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Prologo a la 2ª edición del libro “África, la madre ultrajada”

¿Detuvo Kagame realmente el genocidio ruandés?

Fuentes: Rebelión

Un buf d´aire esfondrà els castells de la mentida i la nua veritat brillarà de llum vestida.1 Este poema del mallorquín Miquel Ferrà está grabado en un monolito al pie de la antigua y sorprendente escalinata de 365 peldaños que une el municipio de Pollença con El Calvari, una pequeña ermita del siglo xiv. Está […]

Un buf d´aire esfondrà els castells de la mentida i la nua veritat brillarà de llum vestida.1

Este poema del mallorquín Miquel Ferrà está grabado en un monolito al pie de la antigua y sorprendente escalinata de 365 peldaños que une el municipio de Pollença con El Calvari, una pequeña ermita del siglo xiv. Está dedicado por el Ayuntamiento a las víctimas de la intolerancia que se desencadenó en España a partir del 18 julio de 1936, fecha del inicio de la «Cruzada de liberación» franquista que en menos de cuatro años ocasionó un millón de muertos. Décadas de resistencia y coraje fueron necesarias, pero finalmente se derrumbaron los castillos de la mentira. También un 18 de julio, en el año 1994, los «libertadores» del FPR/EPR (Frente Patriótico Ruandés/Ejército Patriótico Ruandés), tras la conquista de Gisenyi el día anterior y la huida del Gobierno ruandés legítimo, pusieron fin a la guerra que habían iniciado hacía menos de cuatro años, dejando igualmente tras de sí un millón de cadáveres y un país arrasado.

Unos poderosos padrinos occidentales financiaron a estos extremistas tutsis de ascendencia ruandesa que, formando aún parte del ejército ugandés, el NRA (National Resistance Army), atacaron al país de sus ancestros. Más aún: los sostuvieron con todo tipo de apoyos encubiertos, incluido el militar, y justificaron en los grandes foros diplomáticos internacionales la grave agresión a Ruanda que habían iniciado el 1 de octubre de 1990. Finalmente, cuatro años después, con la inestimable ayuda de los grandes medios de comunicación de los que disponen, consiguieron presentarlos ante el mundo como aquellos que «detuvieron el genocidio», es decir el genocidio llevado a cabo a su vez por los exaltados extremistas hutus en la primavera de 1994.

Este incuestionable axioma sobre su noble papel de liberadores aparece aún hoy, a pesar de ser absolutamente falso, como un estribillo inevitable e insoportable en la inmensa mayoría de cuanto se publica referente a éste gran conflicto. Esta cantinela suena una y otra vez para restar gravedad y banalizar los crímenes del FPR/EPR posteriores a aquella primavera de sangre, e incluso para justificarlos y reclamar comprensión hacia ellos. Suena siempre para minimizar los crímenes posteriores al genocidio de la primavera de 1994, ya que sobre los anteriores y simultáneos casi nunca suele haber referencia alguna: es como si esos crímenes no hubiesen sucedido, como si el mismo FPR/EPR no hubiese aparecido en la escena hasta la primavera de 1994, como si incluso sólo hubiese sido creado precisamente para detener ese genocidio. Tanto es el poder de distorsionar la realidad que tienen los grandes medios de comunicación que, en la práctica, pueden hasta cambiar a su antojo la cronología.

Efectivamente el genocidio sufrido por cientos de miles de tutsis del interior de Ruanda finalizó cuando el FPR/EPR consiguió la victoria y el control del país. Pero está perfectamente documentado que la élite del FPR/EPR no tenía el menor interés en detener el genocidio. A la cúpula de esta organización criminal sólo le importaba una cosa: alcanzar el poder lo más rápidamente posible. Están más que documentados dos hechos: que todas sus estrategias se desentendían sistemática y calculadamente de las masacres que realizaban en ese momento los extremistas hutus y que sus acciones militares estuvieron exclusivamente orientadas a la conquista del poder lo más rápidamente posible y sin reparar en la criminalidad de los métodos. Así consta incluso a nivel judicial: en el Auto en el que, el 6 de febrero de 2008, el juez de la Audiencia Nacional española Fernando Andreu Merralles dictaba orden de arresto contra 40 máximos cargos del FPR/EPR e imputaba, a pesar de su inmunidad presidencial, a Paul Kagame, entonces presidente del FPR/EPR y ahora actual presidente también de Ruanda.

Todo esto adquiere especial gravedad cuando se toma conciencia de que el FPR y sus poderosos padrinos internacionales optaron como vía para alcanzar el poder por un modus operandi que hacía de la provocación la clave principal. En especial, optaron finalmente por el magnicidio con plena conciencia de que con él desataban el genocidio. El juez antiterrorista francés Jean-Louis Bruguière, tras investigar durante años el atentado del 6 de abril de 1994 en el que fue derribado el Falcon 50 presidencial y perdieron la vida los presidentes hutus de Ruanda y Burundi junto a sus diez acompañantes, emitió el 17 de noviembre de 2006 una orden de arresto contra nueve altos responsables del FPR. Así mismo consideró que, dada la clara responsabilidad en dicho atentado por parte de Paul Kagame, y dada su condición de inmunidad presidencial que impedía y sigue impidiendo que sea juzgado por un Tribunal francés, debía ser entregado al TPIR (Tribunal Penal Internacional para Ruanda), por el que sí podría ser objeto de persecución. Por ello, mediante una demanda transmitida por vía diplomática, informó oficialmente al secretario general de la ONU de los elementos pertinentes de la investigación así como de los cargos recogidos contra Paul Kagame, lo hizo «a fin de que lo someta, en tanto que necesario, al señor fiscal del Tribunal Penal Internacional para Ruanda con la finalidad de impulsar acciones contra él por su presunta participación en el atentado del 6 de abril de 1994, hecho que entran en la competencia de esta jurisdicción.»

En dicha orden, el juez llegaba a afirmar: «[…] para Paul Kagame, la eliminación física del presidente Habyarimana se impuso a partir de octubre de 1993 como el único medio de lograr sus fines políticos, es decir una victoria total, y esto al precio de las masacres de los tutsis llamados ‘del interior’ […]. El general Paul Kagame optó deliberadamente por un modus operandi que, en el contexto particularmente tenso reinante tanto en Ruanda como en Burundi entre las comunidades hutus y tutsis, sólo podía conllevar como reacción unas sangrientas represalias hacia la comunidad tutsi que le ofrecerían el motivo legítimo para reiniciar las hostilidades y alcanzar el poder con el apoyo de la opinión internacional».

Por todo ello, la cúpula del FPR/EPR no tenía interés alguno en detener las grandes masacres sufridas por las gentes de su propia etnia que habían vivido en el interior de Ruanda durante las últimas tres décadas, gentes a la que esa élite tutsi extremista consideraba traidores por no haberse exiliado cuando la monarquía tutsi fue democráticamente rechazada en 1961. Más aún: esa cúpula criminal hizo cuanto estuvo en su mano para impedir cualquier intervención internacional que hubiese podido detener el genocidio. Sabían bien que tal intervención habría obstaculizado al mismo tiempo su marcha imparable a sangre y fuego hacia el poder. Y efectivamente lograron boicotear dicha intervención. En realidad sus grandes padrinos internacionales, los poderosos lobbies anglosajones que actuaban por medio de los gobiernos de Estados Unidos y del Reino Unido, estaban tanto o más interesados que ellos mismos en evitar cualquier movilización internacional y en convertir disimuladamente a Ruanda en el centro neurálgico y militar de su anhelada nueva zona africana de influencia, la riquísima África Central, expulsando a Francia de ella.

Sólo dos años después, en octubre de 1996, las gentes del FPR/EPR ya se sentían lo suficientemente fuertes, con las espaldas sobradamente cubiertas por esos importantes padrinos, como para iniciar su segunda cruzada, la que en realidad importaba a sus grandes protectores: la conquista de Zaire. El saldo, por ahora, es de casi nueve millones de víctimas mortales: más de tres millones de ruandases fallecidos, ya sea en Ruanda o en el Congo, en su gran mayoría hutus, y más de cinco millones de congoleños. Sin contar una multitud igualmente impresionante de seres humanos profundamente heridos, física o psíquicamente. El hecho de que una parte importante de estas víctimas no hayan sido asesinadas violentamente con las armas, sino que hayan muerto por causas directamente relacionadas con las agresiones militares sufridas por ambos países, no resta importancia a tan impresionantes cifras.

Por añadidura, actualmente, empresas con sede en Londres especializadas en el blanqueo de imagen y un numeroso grupo de grandes medios de comunicación presentan a Paul Kagame como el gobernante modélico que ha encaminado a su país en la senda del progreso. Ocultan que tal progreso en la capital, Kigali, progreso que en casi nada beneficia a la gran masa hutu del interior, es el resultado del expolio del Congo. Prefieren adornan al régimen del FPR con los más variados «logros»: la presencia de un 53% de mujeres en el Parlamento, las mosquiteras en las ventanas par luchar contra la malaria, la prohibición de bolsas de plástico, etc. Entre tanto los más altos responsables políticos mundiales, liderados por Barack Obama, callan; diversos gobiernos siguen financiando incondicionalmente a este gran criminal; el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, lo presenta como súper héroe de la lucha contra el hambre y otras plagas que asolan nuestro mundo; la «comunidad internacional» tolera una farsa de elecciones en el que los candidatos de la oposición y los profesionales de la prensa independiente han sido asesinados, encarcelados y/o agredidos, en las que se ha obligado a la población a mostrar su voto a los miembros del FPR que presiden las mesas electorales; etc. La mentira y el cinismo se enseñorean de nuestro mundo. Pero los pueblos de Ruanda y el Congo no deben dudarlo: antes o después, la desnuda verdad brillará de luz vestida.

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