El 21 de agosto el poder de Gadafi se derrumbó en Libia. El 22, la prensa internacional difundió la entrada en Trípoli de las fuerzas con vocación de sucederle y el inicio de una transición incierta. Si el 30 de agosto la ONU proponía elecciones en 9 meses, tres días después el gobierno provisional, ejercido […]
El 21 de agosto el poder de Gadafi se derrumbó en Libia. El 22, la prensa internacional difundió la entrada en Trípoli de las fuerzas con vocación de sucederle y el inicio de una transición incierta. Si el 30 de agosto la ONU proponía elecciones en 9 meses, tres días después el gobierno provisional, ejercido por el CNT, las aplazaba 20 meses con objeto de preparar una transición ordenada en que la convocatoria de Asamblea Constituyente y el desarme de los civiles armados se pudieran combinar con nuevas aperturas a la inversión económica extranjera (eufemísticamente bautizadas como reformas económicas). Así, a la opacidad de 42 años de dictadura acompañados de retórica, primero tercermundista y después patriotera-neoliberal, sucede la opacidad de una oposición amalgamada durante los seis meses de guerra que se adoba con verborrea democrático-proneoliberal.
La caída del régimen gadafista es, en cualquier caso, una buena noticia para la militancia internacionalista. Cuando una dictadura se hunde, el espacio socio-político se oxigena y las posibilidades de agrupamientos, creación de nuevas organizaciones y por tanto, emergencia de nuevos combates, propuestas y avances encuentran oportunidades hasta ayer inexistentes.
Sin embargo, cuando entre los actores del derrocamiento se topa con «aliados» tan indeseables como el Consejo de Seguridad de la ONU y la OTAN, que hace tanto tiempo desempeña las funciones del brazo militar de la llamada legalidad internacional, el futuro pinta mal para el pueblo libio y sus anhelos de libertades democráticas plenas y de justicia social. Peor aún para el subproletariado inmigrante, tradicionalmente perseguido, xenófobamente excluido y sin atisbo de derechos sindicales, proletarios de los proletarios y por eso, codiciados por todos los países petroleros como Libia. Esos trabajadores, son también la sufrida mano de obra en las macro-explotaciones agrícolas anexas a las más de 500.000 hectáreas del Río Artificial que surca el país.
No es fácil hablar de revolución libia salvo en los términos generales usados por el internacionalismo comunista que, desde inicios del siglo XX, caracterizaba como revolución árabe el proceso abierto por las luchas anticoloniales. Una larga marcha en que la conquista de las indedepencias y las posteriores revoluciones nacionalistas demostraron su grandeza tanto como sus limitaciones. Revoluciones que bajo banderas nasseristas, baáthistas, arabo-socialistas, y sus versiones epigonales como la gadafista, constituyeron fases de hegemonía del nacionalismo burgués, históricamente determinadas pero ajenas a las aspiraciones emancipatorias del trabajo asalariado.
No hay atajos, tampoco fortalecimiento mágico del contrapoder de los y las de abajo, pero la lenta e ininterrumpida revolución árabe demanda ya, también en Libia, la independencia socio-política de las clases trabajadoras para desarrollar estrategias anticapitalistas y abrir la ruta de la revolución social. Independencia de clase necesariamente extensible al proletariado agrícola e industrial llegado de otros países del continente africano (cuya situación y número siempre fue ocultada por el antiguo régimen), proletariado atomizado, sin derechos y completamente excluido de las políticas distributivas y de los servicios privatizados-concertados con que el aparato de estado gestó «consenso social», esa trampa tan alabada por el neo-campismo, deslumbrado ante el único dato fiable en Libia: la renta per capita.
La nueva situación -claramente hegemonizada por fuerzas ajenas al proyecto anticapitalista- parece configurarse como un inestable proceso de democratización tardía, de carácter neoliberal e impregnado por la herencia del último decenio gadafista con generosas concesiones petroleras y gasísticas a más de 100 empresas extranjeras. Diagonal cita, esta primera quincena de septiembre, acuerdos mediante los que el CNT otorga prioridades de explotación energética a la francesa Total y la italiana INI así como contratos con empresas alemanas, y amplias concesiones al capital italiano en el desarrollo del sector ferroviario…por supuesto todo ello antes de cualquier asomo de Asamblea Constituyente y gobierno elegido en contexto pluripartidista.
La enjundia de las corrientes de la oposición libia ha sido un enigma durante los seis meses de guerra. En primavera, medios franceses hablaban de un sector de antiguos gadafistas neoliberales, otro de africanistas y un tercero de islamistas, hegemonizados por el ideario de los Hermanos Musulmanes. Posteriormente, no han abundado precisiones al respecto.
Y por debajo, una población dividida y, desde el comienzo de las refriegas, armada. Hoy, concluida la guerra mediática, empieza a hablarse de brutalidades cometidas por ambos bandos, revanchas y emergencia del nacionalismo bereber. También de la persecución racista de la negritud. La gente de Human Rights Watch trabaja en el terreno sobre todo ello.
También Human Rights desenmascara las maniobras veraniegas de los mercaderes de armas chinos dispuestos a reforzar el armamento de Gadafi y The Guardian, de las conexiones de la CIA y el M-I6 con Gadafi para proyectos de liquidación del islamismo político durante la islamofobia de estado desatada por Bush Jr. Ni las amistades peligrosas de Gadafi constituyen una novedad -la CIA ayudó al líder libio a abortar tres golpes de estado militares entre los años 1969 y 1973- ni sus conexiones con China trascienden el business über alles, ni la voluntad de liquidar el islam político suponía un viraje ideológico en alguien que desde 1973 institucionalizó un islam de estado dotándole de centro con sede en Trípoli que denominó La Llamada Islámica.
En realidad, la tragedia de las oposiciones bajo la dictadura de Gadafi ha sido similar a la acaecida en otros países tutelados por el llamado socialismo-árabe, sobre todo cuando se trató de países poderosos en recursos energéticos o de alto valor estratégico por dimensiones y población.
Las incipientes corrientes marxistas estalinizadas sufrieron pronto la desorientación propia de su falta de autonomía respecto a zares-rojos (o en su caso, grandes timoneles). Embutidas en estrategias de defensa campista propias del bloque de Países no Alineados, su política dependiente de los vaivenes dictados por la(s) patria(s) socialistas, les privó de política propia que sustituyeron por adaptaciones oportunistas al jefe de turno. En uno u otro momento de su historia resultaron aplastados -con frecuencia heroicamente aplastados- sin encontrar las solidaridades necesarias.
Las corrientes latentes en el partido único (en Libia aparato gadafista y comités revolucionarios, correa de transmisión en los congresos populares de base) resultaron integradas por las prebendas y el miedo; en 42 años no han tenido posibilidad de desarrollarse, pero habiendo sido «poder» tienden hoy a alinearse con la ideología internacional dominante, es decir neo-liberalismo y democracia de cartón.
En cuanto a las corrientes islamistas, diversas y con arraigo social indudable, caracterizadas por sus adversarios como clientelistas, encuentran su función en un contexto carente de servicios públicos.
Estos grupos, oscilantes entre la política y la violencia fanática, escarmentaron en cabeza ajena: la guerra sucia de los militares argelinos contra el FIS arrojó un saldo de más de 150.000 muertos y sólo concluyó cuando el terrorismo de estado laminó la contestación social: seria advertencia. El apoyo de Gadafi, entonces, a la política erradicadora argelina y la práctica de terrorismo de estado, forzó el repliegue islamista pero no su evolución.
En cualquier caso, las muchas gentes que rechazaron el régimen con idearios imprecisos y pragmáticos a partir del estallido de febrero, subsisten junto a las corrientes políticas tradicionales que ahora actúan en el nuevo contexto e irán ocupando el escenario social e institucional. Desde aquí, favorecer la emergencia y desarrollo de un proyecto anticapitalista en Libia, que abarque a mujeres y hombres sea cual sea su origen nacional, constituirá el mejor apoyo al próximo salto de la Revolución en el país.
Acacio Puig es miembro de la comisión de Oriente Medio de Izquierda Anticapitalista
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