Recomiendo:
0

Libia

Dos gobiernos, un general rebelde y unas divisiones que se profundizan

Fuentes: Orient XXI

Traducción del francés de Carlos Riba García.

Sostenida por las cadenas de medios árabes de los países del Golfo, la rebelión del general retirado Kalifa Haftar se beneficia de una amplia cobertura de los medios occidentales, que piensan que han encontrado la clave de la comprensión de los conflictos libios: ejército contra islamistas. Sin embargo, esta lectura no solo es falsa: además, esconde el hecho de que esta tentativa de Haftar no hace más que exacerbar las divisiones del país. 

Desde el lunes 1 de junio, mientras se espera la decisión del Tribunal Supremo de justicia de Libia, que en los próximos días deberá resolver el conflicto suscitado por la cuestionada elección del nuevo primer ministro Ahmed Miitig, Libia cuenta con dos gobiernos. Un día antes hubo un encuentro entre Miitig y el -todavía- primer ministro interino Abdallah al-Thani, pero como no pudieron llegar a un acuerdo, Miitig decidió asumir sus funciones, y escoltado por hombres armados de las milicias de Bouclier (la meseta central de Libia), es decir, las milicias de Misrata, se ha hecho con los atributos del poder. Si bien cada uno de estos dos hombres actúa según su lógica personal, se tiene la impresión de que ha habido un entendimiento anterior, y al-Thani ha abandonado la sede de su gobierno acompañado de su guardia antes de la llegada de Miitig evitando así un enfrentamiento entre las respectivas milicias. Con las tensiones y los recelos existentes entre grupos políticos, tribus y ciudades rivales, la capital no ha sido todavía teatro de enfrentamientos mayores.

No sucede lo mismo en el este del país, donde el sábado 29 de mayo se han reanudado los combates entre las fuerzas del general retirado Jalifa Hartar, que se presenta como comandante en jefe del Ejército nacional libio, y las milicias de antiguos rebeldes de obediencia islamista. Después de su primera ofensiva por tierra y aire el 16 de mayo, que se saldó con un fracaso militar y cerca de 80 bajas entre sus filas, el general Haftar ha recurrido a helicópteros y aviones de combate para bombardear las posiciones enemigas. El resultado de esta nueva ofensiva tampoco ha sido glorioso para sus tropas que oficialmente lamentan 21 bajas y han tenido que retirarse de Bengasi para reagruparse en su feudo de Al Abyar, al este de la ciudad.

Los medios que apoyan la rebelión

Si bien los éxitos militares de Haftar son limitados de cara a un adversario bien equipado y animado por su ideal revolucionario y religioso, y que además dispone de una base popular importante -se apoya en una desconfianza muy extendida en la población, que no quiere que un militar dirija su país-, su cobertura mediática es muy exitosa. Durante las últimas semanas, las operaciones del general Haftar se han beneficiado de una cobertura casi exclusiva de las grandes cadenas periodísticas árabes y libias que emiten en el extranjero y se turnan continuamente en su labor de propaganda.

El principal sostén mediático de Haftar es Sky Neews Al-Arabiya con base en Abu Dhabi1, que acoge regularmente a Mahmoud Jibril2 -residente hoy en EE.UU.-, que ha anunciado oficialmente su apoyo a la operación «Dignidad» del general Haftar.

La cadena libia Lybia likoul Al-Ahrar, con base en Qatar y dirigida por el empresario y hombre de los medios Mahmoud Chamman (cercano a Mahmoud Jibril); la cadena libia Lybia awlan, que emite desde El Cairo; y la cadena saudí Al-Arabiya, son los otros apoyos mayores de los que dispone el general Haftar. La cadena qatarí Al-Jazira, que estuvo en un primer plano durante la insurrección de 2011, tiene ahora un tratamiento relativamente equilibrado de los acontecimientos y cubre en igualdad de condiciones las declaraciones «a favor» y «en contra» de Haftar.

En cuanto a los medios occidentales, el general cuenta también de una importante cobertura. Los principales observadores y comentaristas de estos medios, enfrentados desde hace varios meses con una multitud de actores y una situación compleja, parece que al fin han encontrado una situación más binaria en la que el orden militar se opone al caos y la violencia de los «islamistas». De hecho, retoman por su cuenta la propaganda a favor de Haftar, que a menudo invoca «la lucha contra los terroristas». Y cada uno de ellos se ocupa de sopesar las posibilidades de éxito del general y de hacer pronósticos sobre los combates apoyándose en datos imprecisos y sin verificar, incluso totalmente falsos. Sin embargo, esos «análisis militares» dejan de lado lo esencial, es decir, que la operación Haftar (de le que él mismo ha dicho que será prolongada) agrega a las líneas de fractura ya existentes las que se dan entre partidarios y adversarios de la operación «Dignidad». De hecho, desde la guerra civil de 2011, cuando se enfrentaron los que apoyaban a Gadaffi con los que querían derribarlo, Libia nunca ha estado tan dividida.

Del «control del caos» a la radicalización del conflicto

Si bien la «violencia sacrificial» de la ejecución del tirano Muammar Gadaffi, en octubre de 2011, permitió durante un tiempo interrumpir el ciclo de la «violencia mimética»3 de la guerra civil, ofreciendo al país un periodo de estado de gracia, enseguida se reanudaron los enfrentamientos entre grupos armados rivales. Desde entonces y durante cerca de tres años, las múltiples líneas de fractura han mantenido el país en un estado de «caos controlado», una especie de zona gris entre la coexistencia armada y la guerra civil, con recurrentes picos de violencia que terminan arreglándose con una negociación o el arbitraje de una tercera facción. Es este equilibrio dinámico de la violencia en el que ninguna parte tiene el objetivo real, ni siquiera pretendido, de «eliminar» a su adversario, el que el golpe de fuerza del general Haftar ha puesto en cuestión. Los dos campos, radicalizados por los combates, cuentan con apoyos y redes de ayuda en el extranjero y al mismo tiempo piden la adhesión del pueblo libio a su legítima causa (para unos, el orden; la legitimidad de la revolución, para los otros) y esta vez llaman abiertamente a la eliminación del contrario. En este explosivo contexto en el que un enfrentamiento mayor vendría a consolidar el destino de Libia como entidad nacional viable, resulta difícil identificar algún factor de estabilidad.

La «sociedad civil» también está dividida

Frecuentemente presentada como factor de reconciliación, la «sociedad civil» está -ella también- profundamente dividida y a menudo adopta las posiciones de su comunidad de pertenencia. Así, por ejemplo, los dos últimos viernes, los manifestantes de cada uno de ambos sectores ha ocupado dos grandes plazas de Trípoli -la de los Mártires y la de Argelia-. La idea según la cual la pacífica «sociedad civil» se opondría a los grupos armados todavía está muy lejos de la realidad. En efecto, cada familia libia tiene un hombre armado en su seno (rebelde «auténtico» o posrevolucionario) que dispone de un enorme capital simbólico, sobre todo ante sus hermanos más jóvenes y primos, que veneran a sus primogénitos combatientes y mártires, de cuyos cadáveres las fotos están omnipresentes en Facebook o en las pantallas de los teléfonos móviles de última generación en manos de los adolescentes libios. Por otra parte, es muy común que las ganancias producidas por las «actividades» de estos jóvenes en armas en el seno de su milicia les permitan contribuir económicamente para resolver las necesidades de su familia. La noción de «combatiente activo» (el miliciano) y de «combatiente pasivo» (sus familiares) observada en otros contextos de guerra civil, sobre todo en el Líbano de los ochenta, es pertinente también en Libia.

Las tribus pierden autoridad

Las tribus, que continúan siendo un componente de la vida social libia, a veces también son percibidas como instancias posibles de mediación. Así, en presencia de conflictos limitados, el recurso al arbitraje tribal a menudo ha permitido regular el grado de violencia. Durante la guerra civil de 2011, los dos campos enfrentados tuvieron éxito rápidamente en la instrumentalización de los jefes tribales. Cada tribu cuenta con varias decenas de jefes tradicionales; frecuentemente, los mismos ancianos se han encontrado divididos en el seno de una misma tribu y muchas veces, apremiados por los acontecimientos, solo han atinado a seguir los movimientos de los jóvenes combatientes. Esto ha contribuido mucho a la desvalorización de los ancianos a los ojos de los jóvenes, que hoy tienen tendencia a privilegiar las órdenes de sus jefes de milicia en detrimento de los llamados al diálogo de los más mayores.

La reunión de jefes tribales realizada en Al Aziziya (a 30 kilómetros al sur de Trípoli) entre el 25 y 26 de mayo pasados a iniciativa de un grupo de la tribu warchafana -durante largo tiempo fiel a Gadaffi- acogió a cerca de 2.000 jefes tradicionales llegados principalmente de Fezzan y Tripolitania. Este encuentro es revelador de la incapacidad que estas estructuras tradicionales -profundamente divididas por la guerra de 2011- tienen para desempeñar un hipotético papel en la reconciliación nacional. Organizada por una tribu que en 2011 apoyó a Gadaffi, es evidente que en esta reunión solo han participado representantes de tribus y pueblos que han combatido en el campo gadafista. Después de dos días de debate, los participantes consiguieron acordar el texto de un comunicado que niega su apoyo al genaral Haftar. Aunque en efecto marginadas en la Libia actual, estas tribus no podían apoyar a quien había «traicionado» a Gadaffi y se había aliado con Estados Unidos. A pesar del descrédito que hoy día pesa sobre ellos, es evidente que este comunicado no tendrá ningún impacto sobre las partes en conflicto involucradas en la operación Dignidad.

En un contexto generalizado de militarización y de ingerencias extranjeras que tácitamente empujan a los bandos en conflicto hacia una radicalización, el margen de maniobra de los partidarios del diálogo y la negociación se reduce cada día más. La salida de la mayor crisis a la que Libia se ve hoy abocada depende de la capacidad -o incapacidad- de dominar a los partidarios de la lógica bélica. En este sentido, la actitud de los dos primeros ministros libios que hasta ahora han hecho todo lo posible para evitar enfrentamientos entre sus milicias -a pesar de las serias diferencias políticas y jurídicas que los enfrentan- puede considerase como algo esperanzador.

Notas:

1. Creada en 2012 para «competir» con las cadenas Al Jazira (Qatar) y Al Arabiya (Arabia Saudí), la cadena Sky News al Arabiya está dirigida por el jeque Mansour ben Zayed al-Nahyane, hermano del presidente de los Emiratos Árabes Unidos, el jeque Kalifa.

2. El hombre de negocios libio Mahmoud Jibril, presentado en marzo de 2011 a Nicolas Zarkozy por el escritor Bernard-Henry Lévy, antes de la insurrección Libia integraba el equipo de Seif al-Islam. Después de eso fue jefe del comité ejecutivo del Consejo Nacional de Transición pero dimitió para crear su alianza de las fuerzas nacionales, un reagrupamiento de partidos «liberales» (lo que en Libia significa hacer alarde de su distancia con el islam político). En 2013, tocado por la ley de apartamiento político del parlamento, ya no puede realizar ninguna función política oficial en Libia. Hoy día, para la mayoría de los libios es el símbolo del mercantilismo y el oportunismo.

3. Para estos conceptos de violencias mimética y sacrificial, véase René Girard, La violence et le sacré, 1972.

4. Sobre esta cuestión, véase Dr. Adnan Houballah, Le virus de la violence, Albin Michel, 1996.

 

Fuente: http://orientxxi.info/magazine/en-libye-deux-gouvernements-un,0609