En el país más poderoso de la tierra se acaba de descorrer el telón que hacía invisibles todas sus pesadillas. La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos fue una bofetada en pleno rostro de una elite económica, política y mediática autosuficiente y arrogante. Una elite que es capaz de tolerar a un […]
En el país más poderoso de la tierra se acaba de descorrer el telón que hacía invisibles todas sus pesadillas. La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos fue una bofetada en pleno rostro de una elite económica, política y mediática autosuficiente y arrogante. Una elite que es capaz de tolerar a un negro o una mujer, en la medida que hayan dado pruebas suficientes de estar asimilados a la cultura racista y misógina del capital, y dispuestos a cumplir sus deseos.
El resultado electoral es también una sorpresa mayúscula para los que están acostumbrados a ver el mundo actual bajo el cristal, vencido hace mucho tiempo, de la Guerra Fría. Y que, en su simplificación eligen o embellecen un supuesto campo de progresistas domesticados. O que admiran con envidia la vereda por donde caminan los nuevos depredadores rusos y chinos del planeta, solo porque suponen, que son mejores que el jefe supremo. Sin percibir, porque su limitada visión se los impide, que lo que estos últimos buscan es un lugar estable entre los dueños del mundo para disfrutar de sus privilegios, aunque tengan que conseguirlo a los empujones.
Hasta que Trump asuma en enero de 2017 sufriremos una saturación de angustia y adivinación mediática. Especulaciones sobre si cumplirá su promesa discriminatoria y amenazante contra los inmigrantes, las mujeres y los negros. Los sorprendidos debatirán sobre los nombres de su futuro equipo de gobierno e intentarán «leer los labios» de este grotesco personaje de piel y cabello naranja, para mitigar la sensación de incertidumbre que embarga a las elites. Y buscarán en las frías páginas de los grandes medios, las señales que les devuelvan la tranquilidad. Porque después de todo es uno de ellos. No comprenden que Trump expresa un sector de los dueños del capital, de Wall Street, que asumió enfrentar la crisis a cara descubierta, mostrando toda su repugnante ideología, aunque para ello haya que tenido que destrozar la máscara que protegía el rostro de terror del sistema.
Lo importante, para nosotros, luchadores y revolucionarios latinoamericanos es en todo caso, que se termina de derrumbar un mito. Y que salieron a la luz las miserias del «sueño americano» y del supuesto «destino manifiesto». Quedan hoy a la vista todas las brutales contradicciones que conviven allí, sólo que ahora con la malla de contención de un sistema político diseñado para resolver las pequeñas disputas e intrigas de sus clases dominantes, quebrado y en crisis.
Es alentadora la respuesta de movilización temprana de miles de jóvenes, en parte de las más importantes ciudades del país rechazando a Trump el mismo día de su triunfo electoral, Y es lógico que, por otro lado, se hayan multiplicado las agresiones discriminatorias y racistas. Son el adelanto de que las contradicciones en el seno de la sociedad norteamericana están desatadas y que los enfrentamientos sociales y políticos han dado un salto con la crisis «sorpresiva» del sistema político de dominación. Porque la apertura de esas grietas en las alturas, representan una ventana de oportunidad para la izquierda y las multitudes humilladas en Norteamérica, y porque no, en Latinoamérica y el mundo, con todos los enormes peligros y amenazas que esa oportunidad encierra. Una oportunidad que apenas podían entreverse hasta ahora en Estados Unidos en la primaria demócrata con la sorprendente performance de Bernie Sanders.
De nada sirve quejarse del avance y de la reaparición y crecimiento de estos sectores fascistoides en Europa y ahora en Estados Unidos. Es una constatación de su propia crisis, pero es también una confirmación de una vieja ley de la historia: la ratificación de que la colosal crisis que corroe a todo el sistema del capital no se solventará sin lucha de clases y cabezas rotas.
La reaparición, a cara descubierta, de estos fenómenos repugnantes, se explica además de por la crisis profunda y crónica del sistema, por el estrepitoso fracaso de la vieja izquierda y de los progresismos pusilánimes. La tarea que tenemos por delante los que buscamos superar este sistema, es enorme y difícil. Se trata de luchar por impedir que el capital arrastre en su degeneración, al planeta y con él a la humanidad. Estamos en una encrucijada de la historia humana. Pero de eso se trata, de historia humana. Y no hay dios en el mundo que haya escrito que en este desafío no podemos vencer.
Hoy una parte de las elites más poderosas de la Tierra miran sorprendidas, temerosas y confundidas, la imagen que les devuelve el espejo del triunfo de Trump. Ven ella como están cobrando vida sus peores pesadillas. A los oprimidos, los marginados y explotados nos queda, como siempre, luchar para que sus pesadillas sean la ventaja que nos lleven a cumplir nuestros sueños.