Los medios de comunicación bajo el control del gran capital no pronosticaron la victoria de Donald Trump. Hay que decir, sin embargo, que los define como mendaces su negativa a descorrer el lienzo que cubre los sucios pactos. Durante la campaña electoral destacaron lo visible. Hablaron sobre intención de voto pero no sobre la dirección […]
Los medios de comunicación bajo el control del gran capital no pronosticaron la victoria de Donald Trump. Hay que decir, sin embargo, que los define como mendaces su negativa a descorrer el lienzo que cubre los sucios pactos. Durante la campaña electoral destacaron lo visible. Hablaron sobre intención de voto pero no sobre la dirección de los acuerdos. Se lo impidió el compromiso con un sistema político esencialmente podrido, la atadura que hoy les impide hurgar en los motivos que condujeron al poder estadounidense a variar su decisión de llevar a la Casa Blanca a una figura prominente del grupo Clinton.
¿Incidió en esa decisión el estado de salud de la candidata derrotada? ¿Cuál es verdadero contenido de los informes médicos? ¿Por cuáles razones en el último tramo de la campaña colocaron sobre las espaldas de la candidata el peso de acciones guerreristas, interventoras y neocolonialistas? ¿Qué incidencia tuvo en el manejo electoral la disputa por el control de la política exterior estadounidense y el nivel de beneficio que de ciertas áreas obtiene el grupo Clinton?
El director del Buró Federal de Investigaciones, FBI, tras declarar que investigaba miles de mensajes de correo electrónico de la ex secretaria de Estado, dijo que no hubo delito en el manejo, pero la responsabilidad penal y el costo político son elementos muy diferentes. La respuesta ante hechos como el ataque a la sede diplomática en Bengasi, que causó la muerte al embajador estadounidense en Libia, Chris Stevens, en septiembre del año 2012, generó serias diferencias dentro del poder estadounidense. El FBI decía investigar el uso de información, pero al mismo tiempo la candidata fue presentada ante el electorado estadounidense y ante el mundo como figura con alto nivel de responsabilidad en acciones abominables.
Con más de medio millón de votos populares por encima de su rival, la ex secretaria de Estado Hillary Clinton perdió las elecciones de Estados Unidos el pasado 8 de noviembre. En el definitorio certamen bipartidista (evidente en todo momento fue la posición minoritaria de los grupos etiquetados como Verde, Independiente y Libertario) compitieron con posibilidad dos engendros del capitalismo monopolista, ella y el republicano Donald Trump.
RECHAZO Y ADHESIONES
Las encuestas presentaban a Hillary Clinton como segura ganadora; el Partido Republicano le dio la espalda a Donald Trump, y muchos dirigentes republicanos se adhirieron a la campaña de Clinton.
Pesadas críticas emitieron contra Trump figuras influyentes como los legisladores Paul Ryan y Mitch McConnel y los estrategas Reince Preibus y Alfonso Aguilar.
Entre los republicanos que se unieron a la campaña de Clinton, se cita a la empresaria Meg Whitman y la extesorera Rosario Marín. Poco antes de las elecciones, 30 ex legisladores republicanos dijeron en un documento público:
«Estamos orgullosos de nuestro servicio al Congreso de Estados Unidos y orgullosos de haber servido como republicanos. Es en ese espíritu que como la incapacidad de Donald Trump para ocupar un cargo público se ha vuelto cada vez más aparente, urgimos a los republicanos a que no voten por este hombre cuya vergonzosa candidatura es indefendible. Esto no se trata solo de nuestro partido; es sobre Estados Unidos».
Evidente se hizo el pacto a favor de Hillary Clinton. ¿Por qué una instancia del poder estadounidense se empeñó, en el último tramo de la campaña, en mostrar el verdadero rostro de la candidata?
Algunos analistas, incluyendo al cineasta Michael Moore, señalan el carácter antidemocrático del sistema electoral estadounidense, y en eso tienen razón.
Más importante que el destino del grupo Clinton y que los mismos vicios del sistema electoral es la muestra de decadencia que acaba de ofrecer el sistema político.
LOS EFECTOS DE LA ESTAFA POLÍTICA ENCARNADA POR OBAMA
En las elecciones del año 2012, Barack Obama es elegido tras presentarse como promesa de cambio. Se impone el compromiso con la preservación de la hegemonía del poder estadounidense en el sistema global y Obama se convierte en la encarnación de la estafa política. En el año 2016, la oferta electoral no es confiable y no tiene apariencia de ello.
¡Vaya muestra palpable de decadencia! Las promesas incumplidas despojan al sistema de la capacidad para prometer. En el Partido Demócrata, fracasa el intento de Bernie Sanders de presentarse como agente de cambio, y en el Partido Republicano Ted Cruz, Marco Rubio, Rand Paul y otros miembros del ultraderechista Thea Party, ceden el espacio a Donald Trump.
Hillary Clinton es una figura comprometida con la política de asesinatos selectivos, con las aventuras imperialistas en el Oriente y con el esquema del golpe suave contra los gobiernos progresistas de América Latina. Siendo secretaria de Estado contribuyó a dar apariencia legal a un golpe de Estado en Honduras y otro en Paraguay.
Donald Trump, ultraderechista, racista y ligado a negocios cuya limpieza no queda bien probada ni siquiera al examinarlos con las flexibles normas del capitalismo imperante, vistió el uniforme de perdedor, y hasta denunció fraude en su contra. Se pronunció en tal sentido el 17 de octubre, y reiteró la denuncia en varias ocasiones.
Una misión de la Organización de Estados Americanos, OEA, observó las elecciones. La ex presidenta de Costa Rica Laura Chinchilla, anticomunista y conservadora, declaró que no hubo fraude, pero reconoció que la denuncia de Donald Trump, por su reiteración y por el tono en que fue emitida, sentó un precedente en Estados Unidos. ¡Fraude en la gran democracia del Norte! Los estrategas se empeñaron en llamar de otro modo a la manipulación de Jeb Bush a favor de su hermano en el año 2000.
HABLANDO DE LUCHA…
Tras la elección de Trump, se han realizado protestas en varias ciudades de Estados Unidos. Aunque haya participación de partidarios de Clinton, el protagonismo será asumido de más en más por sectores minoritarios que ven amenazadas sus conquistas y por los grupos de carácter popular que se han opuesto en las últimas décadas a los recortes de factura neoliberal. Eso no lo pueden evitar los Clinton o el Partido Demócrata.
En América Latina, tiende a tomar impulso la lucha por la soberanía y por causas como el respeto a los derechos de los migrantes. Es tarea de los grupos de vanguardia contribuir a fortalecer la conciencia de clase. La lucha es, por definición, generadora de conciencia de clase.
Hillary Clinton no representa a las mayorías en América Latina ni en el resto del mundo. El imperialismo no perdió su definición esencial al colocar en la Casa Blanca a un negro, y no renunciaría a ella por hacer lo mismo con quien representa a un grupo posicionado en el esquema de repartición del poder.
El discurso amenazante de Trump, sin embargo, hace evidente para una cantidad cada vez mayor de personas la necesidad de fortalecer los niveles de organización y de preservar el avance político alcanzado en determinados países del continente. Urge, y eso es obvio, fortalecer los espacios de integración continental… El poder imperialista tiene sus proyectos, y los pueblos tienen el reto de derrotarlos.
Donald Trump se presenta como un elemento de fuerza y será mostrado al mundo como engendro de la decadencia imperialista. Hillary Clinton fue su rival en un forcejeo electorero y Barack Obama fue su detractor en ese proceso, pero sus verdaderos enemigos son los pueblos del mundo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.