¿Ha sido realmente Trump tan diferente a sus predecesores?
Cuando comenzaron a llegar los resultados de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, la reacción en todo el mundo, al menos en la izquierda, fue de incredulidad. No podían imaginar que estas elecciones pudieran estar tan reñidas después de cuatro años de Donald Trump, cuya administración todos coincidimos en que fue aberrante e indigna.
Tienen razón en que su racismo manifiesto, su incitación a la violencia y su misoginia explícita han sido más pronunciadas que los de presidentes anteriores, que se han tomado el trabajo de enmascarar sus impulsos, por todo lo anterior con un brillo aceptado (por lo menos en Marketing). También es indudable que Trump carece de una mínima pizca de empatía por los demás.
Pero, ¿es realmente tan diferente a sus predecesores?, ¿Más brutal?, ¿Más racista? o ¿Más ególatra? No lo creo.
Donald Trump ha sido la expresión más honesta de Estados Unidos que jamás hayamos visto en un presidente. Para aquellos de nosotros que hemos visto o sentido la barbarie de la industria de la guerra, sanciones unilaterales, bloqueos económicos y la intromisión de los Estados Unidos en todo el mundo, en especial sobre las democracias legitimas, lo tenemos bastante claro.
Por supuesto, el horror y la indignación que sienten los ciudadanos estadounidenses contra la administración Trump han sido justificadas. La separación y el enjaulamiento de familias inmigrantes que buscan refugio en las fronteras, su misoginia, su promoción de la supremacía blanca, el enaltecimiento de aquel ‘’destino manifiesto’’ y el envalentonamiento de las milicias paramilitares racistas, su nepotismo directo, conflictos de intereses, corrupción política, el aumento inmensurable de sus capitales, su mala gestión de la pandemia traducida en casi 300.000 mil muertos, la evasión de impuestos, entre otras desviaciones repudiables de cualquier administración pública, son impactantes tanto para ese pueblo, como para el mundo.
Pero la verdad es que lo único que realmente lo distingue de los presidentes anteriores es que convirtió el espíritu de supremacía, racismo y división en un espejo del Pentágono de carne y hueso, mientras que sus predecesores, aunque a veces con elocuencia, sonrisas ganadoras e incluso temperamentos ‘’casi perfectos’’, dejaban caer esas caretas sobre las ruinas que dejaban las bombas en los techos de los indefensos del mundo.
Digamos entonces ¿cómo es que Trump dice: “retrocede y espera” cuando se refería a Venezuela, pero lo vemos más atroz que el presidente Bill Clinton bombardeando la infraestructura de agua de Irak para distraer la atención de su escándalo sexual con Mónica Lewinsky?
¿O más atroz que la embajadora estadounidense ante la ONU, Madeleine Albright, declarando que 500.000 niños iraquíes muertos como resultado de las sanciones estadounidenses «valen la pena» (presumiblemente vale la pena la destrucción de una civilización antigua para obtener su petróleo y asegurar la hegemonía israelí en la región)?
¿O más atroz que la secretaria de Estado Hillary Clinton bromeando dijo: «¿Llegamos, vimos, y murió” sobre el espantoso asesinato del líder libio Muhammad Gadafi y la destrucción total de otras naciones árabes y africanas que anteriormente funcionaba bien?
El estadounidense promedio, nunca han visto ni siquiera se han molestado en tratar de ver, la inefable destrucción generacional y el dolor que han infligido al Sur de América pero en particular, a las naciones árabes que aunque no le han hecho nada a Estados Unidos, yacen en ruinas y angustias indescriptibles como resultado de la industria bélica estadounidense.
Ahora bien, ¿qué hacer con más de 70 millones de estadounidenses que votaron por Trump en las ultimas elecciones presidenciales donde quedó como ganador Joe Biden después de la negativa de Trump a ceder ante su rival demócrata y sus intentos de socavar la legitimidad de los resultados electorales con falsas acusaciones de fraude electoral?
Esta parte significativa de los que votaron por Trump son sin duda irremediablemente racistas y estaban ansiosos por tener un compañero supremacista blanco en la Casa Blanca. Son las reliquias de una horrible historia de racismo que es, y siempre será, definitiva en este país.
Para salvarle una pizca de «alma» a este país, deben retroceder después de la guerra de Vietnam, cuando una fusión de sentimientos pacifistas y levantamientos de derechos civiles moldeó la política de la nación. Esta es la única forma de reiniciar la política estadounidense con una conciencia fundamental del terror histórico que ha perpetrado en el mundo. Esto no sucederá a menos que los estadounidenses vean su historia como parte integral de la historia del mundo que está a merced de su militarismo belicista.
Renovar la política estadounidense es despertar su memoria histórica, volver al discurso histórico de Martin Luther King «Más allá de Vietnam» en 1967, y recordar la forma en la que instó a luchar en contra de “Los tres gigantes: el racismo, el materialismo extremo y el militarismo”. Solo así Estados Unidos podrá entrar en el único carril que salvaguarda la humanidad, el mundo multipolar.
De otra forma, seguirá oliendo a azufre…