido a la alta probabilidad de que esta última sería la continuación lógica de la primera». La respuesta vuelve a ser simple e implica una vez más la misma distinción que parece tan difícil de entender. Era definitivamente imposible «apoyar» una acción limitada de la OTAN con la ilusión de que se mantendría limitada. Habríamos pecado de una ingenuidad extrema si nos hubiéramos posicionado sobre la base de tal hipótesis. Podría haber sido menos incongruente apoyar una intervención de las Naciones Unidas sin implicación de la OTAN, pero esa postura habría sido puramente teórica. Para mí estaba claro -como para la mayoría de quienes eran conscientes de sus verdaderos propósitos- que las potencias de la OTAN, una vez implicadas, no limitarían su intervención de la «protección de civiles», sobre todo teniendo en cuenta que la resolución del CSNU estaba redactada de manera que daba mucho margen de interpretación. Sin embargo, por las razones que he expuesto repetidamente, no solo era realista, sino también necesario aplazar nuestra oposición a la intervención de las potencias de la OTAN hasta que se hubiera alcanzado el resultado inicial, objetivamente positivo, es decir, el resultado que objetivamente redundaba en interés de la población de Bengasi y de la insurrección libia en su conjunto. Este resultado, por supuesto, suponía salvar Bengasi y permitir que siguiera desempeñando el papel de epicentro de la revolución democrática libia, preservando a esta de la derrota y liquidación.

Debido a la debilidad actual del movimiento antiguerra, esto no es más que una cuestión de pedagogía política y de eficacia en la lucha contra el imperialismo. En efecto, el movimiento antiguerra solo puede prosperar si actúa desde una posición de superioridad moral, como fue el caso en la época de la guerra de Vietnam. Pero imaginemos por un instante que el movimiento antiguerra tuviera la fuerza suficiente para detener la intervención de las potencias de la OTAN. ¿Por qué habría de impedir que se salvara Bengasi, dejando que la revolución libia fuera aplastada, en vez de permitir que se salvara y solo entonces detener la intervención? Lo menos que se puede decir es que no tendría sentido.

-D.W.: En lo que respecta a tus previsiones de lo que habría ocurrido con Bengasi de haber sido retomada por las tropas de Gadafi, el autor Richard Seymour ha afirmado, citando cifras de Human Rights Watch (HRW) y otras fuentes, que no hubo ninguna masacre a gran escala del tipo que tú anunciabas en Misrata cuando las fuerzas del régimen tuvieron la oportunidad de llevarla a cabo, de modo que no podemos estar seguros de lo que habría sucedido en Bengasi. ¿Qué respondes a este argumento?

G.A.: Me sorprende que se esgrima un argumento tan débil e inconsistente. Antes de examinarlo, permíteme un breve comentario sobre la presentación de los hechos. La primera cuestión que se plantea un investigador serio cuando lee este argumento es por qué se remite a una pequeña noticia sobre el informe de HRW y no al original, al que se puede acceder fácilmente/1? Invito a todos a leer el informe completo -no es largo- para ver cómo desmiente por completo, tanto cuantitativa como cualitativamente, la imagen benigna del comportamiento de las fuerzas del régimen en Misrata que ha tratado de transmitir el autor que has mencionado. Pero veamos la lógica que subyace a este argumento. A menos que uno haya vivido una guerra civil y tenga una idea clara de lo que significa estar en una ciudad sitiada, le convendría ser más modesto y prudente a la hora de comentar estas cuestiones (sobre todo cuando ha demostrado estar muy equivocado a la hora de apreciar la situación en Libia). En primer lugar, Misrata simplemente no ha sido «retomada» en ningún momento por las fuerzas de Gadafi: los rebeldes siempre han controlado una parte importante de la ciudad. En el momento culminante de su ofensiva sobre Misrata, las tropas del régimen no lograron recuperar el control más que de un 40 % de la ciudad, aparte del hecho de que en todo momento estuvieron implicadas en intensos combates.

Todo aquel que ha vivido una guerra civil, como la que hubo en mi país, Líbano, sabe muy bien que los civiles se desplazan mucho durante las contiendas: huyen de las zonas amenazadas para refugiarse en otras más seguras, o para ser más exacto, huyen de las zonas en que creen hallarse en peligro a zonas en las que creen estar seguros, y esto puede implicar que se desplazan en direcciones opuestas cuando se trata de civiles pertenecientes a identidades étnicas o políticas enfrentadas. En situaciones como la que hubo en Misrata, donde se luchó muy de cerca -casa por casa y calle por calle (para citar el famoso discurso siniestro de Gadafi)-, el frente se vacía de civiles a medida que se desplaza. Los edificios situados en la primera línea de fuego en Beirut y los suburbios siempre estuvieron vacíos de civiles, que habían buscado refugio en zonas más seguras. Además, las masacres de civiles suelen llevarse a cabo a sangre fría, una vez los que las perpetran se han hecho con el control de la situación y pueden permitirse perseguir a los civiles, registrando las casas y matando a todo aquel de quien sospechen que pertenece al bando enemigo; muy pocas veces se cometen al calor de un combate intenso.

Así que está claro que todos los civiles de Misrata que habían tomado parte en el levantamiento no se quedaron en las zonas ocupadas por la temible brigada Jamis (hijo de Gadafi), sino que huyeron a las zonas controladas por los rebeldes, máxime cuando estas incluían el puerto, desde donde podrían haber sido evacuados si las tropas de Gadafi hubieran logrado avanzar más en su intento de recuperar la ciudad. Es más, fue precisamente el temor a que las fuerzas del régimen perpetraran una masacre si conseguían tomar toda la ciudad lo que llevó a los rebeldes a resistir con tanta firmeza a unas fuerzas cuya potencia de fuego era abrumadora, que sembraban barrios habitados por civiles con bombas de racimo y misiles Grad desde el primer momento. Un informe de The Guardian del 24 de marzo menciona la convicción de los rebeldes de que las bajas civiles a resultas de la resistencia eran «un precio necesario para evitar pérdidas de vidas todavía mayores si las fuerzas de Gadafi hubieran continuado con su asalto sobre Misrata y lanzado su venganza contra los residentes por su apoyo al levantamiento». Una última cosa importante sobre la cuestión de fondo: no tiene sentido abstraer la acción de la OTAN de la evaluación de lo que las fuerzas de Gadafi han hecho, o peor aún, de lo que habrían hecho si la OTAN no hubiera intervenido. Nadie puede negar que esta intervención, incluso después de su primerísima fase (y por tanto cuando me manifesté en contra de su continuación), tuvo cuidado de proteger a las poblaciones civiles -que era su pretendida misión-, sobre todo en las zonas controladas por los rebeldes. No solo llevó a cabo acciones que iban más allá de su pretendida misión, sino que el apoyo aéreo de la OTAN proporcionó a las zonas insurrectas de Misrata de suficiente cobertura para que fueran capaces de resistir y después lanzar una contraofensiva que finalmente resultó victoriosa.

Incluso iré más lejos que esto. Mi principal punto de referencia a la hora de vaticinar lo que podría haber ocurrido en Bengasi es lo que hizo el régimen sirio de Asad en Hama en 1982, donde asesinó a 25.000 personas (según un promedio de diversas estimaciones), en una ciudad cuya población es un tercio de la de Bengasi. Las tropas del régimen tardaron una semana en tomar la ciudad, un bastión de la oposición islamista, tras lo cual se libraron a una orgía de sangre y fuego que duró dos semanas, registrando la ciudad casa por casa. ¿Y qué está ocurriendo ahora en Siria? Un levantamiento popular mucho más fuerte y más amplio que se inició a mediados de marzo. Hama vuelve a ser un bastión de la revuelta, escenario de espectaculares manifestaciones contra el régimen. Durante varios días incluso se convirtió en una ciudad libre, abandonada por las fuerzas del régimen y gobernada por comités populares. Al final, las tropas del régimen volvieron a Hama.

Sin embargo, los organizadores del levantamiento en Siria cifran el total de muertos por la represión desde mediados de marzo en unos 2.500 hasta hoy, no únicamente en Hama, sino en toda Siria. Esto puede tener dos explicaciones: o bien uno se cree, con Hugo Chávez, que Bachar el Asad es un «socialista y humanista», o reconoce que la intervención de la OTAN en Libia al amparo de la resolución de las Naciones Unidas ha sido un importante factor disuasorio para Asad, que le ha llevado a limitar el uso de la potencia de fuego de su ejército y los desmanes asesinos de sus matones y mujabarat (servicios secretos). A mi juicio no cabe duda alguna de que la intervención occidental en Libia explica la relativa -subrayo la palabra relativa- circunspección del régimen sirio en su represión asesina hasta este momento. La intervención extranjera contra el régimen de Gadafi ha reforzado la moral de los manifestantes sirios, que habían comenzado a actuar precisamente cuando la ONU estaba debatiendo sobre Libia, creyendo que la masacre de 1982 no se repetiría en las nuevas circunstancias. Así, el triunfo de la rebelión libia con la liberación de Trípoli ha dado un notable impulso al ánimo de los insurgentes sirios, que la celebraron con manifestaciones masivas, como también hicieron los insurgentes yemeníes. Además de las cuestiones que ya he señalado antes, esta fue desde el principio una idea principal subyacente a mi posición sobre Libia. Si Gadafi hubiera tenido vía libre para aplastar Bengasi, todo el ímpetu de la llamada «primavera árabe» se habría ido al garete. La victoria de la rebelión libia ha reforzado significativamente este ímpetu, a pesar del hecho de que sin duda se ha visto empañada por el intento de la OTAN de secuestrarla.

-D.W.: En nuestra anterior entrevista dijiste que «las estimaciones del número de muertos en Libia tan solo en el primer mes, antes de la intervención occidental, van desde un mínimo [de 2.000] y llegan hasta 10.000». Seymour ha calificado esto de poco fiable, remitiéndose a un recuento de HRW que da un total de 233 en la primera semana, y a una estimación posterior del Secretario General de las Naciones Unidas, de unos 1.000 ¿Afecta esto a tu apreciación de la situación en Libia en el momento en que intervino la OTAN?

G.A.: De nuevo la manera en que se presentan los hechos y los números no resiste ningún análisis. Me has citado correctamente: dije que «las estimaciones del número de muertos en Libia tan solo en el primer mes», es decir, entre el 17 de febrero y el 17 de marzo, empezaban en más de 2.000. ¿Cómo pueden aducirse los números que acabas de citar para discutir la fiabilidad de la estimación mínima dentro del margen que mencioné? La primera cifra es, de nuevo, una referencia indirecta a una estimación de HRW. La estimación original de la organización de derechos humanos está fechada en el 20 de febrero/3 y dice que en tan solo cuatro días las fuerzas del régimen libio mataron al menos a 233 personas. Con este ritmo de asesinatos, el número de muertos habría sumado 1.750 en un mes, que ya se aproxima a los 2.000. Ahora bien, la estimación de HRW era muy conservadora, presentada explícitamente como tal por la propia organización. Está claro, además, que con la expansión e intensificación subsiguientes de la revuelta y a la vista de que el régimen estaba volviendo todo su aparato militar contra el pueblo, la represión se hizo todavía más sangrienta. En lo que respecta a la cifra señalada el 1 de marzo por el Secretario General de la ONU -otra cita indirecta-, en realidad se refería a su declaración pronunciada el 25 de febrero, es decir, nueve días después del comienzo del levantamiento, cuando explicó al Consejo de Seguridad que «los cálculos indican que han sido asesinadas más de 1.000 personas». Con este ritmo de asesinatos, que a su vez estaba basado en un cálculo conservador («más de»), el peaje de muertes habría superado los 3.330 en un mes, de modo que ya nos hallamos un 50 % por encima del cálculo más conservador que yo mencioné y que el autor que citas pone en tela de juicio.

Ahora bien, está claro que en una situación como la que había en Libia es imposible, por motivos obvios, determinar con precisión el número de muertos. Por eso siempre me he referido a un margen estimado, desde el cálculo más conservador de fuentes muy prudentes hasta la cifra más alta que ha estado circulando, la de los 10.000, que a pesar de ser probablemente una burda exageración cuando la mencionó por primera vez un miembro de la Corte Penal Internacional una semana después de que comenzara la represión, todavía se citaba a mediados de marzo. Pero recordemos la razón por la que he señalado un margen estimado: para demostrar que, incluso con el cálculo más conservador, había por lo menos tantos muertos a manos de la represión en Libia como los que había habido en cinco meses y medio (en el momento de la entrevista) en Siria, donde tiene lugar la segunda reacción represiva más sangrienta, después de Libia, de todos los levantamientos habidos en la región. La cifra correspondiente a Siria, de 2.200 muertos, es la que había facilitado la oposición siria cuando tuvo lugar la entrevista.

En cuanto a la oposición libia, su portavoz declaró el 20 de marzo que «nuestros mártires suman más de 8.000 muertos». ¿Por qué habría que aceptar la estimación de la oposición siria y rechazar la de la oposición libia? Esto sería aplicar de modo flagrante un doble rasero: aceptas una cifra mientras simpatizas con quien la da, y de repente la rechazas cuando la mencionan fuentes occidentales para justificar la intervención de sus gobiernos. Dicho esto, la cifra que da la oposición siria es sin duda conservadora, ya que registra en gran medida las muertes notificadas e identificadas, un recuento que es factible cuando el número diario de muertos no es tan alto como para no poder contabilizarlo. Era mucho más difícil efectuar este recuento en Libia, de ahí que había que señalar un margen en lugar de dar una sola cifra. Permíteme comentar ahora algo que es mucho más importante que este mezquino y sórdido regateo en torno al número de muertos. Veamos la cuestión básica que trata de plantear quien me critica. En mi anterior entrevista en NLP a la que respondió mencioné un margen de estimaciones al contestar a una pregunta sobre «la probabilidad de que si Bengasi hubiera caído se hubiera producido allí una masacre». Mi crítico y otros como él rebaten esta hipótesis y por eso se enzarzaron en una discusión enrevesada y bastante macabra sobre cifras para explicar que «no era seguro», o que «hay razones para dudar» de que fuera a producirse una masacre a gran escala en Bengasi si las tropas de Gadafi lograran tomar la ciudad.

Al hacerlo por pura reacción refleja antiimperialista, pasaron por alto el hecho crucial de que la certeza de que la masacre estaba a punto de producirse no era un «invento» de la OTAN, sino la firme convicción de la población de los dos bastiones sitiados de la insurrección contra Gadafi, Bengasi y Misrata. La petición del Consejo Nacional de Transición (CNT), radicado en Bengasi, se formuló desde el corazón de la ciudad que más peligro corría, por personas que habían visto lo que habían hecho las fuerzas del régimen hasta ese momento. En efecto, Bengasi estaba por entonces repleta de refugiados venidos de otras partes de Libia golpeadas por la represión, que sin duda conocían perfectamente la naturaleza de esa represión. Además de su propia experiencia de la situación, y en contraste con la absoluta falta de experiencia de mi crítico, se enfrentaban a una amenaza de masacre muy explícita, que resumí en un artículo anterior publicado en ZNet/4, que citaré:

«El 22 de febrero, [.] el propio Muamar el Gadafi pronunció uno de los discursos más siniestros que se recuerdan de la historia reciente, un discurso cuyo tono y vocabulario (en particular la calificación de ratas e insectos que hizo de los oponentes) recordaban a la década de 1930 (solo existe una traducción parcial y muy libre del discurso en inglés). El déspota libio citó varios precedentes que se dijo dispuesto a imitar, entre ellos la masacre de 1989 en Tiananmen (China) y la de 2004 en Faluya (Irak). Mencionó asimismo el ataque israelí contra Gaza en 2008-2009, una analogía que repitió el 7 de marzo en una entrevista que emitió un canal francés de televisión por satélite. Y en otro discurso, pronunciado el 17 de marzo, el día en que el CSNU iba a adoptar la resolución n.º 1973, comparó el asalto a Bengasi por parte de sus tropas con el asedio de Madrid por el dictador español Francisco Franco, declarando que confiaba en que apareciera una ‘quinta columna’ en la ciudad que le ayudara a ‘liberarla’. Por entonces, las fuerzas del régimen habían comenzado a concentrarse a las afueras de Bengasi para lanzar su ofensiva sobre la ciudad, que se inició el 19 de marzo.»

Y a pesar de todo esto aparece alguien en Londres que desde la comodidad de su escritorio va y les dice a los habitantes de Bengasi: «¡No estoy seguro de que os vayan a masacrar, amigos! Tengo motivos para dudarlo. Sed valientes y asumid el riesgo. Vosotros solo tenéis la vida que perder, yo mi apuesta. Estoy dispuesto a asumir el riesgo de que tal vez os masacren. Ese riesgo es de todos modos una cuestión menos importante que mi propia oposición reflexiva a todo lo que hace el Gobierno de mi país. Lo lamento si no podéis entenderlo.» Este es el tipo de actitud que he calificado de indecente. Y otra cosa: yo nunca he hablado de una «izquierda decente» como quien me critica -que parece ser tan poco cuidadoso con las palabras como con los números- me ha atribuido, asociándome de este modo calumniosamente con personas cuyas posiciones detesto. Pero basta: no quiero dedicar más tiempo al debate sobre lo que había que hacer durante los primeros días de la intervención de la OTAN en Libia.

-D.W.: Aparecen ahora noticias que hablan de graves represalias contra las fuerzas que apoyan a Gadafi y de ataques racistas a africanos negros en Libia. ¿Es grande el peligro de que estos graves abusos se conviertan en verdaderas atrocidades y cómo puede responder la izquierda europea?

G.A.: En efecto, ha habido muchas atrocidades y violaciones de los derechos humanos cometidas por rebeldes libios. Los negros han sido especialmente perseguidos desde que comenzó el levantamiento. Esto se debe al hecho de que una parte importante de las tropas de Gadafi estaban formadas por mercenarios reclutados en países africanos pobres, como Chad, Sudán, Níger y Malí. A este hecho conocido se añade el reclutamiento forzoso de inmigrantes africanos para que lucharan con las tropas de Gadafi cuando comenzó la insurrección; a menudo, estos reclutas forzosos eran destinados cruelmente a la primera línea del frente. Busca en Google «mercenarios Libia», limitando la búsqueda al mes pasado, y encontrarás un montón de noticias sobre los mercenarios de Gadafi, incluso entrevistas con muchos de ellos, procedentes de diversos países. Así, en cierto modo, y trágicamente, la persecución de los negros se produjo como una «reacción violenta», como ha escrito The Guardian recientemente. Desde luego, esto no sirve de excusa, ni mucho menos. Es importante y necesario que la izquierda denuncie con firmeza esos actos. Pero los gobiernos occidentales desean tanto ponerles coto como la propia izquierda, pues temen el posible bochorno que puede echar a perder su actual triunfalismo. La mayoría de medios occidentales, si no todos, han publicado noticias sobre la persecución de los negros por parte de rebeldes libios, y es bueno que se haga.

Sin embargo, sería muy injusto culpar al conjunto de la rebelión libia por estos actos. Desde que comenzó el levantamiento, las fuerzas más organizadas y disciplinadas del campo rebelde tomaron medidas preventivas. Si las atrocidades, los ataques por motivos étnicos o del color de la piel y las violaciones de los derechos humanos hubieran sido el resultado de instrucciones dadas por la dirección central de los rebeldes, o siquiera la consecuencia de alguna incitación al odio por parte de sus portavoces, merecería ser denunciada y combatida por esta cuestión, que no quepa ninguna duda. Pero el hecho es que esta dirección ha emitido repetidas declaraciones públicas condenando tales actos y exigiendo que cesen de inmediato. En su primera declaración pública tras la liberación de Trípoli, el presidente del CNT, Mustafá Abdul Yalil, incluso amenazó con dimitir si las fuerzas rebeldes cometían actos de venganza ilegales y ejecuciones extrajudiciales. Tanto Human Rights Watch como Amnesty International han alabado la actitud de CNT, eso sí, urgiéndole a tomar más medidas.

Sería igual de injusto adoptar una actitud negativa ante la revolución libia a causa de las atrocidades cometidas en su transcurso. La cuestión clave en este sentido es lo que los defensores de la Revolución Francesa recalcaron en su época: cualquier atrocidad cometida en el transcurso de la revolución se quedaba pequeña ante las atrocidades que perpetró a lo largo del tiempo el antiguo régimen. Desde el punto de vista moral, las cosas están ahora más claras en Libia: las atrocidades cometidas por el régimen de Gadafi durante décadas, al igual que durante los últimos meses, muchas de las cuales se conocen ahora por primera vez, eclipsan las atrocidades que han podido cometer los rebeldes libios, que por cierto no han sido educados en el espíritu del humanismo y del internacionalismo durante los 42 años de dictadura implacable y demencial. Todas las revoluciones que han dado lugar a guerras civiles han sido testigo de atrocidades cometidas por ambos bandos: apenas hay alguna excepción a esta triste regla. Por desgracia, las revoluciones pacíficas no son posibles bajo todos los regímenes.

-D.W: Mirando adelante, ¿qué métodos podemos prever que emplearán las potencias occidentales a fin de manipular la situación actual en ventaja propia y cuál debería ser la respuesta de los antiimperialistas?

G.A.: La cuestión más importante a este respecto es la intolerable actitud prepotente de los Sarkozy, Cameron, el Gobierrno de Obama y sus correligionarios. Lo cierto es que el «éxito» de la expedición libia de la OTAN es la excepción que confirma la regla; está claro que no constituye la regla, cualquiera que sea la «doctrina» que tal vez quiera elaborar en torno al mismo. En efecto, en Iraq hubo en 1991 un levantamiento popular que esperaba recibir protección militar: cuando el pueblo se animó por la derrota de su dictadura en la guerra de Kuwait, hubo levantamientos en el norte y el sur del país en marzo de 1991. Lo que sucedió entonces es que Washington se conchabó con Sadam Husein y le dejó aplastar las rebeliones por miedo a que estas condujeran a una dominación iraní. Las guerras de Kosovo e Iraq en 2003 se lanzaron en flagrante violación del derecho internacional. En ambos casos, había alternativas pacíficas viables. Esas dos guerras y ocupaciones dieron resultados desastrosos, condenando a los países en cuestión a largos periodos de inestabilidad. La guerra de Afganistán se lanzó en colusión con fuerzas de las minorías étnicas contra la hegemonía de los talibán en el seno de la minoría étnica más amplia. No hizo más que reforzar esta hegemonía y, asimismo, conducir a una inestabilidad prolongada.

En la propia Libia, a pesar de que la intervención de la OTAN ha contribuido, sin duda alguna, a la victoria rebelde, en realidad estaba destinada a secuestrar la revolución, imponer la tutela de la OTAN y tratar de conformar el futuro de Libia tal como expliqué en detalle en un artículo que escribí pocos días antes de la liberación de Trípoli /5. Ahora se pueden comprobar sobre el terreno todos los elementos de la «conspiración» de la OTAN contra la revolución libia que describí en dicho artículo. Este es especialmente el caso de la presión que ejercen las potencias occidentales sobre el CNT para acomodar segmentos enteros del régimen de Gadafi en la nueva estructura del Estado, con piadosos llamamientos al «perdón» y la «reconciliación». Incluso se rumorea que hay negociaciones entre bastidores para incorporar al hijo de Gadafi, Saadi, al CNT, una perspectiva que las potencias de la OTAN sin duda favorecen, pero que difícilmente podrá realizarse debido al enorme escándalo que causaría entre los rebeldes. Como era de prever, en efecto, los intentos de integrar a personajes del régimen caído en puestos de dirección ya están provocando la oposición por parte de fuerzas rebeldes, como ha informado recientemente The Guardian:

«La segunda grieta en la coalición [rebelde] -la primera fue el asesinato todavía no aclarado de su jefe militar en Bengasi, el general Abdul Fatah Yunis- salió a la luz el lunes, cuando se produjo una protesta en la Plaza de los Mártires de Misrata ante las noticias de que el CNT iba a nombrar a Albarrani Shkal jefe de seguridad en Trípoli. Shkal, un estrecho colaborador de Gadafi convertido en informador de los rebeldes, había sido oficial de operaciones de la infame brigada Jamis, que bombardeó salvajemente zonas residenciales de Misrata durante el largo asedio de la ciudad. Al cabo de pocas horas, Bengasi dio marcha atrás y nombró a Abdul Hakim Belhaj, antiguo jefe de una organización yihadista con lazos históricos con Al Qaeda y los talibán, para el puesto de jefe del consejo militar de Trípoli.»

El nombramiento de Belhaj, el nuevo jefe del consejo militar de Trípoli, ha sido a su vez objeto de contestación, como ha informado el New York Times: «Varios miembros liberales del consejo de dirección rebelde se han quejado en privado de que el Sr. Belhaj había sido un dirigente del disuelto Grupo de Combate Islamista Libio, que se había rebelado contra el coronel Gadafi en la década de 1990. Algunos han dicho que era el primer paso en un intento de toma del poder por los islamistas. Han señalado que el Sr. Belhaj ha sido nombrado comandante por los cinco batallones de la llamada Brigada Trípoli, más que por alguna autoridad civil. Y se han quejado de lo que consideran la influencia de Qatar, que ayudó a instruir y equipar a la Brigada Trípoli y también financia a Al Yasira. ‘Este tipo no es más que una criatura de los qataris y su dinero, que patrocinan al extremismo musulmán de aquí,’ ha dicho otro miembro del consejo de la región occidental. ‘Los combatientes revolucionarios están muy contrariados y sorprendidos. ¡Es el comandante de nada!’ Las preocupaciones ideológicas, sin embargo, se mezclan en la misma medida con rivalidades provinciales sobre quién ha hecho más por liberar a Trípoli. No solo el Sr. Belhaj ha sido un islamista, ha alegado el miembro del consejo, sino que ha hecho menos que los rebeldes de la parte occidental en el combate por la capital. ‘La gente de por aquí se pregunta ¿qué? ¿Ese tipo? ¡Eso es una estupidez! ¿Qué pasa con nuestros jefes supremos?’ ha añadido el miembro del consejo.»

Sea como fuere, el ex yihadista apoyado por Qatar, Abdul Hakim Belhaj, es el hombre que está negociando con Saadi Gadafi, después de haber estado en tratos con otro de los hijos de Gadafi, el que había sido favorito de Occidente, Seif al Islam, quien le sacó de la cárcel hace un año. Todo esto no es más que un avance de las disensiones que se producirán en la situación libia tras la caída de Gadafi, que sin duda no será menos conflictiva que la de Túnez tras la caída de Ben Ali o la de Egipto tras la de Mubarak. Mientras, hemos podido ver este titular en el Wall Street Journal: «Divisiones entre los aliados en torno al petróleo libio». Sin comentarios.

David Wearing está realizando su doctorado en ciencias políticas en la Facultad de Políticas Pública de la Universidad de Londres. El tema de su investigación es la respuesta británica a la primavera árabe. El coeditor de New Left Project. Gilbert Achcar se crió en el Líbano y actualmente es profesor de la School of Oriental and African Studies (SOAS) de la Universidad de Londres. Ha publicado, entre otros, los libros El choque de barbaries, traducido a 13 lenguas; Estados peligrosos, en colaboración con Noam Chomsky; y más recientemente, The Arabs and the Holocaust: The Arab-Israeli War of Narratives.

Notas:

1 Véase http://www.hrw.org/news/2011/04/10/libya-government-attacks-misrata-kill-civilians (en inglés)

2 Véase http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2011/jul/29/gaddafi-libya-nato (en inglés)

3 Véase http://www.hrw.org/news/2011/02/20/libya-governments-should-demand-end-unlawful-killings (en inglés)

4 Véase la traducción al castellano en http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=3865

5 Véase la traducción al castellano de dicho artículo en http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=4276