Lo que estamos presenciando en el norte africano es algo inesperado y formidable. Y con una raíz ético-política absolutamente fuera de lo pre-establecido, de lo calculable, de lo que suelen analizar los analistas. Presentamos una secuencia, ateniéndonos a lo cronológico porque nos parece clave para tratar de entender la envergadura de lo que experimenta este […]
Lo que estamos presenciando en el norte africano es algo inesperado y formidable. Y con una raíz ético-política absolutamente fuera de lo pre-establecido, de lo calculable, de lo que suelen analizar los analistas.
Presentamos una secuencia, ateniéndonos a lo cronológico porque nos parece clave para tratar de entender la envergadura de lo que experimenta este presente nuestro:
- Muhammad Bouazizi un joven tunecino ya adulto, 26 años, frutero ambulante desde los 10 años, licenciado en informática desocupado, es decir sin acceso a «las posibilidades» características de los jóvenes integrados, pero ajenas para un habitante de los despojos planetarios. El 17 de diciembre debe afrontar una vez más, como cada día, la exigencia policial y/o municipal de «peaje» para poder ganar sus monedas. Se niega, policías de rutina voltean su carro y es abofeteado por una funcionaria, Feida, que lo increpa cuando avisa que los va a denunciar y se burla de Muhammad, aclarándole que es un «don nadie». Humillado con el cachetazo femenino, Muhammad consigue un bidón de 5 litros de nafta y se lo echa encima, prendiéndose fuego.
- Así comienza a quemarse la mecha tunecina que enciende Bouazizi. Es internado, y el 28 de diciembre recibe la visita presidencial en el hospital. Ben Alí, que desde la TV adocenada y oficialista se hace llamar «el iluminado», «el arquitecto del cambio», «el combatiente supremo», «el salvador», «el sol que brilla sobre los tunecinos», «la ambición que nutre al pueblo» y otros epítetos por el estilo concurre a ver lo que queda de Bouazizi. Tal vez palpitó algo.
- 4 de enero de 2011. 18 días después de la inmolación, Muhammad Bouazizi muere. El malestar empieza a hacerse sentir ya muy fuerte en las calles. Bouazizi había escrito un mensaje a su madre antes de su acto desesperado pidiéndole perdón. «[…] Perdido en senderos que están fuera de nuestras manos. He desobedecido la voz de mi madre. Maldice el tiempo, no a mí.[…]. Por mucho que lloré y todas las lágrimas que brotaron de mis ojos. No culpar puede ser benéfico en un tiempo que es indigno en la tierra de la gente.»
- 11 de enero. El gobierno establece una suerte de estado de sitio, prohibiendo o tratando de prohibir las manifestaciones.
- La mecha se acorta. El sentimiento de humillación generalizado se va haciendo sentir. Esa malestar se deposita sobre otro bien reciente, las privaciones y maltratos de cuando la escasez de alimentos de 2008, que dejaron al descubierto la naturaleza del régimen que tiene como «cabeza» a Ben Alí.
- Y a su mujer, Trabulsi, y a la familia de su mujer. Ella, peluquera devenida primera dama, arma toda una red de exacciones generalizada, con cupos, pagos, coimas.
- El 14 de enero, las expresiones de repudio que hasta entonces habían estado limitadas a la región natal de Bouazizi, Sidi Bouzid, en el corazón territorial del país, alcanzan a la capital, a unos 200 o 300 km. al norte, sobre el mar Mediterráneo. Los manifestantes ahora pertenecen a muy diversas capas sociales, ya no son sólo campesinos y rurales, incluso capacitados como el mismo Bouazizi, para quienes «la ley es tela de araña».1 Los manifestantes llevan pancartas con los rostros de héroes nacionales clásicos… y de Muhammad Bouazizi. Siendo además Túnez un país que logró independizarse políticamente de Francia pero que conservó mucho de su estilo político, también llevaban carteles donde se preguntaban: «¿Dónde está Francia, campeona de los derechos humanos?» 2
- La rebelión, generalizada, pone en fuga al infame dictador y su familia de sanguijuelas, sólo que logran hacerlo robando una vez más (le permitirán fugarse a la Trabulsi con 160 millones de dólares, a Arabia Saudita…). De todos modos, tienen que abandonar en tierra a dos hermanos de la «primera dama» porque personal del aeropuerto se niega a permitir esas salidas. Pero ese mismo personal no debe haberse atrevido contra los «investidos», como una «primera dama». Un hermano de la Trabulsi, convertido en intendente, muere apuñalado. Así terminaba el 14 de enero de 2011.
- El gesto de Bouazizi ha generado una situación irreversible, su desesperación individual se reveló íntimamente compartida. Túnez ya no será lo que era. Este camino se ha regado hasta ahora con unas cien vidas.
- Como dice una corresponsal, LCK (en una lista-e, 7 febr. 2011): «El 31 de diciembre nadie pensó que dos semanas después Ben Ali [iba a] ser escupido de su sillón, ni que la plaza Tahrir se tranformase en un foro de participación y emancipación popular.» LCK nos recuerda que lo mismo pasó con el muro de Berlín. ¿Qué socialistas, me pregunto, pre-vieron esa hecatombe que comenzó con el muro berlinés y terminó con la mismísma URSS?
- Lo futuro no existe ni está escrito en los análisis de nadie, ni siquiera de los que adivinan «científicamente» el paso de las formaciones sociales. Y sin embargo, la expresión de hastío por una dictadura, tan servil hacia los poderes planetarios como abusadora hacia los pobladores, como la de Túnez (y la de Egipto, y la de Argelia y la de Yemen y suma y sigue…) es desafiada con un alcance absolutamente inimaginado hasta entonces.
- El impacto no se limita a su propio país, aunque en él haya sido inicial, radical y una bisagra histórica. Inmediatamente después de la trágica ofrenda de Bouazizi, estallan manifestaciones en Argelia y en Egipto. En Argelia, a partir del 17 de enero, se suceden varias inmolaciones. Como para que aprendamos que lo nuevo no sobreviene por la copia -algo que olvidaron, por ejemplo los guerrilleros y sobre todo los guerrilleristas latinoamericanos en los ’60 y ’70- la situación argelina no se conmovió, al menos con la resonancia o correspondencia vivida en Túnez. En Egipto, en cambio, comienzan grandes movilizaciones más o menos simultáneamente, con inmolaciones incluidas, y se establece una tercera situación: las inmolaciones pasan a un segundo plano y el enfrentamiento entre la población civil y la hiperocorrupta y abusiva policía se convierte como en el eje del conflicto. Lo cual es aprovechado por Mubarak para maniobrar con el ejército, presentado como segunda línea de resistencia institucional, pero pour la gallerie como árbitro esquidistante entre la dignidad y la represión.
- Una de las pruebas más fehacientes de la indignidad de los regímenes conmovidos por la acción de Muhammad Bouazizi es la seguidilla de promesas de los sátrapas en Egipto, Yemen, Jordania, Argelia, Marruecos… que no designarán a sus hijos como sucesores, ¿pero es que acaso eran monarquías hereditarias estas democracias liberales y pro-occidentales?, que bajan el precio del pan y la papa, ¿pero es que acaso estaban robando al pueblo?
Creemos que es tan ejemplarizante y aleccionador lo que se ha vivido en Túnez y sus repercusiones, que no queremos sino enhebrar un par de observaciones a partir de los acontecimientos. La primera, intentando aproximarnos a las causas de sociedades con tanta frustración y maltrato, y la segunda sobre el acto mismo de M. Bouazizi.
Por qué tales satrapías
Hay que decir una vez más por qué el Magreb, el mundo árabe y, sobre todo, las áreas petrolíferas bajo la égida occidental, están saturadas de regímenes autoritarios, hipercorruptos, matonescos, racistas y genocidas. No es porque se trata de masas islámicas fanatizadas, como lo prueban todas las demandas planteadas en Túnez, Argelia, Egipto, todas políticas, laicas, democratizadoras. Lo que ocurre es que, inevitablemente si el centro planetario quiere disponer de bienes, recursos, alojados en la periferia no puede permitir que quienes allí viven dispongan de ellos, para sí. A lo sumo pueden ser la materia prima de zona franca para remesar lo extraído. No puede haber reparto con los empobrecidos locales. Y no lo hay. Únicamente con el cuerpo de seguridad, simbólico o represivo, que les asegure seguir usando «las venas abiertas». Del petróleo, entonces, la tajada de león para las multinacionales y la de zorro o lobo para el gobernante de turno. Como sólo tiene que mantener el orden y disfrutar de los haberes, se trata de enormes capitalizaciones. Los famosos petrodólares que alguna vez invadieron el mundo financiero. Claro que si tales ingresos tuvieran que ser repartidos entre todos los seres humanos de la región, se revelarían de una escasez, miserable, absoluta.
El vínculo centro-periferia es ése: riquezas para los enriquecidos, palos para los empobrecidos y un fortunón para quien se queda allí cuidando el orden. Este «reparto» se va complicando a medida que la sociedad esquilmada se complejiza y acumula algunos bienes. Por eso no es lo mismo Nigeria que Argentina, por ejemplo. En Nigeria se conserva «puro» el modelo colonizador. En Argentina, se llega a un esquema «doble», donde la macroeonomía es integrada en el mercado mundial siguiendo las leyes del gran capital transnacional, pero a la vez se le otorga a Argentina un papel relativamente protagónico con actividades propias (incluso hasta subimperiales, como podría ser con la soja en la bautizada por Syngenta «República Unida de la soja»), y constituyéndose así capas medias que tienen un cierto parecido con las del Primer Mundo, menos numerosas, pero infinitamente más extendidas que en países con una colonialidad más desnuda, tipo Haití, Honduras, Congo, Costa de Marfil, la ya mencionada Nigeria, Bangla Desh, Tailandia… En esa escala de racismos3 que muchos economistass elaboran y califican como si de desarrollo económico se tratara, consideramos que Túnez es ubicable entre Argentina y Nigeria.
Lo que está sucediendo deja ver que hasta los poderes más consolidados tienen pies de barro: no pueden sólo «exportar» la muerte; la llevan encima.
La trascendencia conmovedora de la muerte ajena pero propia
Podemos observar una vez más, con recogimiento, la fuerza que tiene elegir su propia muerte o al menos arriesgar su propia muerte. Una inmolación es lo primero, un plantarse como lo hizo Rachel Corrie contra un poder despótico y avasallador que se ha entrenado para despreciar la vida humana ajena es lo segundo.4
Y tanto un Muhammad Bouazizi como una Rachel Corrie nos conmueven profundamente. Porque es la pura denuncia, la pura mostración del poder ajeno, superior y trascendente. Son actos que nos dejan a nosotros, los sobrevivientes, la responsabilidad. No han buscado solucionar ellos mismos la cuestión (como podría ser el caso con la guerrilla), apenas nos la han querido presentar. ¡Pero qué «apenas»!
El gesto de Bouazizi y sobre todo, la reacción desencadenada a partir de su acto, revelan una sociedad, la tunecina, con un enorme potencial ético y psíquico. Revela una comunidad espiritual a la que no estamos tan acostumbrados, particularmente en Occidente (aunque no nos resulte, por cierto, desconocida).
Las líneas precedentes procuran ser un reconocimiento al acto de Bouazizi para el que no encuentro, tal vez por su impensada grandeza, calificativo. Porque tengo la impresión que ha sido silenciado por nuestros medios de incomunicación de masas, deliberadamente o por ese accionar periodístico y «cultural» que araña la superficie y sigue de largo para arañar la noticia siguiente.
Luis E. Sabini Fernández. Periodista, editor de futuros del planeta, la sociedad y cada uno, docente del área de ecología de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofìa y Letras de la Universidad de Buenos Aires
[1] Bartolomé Hidalgo, su poema inmortalizado por Alfredo Zitarrosa.
[2] Esta cita, como varias precedentes provienen de artículos aparecidos en internet, de diversos autores y corresponsales como Antonio Carreño, Gloria Rodríguez-Pina, etcétera.
[3] Racismo y colonialismo constituyen un par las más de las veces absolutamente unidos, a menudo inextricables. Desde ya, es inconcebible algún colonialismo sin «el fundamento» racista. Por eso son tan falsas las definiciones al uso en la prensa occidental de «la democracia israelì», por ejemplo. Aluden a un verdadero oxímoro.
[4] Rachel Corrie, joven estadounidense, murió aplastada por una aplanadora israelí en las operaciones habituales del ejército de ocupación de ese estado de derribo de una vivienda de natives palestinos, operación que ella procuró frenar mediante resistencia pasiva, «armada» únicamente de un megáfono.
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