“Por el hormigueo en mis pulgares, algo malvado por aquí viene”, es la cita de Macbeth con la que arranca mi nuevo libro. Tenía veintitantos años cuando se produjo el golpe de estado que derrocó al primer presidente democráticamente elegido de Egipto [Mohamed Mursi, 30-6-2012/3-7-2013] y las masacres que siguieron desataron mi obsesión por el nuevo régimen militar que se estaba imponiendo allí.
Esta obsesión de una década me llevó a escribir un libro, Egypt under el Sisi: A Nation on the Edge, en el que se describe la anatomía de un régimen que no se parece a nada de lo que hemos visto en la historia moderna de Egipto. Sostengo que a diferencia de sus predecesores autocráticos, el gobierno de Abdel Fattah el Sisi es único en dos sentidos.
En primer lugar, estamos siendo testigos del único momento en la historia moderna de Egipto en el que el país está bajo un gobierno militar directo, sin ningún partido civil que equilibre a los militares o que actúe como fachada civil de la expansión del poder del ejército.
En segundo lugar, el régimen de Sisi está patológicamente ligado a la violencia generalizada del Estado no por elección sino por una cuestión de necesidad ideológica, lo que hace que la represión sea endémica y esté intrínsecamente arraigada en la arquitectura ideológica del régimen.
Estos rasgos distintivos se derivan de la obsesión de los militares por consolidar su poder y asegurarse de que no vuelvan a repetirse las protestas populares de 2011, una obsesión que ha engendrado un brutal régimen militar con muy limitadas expectativas de reforma interna.
Los militares como guardines del Estado
El libro comienza con el golpe de Estado de 2013 y el verano de masacres que le siguió. Se considera que ese verano fue el momento fundacional del régimen, cuando pidió el apoyo popular para una oleada de represión dirigida, primero, contra los Hermanos Musulmanes, y después extendida a la oposición laica. Eso sólo fue posible debido a la incompetencia de la Hermandad y a la complicidad de la oposición laica, con su sesgo abiertamente autoritario, que permitió a los militares no sólo intervenir sino elaborar una narrativa propicia para la histeria de las masas.
Los actos de violencia generalizada se justificaron ofreciendo una versión chovinista del nacionalismo egipcio que definía a la nación como un todo orgánico y a los militares como los guardianes de la nación y el Estado, que equiparaba la oposición al Ejército con la traición y que permitió a los militares expulsar a sus oponentes del redil nacional.
Así se justificó el uso de la violencia generalizada –con la participación popular– para reprimir a los opositores al nuevo régimen, y que los militares se embarcaran en un gran proyecto político: la militarización total del Estado y de la economía.
Esto implicó una infinidad de cambios legales y constitucionales que ampliaron el poder de la presidencia sobre el poder judicial y erosionaron cualquier apariencia de independencia que aún conservara. El nuevo papel constitucional sin precedentes de los militares como guardianes de la naturaleza laica del Estado y de los derechos democráticos proporcionó una base legal para la continua intervención militar en la política. Asimismo amplió los poderes represivos del ejército y fortaleció su función de sostén del gobierno, transformándose en un órgano de seguridad interna destinado principalmente a dar estabilidad al régimen y a reprimir la disidencia. Todo ello en nombre de la lucha contra quienes Sisi denominó “las gentes del mal” y para custodiar el “Estado”.
Reestructuración del capitalismo egipcio
Cualquier análisis sobre las calamidades que asolan Egipto no estaría completo sin abordar la inmunidad legal de la que disfrutaban ahora los miembros de los servicios de seguridad, que bloquearon por completo el espacio público para revertir los logros democráticos de 2011.
No es de extrañar que todo ello propiciara un nivel de violencia política contra el activismo prodemocrático inédito en el país desde la fundación del Estado egipcio moderno. Miles de personas han sido encarceladas con largas condenas a veces sin haber sido juzgadas. Las ejecuciones extrajudiciales han aumentado escandalosamente, y la desaparición forzada y la tortura han pasado a ser prácticas institucionalizadas.
Después de años de violencia despiadada y de apropiarse del Estado, el régimen militar de Sisi ha conseguido eliminar todos los centros de poder civil que pudieran hacerle competencia y se ha convertido en el poder hegemónico indiscutible de la política egipcia.
Una vez que los militares penetraron todos los órganos del Estado, desde el ámbito local hasta el nacional, y que los servicios de seguridad manipularan las elecciones parlamentarias, se embarcaron en su proyecto más ambicioso de todos: la reestructuración del capitalismo egipcio.
La política era simple: usar el dadivoso respaldo de los países del Golfo para solicitar aún más entradas de deuda de los mercados y organizaciones financieras internacionales con el fin de embarcarse en megaproyectos de dudosos beneficios económicos gestionados y ejecutados por el ejército. Esto ha permitido a los militares ampliar extraordinariamente su impronta económica y penetrar con vigor en sectores de la economía donde su presencia era inapreciable, desplazando al sector privado en el proceso. La industria del cemento es el ejemplo que mejor lo ilustra.
Mientras los préstamos siguieron fluyendo se impuso la falacia del crecimiento sostenido potenciado por la deuda. Sin embargo, una vez que el crédito internacional se endureció y los Estados del Golfo ya no quisieron seguir prestando su generoso apoyo, el modelo colapsó dando lugar a una extraordinaria crisis de deuda que aún no ha tocado fondo: la libra se ha devaluado drásticamente, la inflación se está situando en máximos históricos y el sector privado está en punto muerto. Todo ello como consecuencia del capitalismo de Estado militarizado vinculado orgánicamente al sistema político de Egipto y mantenido por la violencia estatal generalizada.
No obstante, la durabilidad de este modelo hasta ahora es también su talón de Aquiles. La ausencia de un partido gobernante y la existencia de una oposición moderada diezmada deja al régimen mal equipado para hacer frente a posibles disturbios civiles. Este panorama lo complica un ejército cada vez más poderoso al que Sisi no puede contener al no existir un contrapeso civil frente a su insaciable apetito de poder y sus intrigas.
Ello no sólo reduce la posibilidad de una reforma dirigida por las élites sino que además aumenta la previsión de una mayor represión generalizada como respuesta a la indignación popular, algo cada vez más probable habida cuenta de la galopante crisis económica egipcia.
Así, cada vez parece más probable que se dé un escenario similar al de Siria; una perspectiva muy alarmante en un país con más de 100 millones de habitantes.
Sigue existiendo la posibilidad de que el aparato represivo del régimen se desintegre ante un levantamiento popular que congregue a todas las clases. Sin embargo, existen buenas razones para creer que los oficiales más jóvenes del ejército –es decir, los verdaderos responsables de aplicar la represión– han sido meticulosamente adoctrinados en la narrativa del régimen, lo que les hace aún más leales a él.
A largo plazo, mantener la lucha por la apertura del espacio público puede propiciar un cambio que podría ganar brío a medida que el modelo de gobernanza del régimen de bandazos de crisis en crisis y se haga evidente que no es sostenible. Es un camino largo y tortuoso que sólo podría conducir a buen término tras haber causado un daño enorme al tejido de la vida pública egipcia.
Como predijeron las brujas en Macbeth, el mal ha llegado.
Maged Mandour, egipcio, es analista político y colaborador habitual de Arab Digest, Middle East Eye y Open Democracy.
Texto original: MIDDLE EAST EYE
Traducción para viento sur de Loles Oliván Hijós
Fuente: https://vientosur.info/egipto-podria-derivar-en-un-conflicto-civil-bajo-el-gobierno-de-sisi/