Estados Unidos vive una de las crisis sociales, sanitarias y económicas más grandes de su historia y a pesar de ello, esa conducta de soberbia, megalomanía y desprecio por el mundo, que lo caracteriza, impide a su clase gobernante centrarse en sus propios problemas y resolverlos, optando por seguir con su proceso de desestabilización contra ciertos países del mundo.
La administración de Donald Trump se comporta, tal como lo afirma aquella máxima española, como el perro del hortelano “ni comes ni dejas comer”. Un gobierno, que ha dedicado gran parte de su período presidencial a consolidar su lista de enemigos, a buscar más de estos contendientes en cualquier parte del planeta y empeñarse en la tarea de generar un mundo, donde se defina la disyuntiva entre “o estás conmigo o estás contra mí” que es hablar de incondicionalidad y sometimiento.
Para eso, Trump echa mano de la prepotencia, las amenazas, el chantaje, el abuso y el poderío militar y económico del cual aún dispone. Apoyado en esa labor por los sectores más racistas, xenófobos, militaristas y supremacistas de su partido y masa de votantes, como es el caso del senador Tom Cotton, que aboga por el uso de la fuerza militar contra las protestas antirracistas y cuya opinión,publicada en la página editorial del New York Times, significó duras críticas y la salida de James Bennet, editor de esta sección de uno de los principales medios periodísticos de ese país responsabilizado de permitir este tipo de publicaciones que encendieron más los ánimos de enfrentamiento.
Desestabilización Urbi et Orbe
En América, países como México, Nicaragua, Cuba, Venezuela, han sido receptores de una política hostil, sancionatoria, dañina. Cuba y Venezuela, en lo específico, han sido víctimas predilectas de este depredador con rango de potencia mundial. Con determinaciones, que implican la intensificación del bloqueo, las sanciones y las conspiraciones, incluyendo el financiamiento de protestas sociales y difusión por los medios de información afines, de tal forma de amplificar sus efectos. Llamados a desestabilizar sus gobiernos, con actos claramente ilegales y violatorios de todo el derecho internacional. Radios y televisoras, que desde territorio estadounidense y de propiedad estatal, llaman a derrocar abiertamente, sin tapujos, a los gobiernos de Cuba y Venezuela, con la promoción desvergonzada de actividades delictivas.
Se imagina usted cómo reaccionaría Washington, si desde La Habana o Caracas, se instalan emisoras radiales y canales de televisión, portales, redes sociales (financiadas por el dinero público) transmitiendo durante 24 horas, llamando a la población negra, latina, árabes, asiáticos, a los militares y funcionarios del Estado a rebelarse contra el gobierno estadounidense? Emplazándolos a ejecutar un magnicidio, por ejemplo. Bueno, eso es lo que hace todos los días, de lunes a domingo las 24 horas del día, desde territorio estadounidense, la denominada Radio Martí, desde el 20 mayo de 1985 y también de lunes a domingo, las 24 horas del día la llamada TV Martí desde marzo de 1990, a través de medios aéreos, proporcionados por la Unidad de guerra Sicológica del Pentágono y cuya labor ha sido fuertemente cuestionada(1)
Según estimaciones de organismos estatales estadounidenses, ambos medios de desinformación han tenido un costo a los contribuyentes estadounidenses, de una cifra cercana a los 1.000 millones de dólares (tomando en cuenta los años de funcionamiento y los presupuestos anuales aprobados) lo que ha servido según sus críticos, para crear una red de corrupción, que solamente ha enriquecido a la mafia cubana de Miami. En el caso de Venezuela el objetivo desestabilizador es el mismo, pero el modelo difiere pues se ocupan canales externos como NT24N colombiano, CNN señal en español, señales del cable como DIRECTV, que permiten la transmisión de señales de medios de información abiertamente antichavistas, medios como el diario El País de España, la Agencia EFE, el que junto a medios de información vinculados a los gobiernos del grupo de Lima y de la oposición venezolana, crean una red de ataques contra el gobierno de Nicolás Maduro. Es un tipo distinto de guerra comunicacional, pero igual de agresivo y manipulador.
Washington ataca a los mencionados países y sus gobiernos, en todos los planos imaginables, de tal forma de hacer imposible un desarrollo normal de sus sociedades, incluso apoyando invasiones como la efectuada desde territorio colombiano a Venezuela, en la costa de la Guaira, hace un par de semanas, con el uso de mercenarios estadounidenses y traidores venezolanos. Con la oposición ultraderechista implicada hasta la médula y que tiene hoy a Juan Guaidó tratando de buscar refugio diplomático para evitar responder ante la justicia venezolana por su complicidad en la incursión mercenaria. En el caso de Cuba, Washington impide, día a día con nuevas medidas, que empresas de transferencia de dinero operen en Cuba, generando por tanto, que cientos de miles de cubanos no puedan enviar dinero a sus familias desde Estados Unidos a la isla, bloquea sus activos en el extranjero como también lo hace con Venezuela.
Lo mencionado, se realiza bajo el pensamiento estadounidense, que tal decisión, genera malestar social contra el gobierno cubano y el venezolano y que el tomar estas determinaciones, esta política de hostilidad va a ser alabada como parte de la “lucha por la democracia” y, por ende, el receptor de la indignación y la molestia será el gobierno. Error tras error y así, las administraciones estadounidenses se miran una y otro vez el ombligo, generando una visión contraria a la pretendida, pues la población adquiere en el fragor de la lucha un profundo sentimiento antiimperialista, adquiere conciencia de sus limitaciones pero también de sus fortalezas y no se pierde con relación al enemigo principal. Reconoce en Washington esfuerzos? Sí¡¡¡ como no, pero esfuerzos desestabilizadores. Mostrando de paso la ceguera respecto al cambio generacional y de pensamiento, por ejemplo, de la nueva hornada de hijos de cubanos nacidos en Estados Unidos y la profunda educación cívica y política de gran parte del pueblo venezolano.
No existe ocasión que no se aprovechada por Washington para propiciar conductas golpistas, llamados a que la población se alce contra los gobiernos que al poder imperial le incomodan. Financiamiento de organismos no gubernamentales, formación de gobiernos paralelos a los cuales proporciona millonarios apoyos, extraídos de los fondos en el extranjero d ellos propios países atacados, como es el caso de cientos de millones de dólares de la reserva venezolana que estaban en bancos extranjeros y que parte de ellos están hoy en manos del golpismo en Venezuela, otorgados delictivamente por el gobierno de Trump. En fin, un sinnúmero de actividades que son alentadas bajo conceptos tales como “ayuda humanitaria” “defensa de la democracia” “sacar a gobiernos dictatoriales” “defensa de la libertad de expresión y a manifestarse”.
Cruzando el Atlántico y el Mediterráneo con relación a Siria, la República Islámica de Irán, El Líbano, Irak por ejemplo, la conducta desestabilizadora de Estados Unidos se repite con el agravante que en esta parte del mundo el uso del apoyo financiero y militar a grupos terroristas, realización de atentados verdaderos y otros de falsa bandera, propiciar invasiones, bombardeos, sabotajes y una política de máxima presión como lo denomina la casta político-militar estadounidense se hace presente día a día. Generando con ello daño, destrucción, cientos de miles de muertos, heridos, millones de refugiados y un ambiente que significa estar parado en un barril con cientos de miles de kilos de TNT.
Washington llama realizar y felicita cualquier manifestación opositora, calificándolas como la necesidad del pueblo a expresarse, incentivando los saqueos, la destrucción de oficinas gubernamentales e incluso la muerte de agentes del Estado. Para Washington eso es expresión de libertad, democracia y salud social. Califica las actividades defensa nacional de las entidades militares y de la resistencia en Oriente Medio como actividades, terroristas de tal manera de generar una visión internacional de rechazo a movimientos como Hezbolá, el Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica y el propio ejército sirio. Todo ello para generar pérdidas de vidas, heridos, destrucción de infraestructura básica, generar malestar en la población.
Estados Unidos y su idea de poder hegemónico genera un marco hostil, con presencia de decenas de bases militares y una estrecha relación con sus aliados sionistas y wahabitas, que apoyan estas acciones destinadas a estrangular las economías y en general la vida de estos países de Asia occidental. Trump y su administración, junto al ejército de medios de información dentro y fuera del país suelen explotar cada situación de dificultades en los países rivales para atizar el fuego de las declaraciones, llamando a derrocar gobiernos o implementar una salida basada en los deseos y objetivos hegemónicos de occidente.
La política del Boomerang.
Sin embargo, cuando las crisis sociales afectan a Estados Unidos, cuando millones de seres humanos se vuelcan a las calles de las principales ciudades estadounidenses, exigiendo justicia y el fin de la brutalidad policiaca. Cuando las llaman encienden los edificios y los ánimos de una población cansada del racismo, de la falta de equidad, del poder que sofoca la acción de las grandes corporaciones, de los empleos y salarios que no alcanzan para una vida digna. Cuando millones de hombres y mujeres adquieren protagonismo y exigen respeto, que no se asfixie más ni a negros ni latinos, que el odio racial sea castigado, que se termine con la segregación que suele tener como objetivo, precisamente a las minorías en este país. Una política que no ha diferenciado ni a republicanos ni demócratas, por tanto, esperar un cambio radical sobre las bases que se ha fundado y desarrollado este país requiere más que algunas semanas de manifestaciones. Idea sustentada incluso por altos funcionarios internacionales como es el caso del Relator especial de la ONU sobre la tortura, Nils Melzer.
Cuando esto sucede en suelo estadounidense, los grupos de poder se ponen nerviosos. La reacción instantánea ha sido disparar, sacar la policía, la Guardia Nacional y amenazar con sacar las tropas para sofocar estas protestas que exigen un cambio medular en la vida estadounidense. Se comienza entonces a tratar de desviar las responsabilidades a factores externos y no los errores, faltas, responsabilidades, políticas que se han establecido desde el momento mismo de la fundación de este país con relación a los afrodescendientes y posteriormente con la población inmigrante europea, latina, asiática. Tratar de salir con argumentos pueriles es una pista que las cosas no están bien, como es el caso del Gobernador de Minnesota, Tim Walz, Estado donde se ubica Minneapolis, donde se asesinó a George Floyd. El Gobernador Walz señaló “Al observar que esto – las protestas – se expande por nuestro país, uno comienza a ver si esto es terrorismo interno, extremistas ideológicos para radicalizar o si se trata de una desestabilización internacional de nuestro país». La autocrítica no aparece.
En ese marco de estallidos sociales en Estados Unidos, la población que está en las calles estadounidenses no es merecedora de aplausos como suele hacerlo Washington y la casta política cuando las manifestaciones son en Hong Kong, Irán, Irak, Siria, El Líbano o Venezuela. Ya no se alienta de palabra y hecho el respeto al “derecho a manifestarse” con que suelen llenarse la boca, el mandatario y sus funcionarios o exigir que se reúna el Consejo de Seguridad de la ONU para emitir resoluciones condenatorias contra los “enemigos de la democracia”. Las muertes de los manifestantes antirracistas en Estados Unidos – que hasta ahora suman 30 – son explicadas como el costo frente a los hechos de violencia de radicales de izquierda, agentes externos, miembros de grupos como Antifa, personas que vienen de otros estados para propiciar daños. Personas calificadas como terroristas domésticos, incendiarios, saqueadores, criminales y anarquistas, que quieren destruir a nuestro país, ha trinado Trump durante estas protestas, mientras esgrime una Biblia frente a una iglesia cuyo entorno ha sido vaciado de personas que se expresaban, para que realice su performance política.
Las palabras de Trump, sus bravatas y su conducta hipócrita de alabar y estimular la desestabilización de otros países, usando para ello sus servicios de inteligencia y agencias gubernamentales, es radicalmente distinto cuando se trata del incendio social que vive Estados Unidos, que ha generado críticas, incluso de aquellos lo acompañaron en el gobierno como es el caso del ex general James “perro rabioso” Mattis, quien renunció el año 2018 a su cargo de secretario de defensa y que ha acusado a Trump de amenazar la constitución al militarizar la forma de enfrentar las protestas señalando. Afirmando, además, que esta es una forma de dividir a la sociedad estadounidense.
Trump no cede y sus gritos belicistas retumban en Washington “Vamos a acabar con los disturbios y la anarquía que se ha extendido por nuestro país. Y vamos a acabar con ellos ya”. La interrogante vista la cantidad de muertos es si pretende acabar con los disturbios o con los manifestantes a punta de balazos y represión. Este Trump que hace un par de semanas amenazaba a China con sanciones, con críticas por el manejo de Beijing ante las protestas pro independentistas de la región especial de Hong Kong, exigiendo respeto a los derechos humanos de los manifestantes, ha tenido que morderse la lengua con el peligro de un claro envenenamiento, soportar que se le devuelva la mano con su propia medicina ante las muertes, heridos y miles de detenidos en las ciudades estadounidenses. Un país sometido a estado de sitio, toque de queda, represión brutal contra aquellos que manifestaban su indignación frente al crimen de George Floyd.
En medios internacionales, caló hondo la réplica inteligente y llena de sarcasmo del gobierno chino respecto a la hipocresía, esta doble mirada cuando se trata de otros y cuando los hechos afectan a Estados Unidos. Beijing recordó como las potencias occidentales apoyaron la violencia en las manifestaciones en Hong Kong El editor del periódico oficialista Global Times, Hu Xijin, escribió: «El caos en Hong Kong se prolonga desde hace más de un año, pero no se envió al ejército. Sin embargo, luego de apenas tres días de caos en Minnesota, Trump amenazó públicamente con el uso de armas de fuego, implicando que podrían desplegarse fuerzas militares. El Gobierno y el Congreso de los Estados Unidos, así como el Reino Unido, simplemente echaron una mano a las manifestaciones violentas que no tenían nada que ver con sus objetivos iniciales y las elogiaron como un hermoso paisaje».
Una idea que China recuerda en función de las palabras de la presidenta de la Cámara de representantes del Congreso estadounidense, Nancy Pelossi quien la referirse a las protestas en Hong Kong en junio del año 2019 las calificó como ·una hermosa imagen para la vista”. Hoy, China, tras un año de aquellas declaraciones puede sostener con justeza que ese lindo paisaje se extiende desde la región especial hasta las principales ciudades estadounidenses.
Si la hipocresía fuera parte de la política internacional de Siria, irán, Venezuela, Cuba, Rusia, Norcorea, China, con toda justicia podrían alentar, apoyar, estimular y llevar adelante una política de incentivar manifestaciones que lo que buscan es transformar a una sociedad injusta, en una que sea integradora, respetuosa de los derechos humanos de sus minorías, como también respetuosa d ela autodeterminación y la no injerencia en los asuntos internos de los estados, cuando estos lucha n contra la desestabilización y los ataques que buscan el derrocamiento de sus gobiernos. Lo que en modo alguno implica aceptar violaciones a los derechos humanos cuya condena, combate y búsqueda de justicia debe ser igual para todos los países.
No aceptar este doble rasero, pues permite que Washington apoye la impunidad de los crímenes contra el pueblo de Yemen por parte de Arabia Saudí. De palestina a manos del sionismo. Los ataques terroristas y las guerras de agresión contra Siria e Irak, sin que veamos a Trump y sus aliados por llevar estos temas al seno del Consejo de Seguridad y sin embargo, mueven tierra, mar y cielo cuando se trata de condenar, sancionar, bloquear a Cuba, Venezuela o Irán. Más temprano que tarde aquellos que han hecho de su política internacional un campo de batalla, terminarán sufriendo en su propio suelo lo que han sembrado. Resulta inaudito, que un gobierno incapaz de luchar con eficacia contra el Covid 19, de contender con las manifestaciones en su país, trate de enseñarle al mundo como enfrentar los retos del futuro o lo que es el respeto a los derechos humanos. Donald Trump debe aprender, que nunca, pero nunca ha sido bueno escupir al cielo.
Pablo Jofré Leal
- La Agencia de Estados Unidos para Medios Globales (USAGM), que supervisa las transmisiones internacionales financiadas por los contribuyentes estadounidenses, ordenó la auditoría a la Oficina de Transmisiones a Cuba (OCB) a cuyo cargo está TV Martí y Radio Martí. Los resultados establecieron que TV Martí no proporciona una programación objetiva y equilibrada. Los expertos en el panel de auditoría dijeron que el periodismo en OCB (radio, televisión y página digital) es parcial, no proporciona contexto y se cruza en la defensa estridente de las causas disidentes cubanas de línea dura. “No es solo defensa; es realmente como una propaganda de tipo antiguo, de martilleo constante», dijo el presidente del panel, Edward Schumacher-Matos.
La auditoría dice que «casi cualquier crítica» al gobierno cubano está permitida en los programas de Radio y TV Martí, mientras que «hay poco o ningún intento de obtener una respuesta o proporcionar información de equilibrio. Las normas de objetividad se ignoran rutinariamente en favor de las tácticas de comunicación propagandística”
Con sede en Miami, OCB tiene un presupuesto anual estimado en 30 millones de dólares.
Mal periodismo y propaganda y sin embargo siguen contando con apoyo del ala más dura del congreso estadounidense que ve en ello un público votante cautivo como sucedió el mes de mayo pasado con las alabanzas al trabajo desestabilizador de la OCB efectuado por senador republicano de origen cubano Mario Díaz-Balart. En el año 1999, el inspector general del Departamento de Estado dijo que las estaciones tenían «problemas con el equilibrio, la imparcialidad y la objetividad». Una investigación del Senado de EE. UU. en 2010 dijo que Martí tenía «un apoyo insignificante de parte del pueblo cubano».