En las páginas de los diarios latinoamericanos se han destacado en los últimos días dos personajes estadounidenses, si bien por motivos muy diferentes. Se trata de John Negroponte y Dorothy Stang. El señor Negroponte acaba de ser nombrado como coordinador de todas las agencias de espionaje del país, un nuevo cargo nacido al calor de […]
En las páginas de los diarios latinoamericanos se han destacado en los últimos días dos personajes estadounidenses, si bien por motivos muy diferentes. Se trata de John Negroponte y Dorothy Stang.
El señor Negroponte acaba de ser nombrado como coordinador de todas las agencias de espionaje del país, un nuevo cargo nacido al calor de la llamada «lucha contra el terrorismo», con un presupuesto descomunal, un poder inmenso y un escaso control por parte del parlamento de los Estados Unidos.
Los méritos del señor Negroponte no son pocos para haber sido nombrado «jefe de los espías» de la primera potencia mundial. De hecho, sus antecedentes le avalan suficientemente pues ha sido por muchos años diplomático de su país (hasta ayer era el embajador en Irak), y en Honduras se hizo responsable entusiasmado y confeso de la mayor operación de intervención de las últimas décadas contra un gobierno legal y legítimo en Centroamérica: el gobierno de Daniel Ortega, del Frente Sandinista en Nicaragua. Como embajador en Honduras, el señor Negroponte dirigió en persona la formación de los llamados «contras» (esos que Reagan bautizó en su día como «luchadores por la libertad»), antiguos guardias somocistas que sembraron en el país la desolación, la muerte y el caos.
Los grupos de derechos Humanos no solo denunciaron las diplomáticas actividades del sr. Negroponte sino que le acusan de haber hecho otro tanto en Honduras, propiciando la formación de escuadrones del terror, responsables de desapariciones y torturas de opositores al gobierno. Por estas actividades fue interrogado en el Senado de su país y su nombramiento como delegado ante la ONU sufrió un significativo retraso aunque los oportunos acontecimientos del 11 de Septiembre sirvieron de cortina de humo para evitarle embarazosos interrogatorios posteriores.
En Irak apenas habrá tenido tiempo de hacer nada y ahora le vemos como flamante hombre fuerte del complejo de seguridad montado supuestamente como respuesta a la amenaza del terrorismo internacional.
Si algunos abrigaban ilusiones acerca de un segundo mandato de Bush, menos unilateral, más razonable y dialogante en el plano internacional, habrán de desechar sus sueños a la luz de nombramientos como éste. Un nombramiento que completa los ya realizados en varios frentes (justicia y relaciones exteriores, por ejemplo) y que si bien ofrecen algún contraste con las declaraciones apaciguadoras de Washington, se corresponden bien con las políticas concretas que ya se vislumbran: ¿Un estado palestino que se limite a Gaza? ¿Una ofensiva en toda regla contra Irán y Siria? ¿Una invasión a Venezuela? ¿Una nueva agresión armada contra Cuba?.
Este nombramiento también disipa esperanzas -si alguien las tenía- acerca de una política menos reaccionaria en el plano interno. De hecho, Negroponte es la mayor garantía de que todo el proceso de limitación de los derechos personales y las libertades consagradas- recortadas claramente por la Ley Patriótica- no solo se van a mantener sino que se ampliarán. No por azar el grupo de personalidades estadounidenses conocido como «No En Nuestro Nombre»- surgido como protesta por la agresión a Irak ha renovado su actividad y agregan ahora a esa lista el nombre de miles de ciudadanos de a pié que ven con preocupación los caminos por los cuales pretende Bush llevar a la sociedad estadounidense en los próximos años. Para todas las gentes de bien de los Estados Unidos, para quienes aún permanecen fieles a los postulados de su democracia y su libertad, el nombramiento del señor Negroponte constituye una malísima noticia, otra más en el rosario de decisiones premonitorias de lo peor, desgranadas a diario por la administración de G.W. Bush.
Negroponte es exactamente, un gringo malo. Uno de esos personajes siniestros que hacen que tantas personas abriguen odio o animadversión por los Estados Unidos de América.
Pero, por motivos bien diferentes, otra persona oriunda de Norteamérica se convierte en protagonista de una mala noticia, esta vez por su muerte.
Dorothy Stang no era diplomática ni organizó grupo alguno de terror. No, ella era una simple monja estadounidense de 74 años a quien pistoleros a sueldo asesinaron el pasado sábado 12 de febrero en la puerta de su humilde vivienda en el Estado brasileño de Pará. Nacionalizada en este país, se había dedicado en cuerpo y alma en los últimos 37 años a colaborar con los campesinos en sus luchas por la tierra, combatiendo a terratenientes primitivos que arrebatan tierras y matan dirigentes agrarios. Ella ha luchado contra compañías multinacionales sin escrúpulos (pero con excelentes dividendos en las bolsas mundiales) que expulsan a los campesinos para apoderarse de la madera, la tierra, los minerales o cualquier otra riqueza disponible. Dorothy Stang se enfrentó también a una administración pública venal que propicia la impunidad.
Dorothy Stang recibió seis impactos de bala en la cabeza, probablemente de los mismos asesinos a sueldo a los que la noche antes visitó para convencerles de que no la mataran. Dorothy Stang cayó abatida sobre la misma tierra que ayudó a defender durante décadas contra gentes y empresas sin escrúpulos y contra un sistema legal injusto que apenas si actúa contra estas bandas de sicarios del empresariado, prohijando de hecho la impunidad: apenas hay detenidos, apenas hay condenados por los más de 900 asesinatos de campesinos cometidos en los últimos diez años en Brasil, todos ellos ligados estrechamente a la lucha campesina por una reforma agraria que no acaba de realizarse . Tampoco Lula parece particularmente interesado en llevarla a cabo molestando a las grandes multinacionales que explotan el agro brasileño o a los terratenientes locales que no son menos voraces que éstas.
Fazenderios, grilerios, bandeirantes, terratenientes todos, junto con las multinacionales de siempre reciben hoy el señalamiento acusador de una opinión pública que sabe bien quién paga a los criminales. Jueces y policías corruptos tampoco se escapan de este dedo acusador. La administración promete «una exhaustiva investigación». ¿Pasará lo mismo de siempre?. El prestigio del gobierno del PT está en juego.
Dorothy Stang era una gringa buena. Ella era monja, cristiana real y verdadera -no como los que comulgan a diario, van a misa sin faltar y ordenan los asesinatos sin que les remuerda la conciencia-. Ella era pacífica. Puso la mejilla una y otra vez con la esperanza de mover a piedad el duro corazón del dinero. Hasta la noche anterior a su martirio fue a la casa de sus futuros asesinos a rogar por su vida. Pero todo fue en vano. Le destrozaron la cabeza tiros.
Dos gringos han llamado pues nuestra atención en estos días. Figuras que encarnan bien las dos caras de los Estados Unidos. Para los grandes consorcios de la guerra, el nombramiento de Negroponte es sin duda una grata noticia. Para quienes aman la paz, la peor de todas. La muerte de Dorothy Stang lleva el luto a todas las gentes de bien, incluida Norteamérica en donde ella será seguramente fuente de inspiración y modelo de conducta. Pero para los campesinos pobres de América Latina la muerte de Dorothy Stang, además del dolor, estará suscitando inquietantes dudas acerca de la validez que tiene para el ofendido poner siempre la otra mejilla a disposición del agresor.