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EE.UU., las armas y el capitalismo: una sociedad en decadencia

Fuentes: Rebelión

Hace pocos días, una nueva masacre azotó las conciencias de los estadounidenses. Esta nueva matanza de Connecticut, unida a las muchas que han ocurrido anteriormente, revela una enfermedad muy profunda en la sociedad norteamericana. Adam Lanza, un extraño e introvertido joven de 20 años, aún no se sabe si en plenas facultades mentales, provocó un […]

Hace pocos días, una nueva masacre azotó las conciencias de los estadounidenses. Esta nueva matanza de Connecticut, unida a las muchas que han ocurrido anteriormente, revela una enfermedad muy profunda en la sociedad norteamericana. Adam Lanza, un extraño e introvertido joven de 20 años, aún no se sabe si en plenas facultades mentales, provocó un trágico tiroteo en la Escuela Primaria de Sandy Hook en Newton, un pequeño y tranquilo pueblecito del Estado de Connecticut. El día anterior había destrozado sus ordenadores para dejar menos pistas. Lo primero que hizo al levantarse esa mañana fue matar a su propia madre, que aún se encontraba durmiendo, de dos tiros en la cabeza. Pero eso iba a ser sólo el principio. El desquiciado joven mató a 26 personas, entre ellas 20 niños, el más pequeño acababa de cumplir 6 años, antes de dispararse a sí mismo un tiro en la cabeza con una de las dos pistolas que portaba. Poco antes de las 9:30 de la mañana, invadió las instalaciones del colegio, entrando en varias aulas, y disparando indiscrimidamente sobre alumnos y profesores.

Adam Lanza dejó un reguero de sangre, muerte y destrucción a su paso. El suceso, que se suma a una ya muy larga lista, ha provocado un nuevo clamor público y un emotivo duelo en todo el país. La policía investiga cada uno de los rastros que puedan conducir a nuevas pistas y explicaciones de porqué se produjo dicha matanza. Los medios de comunicación estarán algún tiempo publicando detalles de la vida del último asesino macabro de los EE.UU., y durante cierto período volverá a primera línea del debate político el tema del control de armas en el país. Queremos abordar este tema como la causa primera y fundamental de que estos hechos ocurran, pero también queremos darle otras explicaciones, otros puntos de vista. Sin más dilación, vamos con los antecedentes, muy comunes a otros casos anteriores, que han desatado polémicas similares. La madre de Adam Lanza poseía varias armas en su casa, incluso había enseñado a usarlas a su propio hijo. Además, pertenecía a un cierto sector norteamericano denominado como los «preparacionistas», en el sentido de acumular víveres, dinero y armas en su propia casa, para estar prevenidos ante un supuesto caos económico y social en el país.

En este ambiente se cría y crece un joven tímido, introvertido y brillante en sus estudios, al que ciertos psicólogos parecen encuadrar en el grupo de los que «odian» al mundo, y tienen bastantes posibilidades de ejecutar una supuesta «venganza» contra él. Muchos analistas explican este fenómeno de la sociedad estadounidense en el sentido de ser una sociedad que se ha creado a sí misma, una sociedad que conoce su poder en el mundo, y por tanto, una sociedad que posee mucho miedo. La posesión de armas de fuego es algo normal en las casas de los norteamericanos, cuyos Estados prohíben por ejemplo fumar de forma más exigente que nosotros, pero en cambio permiten la venta y posesión de armas de fuego, sin apenas realizar un control psicológico sobre las personas que las poseen. Con una Asociación Nacional del Rifle como una de las Instituciones más prestigiosas del país, muchos usuarios de armas se molestan incluso porque dicen que «los meten en el mismo saco» que aquéllos ciudadanos que provocan las matanzas. Comprar y poseer armas es algo natural, está completamente justificado.

Pero además e incomprensiblemente, tras ocurrir masacres como la de Adam Lanza, hay muchísimas personas que experimentan todavía una mayor sensación de tener que estar preparados para su «autodefensa» ante hechos de esta naturaleza, de tal forma que aunque algún sector de la sociedad ha puesto de nuevo el debate sobre el control de armas en primer plano, otros muchos se han rearmado más todavía, de tal forma que la venta de armas se ha disparado tras este suceso. La psicosis está servida, y llega a extremos tan patéticos como el hecho de llevar chalecos antibalas, de forma constante, para la vida cotidiana de la gente. Todo un despropósito, fiel testigo de una sociedad completamente decadente. La contradicción y la extravagancia son tales, que si por una parte la Asociación Nacional del Rifle dice estar rota y dispuesta a aportar todo de su parte para evitar nuevas matanzas, hay Congresistas Republicanos que argumentan que la forma de evitarlas es precisamente que los profesores también lleven armas para poder defenderse de ataques asesinos.

Pero estamos seguros de que el problema de las armas, y de esta rara concepción sociológica norteamericana no es la única causante de hechos de este tipo. Recomiendo la lectura del artículo de Mark Rahman en Lucha de Clases, porque sus puntos de vista nos parecen tremendamente acertados. En efecto, sabemos que la sociedad estadounidense representa la cima del capitalismo más despiadado. La cultura del individualismo, del «sálvese quien pueda» llevado a sus más crueles extremos, es típica de aquélla sociedad. Curiosamente, el país más poderoso de la tierra, es uno de los más pobres en esquemas de protección social. Allí está instalada la cultura de las «oportunidades» y del «sueño americano», a la vez que viven en una sociedad y en una cultura tremendamente egoísta, rancia y conservadora.

Su visión del mundo, de las desigualdades y de la justicia social es muy estrecha, y justifican una política que desprecia a los ciudadanos desde las instancias públicas, una política que los hace responsables de su destino, que les echa la culpa de su éxito o de su fracaso, que les hace tener una conciencia de ser ellos mismos los únicos responsables de todo lo que poseen en la vida. Una cultura cien por cien materialista, cien por cien capitalista, cien por cien consumista. No existen sistemas de sanidad pública, ni política de pensiones, y la protección social brilla por su ausencia. Y mientras los Demócratas quieren aliviar algo este panorama, los Republicanos siempre quieren endurecerlo todavía más, argumentando cínicamente que eso está en su tradición, en las propias entrañas del pueblo americano. Y yo me pregunto si después de todo este panorama, sucesos como el de Newtown nos siguen extrañando. Mark Rahman se pregunta en su artículo ¿qué es lo que hace único a los Estados Unidos en este tema? Y se responde a sí mismo: «Por un lado, no tenemos un Sistema Universal de Salud para proporcionar servicios mentales de salud de calidad. Casi 50 millones de estadounidenses carecen de cualquier tipo de atención médica, y los que están asegurados, a menudo tienen un acceso muy limitado. Al servicio de salud mental, en particular, generalmente se le presta muy poca atención, en la medida en que las grandes aseguradoras privadas recortan todo lo posible para aumentar sus ganancias«. Bien, ¿nos suena esto de algo? ¿No nos parece un discurso familiar? La realidad y la explicación vienen de lejos, ya que nunca el movimiento obrero norteamericano pudo conseguir para la clase trabajadora la atención universal de salud. Seguramente por no existir un partido político independiente de la clase obrera con una fuerte presencia y unión sindical, con una fuerte representación de los trabajadores/as, uno de los objetivos principales de un buen sistema capitalista, fuerte y robusto, que se basa en la existencia de un grado extremo de desprotección de los trabajadores. Una clase obrera desunida, caótica y con poca conciencia de clase, objetivo de todo buen sistema capitalista. Una clase obrera que incluso asuma y justifique la necesidad de su propia desprotección, tal y como ocurre en los Estados Unidos.

Y si los lectores se están preguntando qué tiene que ver esto con la matanza de Newton (creo que no, porque mis lectores suelen ser más inteligentes), la respuesta es bien sencilla: la discusión en torno a cómo Adam Lanza pudo obtener sus armas, aún siendo muy importante, es mucho menos importante que discutir lo que lleva a gente como ésta a cometer dichas atrocidades. Y en este sentido, la mejora del acceso a la atención de la salud mental daría un paso de gigante en la prevención de este tipo de sucesos. Pero aún así no solucionaríamos la raíz del problema, que se encuentra, como hemos dicho antes, en los valores de la propia sociedad norteamericana. En ese sentido, una política más social, más integradora, más justa y protectora, una política pensada para las personas, como tantas veces demandamos desde la izquierda, podría ir a la raíz de la causa misma del problema. Anular esa ideología insensible y excluyente, que legitima las desigualdades, que responsabiliza en primer lugar al propio ciudadano de su protección social, de su éxito laboral y familiar, donde se les insta a salir adelante por sus propios medios, donde se les educa para creer que no tienen que culpar a nadie (y menos al Estado) de sus miedos, problemas y fracasos, más que a ellos mismos, sería proporcionar un auténtico cambio en la mentalidad norteamericana, en sus modos y estilos de vida, prepotentes y obsoletos.

Pero mucho nos tememos que esto no va a ocurrir. Y por desgracia, con tantos millones de personas acorraladas y sumidas en un estado de desesperación por la crisis del capitalismo, lo que estamos observando es una reacción de lucha o huida hacia delante en el plano social, como un último resquicio de supervivencia, o quizá más bien de autodefensa frente a este sistema aniquilador, que tiene su forma más cruenta en esta avalancha de actos de violencia masiva, como un ataque frontal hacia el propio sistema, antes de llegar a la autodestrucción. En el fondo, por tanto, el retrato de estos crímenes tan atroces son un reflejo de la decadencia del propio sistema social americano, un retrato de su propia involución social, y un espejo de su caótica moral. Mientras los norteamericanos no entiendan esto, seguirán siendo víctimas de nuevas masacres. Incluso un progreso significativo sobre la política de control de armas no será suficiente para acabar con esta deriva destructora. Los cimientos del capitalismo y del propio imperialismo norteamericano son los que deben ser destruídos.