Cuando se piensa en el Sahara, las sardinas no forman parte del cuadro imaginado. Y sin embargo, hace unos años, si el conductor de un camión en Mauritania se sentaba a la sombra de una acacia para tomar un tentempié, podías apostar con seguridad que estaba comiendo cacahuetes o sardinas en lata. La historia de cómo esa lata de sardinas llegaba hasta la alforja del beduino camionero no es tan baladí como a primera vista podría parecer.
Llegué a Rabuni a la hora del almuerzo, que suele ser la mejor hora para llegar a cualquier sitio. Me alojaron en Protocolo, la «residencia» donde el POLISARIO acogía a los cooperantes expatriados. En el comedor conocí a J., que estaba absorto contemplando un plato hondo en el que flotaban un puñado de lentejas a las que aderezaba con unas gotas de vinagre, llena de hilos de puro viejo. Me contó que este menú se repetía para cena y almuerzo desde hacía meses. Ya sea por casualidad o para dar una prueba más de la injusticia que impera en el mundo, un prisionero marroquí que hacía de sirviente salió de la cocina con una fuente con pollos asados y ensalada hacia el despacho del jefe de Protocolo. Quizás como muestra de solidaridad con los cooperantes, él tampoco había cambiado de menú en los últimos meses, aunque a veces le podía la autoindulgencia y lo alternaba con pinchitos de carne de camello.
El compañero de J. entró en la sala y empezó un diálogo entre ambos, al compás de las cucharadas de lentejas: «Qué tal en el almacén? Ya sabemos por fin cuantas latas de sardinas tienen aún?» «Me han dicho que el tipo de la llave todavía no ha vuelto de Dakhla, o sea que olvídate del conteo». «Ya … al final mandaremos el inventario de la Media Luna Roja Saharaui y listo». «Y la distribución de este mes?» «Me dijeron los de la MLRS que ya la hicieron la semana pasada y que me darán las hojas con las firmas de los jefes de barrio el jueves». «Inch Allah …»
Y así empezó mi interés por las sardinas de los saharauis. Las sardinas saharauis se diferenciaban del resto porque latas de conserva eran de 400 grs. Su destino era complementar las raciones de ayuda humanitaria que se distribuían a los refugiados saharauis para cubrir las necesidades de proteína (junto con los guisantes secos, muy sorrido recurso este último). A esas latas se les pegaba una etiqueta que la denominaba como producto humanitario, con logos del financiador y de la ONG y un grueso rótulo indicando que su venta estaba prohibida.
Desde la fábrica de conservas gallega se mandaban en contenedores a Alicante; de ahí cruzaban el Mediterráneo en barco hasta Orán, donde comenzaban un viaje de unos 2,000 kilometros en camión hasta el almacén de la Media Luna Roja Saharaui (MLRS) en Rabuni, en los campos de refugiados. Así hasta hacer un total de 400 toneladas en 6 meses.
A partir de ahí, el periplo de las sardinas tenía dos versiones. Una es más corta; es la que contaba el POLISARIO a través de la MLRS a las ONGs que allí operaban, y éstas a su vez a sus financiadores: las sardinas salían del almacén para ser entregadas a los jefes de barrio, que a su vez las distribuían a las familias. Cada persona recibía una lata por mes. Fin de la historia. Claro que ésta versión tenía un pequeño problema: una vez descargadas las sardinas, los trabajadores de las ONGs no volvían a verlas más: el personal de las agencias humanitarias sólo podía ir a los almacenes cuando la MLRS se lo permitía, que eran pocas las veces. Tampoco podian supervisar de forma regular las distribuciones. Esta versión se mantenía con los manifiestos de entrega, hojas de distribuciones firmadas – que a regañadientes aceptaban los financiadores – pero no con los testimonios de los cooperantes expatriados.
En la otra versión el viaje de las sardinas no se detenía en Tindouf. Desde los almacenes de la MLRS volvían a ser cargadas en camiones rumbo a Bir Mogrein. Éste es un pueblo en el noroeste de Mauritania que a finales de los 90 se convertió en una especie Mercabarna de los productos de ayuda humanitaria más valiosos, como la leche en polvo y las sardinas en lata. Hasta aquí llegaban los comerciantes de Nouakchott, que se llevaban a las sardinas hasta la capital de Mauritania, y desde ahí, a las cuatro esquinas de este vasto país. De esta versión no hay documentos, pero sí testigos que se encontraron con las famosas latas en tiendas y mercadillos de medio país o aún en el mercado de mayoristas de Nouakchott, apiladas en decenas de cajas con su fleje original y sus logos a la puerta de cada tienda, extendiéndose a lo largo de toda la calle. Un cardumen de proteínicas sardinas humanitarias destinadas al pueblo saharaui y que hacían furor entre el gremio de camioneros mauritanos.